Para el anónimo 1,2 y que hace de abogado 2 del anónimo 1,2 y que es considerado brillante por otro anónimo que no es el anónimo 1,2 porque es el anónimo que lee al anónimo 1,2. A ellos, los nadie con voz, le va otro cuento. Un cuento que no es brillante como el anónimo 1,2 y que al anónimo que no es el anónimo 1,2 califica de brillante. En fin, queridos anónimos, este es un texto pañuelo para estos días de sol. Así que cualquier anónimo brillante puede utilizarlo, le doy permiso, para que se limpie el sudor de la frente

Una enfermedad el amor. Me daba más amor que gripa. El corazón no tenía defensas y cualquier luz lo encandilaba.

Estaba en clase de filosofía y yo miraba a Aura Rosa. Ella era una niña blanca, de cejas negras, cabello liso y negro. Ella cantaba y lo hacía bien. Toda mi atención estaba en ella.

En el descanso me le acerqué y le dije que me gustaba, así porque sí, por impulso, porque tenía buen trasero. Ella se sonrió y me dijo que no era su tipo. No dije nada y partí.

A la semana realizaron un concurso de poesía en el colegio. Ella ganó. Más me enamoré. Fue horrible. Me enteré que Aura Rosa se había ennoviado con un pelagato que le gustaba las artes marciales y los veía a los dos en los descansos entrenar. Fumaba mientras ellos entrenaban. No hablé durante meses. Callado le di el duelo a esa mujer que aprendía a pelear y estiraba sus nalgas entre patada y patada.

Luego empecé a hablar con Claudia, una muchacha que hacía el duelo de su novio que prestaba servicio militar y que no iba a volver. Claudia hablaba de cómo se besaban, de cómo él le propuso matrimonio y cuando ella dijo si él prefirió el ejército a la iglesia. Sin saber como, me encontraba otra vez enamorado de esta mujer que lloraba a otro tipo, pero, por sus nalgas alargadas y torneadas aguantaba que me hablara de su soldadito.

Claudia contó que su soldadito era muy candente. Él la desvistió, le tocó sus nalgas alargadas y torneadas, le besó los pechos, la penetró y ella sitió como él entraba.

En mí empezó el dolor de estómago. Entre más hablaba más me dolía el estómago. Miré sus labios, carnudos, moviéndose, me llamaban y sin control me lancé a ellos al tiempo que le apretaba las nalgas. Ella se separó. Me dijo que eso no se hacía.

Me quedé callado, mirándola, viéndola irse con sus nalgas alargadas y torneadas. Ella se puso de pie y dijo que no me quería volver a hablar en lo que le quedaba en el resto de la vida.

Permanecí callado un tiempo. No busqué a nadie. No quería hablar con nadie, estaba triste y solo y no quería que nadie se diera cuenta.

En casa, en la noche, empecé a dibujar mujeres desnudas. Había algún sentimiento reprimido que exorcizaba con los dibujos. Las dibujaba nalgonas, con traseros de ensueño. En una ocasión dibujé a la virgen con su hijo, ambos desnudos, viendo tv. La virgen era trigueña y tenía un trasero inmenso. Pues la virgen debe ser la madre de todos los traseros, de lo contrario no sería virgen. Era una virgen con un trasero que me gustaba. Un trasero para darle una palmadita.

Mi madre vio el dibujo y lo quemó porque era herejía. No dije nada. No volví a dibujar. No hacía nada. Me la pasaba caminando, fumando, callado.

Pero llegó Lina, una hija de una profesora. Ella era una mujer trigueña, tenía una cintura pequeña, un trasero bien proporcionado ¡Muy proporcionado! y unos pechos insinuantes. La veía y la veía y no podía quitarle los ojos a su trasero ¡Qué trasero!

Un hijo de Lina nacería con un coeficiente intelectual más grande que el resto de niños debido al tamaño de su trasero. Porque el feto tendría toda la grasa de los glúteos de Lina para desarrollarse y formar el cerebro. Tendría grasa de sobra hasta para formar dos cerebros.

Imaginaba que un hijo de ella, por su trasero, sería un genio. Claro, el padre no debería ser yo. Pues mi madre es desnalgada. Siempre ha tenido el trasero como símbolo y no como presencia. De ahí mi comportamiento, mi desastre. De ahí que tenga un cerebro sin grasa suficiente para ser más practico y que sea un cumulo de tuercas sin uso, regadas, confundidas.

El trasero de Lina me enamoró. La veía sentada viendo a los muchachos jugar futbol. Mierda, y yo que no servía para ningún deporte. Lina buscaba el complemento a la horma de su trasero. Un hombre tonificado, piernón, atlético, resistente y bello. No reunía ninguna de esas características. Mis pies eran pitillos con un par de nudos en la base. Cualquier viento los doblaba o los hería mortalmente.

Algo debía hacer para llamar la atención. En casa dañé varios pares de medias. Con unas tijeras les rompí las puntas. Metí el pie y subí las medias, una por una, hasta los gemelos. Luego amarré las medias con un cordón, en cada pie, para que no se me fueran a bajar a los tobillos. Me subí el pantalón. Me vi al espejo y parecía otro, un hombre con buenas piernas, en apariencia atlético. Porque una mujer que tiene un trasero-manantial-de-genios espera un hombre con piernas fuertes que le sirvan de soporte a ese trasero-manantial-de-genios.

Pasé por el lado de Lina y no me vio. Al otro día y al otro. Llegaba a casa y me quitaba las medias. Los pies estaban morados con la sangre estancada. El último día que me puse las madias Lina me miró y me llamó.

- Hola, te he visto mucho por estos días y me dio curiosidad por saber como te llamabas.

- Ehhh… Flo-re-re-ren-ti-ti-noo

- ¡Florentino! Qué nombre

- Sí

- Y a que te dedicas Florentino

- Ehhh… Flo-re-re-ren-ti-ti-noo

- ¿Eres bobo?

- Ehhh… Flo-re-re-ren-ti-ti-noo.

Lina se paró y se fue. Me quedé viéndola irse. No sirvieron las medias, ese simulacro de soporte para su trasero-manantial-de-genios. De nada sirven las estrategias para llegar a una mujer sino puedes hablarles cuando es necesario el dialogo. Y no sabía como hablarle a una mujer. Era un fiasco.

Lina se ennovio con el mejor deportista del colegio. Su trasero había encontrado un candidato para el genio que esperaba la luz de la vida dentro de su trasero. En su trasero los genios nadaban. ¡Hay ese trasero! Era demasiado trasero para mi invisibilidad esa Lina.


Trabajo en un bar hace varios meses. Meses en los que la noche es el escenario de mis impresiones. Bueno, no más bagatelas, al grano, esto no es un acto poético sino una anécdota. Luego hablaré del bar, de su gente, de su espacio, del sexo, del licor.

En el bar peleé. Y fue muy diferente a lo que me había imaginado. Antes caminaba por la calle e imaginaba que me daba a golpes con un transeúnte. Que le partía la cara con mis manos. Siempre había creído que a la hora de golpear a otro lo haría con palmaditas. Pero cuando el transeúnte me miraba inclinaba la cabeza y seguía de largo. Me daba pánico que hiciera mi sueño realidad. Un cobarde por naturaleza.

Al bar llegó un tipejo y fue directo al baño. Cuando salió, después de orinar, de tocarse el pájaro para tener fuerzas de realizar su cometido, empezó a tumbar las sillas y las mesas y a patearlas. En ese instante hablaba con otro man sobre la crisis del dólar y el desempleo que ha ocasionado. Tenía un vaso de agua en la mano.

Miré como caían las sillas. Llamé al intruso.

- Oee

Él me miró y sin pensarlo le lancé el vaso. Luego salí y sin saber cómo, sin explicarme el por qué de la reacción, me enceguecí. Lo puñetee. Fue fantástico. Hubo un momento en que me veía a mi mismo dándole puños y sonreía. Era extraño. No sentía los golpes que le daba y más le daba porque quería sentir en la mano lo que era reventar a otro.

Las gafas cayeron lejos. El man se levantó medio atontado y se marchó. Empecé a buscar las gafas. Las encontré. Les faltaba un lente. Lo busqué. Lo puse. Al ponerme las gafas estaban empañadas. Las limpié. Lo curioso es que en el ajetreo se arreglaron las gafas. Antes las había dañado, me había sentado en ellas y me quedaban torcidas. Pero con lo de la pelea quedaron como nuevas.

La mano se hincho. Trabajé igual. Ese día me invitaron a varías cervezas. Fumé hierba. Era una especie de superhéroe de pacotilla. No estaba ni triste ni alegre, solo tenía la mano hinchada. No tenía rencor, solo dolor de mano. Al llegar a casa me miré la mano y me quejé. Era horrible el dolor.

Ha pasado una semana y no he vuelto a ver al tipo. Me gustaría verlo. No sé bien por qué, pero verlo. Pues todavía tengo la mano izquierda buena.



La luz de la aurora se filtra por las rendijas de la ventana. Los rayos de luz hieren los ojos de Felipe. Estira las manos, se despereza, mira el techo, busca las pantuflas debajo de la cama, se las pone y se dirige al baño. En el espejo ve la espalda arañada. Sonríe. Vuelve al cuarto. En la cama la ve a ella, dormida, como si nada le importara.

Son las siete de la mañana, hora de levantarse, bañarse, ponerse el pantalón azul oscuro y la camisa blanca. Hora de medio peinarse, medio desayunar, med
io caminar en la punta de los pies para no despertar a la mujer que duerme en la cama.

Felipe sale de casa. En la calle la gente va y viene. Los carros se abalanzan sobre el peatón. Camina con la mirada al frente, como un buen ciudadano moderno, con los ojos rectos para prever cualquier movimiento sospechoso e inmediato. Siempre alerta, alterado, a prisa, pendiente del peatón y los automóviles. Siempre ciego al paisaje, a la niebla que empaña los cristales de los edificios, al sol que lo saluda entre las ramas de los árboles. Siempre distante de los transeúntes. Siempre mirando el reloj que lleva en su mano izquierda.

En la avenida camina y mira la calle, los postes, los transeúntes, las casas, pero sin mirarlas, sin pensar en lo visto... Imágenes sin resolución y pixeladas. Camina sin mirar, sin ir, sin pensar. Solo importa llegar a su trabajo. Mira el reloj, todavía tiene algunos minutos. Cruza la avenida. Camina media cuadra. Llega al edificio donde trabaja. Sin decir palabra, con un movimiento de cabeza, saluda al guardia. Entra al edificio, se dirige al ascensor. Presiona el botón que lo lleva al piso décimo. Se baja del ascensor. Camina hacía la oficina, saluda al jefe y se sienta en el sillón giratorio.

Felipe es el encargado de corregir los textos que se publican en la revista El rasguño. Es el editor. Es quien elige que publicar, el filtro que deben pasar muchos escritores jóvenes.

El día avanza. Felipe está leyendo un cuento sobre la tristeza del hombre. Un texto de un cuentista de no más de veinte años. Lo sabe por el tono del texto, por el afán de contarlo todo, sin medida y gracia. La historia del cuento no salva al cuento. Es lastimera y no dice nada. Habla de un hombre que su tristeza lo vuelve trasparente con el transcurrir de los días. Aunque la idea es interesante no atrapa al lector. No es una fotografía de un instante, un knockout al lector como lo plantea Cortazar. Es un relato disperso y confuso, plagado de adjetivos. Cada que nombra al protagonista le precede el adjetivo triste. Y el protagonista se llama El hombre. Pone el triste como si fuera el apellido, pero esa no es la intención porque el triste es un adjetivo. No hay intención del autor en repetir El Hombre triste más de quince veces en un texto de tres páginas. Además, adjetivo “triste” no es el indicado para representar un estado de ánimo. En vez de ir hombre triste puede ahorrase el adjetivo y dejar al sujeto: hombre, que de por sí es triste. Todo hombre es triste y desde que nace debe arreglárselas con la tristeza como hizo el poeta peruano Cesar Vallejo. El sufrimiento es el legado de las culturas antiguas. Escribir hombre triste es redundante si el contexto del cuento no lo deja claro. Es un texto experimental, anecdótico. Dos elementos muy frecuentes en los escritores jóvenes. Más que decir mostrar, representar. El adjetivo triste se suprime. El cuento es triste de publicar.

La hora del almuerzo. Felipe se dirige al restaurante, pide una sopa de fideos. Cucharea la sopa. Se centra en la sopa. No mira más que los fideos en la cuchara, como disminuyen después de cada cucharada. El plato limpio. Deja la cuchara sobre el plato y bebe cocacola. Eructa. Prende un Piel Roja sin filtro y vuelve a la oficina.

La multitud le aburre, pero, sabe que sin ella estaría inmensamente aburrido. Sin que nadie se de cuenta, como decía Baudelaire, hay que darse un baño de multitud. Necesita de otros cuerpos y de otros rostros que lo ignoren y le permita estar en la invisibilidad que brinda la ciudad. No puede vivir sin el bullicio, así en su apartamento sea un acto religioso el silencio y solo escuche el eco de sus pasos. Hasta la mujer que vive con él es un voto de silencio.

Felipe no habla de mujer alguna, ni de proyectos y sueños. Sus conversaciones se basan en lo urgente, en lo inmediato, en la bolsa de leche que falta, en el pago del arriendo, en la sección que sustituirá la sección Cuento para este número, en la sonrisa que debe pensar dos minutos antes de abrir la puerta de su apartamento.

Felipe exhala la última bocanada de su cigarrillo y tira la colilla al suelo. La colilla da contra una roca y cae sobre un charco de agua, al apagarse suena a un estornudo retenido en la boca. Medio saluda al portero, entra al edificio, se dirige a la oficina y se agazapa en el escritorio.

Afuera, en el edificio del frente, justo a veinte metros de la oficina de la revista El rasguño hay un apartamento. En el apartamento, frente a la ventana, hay una mujer leyendo. Ella no corre las cortinas y empieza a desvestirse. La camisa primero, luego la falda. En interiores continua la lectura. La mano izquierda recorre el borde del brasier. Lento se lo quita mientras con la mano derecha sostiene el libro. Se ensaliva los pezones.

Felipe toma uno de los textos que habla sobre la poesía contemporánea. Se indigna al leer calificativo en la poesía. La poesía para él no tiene tiempo, no es contemporánea. La poesía debe trascender los filtros del tiempo, debe ir más allá que los meros acontecimientos actuales, debe tocar lo profundo del lenguaje y eternizarlo, y no, como se cree, exaltarlo por determinada época. La poesía no tiene fecha sino música, o de lo contrario no se conocería a Homero, a Villón, a Safo, a Sheskespeare, a kavafis... Si ellos hubieran escrito poesía contemporánea hoy estarían cautivos en su tiempo, en lo contemporáneo de ese entonces y hoy pasado, caduco. De modo que este texto es impreciso y no se publica. Felipe toma otro texto a la vez que sorbe un trago café.

La mujer sigue leyendo con la mano izquierda entre sus piernas.

Felipe, sin mirar al frente, sin sentir curiosidad en lo que hay al frente, sin dejar de pensar en los textos, se dirige a la ventana y baja la persiana porque ventea y siente frío. Vuelve al escritorio y a su sillón giratorio. Organiza algunos papeles. Limpia el escritorio y el sillón. Se queda unos minutos mirando los papeles. Los organiza de nuevo. Verifica que todo esté en Orden. Mira el reloj. Es hora de volver a casa. Ve un libro de Stefan Zweig “Veinticuatro horas en la vida de una mujer” y lo guarda en el bolsillo del pantalón. Cierra la puerta. Ya todos se han ido. Baja el ascensor. Se despide del guardia. Baja a la calle y camina.

Felipe vuelve a enceguecer, vuelve a fijar los ojos en el vacío de la tarde que ha empezado a tornarse oscura. Medio ve las sombras de las personas que se encuentra. No saluda a nadie porque en la ciudad es un acto medieval saludar y mirar a los ojos a los transeúntes. Llega a casa, sube las escaleras. Acto seguido y memorizado, al introducir las llaves en la cerradura de la puerta, ensaya una sonrisa. Abre la puerta.

Una mujer lo espera, trigueña, pelo lacio, ojos saltones, en una silla mecedora. Él apenas se inmuta. Felipe enciende un cigarrillo. Se sienta en el sofá de la sala. El jazz lo relaja. Prende el equipo. There to get ready, Summer song de Dave Bruveck le brinda sosiego.
Ella sentada al frente de la ventana, en la mecedora, lo mira por encima del libro “Sexus” de Henry Miller y siente un cosquilleo en el estómago. Ella quiere hombre, pues, desde la tarde, desde que empezó a leer ha querido... Ya saben...

Felipe siente una mano en el cuello, se deja tocar. Ella le desabrocha la camisa, el pantalón. Ella se quita los calzones que es lo único que cubre su cuerpo y se abalanza sobre él. Él apenas mueve los labios. Ella gime. Él mira el vacío suspendido en el techo de la sala. Apenas se mueve, no deja de pensar en la poesía contemporánea. Imagina que diría Ezra Pound de la poesía contemporánea o que sería de un Arthaud, un Lautréamont, un Rimbaud si fueran contemporáneos y no clásicos. Ella lo araña. Las sombras en el techo, las telarañas, la poesía contemporánea. Ella se baja, le da un beso, se pone la camisa blanca de Felipe y se dirige a la cocina. Se sirve un vaso de agua. En silencio entra al dormitorio. Felipe entra luego. Alza las cobijas y se acuesta a un lado. Se duerme con la inquietud de si el autor del texto sobre la literatura contemporánea ha leído a Walt Whitman o a Fernando Pessoa. Los más seguro es que no.
Estaba en casa a eso de las cuatro de la tarde. Preparaba el almuerzo. Calentaba espaguetis en el fogón de gas. No había arroz. Detalle no previsto. Busqué en la nevera y encontré medio paquete de pan tajado. Saqué dos rebanadas. En un plato vertí los espaguetis, las dos rebanadas de pan, tajadas de plátano maduro y algunos pedazos de arepa frita. Al lado del plato puse un vaso con jugo de tomate de árbol. Me senté al lado de la ventana. Mordí una rebanada de pan. Comí espagueti. Masticaba.

El pan se mezclaba con el jugo de tomate a la vez que lo que quedaba de esa mezcla se mezclaba con la arepa frita y las tajadas de plátano maduro. La revoltura final pasó garganta abajo. Mordí otro pedazo de pan.

Veía el cielo. Era un cielo azul con muchas nubes blancas. Las nubes se movían. Hacían figuras. Masticaba en un acto mecánico. En las nubes aparecían figuras. Primero un toro, luego una casa, un seno, un torso, un castillo… hasta q
ue me vi contigo acostados en una cama de nube.

Moví la cabeza, asustado, pero, ahí estábamos los dos en las nubes observados por mí en la tierra. Te miraba y me miraba sin dejar de masticar. A veces detenía la quijada, pero retomaba el movimiento al instante.

En las nubes nos mirábamos a los ojos en ataques de sonrisas. Te besaba sin ansiedad para que el beso fuera más largo. El viento torneaba tu desnudez. A cucharadas me tragaba tu desnudez. Comía como te veía. Sentí el estómago caliente y te apreté. Tu desnudez alumbrándome la boca.

Tocaba tu espalda. Tu piel en la punta de los dedos. Te besaba la columna vertebral porque te quería vertical y mía. Te en
salivé los pezones. Con los labios hice círculos, rectángulos, espirales. Acudí al llamado eléctrico que le hacía tu cuerpo al mío.

Me abriste las piernas. Tu humedad entibió mi deseo. Entré despacio. Quería sentir hasta el fondo, engarzado a ti, empujándote con la pelvis. Salgo. Entro. Salgo. Entro.

Un pedazo de arepa frita cae del plato. La perrita ladró. Miré el plato y parte de los espaguetis estaban en el suelo al lado de una tajada y un pedazo de arepa frita. Mordí otro pedazo de pan y volví a mirar las nubes.

Arriba seguíamos tocándonos. Estabas e
n encima. Te movías. Te dejabas caer hasta mi pecho y me besabas los cuatro vellos que por cosas de la sinrazón allí me nacieron. Seguías besándome hasta el ombligo, incluso más abajo. Cerré los ojos. Indefenso me entregué a la sensación.

Rodábamos en las nubes. Te besé la entre pierna. Me bebé tu olor. Te bebí. En mi boca tus estremecimientos. Salada y dulce era tu desnudez. Rodábamos sin miedo a caernos. Volábamos. El aire nos comprimía. Éramos aire con piel y deseo. Aire en deporte extremo. Aire que buscaba sur vientre arriba donde la oscuridad respira. Aire unido al temblor que produce la altura. Aire en la danza del instinto en una coreografía de subí y bajas y embestidas.

Ya no masticaba. Sostenía un pedazo de arepa frita en los labios. Lelo miraba. Lelo sostenía la arepa en loa boca. Lelo me
sorprendieron algunos gránulos de sal en los labios y me limpié sin dejar de mirar.

Embestidas, gemidos, gritos, suspiros, caricias, sudor, nubes, besos, senos, ojos, senos, labios, senos, espalda, senos, estremecimientos, senos, senos y tetas. Penetración con los 5 sentidos.

Te llené el cuerpo de besos como si con cada beso intentara atar a ti una estrella, como si mi saliva fuer
a alfileres para pegar en tu piel, tu piel de noche, lucecitas en desorden. Te besé los párpados porque que tras ellos habían dos lunas en creciente.

La perrita ladró y la miré. Pedía espaguetis, más espaguetis. Ella se comió gran parte del almuerzo. Le tiré el último pedazo de pan. Intenté mirar las nubes y vi solo nubes. Nada más que nubes. Me busqué y te busqué y nada. No insistí. Lavé los platos. Miré la perrita que me miraba. La miré fijamente. Le saqué la lengua. La perrita miró hacía otro lado. Sonreí.

Me dirigí al cuarto. Me tiré en la cama. No quería hacer nada. Miré el techo. Miré la ventana y esperé. Me preparaba para ser soñado. Porque lo soñado cuando es soñado con todos los sentidos sueña quién lo soñó sin escapatoria. Por eso desde ayer te espero con tu sueño volador, con tu sueño húmedo, con tu sueño de gemidos traslucidos, con tu sueño de nube, con tu realidad de nube eléctrica. Mientras, miro el cielo con sed, ansioso.

El fin no es ser irrespetuoso con ninguno de los anónimos que me dejaron sus comentarios. No va al caso enojarme con fantasmas. En mi actitud de escorpión sería enterrarle mis tenazas al aire. Es decir, perder el tiempo.

Lo primero que hice al leer los comentarios fue irme al baño y masturbarme. En ese momento pensé, no sé por qué, en una mujer lejana. Apreté en mis manos esa ilusión para que escupiera a los anónimos. Luego prendí un cigarrillo y me senté en la cama.

Pero antes me sorprendió que hubiera tanto doliente con mis textos. Sé que, defensa o sumisión, es usado en contra. Es de entender. Fenómeno antiguo y predecible de la opinión pública. Si alguien dice que otro es un triste de mierda que patina en lo mismo, los otros empiezan a pensar lo mismo y asumen un pensamiento ajeno como propio. Por lo tanto solo me hicieron un comentario digno de responder porque los otros, todos, hasta los que intentaron defenderme, no fueron más que anécdotas del primero. Ocurre. Nos gusta tanto solucionar los problemas de los otros que nos volvemos expertos en el desconocimiento de nosotros mismos.

En cuanto en que patino en lo mismo, mi querido anónimo que es todos los anónimos y que me aventuro a llamar Henry (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia) porque los otros son solo esquilas, le digo: No sé si patine en lo mismo. Y si lo hago es grato saberlo. Si faltarle el respeto a nadie.

Pero miremos bien eso de patinar, cuando lo decís haces referencia a la creación literaria, al estancamiento de los textos por dedicarme a escribirle a una mujer. Bueno, en ningún momento quise hacer lo contrario como tampoco ha sido mi pretensión salvar a la humanidad con mis textos. Es ingenuo pensar algo parecido. Es un artilugio creerse el mesías por estos tiempos.

Vea, esa búsqueda de la estética por la estética, ese acto sisañoso de querer todos los días imponer una moda es una perdedera de tiempo. La moda es para el olvido. Y lo que se hace es halarse los pelos innecesariamente y se acude al espectáculo del insulto y de la crítica para ser tenido en cuenta en algo a lo que no fue llamado. Recordá que la critica es esa señora que está enamorada de los vestidos nuevos. Se los pone y cuando ya no le gusta los deja tirados en un rincón del cuarto. Entonces es cuando el vestido es importante y puede ser de utilidad.

Pero si hay una búsqueda que me interesa y es la de aceptarse como individuo. Hacerse preguntas porque es más valido vivir intensamente una pregunta que ir por ahí juzgando y dando respuestas. En esa búsqueda se acude a la necesidad. Y es la necesidad la que cuenta ese mundo interior que nos habita y nos hace audible esa voz interna atiborrada de tanto movimiento de moda. Es la necesidad, sin importar el campo de acción, la que da las pautas para contar lo que albergamos bajo la piel.

Le confieso, querido Henry, que no pienso en terceros cuando escribo. Sería distraerme de mi propio exorcismo. Si un texto gusta o no a los lectores es cosa de ellos. Eso ya no me incumbe porque para mí esos juicios significan lo mismo: nada. Escribí para mí. Curiosamente se les hace más daño a las personas que no nos interesan porque no pensamos en ellas. Pero soy obstinado, pecador, contradictorio y escribo este texto que es otro esfuerzo innecesario pero me gusta perder el tiempo de esta forma.

Hay otro asunto querido Henry, porque sos todos los anónimos, que me inquieta. Me nombras poeta chilletas con fórmula incluida para crear metáforas. Bueno, es una ingenuidad llamar a alguien de 26 años poeta. Solo a los 28 años si el individuo es juicioso empieza a vislumbrar la reflexión y a pensar por sí mismo. Antes es solo entrenamiento. Por eso es común ver a jóvenes haciendo de todo para encontrar su camino y pintan y escriben y cantan y hacen teatro y cortejan y trabajan en busca de esa puerta para entrar y canalizar sus energías. Entonces es una ingenuidad decir poeta tanto como hacerse llamar como tal. Podrás decirme que existió un Rimbaud o un conde de Lautréamont. Es cierto, pero fueron sus vidas y no las nuestras y sus vidas ya pasaron y son literatura.

Lo otro, de que tengo una formula para las metáforas es la primera vez que escucho tal cosa. Y si la tengo y la sabes, deberías decirme cuál es porque me habrás ayudado y habrás solucionado un debate que viene desde los griegos sobre si hay métodos para escribir un poema o una metáfora. Serías luz para estos tiempos tan oscuros. Pero si es solo por llenarte la boca que decís eso, hermano, sos todavía más ingenuo.

En fin, en este punto voy al baño. Sufro de cólicos por estos días. Cago. Me limpio. Envuelvo papel higiénico en la mano derecha. Continúo con el texto. Y Trannnn… un descubrimiento. Encuentro dos libros que recomiendo a los anónimos para que se instruyan y estén a la altura. El primero es la Poética de Aristóteles y el otro es Como escribir un poema (aunque El abc de la lectura también sirve) de Erza Poud.

En fin, por lo pronto con sus comentarios me limpio la nariz. Una sonada, dos sonadas…. Ahh-chooo … Ahh-chooo… ufá… Los espero con más comentarios. Mientras voy a tirar a la basura el papel higiénico y a cagar otra vez. Ahh- chooo.



Tengo los pies mojados. Mi cuerpo crecido persigue al niño que fui y no lo encuentra. Mi cuerpo está vacío de caminar los caminos que me fueron y ya no son.

Las calles de Fredonia me hieren. No quiero rasparme las rodillas para comprobar que he crecido y me duele el dolor. No quiero doblarme un tobillo y que se me lagrimeen los ojos. Estoy hecho un fantasma que sonríe más de lo conveniente.

El recuerdo es más frío que el frío. Las cosas que hice y son pasado me taladran los huesos. De escacha se constituyen mis movimientos. Los huesos… los huesos… huesos… el frío… frío… los huesos. Hay una capa muy delgada entre los huesos y el frío. Esta piel que tengo está abierta y todo le pasa, hasta el miedo. En los huesos también tengo miedo.

No soy el mismo. Estoy más cansado. Es agotador colgarse los años del cuerpo. Cada año un ladrillo a la espalda. Pero no estoy triste ni alegre. Tengo frío.

Frío del recuerdo que fui, del niño que mordió una manzana y se creyó pájaro, del adolescente que coleccionó deseos torcidos y los apretó en las manos, del fracaso que miró la mujer y se sexó en palabras reprimidas, del muchacho que un día salió con una maleta de nube como antídoto a la angustia.

Tengo el frío de la edad, del recuerdo, de sentirse extranjero en uno mismo, de caminar sin rumbo del niño que fui, de alzar las manos y tantear con los dedos el abismo. Tengo el frío de la ausencia. Tengo el frío del campesino que ya no es reconocido por el campo. Tengo el frío del abandono. Y lo único para arroparte es esta puta soledad que ya se me ve cuando hablo.

Pero no estoy triste, tampoco alegre. Tengo frío. El frío de revisar la cuenta bancaria (002-2702553-1 en Bancolombia, cuenta de ahorros. Nombre completo Juan Camilo Betancur) y verme con el saldo en cero. El frío de mi piel que es escarcha. Tengo frío Luciana, es todo. Tengo frío. Puto frío. Escarcha. Niebla. Frío.




Estoy triste de nacimiento. Con la tristeza chupé del seno de mi madre y lloré de hambre. Mordí el tetero, aún sin dientes, para que la tristeza no me lo arrebatara. Siempre ha sido así. Siempre muerdo lo que quiero y la tristeza lo arrebata. Por eso rastrillo los dientes dormido, de impotencia y de rabia.


Con la tristeza cambié mis muñecos de yupi, me caí en la bici y me raspé las rodillas, jugué el lobo del aire en un ciruelo, le vi los calzones a la tía mayor y me dio mal de ojo, maté un perrito porque creí que volaba y se estrelló en el suelo, comí mango verde con sal y limón.


Con la tristeza busqué helecho para chambuscar marranos. Cortaba el helecho y lo cargaba sobre la espalda hasta la casa del abuelo. Bebía un jugo de naranja e imaginaba al marrano negro, quemado, humeante, con el helecho que había cortado.
Me paraba frente al espejo con la tristeza, nos mediamos, comprobábamos cual de los dos era más alto. Trataba de empinarme, comer más que el día anterior, alzar las manos, mirar más al cielo si por casualidad se me estiraba el cuello. Siempre era más bajo que la tristeza.


Estoy tan triste tristeza y más que una queja es una ausencia esto que siento. Estoy tan triste tristeza que hay en mí pasos hacía otra parte, pasos que ya me caminan y me llevan, pasos que me salvan. Me atraviesa esa ausencia, me es necesaria.


Estoy tan triste tristeza que esta soledad que soy se hace vieja, se desgasta, se emborracha, se enmarihuana, se enluciana, revisa la cuenta bancaria (002-2702553-1 en Bancolombia, cuenta de ahorros. Nombre completo Juan Camilo Betancur) y ve 100 mil pesos que antes no había. Entonces esta soledad que soy, de cuerpo extraño, sonríe porque hoy está menos triste. Hay caminos, hay labios, hay pasajes.


Tristeza hoy te invito a un cigarrillo. Acompáñame a mirar el cielo para que se te estire el cuello un poquito. Ya no soy egoísta contigo tristeza, ya no me mido con vos, no va al caso. Miremos las nubes. Allá arriba. Nuestras nubes. Y brindémosle un racimo de nubes a aquella persona que me consigno los 100 mil pesos.


Tristeza hoy no estoy tan triste, pero se está tan triste, todo el tiempo, que es bueno fumar, hablar con un amigo, seguir con los preparativos del viaje y agradecer todas las ayudas. Así, tristeza, agradecé también que eres tripulante de este viaje.

Llega un momento en que se debe viajar. No se sabe en que momento. Se siente y cuando se siente es irremediable dar vuelta atrás. Al menos si es una decisión vital.

Hay que atreverse a conocer otras tierras. Ver otras culturas. Porque el asombro se atrofia si lo dejas circulando por las mismas calles, los mismos rostros. El asombro se va acostumbrando a que no hay sur más allá de las montañas.

Siempre me han atraído los viajes. El ignorante no viaja, dicen. Hasta el momento soy uno de los más grandes ignorantes. Cabronamente sedentario.

La sabiduría está en el camino. Vivir es saber. Necesito esa máxima como practica y no como teoría.

Pero estoy lleno de miedos. Culpa de la culpa ancestral de mi familia. Me educaron con el ideal de crecer, procrear, ver tv, comer cerdo en diciembre, casarme, rascarme las pelotas, envejecer, ser ejemplo… en fin. Fin.

A los trece años intuí que si seguía en casa me moriría de solo. Entonces hice maletas. Empaqué dos camisas, algunos muñecos cabezones de yupi que eran personajes del Chavo del Ocho, algunas naranjas, un par de medias Adidas, un pañuelo, una foto de mi madre.

Dije en casa que iba a pasar el fin de semana donde amigo. Pero todavía no era el tiempo.

Vivía en Fredonia y llegué a la ciudad. Una volqueta me llevó. Mierda. No sabía que hacer. Amanecí bajo un edificio. Lloré de solo, de frío, de gris, de oscuro, de niño, de hambre, de noche, de miedo, de cocuyo, de sucio, de mí.

Apenas amaneció volví a casa. No dije nada. Solo en mí quedó ese primer fracaso.
Desde entonces hago paseos cortos, pero con la diferencia que vuelvo, por más lejos que llegué, vuelvo. Es distinto.

Ahora es otra cosa. Conocí una luz que me mueve. Se llama Luciana. Ella es Argentina y vive en Buenos Aires. Me escribo con ella. Hay algo en esas palabras que le escribo y me escribe que me convence de que ella es ese puerto, esa frontera, ese límite al que debo llegar para admitir que ya no hay límites porque ambos seremos frontera.

Ella piensa hacer un viaje hasta Perú. Por lo que me ha dicho es un viaje que quiere hacer desde hace tiempo y ha ahorrado para ello.

Yo, en cambio, apenas empiezo ahorrar. No sé que voy hacer pero algo haré. Hice un presupuesto para el viaje. Necesito unos mil dólares.

Para ese capital redacté algunas cartas a mis amigos para que me ayuden con un trabajo temporal. Necesito dinero. La idea es salir en enero.

Hay dos razones para ese viaje. La primera es viajar y proporcionarle al asombro su estatus de asombro y pueda cantar ese viaje. Y la otra es Luciana. Siento algo muy raro por ella. Si, sin más rodeos, me gusta esa Luciana y quiero luchar por ese encuentro.

Luciana es un país donde las flores bailan tango. Un país donde el suspiro es el himno nacional de los posibles. Tírame ese posible Luciana. Si, indudablemente, estoy enamorado. No hay remedio. Ya sueño con que estoy lejos, buscándote, tocándote, mirándote, hablándote, mordiéndote, enlunado. A ese país me dirijo.

Pero necesito dinero, por eso utilizaré mi blog como medio para financiar ese viaje. Es decir, dejaré la cuenta bancaria para quien quiera patrocinarme, ayudar a esta alma que soy buscar su otra mitad de alma que ahora ve. Quién se haya enamorado me entiende, y está de acuerdo conmigo en que es mejor el amor que la perfección y que por amor la vida cobra sentido. Entonces dejo este numero de cuanta para que me ayuden a encontrar a Luciana.

La cuenta es: 002-2702553-1 en Bancolombia, cuenta de ahorros. Nombre completo Juan Camilo Betancur.

Igual, para quien le interese, redactaré crónicas de viaje para dar fe del viaje y de mi alumbramiento. Hacer los preparativos, querida Luciana, es ya empezar a viajar.



Colombia es un país de asesinos en serie. Los más famosos: Pedro Alfonso López el monstruo de los Andes y el reconocido Garabito. Ambos enfermos sexuales. El primero obsesionado por niñas no mayores de 17 años y las violaba. Después de violarlas las estrangulaba para ver la inocencia en estado puro. Escogía sus victimas a plena luz del día para asegurarle más detalles a su excitación. Fue verdugo en Perú, Colombia y Ecuador. El otro, Garabito, se ensañó con niños. A todos los violaba y torturaba cortándoles los genitales. Garabito ya es cultura general en la violencia de Colombia.

Ambos coincidieron en ocultarse en las montañas. Dejar en lo oculto de la selva, del campo, las pruebas de sus crímenes.

No solo ellos han sido monstruos en serie. Han habido otros sectores, menos visibles, pero igual de devastadores, el estado entre ellos. Entre sus atrocidades se nombra la toma del palacio de justicia y los desaparecidos (...) y ahora la presión que ejerce a la educación pública y a la marcha indígena. O los paramilitares con sus fosas comunes y las decapitaciones con motosierras. O la misma guerrilla con los atentados. Y que decir de la infinita guerra de liberales y conservadores. Y que decir de todos los que usamos la coraza de la indiferencia.

Colombia es un país violento por naturaleza. Una guerra que opaca el paisaje, una guerra que se patrocina desde arriba, una guerra que multiplicó el madre solterismo, una guerra que llevamos en las venas. No es de extrañarse entonces que esos actos ocurran y sigan ocurriendo, sin que surja cambio alguno. El odio escudo nacional de hombres indiferentes. El odio cúspide de sangre derramada por una guerra que nos dio la primera palmada en la nalga. El odio carta magna del instinto.

Son incontables los abusos que suceden a diario. En las noticias solo se cubre la parte más visible de los hechos. Los medios van a los lugares más cercanos, más urbanos, para no perder la chiva. Pero dejan lo otro a oscuras. Las montañas están inexploradas por los medios de comunicación. Hay mucho zancudo, mucho paisaje, mucho silencio en las montañas como atraer al colombiano tan civilizado, que quiere sacar barriga, procrear, tener hijos y morirse. Pero eso sí, que nadie los moleste. Esta historia patria los indigesta.

Pero es en las montañas donde la muerte es más lenta y horrorosa. Con Pablo Escobar se hizo mucha bulla porque era un fenómeno urbano y las muertes eran rápidas y visibles. En cambio con los paramilitares apenas se descubren sus atrocidades, porque sucedió en las montañas, donde no hay una cede de un medio de comunicación, ni una ONG, ni una alcaldía, ni un CAI, ni nada. Donde no hay como verificar ningún hecho.

Es en las profundidades de las montañas del suroeste antioqueño, acaba de nacer otro asesino en serie. Se dice que tiene vínculos con los paramilitares, hoy, las águilas negras. Es un joven de 19 años y ya ha matado a dos. Pero no a niñas ni niños, sino a hombres con algún retardo mental. Específicamente en el municipio de Fredonia, en la vereda de Travesías.

Él se llama Yeison Acevedo Morales y ha matado a dos. El primero fue a un tío, Ernesto Morales, el pasado 16 de octubre. Y el segundo fue Carlos Garrucha, un tío político, a quien asesinó el pasado dos de noviembre.

Yeisón después del primer asesinato, tal vez el más duro, el que le mediría la sangre, se fugó por dos semanas. Luego volvió a su antigua casa como si hubiera salido de vacaciones. Su antigua familia lo acusó a la policía. Por falta de pruebas fue liberado.

Yeison estuvo en la casa, silencioso, planeando la muerte de Carlos Garrucha. Necesitaba hacerse más fuerte para ir por el gran pez, Pedro Pablo Echeverry, el que mató a su padre.

Yeisón desde pequeño siempre, cuando hablaba, miraba a la derecha. Pocas veces seguía una conversación con la mirada fija. De pronto se acordaba de algo y miraba a la derecha. Entonces se quedaba callado y apretaba los puños. Porque el hombre cuando mira a la izquierda es cuando miente y a la derecha cuando recuerda.

Yeisón desde muy pequeño iba a la casa de Pablo a observarlo. Lo miraba fijamente. Luego se quedaba llorando, solo, jurando vengarse. Además Pablo embarazó a su madre, al poco tiempo de haber matado a puñaladas a su papá.

Pedro Pablo en estos instantes está encerrado en su casa. Se muere lentamente. El terror lo ha visitado. Tiene una tienda y desde hace dos semanas no la abre. Esta cagado de miedo. Además sabe que su nombre se susurra con más fuerza al otro lado. Y que su hijo, el único digno de él, el que engendró con un error, cada vez se hace más fuerte. Y sabe que su muerte va a ser lenta y dolorosa, más lenta y dolorosa que las que ha cometido su verdugo.

Yeisón se prepara para Pablo y Pablo lo sabe. Yeisón tortura a Pablo con la imaginación de su propia muerte. Con varías personas dejó el recado de que el viejo maldito será el último y el más sufrido.

Pablo estaba en casa, con su segunda esposa, mirando tv, cuando le contaron del asesinato de Carlos Garrucha.

Carlos Garrucha era la mano de derecha de Aurelio, el abuelo de Yeisón. Carlos era que cortaba los guineos, recolectaba el café, mercaba, realizaba las tareas básicas de la casa. Era casado y tenía dos hijos.

Yeisón, después de que fue detenido, volvió a casa, hizo maletas y se fue. Eso hizo creer.

En casa de Aurelio se fue el agua, Garrucha como siempre acudió a arreglar el daño. Como antes, era posible que un tronco o arena hubieran taponado el tanque o la tubería.

Garrucha apareció el lunes tres de noviembre, picado a machetazos, dentro del tanque. Yeisón le dio 23 machetazos, lo cortó por las articulaciones. Cabeza, brazos, piernas... Luego puso una lata sobre el tanque, a la lata la aseguró con llantas y rocas. Y marchó.

Pablo escuchó la noticia. Se hizo el fuerte. Dijo acostarse a dormir. Pero no durmió. Esa noche escuchó pasos fuera de su casa y una voz que pronunciaba su nombre.




Últimamente ando mesurado en este blog. No he querido contar muchas cosas. Intento ser parcial y escribir sobre generalidades. Según se dice, las generalidades dan cierto aire de decencia y sabiduría.  El que es general es universal. El que sabe de todo es más práctico. Pero no soy decente ni sabio. Además esas cuestiones de vanidad, en verdad, me dan flatulencias.

Sé que debo respetar a los otros. Nadie es culpable de mis desgarramientos. ¡Qué me demanden entonces!  No escribo para que me lean. Aunque su lectura, querido lector, me hace sentir menos solo. Mi fin es descubrirme en mí. Tocar mis debilidades, saber de mis límites, enfocar mis miedos. El resultado final, el texto, si gusta o no, me dará igual porque fue un estudio de mí, un resultado de mí, lo otro es añadidura.

Podrán decirme que ese argumento es valido pero sin que se publique texto alguno. De acuerdo. Pero si lo público y no lo público quedaré igual. Veré con los mismos ojos el mundo. Nada a parte de mí habrá cambiado. No me interesa salvar el mundo, no quiero acumular dinero, no soy un caudillo, apenas puedo hablar. Así que no veo la diferencia si lo que quiero es ser o no ser aceptado por quien me lee. Es cosa del lector los juicios. Además me atrae la idea de que mis errores alteren a los que comenten los mismos errores. Tal vez lo que les duela es que se identifican con algunas de mis cosas y no les gusta sentirse endemoniados, débiles, frágiles, insignificantes, asustados, indefensos, fracasados. Entonces reaccionan y atacan o se van o se quedan y leen sin decir nada, como mirando en mí ego de ellos eso que odian.

Estuve por varias semanas jugando a ser bueno. Quería hacer bien las cosas y encajar en el sistema de las buenas intenciones e individuos incorruptibles.  Bueno, lo hacía motivado por la fiebre del amor. Que le vamos hacer, también soy miope de corazón.

Estaba enamorado. Si Luciana, de mujer mayor. Pero está vez la barrera de la edad pudo más que la entrega. Tengo la manía de mirar donde no debo. Por ella dejé de contarme con todo el desgarramiento. Por ella creí un posible. La esperé más de lo conveniente.

Luciana, cuando uno se enamora ve derecho todo lo que es torcido. El deseo circula por las venas, nubla la vista, atrofia los sentidos. Se tiene la razón envenenada de impulsos. Pero me gusta ese envenenamiento.

En fin, sucede, fui más poesía que hombre. Creo que ya te lo había dicho. Y no me justifico. Admito que no hice bien las cosas. Mi cobardía, mi puta cobardía, no sabes cuánto me fastidia. Llené la esperanza de distancias. Faltaron algunas vueltas a la tierra antes de que yo naciera. Le faltó otro giro al destino para que fuéramos complemento. Contra eso no hay poder humano. Si uno quiere un árbol de mandarina, lo consigue, pero no puede hacer que el mandarino dé frutos antes tiempo. Hay unas leyes por encima de nuestros deseos.

Se puede saber que se quiere esto o aquello y que esto y aquello no coincide con lo que se siente de esto y aquello. Tal vez por buscar lo que no me corresponda me pierda otra cosecha, otro florecer que si es el que me corresponde y se marchita por mi terquedad, por mi ansiedad, por mi prisa, porque soy un torombolo, un morocho como me decís de cariño, tu morocho, un mamarracho, un hombrecillo con los brazos tercos. Hay que mesurarse Camilo para arrojarse al abismo con más determinación. Hay que sincerarse ¿Por qué a quien le mentís cuando mientes?

Luciana, me decías que en algún momento íbamos a coincidir, no sabías cuándo ni en qué tiempo, pero que íbamos a coincidir. Por las cosas, por como están pasando, creo que tenías razón y qué será en este tiempo. Vea, le tiro un pedazo de magia. Hace aproximadamente dos horas escuchaba tu canción Golondrinas y una tórtola se entró a la casa. Dio vueltas por el techo. De golpe aterrizó en la cama de mi hermanita. Yo estaba en el comprador fumando y escuchándote. En la casa hay una perrita que no quiero mucho, pero no me cae mal del todo. La perrita se lanzó al ataque. El ave se introdujo en las cobijas. Vi la perrita encima de la cama y atrapé la tórtola. Me senté con ella en el computador. Puse tu canción y el ave se quedó quieta. Me dio por pensar que me la habías enviado. Me sonreí. Esas ideas son muy tontas. Pero soy tonto, soy ingenuo, soy despistado, soy débil, soy pobre, soy ocioso, soñador, tímido, triste y esas ideas para mí no son tan tontas por lo tonto que soy cuando me sé tonto. Luego salí de casa, abrí la mano y la tórtola se fue.

No quería que se fuera ni la tórtola ni mi idea de vos en la tórtola. Pero eso es lo que quiere todo el mundo. Soy un infante en estas cosas del amor y no quiero crecer. Solo los niños conocen la sabiduría del amor porque no idealizan y no desean más de lo que les es permitido por el asombro.

Ella, de la que me enamoré antes de vos, fue la que tocó la puerta. Ella me dejó una ausencia cálida. Sé que no hay ausencias cálidas. Pero esa fue cálida, que le vamos hacer, así la sentí. Fue una ausencia propulsora, ausencia  aceite, ausencia sacudida de deseo, ausencia puente, ausencia guía, ausencia maestra de ceremonia.

Tal vez otros tipos sean más prácticos y en mi lugar no renuncien y jueguen a hacerse indispensables.  Pero no soy como otros tipos porque ni sé como soy. Además, mi apuesta es la ilusión y no el futuro. Por eso me pierdo, porque por dar no abro los ojos y no veo indicios, señales, pistas. Soy experto envolatándome.

Ahora todos los hombres que soy empezaron a leer otras pistas,  otros signos que los llaman, otras señales que los hacen visibles.

Si, eres tú, Luciana, la argentina, la música, la de las señales, la que canta el olor de la orquídea y el jazmín y vive en la otra orilla del olvido. Miles de kilómetros separan nuestras bocas. Y lo contradictorio es que siento que vives a dos casas de la mía. Que basta con abrir la puerta, caminar un poco, verte la cara, besarte la boca, tomarte la mano y que me moleste la cremallera y entonces reír porque me descubriste soñándote en cada parte de mi cuerpo.

De nuevo, por ti, Luciana, soy el círculo y me repito como todo lo que sueña y tiene manos y se queja y sufre y fuma y se rasca el estómago. De nuevo el amor, el deseo, la cursilería. De nuevo el de nuevo. Pero ¿Cuántas veces se siente lo mismo en la vida? Si muchas. Pero ¿Con cuánta determinación? ¿Cuánta Luciana?¿Por qué no hacer equipaje?

 

Despertarse en la mañana, desayunar y bañarse. Esta camisa sí, ésta otra no. Lavarse los dientes. Estar cara a cara frente al mundo, habitándolo, sufriéndolo. Escuchar las noticias y sentirse triste de que nada cambiará sino se instaura el caos y nos rebelamos todos contra el gobierno de un hombre. Es triste que millones de hombres sean gobernados por un solo hombre. Un solo hombre es un país entero. Un solo hombre nos tiene en guerra sembrando desierto en el campo.

Es muy fácil no complicase la vida y complicársela es tremenda empresa. De ahí que finjamos que nada pasa, que el presidente puede resolverlo todo y adoptemos la indiferencia como coraza.

No conozco al primer individuo con una vida sobria dedicado solo a florecer como los claveles. Tenemos el lenguaje y por eso no somos claveles. Para el ciclo del clavel buen tiempo, rayos de sol, lluvia y tierra bastan. Al hombre siempre le va a faltar algo: una mujer, una vaca, una prenda de vestir, un asesinato por cometer, una Luciana, otra reelección, el azúcar en el chocolate.

No sé del primer hombre conforme. Si existe que me escriba para aprender de él en todo momento y vivir sin quejarme, satisfecho de respirar, ir al baño, mirar las estrellas o soñar sin la agonía de existir.

Un hombre satisfecho es un extraterrestre, sin sentimientos, sin deseos. De las preocupaciones nace una fugacidad espontánea del espíritu llamada felicidad. Entonces el hombre satisfecho no es feliz ni triste, está vacío.

No, no quiero la plenitud. Hombre satisfecho no me escriba. No me gusta la perfección porque no tendría a quien culpar por las consecuencias de mis actos.

Veamos, si un hombre está más allá del bien y del mal no amaría. Estaría enfermo. Me atrevería a decir que la imagen de Dios le sería un espejismo, porque Dios es el argumento para imaginar un pie en la pierna amputada. En Colombia es donde más creemos en Dios por la cantidad de piernas emputadas que ha dejado está guerra. Curiosamente es uno de los países con más arrepentimientos y fiestas.

Supongamos que exista un hombre perfecto sin testimonio de un desamor o una diarrea, sin azares, sin miedos. Un hombre sin azares no necesita de Dios puesto que nada le debe. Se acude al bueno de Dios como se acude a una prendería, se empeña el alma por un perdón.

La perfección no sabe de bostezos, de mujeres lúgubres, de enamorarse de una amando a diez, de quebrarse un tobillo, de comer lechuga e indigestarse, de emborracharse y querer enamorar la luna con poemas mal escritos, de levantarse todos los días sin saber que hacer.

La perfección nos hace insensibles. No hay preguntas, no hay deseos de vivir, no hay lucha. Por eso es importante la infelicidad. Solo siendo infelices se puede pensar en ser felices. Si se está aburrido 7 días a la semana, pero si por casualidad una alegría te embriaga tres horas, hay que sentir esas tres horas como si fueran siete días. Entonces no se habrá sido más feliz. Cuando un pájaro con un ala herida se traslada de un lugar a otro, con todo el dolor y la impotencia, es feliz entre saltico y saltico cuando alza sus patas de la superficie del césped. A esa felicidad me refiero, a la felicidad de los salticos.

Es inútil la plenitud, la perfección, el querer ser mejor el día de mañana, realizar proyectos de vida, ser el centro del universo. La vida es un caos sin remedio. La vida son episodios efímeros y desordenados. De ahí que la depresión sea constante porque no controlamos los azares, porque nada sale como queremos. Vivamos ese desorden sin pretender ordenarlo.

En caso de que se puede arreglar el caos y el presidente de la república nos venda la idea de que todo está bien, que los paros de los cañeros y los indígenas son un problema en miniatura, que la crisis de la bolsa de valores en Estados Unidos no afecta nuestra economía, que los paramilitares se desmovilizan cuando nunca se han desarmado, que todo es una tonta idea de control, de salvación. Pero tras esa idea está el caos que oculta el discurso. Y ni el presidente de la república ni nadie pueden arreglar este caos. La vaina se sale de las manos, siempre ha estado fuera del alcance. El caos está desde siempre, y vivirlo es aceptarnos. Si se arregla el caos deja de ser caos y si el caos deja de regirnos dejamos de ser nosotros porque la vida no es solo el lenguaje y si el caos deja de ser vida ¿Qué sería de la vida? ¿Qué sentido tendría procrear por accidente? ¿Me preocuparía a caso del polen en la flor? ¿Seguiría declarándole mi amor a una mujer imposible a la que le escribo cartas y le confieso que la quiero? ¿Iría por la calle robándole a los senos altura? ¿Estaría escribiendo estas cosas?

Hay que complicarse un poco la vida. Los problemas ofrecen diversión. Los problemas nos hacen más individuos. Los problemas nos brindan soluciones y si no hay soluciones no hay problemas y si las hay, como decía un amigo, tampoco hay problema. No hay que controlarlo todo. De vez en cuando es recomendable intentar desayunar con un bolígrafo o saludar un sapo para preguntarle sobre Vivildi.

El hombre sería menos triste de lo que es ahora si se atreve a ser imperfecto y pensar por si mismo y dudar de todo aquel que se crea el salvador. Pues no hay nada más vital que los reos, los hijos pródigos, como el hijo que se va de casa y vive y sufre y malgasta la herencia y es infeliz y vuelve a casa y le matan el mejor cerdo. Mientras el hijo que siempre estuvo fiel, trabajador, perfecto, nunca tuvo una atención significante de su padre. Porque las ovejas descarriadas aprenden a ser sus propios pastores. Se atrevieron a ser infelices, renunciar a las seguridades, aceptar las imperfecciones, el caos interior para encontrarse así mismos
El lunes es para sentirlo sin palabras, sin deseos, estancado, hueco por dentro. El lunes es un día de salto de renglón. Un día para no recordar. Un día para andar con las manos en los bolsillos del pantalón. Un día para no mirar el cielo porque los ojos están nublados. Un día para llorar sin que se note. Un día para morirse de impotencia.

No me gusta el lunes. Un lunes es como encontrarse la luz del día después de una noche de fiesta. El lunes huele a muerte porque es el día en que más gente muere. Es el día de los infartos y los paros cardíacos. Es el día en que más caras tristes cruzan las calles, toman los autobuses, luchan con las ojeras. Es el día es que nadie se toca las orejas porque no hay tiempo para estar por el aburrimiento de estar. La gente detesta trabajar el lunes porque es el inicio de otra semana.

Lunes aburrimiento. Martes resignación. Miércoles vacío. Jueves alucinación. Viernes marihuana. Sábado mujer. Domingo dolor de estómago. Lunes aburrimiento y temblor en el alma.Fumarse un cigarrillo un lunes es fumarse un cansancio. Enamorarse de una mujer el lunes es asegurarse un olvido. Hacer planes un lunes es hacer castillos en el aire. Escribir poemas un lunes es insultar al buen gusto y la prudencia. Hacer el amor un lunes es apuñalar el corazón a indiferencias.

No hago nada los lunes. Duermo hasta las diez de la mañana. Estiro las manos. Bostezo. Miro a través de la ventana la montaña que me saluda y me saco un moco, lo envuelvo en los dedos índice y pulgar y tiro la bolita verde al piso. Voy a la cocina. Prendo la grabadora. Escucho a Julio Sánchez Cristo hablando bien del presidente Uribe y de su resistencia ante los consejos comunitarios. Apago la grabadora. No me interesa el país un lunes. Que se decrete el día de la indiferencia el día lunes.

Prendo el fogón de gas. Veo la arepa dorarse en la parrilla. La arepa huele distinto el lunes. Huele a cable quemado, a caucho viejo. Igual, le echó mantequilla y la muerdo. Me como la arepa sin sentir que me como una arepa, de la misma manera en que se saluda a cualquier persona en la calle, por reflejo, por necesidad de movimiento, por incapacidad de hacer una sola cosa a la vez, por pensar mientras el cuerpo hace otra cosa, por detestar el lunes.

Vuelvo a la cama. Quiero leer pero estoy cansado. Quiero escribir pero no sé qué. Quiero ser un hombre responsable pero es lunes para imaginar un futuro. Quiero hacer algo pero no hay deseo. Puto lunes.Miro el techo y me siento triste, aburrido, enamorado, solo, impotente, quejumbroso, lunes, amarillo, malparido, fracasado, inseguro, otra vez solo, otra vez lunes, otra vez fracasado, otra vez enamorado, otra vez solo, otra vez malparido, otra vez inseguro.

Lunes care nalga. Lunes de putas sin maquillaje. Lunes lunar de la semana. Lunes de espanto. Lunes de cigarrillos. Lunes en que te echan de la vida. Lunes para aburrirse con todo y con todos. Lunes sin respuesta. Lunes sin lectores. No me lean. Huevones.
Salí de Fredonia hace seis años para estudiar periodismo en la Universidad de Antioquia. Partí. Porque hay que hacerse hombre fuera de casa. Luego regresar a valorar lo perdido.

Fredonia es frío, cafetero. Cuna del escultor Rodrigo Arenas Betancur, el escritor Don Efe Gómez. También es un municipio arrasado por tres derrumbes. Acontecimientos que son Iconos en la tierra de hombres libres. Hechos turísticos en la historia del municipio.

Mi casa estaba ubicada en la vereda Travesías. Era una vereda tranquila. Nunca pasaba nada. El tiempo se entretenía comiendo naranjas o jugando al escondijo con nosotros. Y le hacíamos trampa al tiempo. No lo buscábamos. Queríamos ser eternos un ratico.

Conocí mucha gente en ese lugar, de allá es mi infancia. Mis recuerdos están llenos de cielos estrellados, de tardes nubladas, de novenas del niño Dios, de gallinas, de carreteras, de arepas con mantequilla de vaca, de sueños que eran posibles porque eran inocentes.

Se creía en la tranquilidad. No había plata pero nada faltaba. Siempre había una risa que ofrecer al vecino. Sabíamos con quien enojarnos porque podíamos hacer las pases. Fuera del campo todos estamos enojados porque no nos detenemos a caminar y todo no es invisible y todo se mide con la prisa.

Ernesto Morales siempre me saludaba con una sonrisa. Iba a la casa a que mi madre le diera chocolate y un par de galletas Saltín. Llegaba a las seis de la mañana. Sonreía y se despedía. Daba una ronda por las casas vecinas. Llegaba a la hora del almuerzo, el desayuno o la comida cuando no tenía trabajo. Cuando trabajaba se quedaba en una sola casa. Trabajaba por la comida y por tener un techo donde dormir algunas noches. No le gustaba su casa porque su familia era muy escandalosa y se insultaban por deporte.

Él era pacifista. No le gustaba pelear. Huía de los problemas. Le tenía fobia a la policía porque pensaba que lo iban a culpar de un delito no cometido. Es legal una equivocación.

Cantaba en las mañanas. Escucha desde mi pieza su voz a las 6:00 am. Era como mi reloj despertador para ir al colegio. Cantaba las mismas canciones: algunas rancheras de Vicente Fernández y otras de despecho de Darío Gómez.

Le decían Colanta porque era lo único que decía de pequeño. Si le preguntaban que quería contestaba Colanta. Colanta con banano, Colanta con agua de panela, Colanta con café, Colanta con mermelada de guayaba.

Tenía una novia 10 años mayor. Salían los domingos, iban a misa, se confesaban. Luego se sentaban felices, enamorados, con las mejillas encendidas después del beso, en unas de las heladerías del atrio a mirar a la gente pasar.

Si estuviera vivo tendría unos 36 años. Lo mataron el sábado 16 de octubre. Le hincharon el rostro a golpes. Le reventaron un zurriago en la frente. El asesino fue un sobrino.

Ese sábado habían dos festivales. Uno en la vereda la Toscana y otro en Travesías. Ernesto estaba con su novia en el festival de la Toscana. Bailaron, se abrazaron y se dieron un beso tímido en la despedida. A la media hora llegó su sobrino, Yeison Acevedo Morales. Al enterarse de que su tío no estaba se dirigió al otro festival. Tampoco. Caminó hasta una cantina, El reposo. Allí lo encontró. Ernesto estaba sentado en la barra con una cerveza Pilsen y un cigarrillo President. Se le acercó y le dijo que caminaran. Ernesto se despidió cantando.

Ese día Yeison tenía la herida de un recuerdo en sus ojos. Un reclamo que hacía al tipo equivocado. La perdida de algo sagrado subía por sus venas.

A su padre lo mataron cuando tenía dos años. Lo mató Pedro Pablo Echeverry en 1991, año de la constitución Política de Colombia. Lo mató a puñaladas por una ruana y porque lo había descubierto amante de la mamá de Yeison. Jugaban dominó y mi abuelo perdió. Pelaron. Luego mi abuelo huyó. Lo encarcelaron a los dos meses . A Yeison lo adoptó su abuelo, Aurelio, y le brindó una casa para dormir y crecer.

El cadáver de Ernesto apareció el domingo a las 10 pm. Le habían dado dos puñaladas en el corazón y echado a rodar por un cafetal. El informe de la necropsia es que fueron dos los asesinos. Uno solo no hubiera proporcionado esas heridas. Del otro todavía es un misterio su identidad.

El la mañana del domingo Yeison se levantó. Desayunó. No miró a nadie a la cara. Se despidió evitando cualquier conversación. Hizo maletas y se fue.

En la tarde del lunes fue hallada en su habitación el arma asesina y una camisa ensangrentada.
Mi abuelo, Pablo Echeverry se despertó asfixiado en la madrugada del martes. Había soñado con el rostro de Yeison. Supo que el pasado había despertado y que sus actuales buenas intenciones no borrarán el mal que ha hecho. Han empezado a rondarlo. El equivoco ya es mayor de edad y como él, ya ha matado a una persona inocente.
Tierra
Mi Sergio, no hay método científico a la hora de concebir un verso ni barcos de papel ni sombrillas abiertas para mirar el cielo. El verso como luz a los ojos, como frío a la piel, como sangre a las venas es al poeta tierra movediza. Porque hay rascacielos al abismo tras cada verso que atraviesa los sentidos. Y todo es absorbido, hasta el letargo que padezco. Y todo es música manifestada en dolor y alegría, en odio y amor, en tierra y respuesta.

Aire
Mi Sergio, El poema es un canto a un imposible entendimiento, al la constante mi-seria, por algo se escribe, por algo escribes, por algo escribo. Por eso el poema es multidireccional como el viento. El poeta es un embudo a la página, un intermediario, un médium, un árbol en que el poema anida cuando le da la gana.

Agua
Mi Sergio, tienes razón, navego en espejismos. Y creo no soy poeta porque el poeta no elige ser poeta. No se educa para escribir versos de la misma manera que un abogado o ingeniero. No edifica ladrillo a ladrillo un poema. El poema es un susurro en un país sin territorio, un movimiento, un aleteo, un océano contenido en un vaso de cristal.

Fuego
Mi Sergio, no sé si despierte, pero si acudiré a la mesa de mortandad a ver el chocolate servido. No sé si beba, estaré ahí. No se si hable, estaré allí. No sé si escriba porque el poema no es un acta de El Colombiano o El espacio, no es una noticia porque la noticia no tiene alma. El poema es un trozo de alma en estado gelatinoso que tiembla con la temperatura en la palma de la mano. Es sustancia incolora, incolora, inanimada para espíritus afanados. Vos sabes eso más que nadie. Porque el poema es divinidad hecha lenguaje, inexplícale y maravillosa como una flor al alba, un relámpago en la tormenta, una antorcha encendida.
Cada cosa hace parte de otra cosa que a la vez en la misma cosa que la nombra. Es decir, cada elemento hace parte del equilibrio de otro elemento que justifica su existencia. Todo es paisaje necesario, elemento necesario: unidad.

Lo que está fuera del alcance de la creación del hombre como la vida misma, el hombre termina humanizándola. El hombre mitifica para entender lo que su imaginación no comprende. Porque solo recordamos lo que nuestra imaginación nos permite recordar.

Por ejemplo a los animales domésticos los dotamos de facultades que no les corresponden y creemos que se enamoran, se sienten tristes ante el fin del mundo, toman cerveza y cortejan en estado de embriaguez, les gusta las telenovelas de RCN, los perfumamos, los vestimos, les ponemos nombres humanos, los hacemos dependientes de nuestra incapacidad de estar solos. Y peor aún, creemos que son los únicos que nos entienden.

Lo mismo con las cosas que fabricamos como los vestidos, los escaparates, los muebles y creemos que adquieren cierta energía que los diferencian de otros vestidos, escaparates y muebles. Les damos vida y creemos que con otra persona se revelarían porque nos pertenecen y les hacemos falta.

Pero los hombres no solo son los que humanizan su entorno. El entorno también trasforma el hombre, lo salvajiza. Hay días en que amanecemos árboles y nuestros sueños son pájaros que anidan y se van a otros árboles. También amanecemos cielo y en los ojos se nos ve algunas nubes diminutas. Pero, debido a nuestra inconstancia, a estar siempre corriendo hacía la muerte, a desbordarnos sin control, amanecemos casi siempre cañadas.

Como cañadas nos tornamos, antes de la tormenta, transparentes. En la noche la cañada se hace escuchar. En la noche es cuando somos más conversadores. Caso concreto me sucedió con Julio Cadavid, mi buen amigo Julio. Una vez me lo encontré a medio día y no supe que decirle. Pero en la noche hablamos hasta la madrugada sin interrupciones.

Pero llueve y la cañada crece, se desborda. Nosotros también crecemos y nos desbordamos. Todo en nosotros es turbulencia y como una cañada en creciente arrastramos todo lo que nos encontremos. Furiosos chocamos contra lo conocido y desconocido sin pedir perdón. Nuestras pasiones se nos salen de la piel y huelen a pantano. La cañada cruje y nosotros gritamos, damos alaridos, nos en remolinamos y tragamos angustias así como la cañada traga viento. Somos nocivos en creciente, lo inundamos todo.

Luego escampa. Somos de nuevo trasparentes, en apariencia inofensivos, sonrientes, igual que la cañada, igual que el agua transparente que intenta reflejar el canto de los pájaros en su superficie.
De joven, antes de que me graduara de la universidad, trabajaba en un bar. Me gustaba esa vida. Era poco lo que ganaba, pero me servía para los pasajes. Era el tiempo de las buenas intenciones.

Los bares son necesarios para la catarsis de los hombres. Son en esos lugares donde el hombre se enamora con más frecuencia. El amor está en las mesas, en la barra, en el licor, en el cigarrillo, en las paredes. El hombre puede enamorarse hasta tres veces en una noche. Llegan. Piden una cerveza. Se sientan en la barra como animales feroces. Las victimas de su instinto son aquellas damiselas solitarias. Los hombres las miran, les mandan una cerveza. Claro, yo les llevaba la cerveza. Luego las miran y se sientan al lado. El resto depende de la mujer.

Las mujeres también beben. El licor les altera los sentidos y el instinto de conservación. Entonces ven el amor, en las mesas, en las paredes, en la nariz respingada de algún tipo y si querer, si que lo hayan pensado ese día, piensan en tener un hijo en tipos tan inconstantes como yo.

En el fondo, en lo que se esconde tras las palabras, lo que la cultura determina en el inconciente, la mujer dice quiero tener un hijo y el hombre dice puedo huir de la mujer que quiere tener un hijo.

Cosa seria esa la del juego del amor. Más de una vez resulte enredado en situaciones embarazosas. Pero no me arrepiento. Tenía mis buenas intenciones. Por ese entonces había decido hacer bien las cosas y empezar, por fin, una relación seria, fiel y aburrida, pero seria.

Aquel día, domingo, había dos mujeres en el bar. Llovía horrible. Me emputaba la lluvia. Quería que escampara. Era una noche de los mil demonios de la lluvia. Lluvia caza buena intenciones. Quería que escampara para que la más fea de las dos mujeres se fuera. Porque se había hecho un peinado y la lluvia lo estropeaba. Deseaba que escampara. Rezaba.

En verdad, era una chica muy fea, pero, no hay que negarlo, estaba hecha una reina de belleza para mi apetito trasatlántico de vulvitas espumosas y oceánicas.

La otra era lesbiana y era una amiga. Se tomaba una cerveza. Con ella no había problema. Como sabía que no tenía chance no la miraba con el pipi, con los ojos del instinto. No había deseo. Pero con la otra era diferente. Solo verla, su fealdad, me daba ganas de metérsela toda hasta el estómago. Su fealdad me excitaba.

Por esos días había arreglado las cosas con Lucrecia y no quería traicionarla. La quería y por eso iba a hacer bien las cosas. Me había ducho a mi mismo: Florentino, esa es la mujer con la que te vas a quedar. Como te gustan las relaciones turbulentas, y Lucrecia es turbulenta, es la indicada. Sabes que Lucrecia te saca a flote las pasiones más macabras. Y cuando le haces el amor también la matas. Porque el amor es una muerte gemida en el otro.

Pero no escampaba y mis buenas intenciones se derretían con la lluvia. Puta lluvia daña buenas intenciones.

Cerré el bar. Nos quedamos los tres adentro. Mientras arreglaba las cuentas ellas dos conversaban. Luego me senté al lado de ellas. Hablamos. Quedé a unos centímetros de la fea. La otra fue el baño. Miré a la fea, le dije que ese día iba a pecar, le iba a ser infiel a su novio. Se río. Creyó que bromeaba. Y bromeaba pero en serio. Porque las cosas serias hay que decirlas charlando para que surtan efecto. Mientras reía lleve una mano a su sexo y por encima del pantalón froté los dedos. No impidió ninguno de mis movimientos. La otra se sentó al frente de nosotros. Seguimos conversando, seguí acariciando el sexo de la fea, seguimos haciendo de cuenta que no pasaba nada, seguí acariciando la entrepierna de la fea.

A ratos me cansaba de la muñeca de la mano y me hacía el huevón y prendía un cigarrillo y volvía con la mano a su entrepierna.

Estaba a punto de reventar la cremallera. Tenía una erección tumba muros. De pronto, porque me dolía la mano, la espalda y el miembro que atacaba enfurecido la cremallera, me acordé de Lucrecia, de sus ojos de bruja, de su sonrisa, de sus movimientos de bailarina en la cama, de sus gritos de felina en celo y propuse que bailáramos. Era la única manera de sacarle la mano a la fea de la entrepierna y no serle infiel a Lucrecia y ser consecuente con mis buenas intenciones.

Las cosas se enredaron más. La lesbiana propuso un juego. Consistía en que ella iba a ser profesora de baile y nosotros sus alumnos. Me puso contra la pared. Me dijo que no me moviera. A la fea le dijo moviera sus nalgas, me rastrillara las nalgas, me hiriera mortalmente las buenas intenciones con sus nalgas. La fea puso las manos en el piso. Hizo fuerza y empujó hacía atrás. Mierda. Cerré los ojos y traté de pensar en algo feo. Pensé en la fea y no pude resistir. La embestí. La fea me dijo: ¡Calmado Florentino! Es solo un baile.

Me senté en la barra. Saqué una cerveza, prendí un cigarrillo. Quería parar el juego. La lesbiana dijo que no habíamos terminado. Faltaba el sanduche. La miré y solté la carcajada.

La lesbiana se hizo tras de mí y la fea al frente. La fea me daba la espalda y yo le daba la espalda a la lesbiana. El caso era que yo debía seguir los movimientos de la lesbiana y la fea los míos. Nos movimos en círculos. Hacíamos una buena coreografía. De pronto la lesbiana me embistió. Me dio con su vientre en la nalga. No me aguanté y solté la carcajada. ¡Florentino, es en serio!Volvimos al sanduche, igual que antes. La lesbiana volvió a embestirme. Me aguanté la risa y embestí a la fea. Me gustó la embestida. Me embestían y embestía. Me tallaban el trasero con la hebilla de una correa y tallaba la nalga de la fea con mi aparato reproductor. Mis manos volvieron al sexo de la fea. La fea dijo listo. No le gustó que la apretara. Paramos. Se fue. Se sentó en la barra. La lesbiana seguía embistiéndome. La vi y tenía los ojos cerrados y la boca abierta. Me volteé. La embestí de frente. Ella abrió los ojos. Nos sentamos en la barra, en silencio. Decidí irme para la casa. En la puerta nos despedimos. Había escampado. Maldije a la lluvia y me fui con la lesbiana. Había encontrado mis buenas intenciones en el bolsillo del saco.