La constancia del ocioso

Nunca me ha gustado trabajar. No porque me crea incapaz. Al contrario, cuando me da la gana, hago las cosas mejor de lo que me imagino y por eso, por el impulso de la pasión, me embalo. No soy muy amigo de la constancia.

Es difícil mover el cuerpo sin conectarlo con el espíritu. Los que conozco son muy ágiles con el cuerpo. En cambio, yo soy lento, muy lento con mi cuerpo por la conciencia que tengo de mí. Esa conciencia, esa sospecha de lo que es uno y teme, empezó desde hace mucho.

Recuerdo que siendo aún niño le dije a mi madre que no quería trabajar porque me sentía mal conmigo mismo. Ella me besó en la frente y me dijo que no me preocupara, que eso no era para preocuparse, que el trabajo dignificaba al hombre, que mejor dejara de pensar cosas sin sentido y fuera a recolectar café con el abuelo.

El abuelo me esperaba. Me miró y me sonrió. Se sentía orgulloso de que su nieto, a los diez años, ya se perfilara como un excelente recolector de café, quizás el más alto e inteligente de la familia. Él me saludó, me tocó el hombro y me dijo que tenía la libertad de acercarme al árbol que quisiera. La condición, dejó muy claro el viejo, era que árbol de café que empezaba a quitarle los granos maduros debía terminarlo, no dejarlo empezado, y solo dejar los granos verdes. Además, tenía la libertad de moverme por los cafetales en busca de los mejores árboles de café.

Por aquel entonces tenía unos diez años y estaba en los preparativos para la primera comunión. Otra cosa que enorgullecía al viejo. Para él era indispensable que Dios entrara a mí por la boca.

Pero, ya a esa edad, me estaba picando el ocio en el alma, la primera idea de mí en el viento. Así que me dejé llevar por esa fascinante fuerza inutilizadora. Empecé a hacerme el huevón. Al principio empezaba muy animado y triaba los granos al tarro con fuerza para que supieran que yo estaba trabajando, que yo era el nieto de mi abuelo, que trabajaba con ánimo. Luego, ya no cogía los granos del árbol sino del mismo coco y los volvía a tirar al coco. Después, cuando me aseguraba que ni mi abuelo ni ninguno de sus trabajadores estaban cerca, me metía bajo un árbol de café a no hacer nada. A veces buscaba barro y hacía figuras. No hacía más que marcianos. Eso era lo que creía. Cuando sentía que alguien se acercaba, me quedaba quieto, casi sin respirar, escondido, con una sonrisa en los labios. Me sentía ¡hay como me sentía! me sentía astutamente ocioso. Esperaba que el trabajador del abuelo vaciara el café en el costal y que volviera al surco. Cuando estaba lejos me levantaba, como gato salía del árbol de café, me dirigía al costal y sacaba puñadas de café. Luego trataba de poner todo como antes, para no generar sospechas. De esa manera daba resultados sin mucho esfuerzo. Hasta la idea de ser descubierto me agradaba más que robar el café.

En fin, trabajé una semana en esas condiciones, ociosamente dichoso. Tanto que no quería hacer nada más que ocio. El problema fue que me volví más que ocioso, descarado.

La hazaña terminó, tristemente, la vez que mi abuelo fue a vaciar el café en el costal. Esperé a que se marchara. Saqué el café de su costal. Cuando me dirigía a mi árbol de café a seguir moldeando mis figuras de barro el abuelo me agarró de la camisa y me alzó en el aire. El café se me regó. Luego el abuelo me lanzó por los aires y caí en un gajo de un cacao. Lo miré. No tuve tiempo de pensar. Lo único que se me ocurrió fue correr cuando lo vi con su machete en la mano recriminándome que le hubiera robado ¡robado! justo antes de hacer la primera comunión. Vi sus ojos en llamas. Echaba fuego por la boca. Salió tras de mí. No volé porque no era pájaro, pero, del susto, corrí como si volara.

Desde ese día mi abuelo empezó a odiarme, a mirarme raro.

A mí me había mordido el ocio. Por primera vez me hacía más lento que todos, más distinto que todos, más reflexivo que todos los de la familia.

El ocio me había curado de la conjuntivitis, pero me había agudizado la pupila. Por ello, creo, de ver las cosas con tanto asombro, de gastar la mirada en las cosas, me quedé miope.

No sé que pasó con el abuelo, espero que le haya dado una enfermedad Terminal. No es que le guarde rencores, es que no lo quiero. Da igual.

Por mi lado, el ocio me ha lentizado, me ha hecho creer un inútil. Pero, en realidad no soy tan inútil como creo. Soy un tipo laborioso, creador. Sobre todo creador. El buen ocioso requiere de tiempo a solas para crear. El ocio no es precisamente no hacer nada, es detenerse, solo eso. Porque es de todas las ocupaciones la que requiere más abismo.

Ahora, mi ocio es como una antitesis de mi ocio. Estoy más ocupado que la gente que se dice que trabaja y cumple un horario.

Ellos trabajan ocho horas todos los días. Yo trabajo 16, 17 hasta 20 horas al día. Que la novela sobre mamá, que el libro de poemas sobre la incertidumbre, que los textos para el periódico El balcón, que Sandy, que los textos para el blog, que los talleres de poesía en la biblioteca, que las conversaciones sobre lo trascendental, que la vida, que la nada, que la hormiga, que la literatura, que la gripa…

El trabajo, eso que se cree que es el trabajo, es el ocio del espíritu, la perdida del alma. Pero el trabajo del alma no tiene jornadas laborales ni tiempos requeridos. Siempre está funcionando. A menos alma más cuerpo.

9 coment�rios:

Bibimar dijo...

Cami, estoy en tu misma situación, nunca me ha gustado trabajar. Extrañamente cuando lo he hecho, me ha salido bien, pero llega un tiempo en el que me aburro y no soporto la rutina. Me desespera. Es que no hay más placer que el ocio. Pero el ocio no hay jefes ni leyes. Uno es el jefe y uno es la ley. Claro pero la gente le oye a uno esto y lo tildan de perezoso, de inútil, y es que ellos hacen algo útil? Es útil sumirse en una rutina desgastante? Eso es más que inútil, es ridículo. Lastimosamente como humanos nos encerramos en nuestra propia cárcel, caemos en la propia trampa.

Anónimo dijo...

Muy divertidas las imágenes de su abuelo. A mi bisabuela, Rita, tampoco es que yo la odiara, si no que no la quería y la cosa era correspondida. Mis brazos padecieron mucho tiempo los pellizcos infámes y de generación espontánea de mi abuela. Menos mal ya se murió.

Juan Camilo dijo...

aa, bacano lo de la bisabuela. Yo siempre quisé tener una. No para quererla sino para ignorarla. Lastima.
Bibi la invito a tirar los día sobre la cama y mire como se arrugan los días, pidiendo que los liberen de la rutina. Esa es nuestra misión, la de los ociosos. Un abrazo.

Anónimo dijo...

No sé porque el autor del texto tiene que meterse a opinar sobre su texto o dar las gracias porque alguien opina su textos. Eso no me gusta.
Los comentarios son para los lectores del texto, que para eso es que sirven, no para que el autorcito se de más pantallazo. A los que comentan sus textos, creo, tienen afan de protagonismo.
En cuanto al texto, bonito y divertido, claro que podría escribir uno con más gracia, pero se echó a perder con el comentario del autor. Sí, ese man si que está perdido.

Att: Manuel

X. dijo...

No veo nada de malo en dejar comentarios en los textos propios, y a quién carajo le importa si alguien quiere darse pantalla. Más bien visite: http://cenicero-de-ideas.blogspot.com/, y deje de ser tan anal. Jeje, mentiras, paz para todos.
Oís, autor, está chévere el texto. Me hiciste dar ganas de dormir debajo de cafetales.
Cambio y fuera.

Andres Urtubi dijo...

Victor caicedo....
Realmente me agrado mucho este escrito, sobre todo porque, en esta epoca, me encuentro disfrazado de trabajador. Cada hora que vivo trabajando descubro que estoy viviendo menos, que soy otro automata más. Mientras tu escrito me transportaba a una fredonia fría, fea y falduda, iba imaginandome a ese muchachito que hacia delas suyas mientras los demas hacian lo tuyo. Creo que ese sentimiento hacia el trabajo y su forma de cercenar existencias lo comparto con usted...aunque este encadenado a esas 8 horas laborales (Una vez más constato que el esclavismo aun persiste entre esta civilizacion incivilizada).

Anónimo dijo...

AUTOCOMENTAR TEXTOS ES CONVERSAR. EL QUE SE QUIERA DAR PANTALLA ES UN PENDEJO: LA FAMA NO SE LOGRA CON ARGUCIAS, SI NO CON MÉRITO. QUE IMÁGENES TAN BACANAS, CAMI. UN TINTO CON ABRAZO.

Anónimo dijo...

uff... y quien es el pendejo que va tras la fama??...

Que e vaya para TV y novelas, allá el jet set colombiano reluce en todo su explendor.... fama... Ja!! ridiculo eso de la fama. Por eso los artisticas no hacen nunca nada bueno por estar pensando en fama y no en obras.... dizque hablando de fama... pendejos.

Anónimo dijo...

hey anonimo, vos como anonimo tambien queres la fama. PEndejo vos que les decis a los otros pendejos. la pendejada màs grande es reconocerla. ah, por cierto, como te visito a tv y novelas. Allà, creo, debes estar haciendo tintos