La fuerza de la debilidad

Las apariencias no son más que apariencias. No es nuestra imagen ante el otro la que mostramos sino la imagen del otro en nosotros. Queremos la aprobación del otro para sentirnos seguros.

Nos gusta jodidamente vernos seguros y estables, así, por dentro, lo que nos callamos y nos domina y nos asusta y sentimos a la medida de nuestras preocupaciones, estemos de espanto. Porque se mal acostumbró a aparentar a estar bien cuando por dentro se está desmoronado, quebrado, terriblemente triste.

Somos imperfectos y no nos gusta la imperfección. Nos en malacara sabernos injustos, egoístas, inseguros, débiles, contradictorios, incoherentes. Tememos a la desnudez de los conceptos. Buscamos justificaciones en cosas distantes de uno, que nos brindan la seguridad, que nos permitan ser invisibles, que nos dejen estar ahí huyendo de nosotros mismos para no tener la molestia de tomar decisiones.

Nos casamos con los ismos, con las doctrinas, las instituciones, las personas. Como decía Estalisnao Zuleta, buscamos una persona o una seguridad que nos libere del aburrimiento para darle sentido a nuestras vidas. Gran error el que advierte Estalisnao. Me queda muy de para arriba creer que la realización de uno solo sea posible en el otro. Como si para estar conmigo primero debiera estar con otro. Además el respeto, la diferencia, entre otras necesidades del espíritu no es adoctrinarse. El respeto no es un currículo de una institución o una doctrina y que para adquirirlo primero hay que merecerlo y creer ciegamente. El respeto no debe ser aprendido sino interiorizado. El respeto no debe saberse de memoria.

Nos asusta la soledad. Distraemos la soledad. No somos capaces de estar solos. Porque no se está solo estando sin compañía. Se puede estar en una habitación sin nadie pero al enfrentarse a la quietud, a los propios pensamientos, a las voces que nos reclaman por no escucharlas, solo se nos ocurre prender el televisor, alzar la bocina del teléfono y llamar a alguien, leer un libro, jugar con el celular. Siempre buscamos un pretexto para no aceptar que estamos solos y necesitados de compañía, de la nuestra, la que postergamos con las justificaciones.

Son terroríficas las renuncias. Renunciar al otro nos parte el corazón y nos negamos la posibilidad de aprender del otro en la ausencia. No gusta estar solos, nos aturde la luz en la soledad y hace mucho frío. Pero atar al otro es irrespetarlo, si se quiere ir, que se vaya. Hay que aprender a renunciar para hacer de la debilidad de estar solos nuestra aliada. Hay un ejercicio que a mí me ha servido. Tirar, a conciencia, a la basura, objetos con alto valor sentimental. Por ejemplo, dejé tirado, en algún lugar de la biblioteca de la Universidad de Antioquia, mi último cuaderno de apuntes. En el cuaderno había escrito varios poemas, mis últimos poemas. Y lo que me inquietaba era que los textos me gustaban. Agradezco haber perdido el cuaderno.

Existe un pánico a la inutilidad, entonces, para no pensarnos y sufrirnos, para no quedarnos quietos dispuestos a ser un gran interrogante, nos matriculamos en la búsquedas de otros y formamos un proyecto de vida, estudiamos y nos volvemos desesperantes con la academia siempre en la boca, queriendo explicar el mundo a través de los conceptos como si todo sucediera por obra y gracia del lenguaje. Como si la lluvia fuera menos buena que la conversación de dos niños sobre la luna, como si escribir o decir perro fuera la única forma de reconocer al perro y la única afirmación de su existencia.

Hay cosas que escapan a la razón, a la nuestra, y en la medida en que más se nos escapen, más inseguros estamos porque no podemos calificarlas o enjuiciarlas porque no las entendemos Porque estamos mal enseñados a juzgarlo todo। Esto es bueno porque me conviene y es malo porque es distinto a mis intereses. La moral, gracias a Dios, nos contiene y potencializa nuestra imperfección.

¡Qué tal que no fuéramos débiles¡ ya hubiéramos solucionado ese terrible interrogante de la convivencia. Porque ninguna ciencia, ninguna arte, ninguna rama del conocimiento ha podido solucionar la convivencia con el otro, el por qué no estamos con nosotros cuando estamos con otros sino con otros. ¡Qué tal que no fuéramos débiles! no nos aburriríamos. El aburrimiento es el campo de batalla del ingenio. ¡Qué tal que no fuéramos débiles! no haríamos las cosas equivocadas, las que tanto nos hacen sufrir, pero las que más nos gusta. ¡Qué tal que no fuéramos débiles! ya habríamos solucionado la desazón del amor, entonces, el amor sería una acción desde el entendimiento y no una angustia desde el asombro.

Yo, por ejemplo, soy débil y aprendo a convivir con mis imperfecciones e injusticias. Un verso de Raúl Gómez Jattin decía que nadie podía herirlo tan mortalmente como él mismo se había herido. A mí me sucede ese verso. A veces, cuando discuto, porque discuto poco, porque no me gusta discutir cuando no se conversa y se dicen palabras mal intencionas solo por llevar la contraria, porque me da miedo perder, porque no me gusta aceptar que otro es más ingenioso. En fin, a veces cuando converso, y me dicen Camilo usted es un irresponsable, usted es un distraído, no sabe mantenerse firme con ninguna idea, es inseguro, no sos capaz de estar con ninguna mujer porque huís de ellas persiguiéndolas, no has hecho nada en la vida que pueda calificarse como importante… Entonces me sorprendo porque no me duele, porque me he dicho cosas peores y con más frecuencia, porque aceptarme es invitar al otro a que esté con él, porque estoy aprendiendo a no alterarme tan rápido con lo que soy.

Acepto, soy un débil ante el amor. Necesito de las caricias, de los mimes, de que me llamen y me digan te quiero, así, yo no sea capaz de decir te quiero porque se me llena la boca de arena.

Acepto que no soy ese tipo seguro, que es más papá que individuo. Ahora llevo el yo como un ramo de flores a una relación cualquiera y por eso digo que busco una mujer que cuide de mí. Sí, siento todo lo que dice la canción Alguien que cuide de mí de Cristina y los subterráneos. Necesito ser cuidado. Soy demasiado débil. Pero, eso sí, que me cuiden sin que mi yo se marchite.

Sí, soy un débil y lo reconozco, un impulso de impulsos, una contradicción con orejas. Todo me asusta, hasta la puesta del sol. Pero saberlo me asusta un poquito menos.

Cuando aceptas tus debilidades sos más fuerte que el otro porque no estas pelando con el otro para aplastarlo y demostrar tu supremacía, tu poder de ser más aparente y seguro. Estas vencido, llegas vencido, conversas vencido y sentís todo lo que hablas, porque el desanimo es el mejor aliado para no fingir. Porque te atreves a ser vos mismo el laboratorio de todos tus deseos. Aceptas que sos débil y asumís tu deber a la desesperación, a la incertidumbre, a la angustia. Porque esos estados te prueban, te retan, te hacen, te afirman. El sufrimiento te va esculpiendo el ser, te hace preguntarte el por qué todo te sale mal, el por qué siempre te pasa lo mismo, el por qué solo se piensa en el golpe después de golpearse, el por qué duele estar vivo, el por qué Dios hace tan mal las cosas y hizo del Sida el castigo al instinto y al placer, el por qué el Sida no es castigo a la guerra y por cada golpe un contagio, el por qué soy yo el que tiene que ser responsable de mis actos que son actos de otros yos en mí que no entiendo, el por qué debo aparentar para convivir con otro, el por qué pregunto. No sé.

1 coment�rios:

jack casablanca dijo...

después de tanto tiempo sin leerte me sorprendés. no sos simplemente el borracho que besa a una desconocida en el pub. sos un encuentro