De nuevo quise matar a la niña, pero me fui a caminar

La niña es la perrita de la casa. Es una fresh puddle que en la familia es más importante que yo.

La excusa de mi madre y mi hermana es que la niña es una animalito y depende de nosotros. Sino le damos comida se muere de hambre, sino la inyectamos se llena de perritos, sino la consentimos se muere de tristeza y necesitaría un psicólogo porque la depresión canica es una enfermedad mortal, sino la mal criamos se muere de encierro porque ella entiende otra lógica y por eso puede hacer lo que le venga en gana.

Es terrible cuando un animal se humaniza y se le trata como si fuera un humano. La niña lleva con nosotros unos siete años de humana. La miman, le traen cositas, le hablan, duermen con ella. Es como otra hija de mi madre. La niña tiene un lugar en la familia que no ha pedido. Ella llena una carencia de afecto, una incapacidad de amar a un semejante. Porque en la casa, mi madre, mi hermana y yo tenemos problemas con el amor y los afectos, y así como otros canalizan sus traumas afectivos en un gato, un cocodrilo, una ex-novia, una iguana, un conejo, un caballo, un amigo, un televisor, un vibrador, nosotros lo hacemos en una perrita.

El caso de la niña no es del otro mundo. La mayoría de las familias ven en sus mascotas la realización de muchos afectos reprimidos. Basta con escuchar el nombre de sus mascotas: Mateo, Camilo, Jesús, Lucas... y niña.

La niña es grosera y me ha hecho la vida imposible. Desde hace unos tres años nos odiamos y nos queremos sin medida.

Una vez intenté matarla, cuando eso trabajaba en un supermercado, había llegado a la casa cansado y con ganas de matar. Hay días en que uno quiere matar. Somos violentos por naturaleza. Los humanos somos una especie sensaciones y contradicciones. Estamos vivos en la medida en que sintamos. Por la sangre nos corre la guerra. Hacemos la guerra y buscamos la paz con más guerra, con la eliminación del otro. Bueno, amanecí en mí de asesino y llegué a la casa. La niña ladre que ladre. Le grité que se callara. Ladre que ladre. ¡Cállate! Ladre que ladre. ¡Cállate o te mato! Ladre que ladre. Al parecer me estaba ladrando a mí. Ladraba para sacarme de control. Ladre que ladre.

Salí y fui a una farmacia. Compré un frasco de mata ratas. Volví y la niña estaba en una silla mirándome. Empezó a ladrar de nuevo. Ese ladrido se me metía en la cabeza y me ofuscaba, me desconectaba algo. Me dolía esos ladridos. Me sentía de cortocircuito. Ladre que ladre. Me llevé las manos a las orejas. ¡Cállate demonio!

Recordé las veces que la niña me despertaba a las cinco de la mañana. Ella se hacía al lado de la cama, justo en la cabecera, y ladre que ladre. O cuando se subía a la cama, trepaba hasta la almohada y ladre que ladre. De un salto la niña se tiraba de la cama y se iba para la cama de mi hermanita. Como si cada acto fuera conciente y lo hiciera adrede. O las veces en que estaba encerrado en mi pieza leyendo. No quería que la niña me molestara con sus ladridos. Pero empezaba a rasguñar la puerta y a chillar. Me conmovía y abría. Me miraba como si realmente me necesitara y no fuera capaz de estar sola. Se echaba bajo la silla y se dormía. Al rato empezaba a roncar. La movía para que se despertara. Me gruñía. Volvía a roncar. La movía e intentaba morderme. Luego dejaba de roncar pero empezaba a peer. Tenía que irme de la pieza.
Recordé todo eso y otras cosas y fui a la cocina, saqué un pedazo de carne, le eché veneno y se lo tiré. La perrita se lo comió y me lamió las manos. Me sentí mal. La abracé y le di un beso. La niña me lamió la cara. La solté y siguió mirándome. No dejaba de mirarme. Míreme. Me sentí mal. Me dieron ganas de vomitar. Fui a la cocina por un tarro de aceite. Tomé a la niña, le abrí el hocico y le vertí el aceite. La niña se retorció y chilló hasta que vomitó. La bañé, la besé, le pedí perdón, la saqué a pasear y prometí no hacerle nada malo.

Las cosas iban bien. Hasta la perrita y yo habíamos hecho las pases. Hasta había dejado de ladrar y peer en mi pieza. Pero hoy ha vuelto a lo de antes. Me despertó a las seis del mañana. Luego me destrozó unas hojas de una novela que empecé a escribir. Dejé que destruyera las hojas, me hacía un bien. Después ladre que ladre. Ladre que ladre. ¡Cállate! Ladre que ladre. ¡Qué te calles o te tiro por la ventana! ladre que ladre. ¡Sino te callas te mato! Ladre que ladre.

Desistí de la batalla. Decidí irme a caminar y despejar la cabeza. La niña sabe que soy incapaz de alzarle la mano. No mato una mosca. Así que ella ladra y yo grito que se calle. Pero, tal vez, ella hace lo mismo que yo y grita que me calle, que deje de gritar, que mi voz es muy fea y la intranquiliza, que mis gritos se le meten al cerebro y le desconectan algo, que si sigo gritando me va a morder, que si no dejo de gritar una noche de estas me arrancará el corazón de un mordisco, que ya sabe como hacerlo, que ya lo ha intentado varias noches pero no lo ha hecho porque me quiere y le gusta que yo la mime.

Camino. Pateo piedritas de impotencia. Una piedrita, dos piedritas... La niña está en casa esperándome. Tres piedritas, cuatro piedritas. No soy capaz de matar una mosca así tenga la cabeza llena de impulsos macabros. Cinco piedritas, seis piedritas. Guau, guau, guau...

3 coment�rios:

Anónimo dijo...

Señor Perdido, usted como que está enfermo. No sé si decirle que es un maldito o es el ser más tierno que he leido. Tal vez un poco de los dos. Me aterra y me encanta su texto.
Otra cosa, no pierda el control en sus comentarios, que ùltimamente lo he sentido muy agresivo. Puede perder mucho sino conserva la calma. Usted no es un niño 14 años como dice en algún comentario. no busque justificaciones para sus pataletas. Mejor no haga pataletas.
Señor, aunque no debería decirle señor por su enfermedad mental.
Algo me dice que si sigue escribiendo de esa forma, su época, no sabrá de usted. Habrás pasado de largo.
Sos entretenido pero no eres crucial para la literatura. Pero eres entretenido. No sé si encantadores, pero si entretenidos.
Pero, y le confieso, no le recomiendo su blog a nadie, porque pueden pensar que estoy igual de enfermo por leerte.
Un feliz día

Osmán V.

escenaenelmar dijo...

Me reí mucho con la historia de la niña. En mi casa no hay niña pero si hay una Luna que es igual de grocera. Hay mordidas en las que nos odiamos y lambetasos en los que nos amamos, pero son más los momentos en los que el animalito termina siendo importante. Lo que más me causo risa fue imaginarte al lado de la niña y descubrir que en tu pelo rebujado también se alberga otra niña, una especie humana de fresh poodle. Con todo respeto.
Perla

Anónimo dijo...

cami:

he suprimido mi blog nuevamente y no pienso poner otro.
mucha suerte.
cesar.