Domingo: misión imposible en Girardota

Domingo. Otro domingo. El único día amargo y rojo. El día de la carne. Como siempre me desperté a las 10:30 de la mañana y le hice el almuerzo a mi hermanita. Pero quise hacer de ese acontecimiento algo distinto. No heroico sino distinto. Así que fumé marihuana y salí a llevarle el almuerzo a mi hermana. Quería saber que era llevarle el almuerzo a mi hermana en ese estado. Quería enojarme con el sol con argumentos porque no me gusta que me laman. Me ofusca el calor. He asociado el calor con el embarazo y la reproducción en masa. Y por estos días prefiero un Sida a un hijo.

Estaba solo y no quería soportarme en el mundo. No quería soportar el sol. Pero fue una experiencia buena. Al fin y al cabo buena.

Salí de casa y compré un cigarrillo Boston. Estaba tranquilo. Levitaba. Iba en el aire. Pero me cuidaba. No quería que nadie me sorprendiera en el aire. No es sano volar por estos días. Te pueden acusar de paraco o guerrillero o político o poeta o vago o violador… Y no quería caminar, para eso me había trabado.

El sol me quemaba el cuello. Pero ya no me importaba el sol. Mi actitud de murciélago se había rendido ante ese monstruo de luz. Igual, el sol estalla, encandila y hace felices a los más ciegos. Fui feliz levitando y con el sol lamiéndome el cuello, quemándome la piel.

Entré al atrio del pueblo. Ya sí lo hice caminando, consciente de mis pies. Como van a remodelar el parque los venteros lo invadieron. El parque es un pequeño centro comercial, de los de más baja categoría.

Las carnicerías están al lado de las verdulerías. El campesino sobre un costal exhibe su mejor yuca, la que arrancó el sábado en la tarde de su huerta casera.

La plaza de mercado huele a tierra. Huele a pantano reseco la plaza de mercado un domingo a medio día. Aunque más bien huele a todo y nada. El pantano es cosa mía. No hay olores definidos. El aroma de la cebolla sobrepasa el olor de la carne y el de la carne sobrepasa el olor de la naranja y de la naranja sobrepasa el olor del tomate y el del tomate el de la papa y el de la papa el de la yuca y el de la yuca ninguno. Pobre yuca. El campesino tiene que gritar. ¡Yuca fresca, mírenla! para que se percaten de ella. La yuca es demasiado tímida para dejarse vender. En cambio la carne es otra cosa. La carne hace fuerza, se enrojece y refresca su color. La carne muestra su mejor color ante el padre que le enseña al hijo como comprar carne. Porque a la vez el hijo a su hijo le enseñará a comprar carne, porque la carne es su sustento. Así es que se ha enseñado. Pero la yuca no. Ésta trata de esconderse todo el tiempo. Se tira tierrita encima y con las horas empalidece. Intenta confundirse entre el pavimento y el aire. Le teme al reconocimiento porque es un atajo al olvido. La yuca no quiere ser reconocida. Le aterra la idea de que como a la carne la utilicen para llenar los congeladores de las neveras. Y que una madre sienta que sin carne en la casa no hay mercado, no hay nada, se aguanta hambre. A la yuca le gusta el anonimato. No es vanidosa. Sabe que la vanidad la convierte en parte del sancocho. La vanidad la mata, le cambia la apariencia.

Llegué al supermercado donde trabaja mi hermana. Entré como pude, le entregué el almuerzo e intenté salir rápido. Tenía miedo. Debía comprar media canasta de huevos. Me sentía mal. No quería que descubrieran mi honradez. Los huevos valían 2.350 pesos y yo solo tenía 2.350 pesos. Me asustó que de pronto la cajera, que no era mi hermana, registrara más y yo no supiera que decirle.

“Perdone usted, es que pensé que valía 2350 pesos y eso fue lo que traje. Atienda al que sigue, yo dejo lo huevos”. Pensé que era una buena respuesta, en caso de peligro. Era una buena A bajo la manga.

Le entregué la plata a la cajera. Ella la contó. Mientras pasaba las monedas de 100 y 200, la de 500, la de 50, la de 200 y la de 100 y las sumaba al billete de mil, pensé que los huevos valían 2.500 y por 150 pesos tendría que salir avergonzado de no tener 150 pesos de reserva.

- Señor, le sobran cincuenta pesos, hoy los huevos están en promoción, me dijo la cajera.

Sonreí, y como ya tenía los huevos en las manos, dije gracias y partí. Al pasar por la caja registradora en que trabaja mi hermana le hice señas y me despedí. Salí del supermercado con 50 pesos. No me servían de nada. No me alcanzaba ni para un cigarrillo, pero no los arrojé a la basura, para algo te debían servir 50 pesos, así fuera para que me humillaran o para tirárselos a la yuca.

De nuevo paso por la plaza de mercado. Detalle que había pasado de largo, la música. En la plaza de mercado suena música parrandera y carrilera. Esa música crea una atmósfera distinta. Allí, perfectamente, el campo le arrebata al concreto (la civilización) el aburrimiento y lo convierte en sonrisa. Se siente bien estos lugares cuando tenes el alma empedrada con hojitas y tronquitos, cuando tenes alma de campesino.

Llegué a una tienda. No quería llevarme los 50 pesos para la casa, ni para un cigarro me alcanzaban. Pedí un confite. Una morena gordeta, de ojos desviados, porque mi compra era muy mala, mandó a su hijo a que me atendiera. El niño sacó de un frasco, redondo, de plástico, de entre una gran variedad de confites, una menta y un chicle motita. Él se destapó la motita, se la llevó a la boca, la mordió y cerró sus ojos. Se tomó su tiempo. Luego se acordó que yo existía y me dijo que con mucho gusto señor. Metí la menta en el bolsillo y me fui sin despedirme.

En casa pensé que debería escribir. Miré los árboles, escuché la cañada y busqué en el paisaje un pájaro. De entre una hoja de plátano salió un toche, voló y se alejó de mí. Sonrío. Recuerdo la invisibilidad de la yuca. Me identifico con la yuca. Me gusta la personalidad de la yuca. Y escribo como si ya supiera que escribir. Como si yo fuera una yuca. Como si ya supiera que escribir.

5 coment�rios:

jack casablanca dijo...

folclórico, doméstico y liviano. con un poco más de gore habría una canción psicótica.

Anónimo dijo...

Cami: ¿Qué es eso que se disffraza de vos? Esperamos que el hecho de que escribás no sea prodocto de una cosecha de frustraciones... o es lo más esperado se un... ¿escritor?... un abrazo...

Juan Camilo dijo...

Anónimo, no entiendo cuando me decis que es eso que disfrazo. QUe sepa, no disfrazo nada. Llevo mi yo como un ramo de rosas a todos mis textos.
Lo de la cosecha de frustraciones es algo para mirar detenidamente.
Sí encarar la incertidumbre y permitirle llegar a ti, y te habite; sí atreverse a ser uno en el abismo y escrutar sus limitaciones, si aceptar la imperfección como antidoto a la vanidad... es sentirse frustrado. Entonces sí, lo que escribo es una cosecha de frustraciones. Pero son las que están al alcance de mi imaginación.

Anónimo dijo...

estos tipillos lo resuelven todo con rosas. bacano. pero parece que les doliera todo lo que los contraria. espero respuesta o no la espero.

Juan Camilo dijo...

Anónimo, siempre habrá una respuesta para aquellos seres anónimos. Es grato saber que bajo ese apelátivo hay un ser que respira y piensa. Y más grato que no lo conoces. Es como si te escribieras a ti mismo a los 14 años.
No es que me duela que me contradigan. Lo agradezco. Todo aquel que está en mi contra está conmigo. Es mejor cuando te ayudan a confrontarte. No soportaría este mundo sin anónimos y sin contradicciones. Un abrazo por tu anonimato