Encrucijada de vos, por una renuncia de vos

Últimamente me sos otra. Siento que algo ha cambiado. Que quisimos tanto sentirnos, que has construido un muro entre ambos. No haré nada para derrumbarlo. Hasta me seduce la idea de un muro entre dos personas. Aunque me duele sentir ese muro. El hecho de escribirte y que no contestes es como darme en la nariz con la puerta que no abre.

No sé que ha pasado. Bueno si sé, empecé a sentirte ahora que vos me has dejado de sentir. Así suceden las cosas. Conocemos más de las personas que nos interesan en su ausencia. Al menos eso es lo que demuestras.

No he hecho nada para llegar a vos, como invitarte a una cerveza, a caminar, a conversar, porque ya lo intenté y no coincidimos en el momento preciso. No insistí en algo que se tornaba en desencuentro. Pero soy terco, por algo no dejo de ser trágico. No sé como rogar. Respeto mucho el poder del no o las apariencias del no. Valoro mucho una negativa.

Lo peor de todo es que no tengo derecho de escribir esta carta. Otra carta que te escribo. Es solo que reacciono desde la última fase de la renuncia. Son mis últimos movimientos, mis últimos giros, mis últimas palabras que destino a usted. No puedo seguir escribiéndote si no me contestas o si me contestas y todo sea tan angustiante y hermoso.

No me gusta estar del lado de la orilla en que el sol nunca se oculta. Cuando encuentro un cómplice, encuentro una sombra y un viento para los abismos que me fabrico desde hace rato y que son tan insoportables como el sol.

Entendí tarde, muy tarde, que eras lo que siento. Es tarde porque ya no hay entrada. El muro está muy fuerte para mí. Y no quiero que se derrumbe. Y me tortura saber que no puedo pasar al otro lado. No tengo los bríos para hacerlo. No quiero estar detrás de vos como otros tipos. No soy otros tipos. Por eso mis complicaciones. No me imagino diciéndote reinita, echándote flores, persiguiéndote por todos lados, tratando de tocarte bajo cualquier pretexto. Me abruma la intensidad. Todo eso me parece lo más aburrido del cortejo, porque es lo más fingido.

Yo quise que las cosas nacieran como ocurrió con los abrazos. Pero tengo demasiadas complicaciones como para convencerte de que también puedo ser una elección para vos. Eso, si lo sientes, no es necesario aparentártelo o tratar de convencerte.

Soy lo que soy, y no sé como remediarlo, porque es lo que soy. Estoy en mí y con una mujer que quiero pero que siento un poco menos que vos. No te escribiré más. No quiero darle más cuerda a esta trama. Este es mi último brinco.

Te quiero, lo sé. Me gustas, no lo puedo negar. Pero no eres mi centro. Renuncio a ti, no por ti sino por mí. Estoy sintiéndote, escribiéndote, pensándote más de lo necesario. Por eso haré lo que debí hacer desde un principio. Es decir, nada. Porque creo que se debe renunciar a lo que se quiere para saber hasta que punto lo quieres. Por eso renuncio a ti. Necesito estar seguro de que esto no es pura vanidad.

Me muero por vos, pero no haré nada que me traicione para llegar a vos. Que las cosas nazcan. Si hemos de volvernos a sentir, que sea, entonces, así. Sino aprenderé de tu ausencia la forma en que no me hagas daño.

Me dueles y me salvas. Pero no me gusta estar de este lado, en que soy todos los tipos y no el tipo. Soy egoísta. Lo sé. Tengo otra y no renuncio a ti. Pero la otra está empezando a crecerme. Ya siento sus brinquitos en el estómago. Haré el intento de verte como a todas las mujeres. Eso me costará. Pero por algo soy poeta. Por algo debo hacer lo que me dicta la locura del corazón.

Y si hemos de coincidir después de mis renuncias y tus renuncias, entonces haré de ti la mejor cosecha de besos de la que se haya dado noticia en este siglo. Pero, mientras eso sucede, si ha de suceder, te cantaré en silencio hasta que se silencie la música y nos volvamos a encontrar, como queremos, con fechas y ausencias.

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