Es preferible copular que besar en muchas ocasiones. ¿Por qué después de que la magia se quiebra en los labios se quiere huir y se deja de ser atento y cordial?
Una persona deja de ser interesante si su primer beso representa un cúmulo de saliva y tristeza, una entrega fingida, un mordisco de tigre mueco, un lengüetazo limpia garganta.
Pero no hay buenos besadores. La magia del beso es la tensión del mismo, cuando el desconocimiento madura en los labios, cuando los labios es todos los músculos, cuando después del beso no se puede pronunciar palabra alguna, cuando una risita de bobo se te sale y sos todo un estremecimiento, cuando dejas que el suspiro te sea espontáneo. Porque los labios son el portón al corazón.
No soy un besador diestro, más bien soy un aprendiz. SÃ, he besado, varÃas mujeres han comido de mi cosecha de besos. Pero recuerdo muy pocos. La mayorÃa se me cayeron de los labios por mi afán de cópula, por el beso fantasma que me persigue.
Los besos se olvidan porque los dejamos caer en la rutina. Se acostumbró saludar y despedirse de la pareja de beso mecánico. Se convirtió el beso en un acto de memoria, en un protocolo, en una necesidad de olvido. Y cuando pica el instinto y el beso es más que una instrucción para un saludo, se besa con feroz apetito: Beso, gemido, apretón, cama, revoltura, sábanas al suelo y hasta mañana.
Pero uno siempre recuerda un beso más que los otros. En general el primer beso. Para muchos, como yo, un acontecimiento traumático.
Cursaba sexto en el colegio José MarÃa Ovando, ubicado en la vereda El Plan del municipio de Fredonia. Por esa época era un maniquà a la estética de mi madre. Es decir, ella me vestÃa a su antojo. Era un desastre mal vestido.
Dora terceriaba sexto. Era una mujer a mis ojos. Estaba enamorado de ella. Pero nunca le dije nada. Nunca he estado con las mujeres que cortejo. Soy muy evidente, muy directo y las asusto. En vez de cortejar ataco. Soy un fiasco en eso del amor.
Salimos a descanso. HabÃa una tienda. Unos se arrojaban sobre otros a ver quién era el primero en comprar el bolis con pan. Yo me quedaba esperando. El contacto fÃsico, sino es por necesidad, siempre me ha desesperado. No resisto el juego de manos. Me parece una debilidad de carácter.
Dora estaba al lado y me habló. Me dijo que si la invitaba a un pan con bolis. La miré. Me temblaban las piernas. Estaba paralizado, sin palabras. Y sin pensar le dije si, pero que me daba a cambio. Ella sonrÃo y me dijo que un beso. La invité al bolis con pan.
Quedamos en que yo irÃa cinco minutos antes de que se acabara el recreo al balcón que estaba al frente de nuestro salón. Ella estarÃa esperándome.
El recreo se me hizo eterno. Los minutos se me estiraban. Incluso recordé las veces que besaba los pilares de la casa y los abrazaba y les decÃa que los amaba, que tendrÃamos hijos, que me sintieran, porque asà lo habÃa visto en la tv, en las novelas que veÃa mi madre. Pero lo de besar los pilares terminó mal. En una ocasión me enterré una viruta del pilar en el labio superior. Se me hinchó y no pude hablar en tres dÃas. Por ese tiempo me gustaba espiar a un tÃo cuando besaba a su novia. Los veÃa tocarse, mover la cabeza, apretarse. Pero le temÃa a los pilares asà que la emprendà con la mano. Besaba la mano y movÃa la cabeza y la apretaba. Pero no habÃa besado a ninguna niña y no sabÃa que hacer con Dora.
Dora me estaba esperando en el balcón, al lado de la puerta, con un bombombum rojo en la boca. Yo iba con las manos en los bolsillos. Temblaba. Dora me tomó el mentón y puso sus labios en los mÃos. Me quedé quieto. Los labios de ella ensalivaron los mÃos. El sabor del bombombum entró a mi boca. La miré. Sonrió y se fue. Me quedé con el sabor del bombombum.
Quise besarla de nuevo, pero no fui capaz de decirle nada. Le tenÃa miedo y la admiraba. No fui capaz. No fui capaz, asà su beso bombombum me hubiera estremecido.
Creà que todos los besos sabÃan a bombombum. Besé, meses después, a una primita y nada. Ese beso me supo a tierra. Luego besé a la primer novia y nada.
Con los dÃas más triste. Hasta empecé a regalar bombombum a toda mujer que era posible al beso. Pero no era lo mismo, quedaba con los labios pegajosos.
No encontré otro beso semejante. Todo intento era una melancolÃa más en mi álbum de ausencias.
Tengo un trauma con sabor a bombombum. Pero ya no busco el beso bombombum. Dejé de tener prisa y de querer besar a cuanta mujer veÃa. Estoy más reposado, porque sé que el beso como el amor es un contagio, una enfermedad que a su vez es la cura.
Una persona deja de ser interesante si su primer beso representa un cúmulo de saliva y tristeza, una entrega fingida, un mordisco de tigre mueco, un lengüetazo limpia garganta.
Pero no hay buenos besadores. La magia del beso es la tensión del mismo, cuando el desconocimiento madura en los labios, cuando los labios es todos los músculos, cuando después del beso no se puede pronunciar palabra alguna, cuando una risita de bobo se te sale y sos todo un estremecimiento, cuando dejas que el suspiro te sea espontáneo. Porque los labios son el portón al corazón.
No soy un besador diestro, más bien soy un aprendiz. SÃ, he besado, varÃas mujeres han comido de mi cosecha de besos. Pero recuerdo muy pocos. La mayorÃa se me cayeron de los labios por mi afán de cópula, por el beso fantasma que me persigue.
Los besos se olvidan porque los dejamos caer en la rutina. Se acostumbró saludar y despedirse de la pareja de beso mecánico. Se convirtió el beso en un acto de memoria, en un protocolo, en una necesidad de olvido. Y cuando pica el instinto y el beso es más que una instrucción para un saludo, se besa con feroz apetito: Beso, gemido, apretón, cama, revoltura, sábanas al suelo y hasta mañana.
Pero uno siempre recuerda un beso más que los otros. En general el primer beso. Para muchos, como yo, un acontecimiento traumático.
Cursaba sexto en el colegio José MarÃa Ovando, ubicado en la vereda El Plan del municipio de Fredonia. Por esa época era un maniquà a la estética de mi madre. Es decir, ella me vestÃa a su antojo. Era un desastre mal vestido.
Dora terceriaba sexto. Era una mujer a mis ojos. Estaba enamorado de ella. Pero nunca le dije nada. Nunca he estado con las mujeres que cortejo. Soy muy evidente, muy directo y las asusto. En vez de cortejar ataco. Soy un fiasco en eso del amor.
Salimos a descanso. HabÃa una tienda. Unos se arrojaban sobre otros a ver quién era el primero en comprar el bolis con pan. Yo me quedaba esperando. El contacto fÃsico, sino es por necesidad, siempre me ha desesperado. No resisto el juego de manos. Me parece una debilidad de carácter.
Dora estaba al lado y me habló. Me dijo que si la invitaba a un pan con bolis. La miré. Me temblaban las piernas. Estaba paralizado, sin palabras. Y sin pensar le dije si, pero que me daba a cambio. Ella sonrÃo y me dijo que un beso. La invité al bolis con pan.
Quedamos en que yo irÃa cinco minutos antes de que se acabara el recreo al balcón que estaba al frente de nuestro salón. Ella estarÃa esperándome.
El recreo se me hizo eterno. Los minutos se me estiraban. Incluso recordé las veces que besaba los pilares de la casa y los abrazaba y les decÃa que los amaba, que tendrÃamos hijos, que me sintieran, porque asà lo habÃa visto en la tv, en las novelas que veÃa mi madre. Pero lo de besar los pilares terminó mal. En una ocasión me enterré una viruta del pilar en el labio superior. Se me hinchó y no pude hablar en tres dÃas. Por ese tiempo me gustaba espiar a un tÃo cuando besaba a su novia. Los veÃa tocarse, mover la cabeza, apretarse. Pero le temÃa a los pilares asà que la emprendà con la mano. Besaba la mano y movÃa la cabeza y la apretaba. Pero no habÃa besado a ninguna niña y no sabÃa que hacer con Dora.
Dora me estaba esperando en el balcón, al lado de la puerta, con un bombombum rojo en la boca. Yo iba con las manos en los bolsillos. Temblaba. Dora me tomó el mentón y puso sus labios en los mÃos. Me quedé quieto. Los labios de ella ensalivaron los mÃos. El sabor del bombombum entró a mi boca. La miré. Sonrió y se fue. Me quedé con el sabor del bombombum.
Quise besarla de nuevo, pero no fui capaz de decirle nada. Le tenÃa miedo y la admiraba. No fui capaz. No fui capaz, asà su beso bombombum me hubiera estremecido.
Creà que todos los besos sabÃan a bombombum. Besé, meses después, a una primita y nada. Ese beso me supo a tierra. Luego besé a la primer novia y nada.
Con los dÃas más triste. Hasta empecé a regalar bombombum a toda mujer que era posible al beso. Pero no era lo mismo, quedaba con los labios pegajosos.
No encontré otro beso semejante. Todo intento era una melancolÃa más en mi álbum de ausencias.
Tengo un trauma con sabor a bombombum. Pero ya no busco el beso bombombum. Dejé de tener prisa y de querer besar a cuanta mujer veÃa. Estoy más reposado, porque sé que el beso como el amor es un contagio, una enfermedad que a su vez es la cura.
3 coment�rios:
Cami: trauma compartido. mi primer beso fue a los doce años, con una compañera de estudio en Barrancabermeja. Han sido pocos, con pocas mujeres, pero traumáticos, estremecedores. El dÃa que vuelva a besarme con una mujer será casi volver a besar por primera vez. La inexperiencia me vovlvió a recubrir los labios.
Bueno mi primer beso fue bien traumático, estaba en la fiesta de cumpleaños de mi mejor amiga y la verdad es que todo mundo estaba bien loco y yo no era la excepción. Conocà a un chico y me dijo que saliéramos a tomar aire y pues yo dije que si, salimos al ascensor y se me avalanzo literalmente y me pegó contra la pared del ascensor. Yo sorprendida cedà (y como me arrepiento) al parecer el chico se empezó a calentar y empezó a respirar rarÃsimo y me asuste y le dije que no más. Lindo no?
Publicar un comentario