No acostumbro escribirles a desconocidos, pero quiero contestar a un comentario hecho en el artículo pasado por un individuo que se hace llamar Perdiendo el tiempo.

Aclaro, en ningún momento quise denigrar de nadie. Hablé desde el aprecio que tengo por cada una de las personas involucradas. Y cada una de ellas, como usted, querido Perdiendo el tiempo, winnie pooh, me son como ositos de peluche.

En este texto te propongo un juego. Seré yo, esto que mal escribe, a las dos de la mañana y usted es mi winnie pooh. Mi querido osito, le suelto una máxima: Hay mucha gente juzgando por ahí de la misma manera como se rascan un codo. Pero, ¿qué alguien les rasque el codo? un problema de orden nacional.

En tu silencio de receptor (para eso te utilizo en este texto) debes estar asustado con mis afectos personales, problemas de faldas, manías sexuales con las personas que aparecen y desaparecen por estos textos. Pero no te asustes. No va al caso. Cada uno es un universo de universos. El mío tiene algo del suyo y el suyo del mío. Llegará el momento en que yo escuche tu mundo, el de los winnie pooh. Probablemente me duerma y te deje hablando solo. Porque a diferencia tuya pertenezco a los hombres que son hormiguitas ante el sol con preocupaciones de elefantes. Por eso soy el emisor en este texto.

Su seudónimo me agrada: Perdiendo el tiempo, le queda de maravilla. Pues es lo que usted hace en este blog.

Y si estoy solo, triste, atormentado. Te ves bien al rincón de la cama escuchándome sin protestar. Estado perfecto de las relaciones intimas. Debe existir un ser pasivo en una relación para que no se quiebre la idea del amor. Tal vez lleguemos a ser una buena pareja. Yo con mis asuntos (ser activo) y vos mi gran oreja disponible (ser pasivo). Después, líneas adelante, te demostraré que el amor no existe. Al menos el convencional.

Pero todo lo que escucha asume el deber de dar soluciones. En apariencia el más callado es el más sabio. Y te delego una tarea simple, por ser el más sabio. Preséntame una niña, medio ninfómana, con mirada felina, bruja a mis 5 sentidos. Le quedaría altamente agradecido. Hasta le escucharía una que otra palabra. Pero, recuerda bien, ella debe tener senos grandes, unos que le roben miradas al deseo y sobre todo que me dé dos días de vacaciones por semana. Tiempo suficiente para extrañar sus senos.

Estoy solo y triste. Infinitamente triste. Tan triste que la tristeza se entristece de verme. Una tristeza de plomo. Se me doblan los pies. Una tristeza que me comprime el pecho y hace que todos los días me vea otro ante el espejo. Imagino que a vos esas cosas no te pasan. Te ves tan tierno, al lado de la cama, que no imagino tristeza alguna rondándote.

Vuelvo a la tristeza. Quise a una mujer, a muchas mujeres, pero todas se asustan. Me gusta asustarlas. Habrá una en algún lugar que me asuste y con esa me quedaré. Hace poco me asustó una. Acto seguido le puse poemas en su carro, le leí por teléfono, le declaré mis sentimientos. Me entusiasmé. Incluso, hice el intento de no buscar otras mujeres. La esperaba. Me agotó la espera. Es difícil cuando el amado no da el brazo a torcer y no es amante un ratico. Estaba solo queriéndola y queriéndome. Era injusto. O ¿qué piensas mi osito?

Vuelvo a la soledad. Estoy solo. Tan solo como una telaraña en una casa fantasma. Tan solo como un árbol seco en mitad del bosque. Cosa que a todos asusta. Y prefiero estar solo e incompleto y no acompañado e incompleto. Asumo las consecuencias de mis actos.

Querido Perdiendo el tiempo. Cuando despiertes de este sueño de winnie pooh que le impongo y le interesa alguna represaría: Vivo en Girardota, no ando armado. Podes escribirme y acudiré a cualquier cita. Ojala me adelantes los tramites con la muerte.

Vuelvo a la soledad y a la tristeza. Estoy solo y triste por descubrir que el amor no existe. En todas las cagadas cometidas, estudio riguroso del deseo y los impulsos, afirmo que el amor no existe. Es una ilusión. Al menos ese amor fachada. Ese amor a mí me aburre.

El amor no es una promesa a prueba de incendios, un beso de peso pesado, una metáfora de la felicidad, un helado de ron con pasas, una caricia sincera, un idilio exiliado del Edén.

El amor no es la octava maravilla y el deseo que nos gobierna y nos dirige toda la vida. Hablo de ese amor que nos enseñaron en casa, en el colegio y que todos los días nos meten por los ojos los medios de comunicación. Al menos vos, porque no sentís, estas libre de culpa. No has experimentado cuando la sensación quiebra toda voluntad. entonces cuando optas por un no ya habías concedido centeres de si.

El amor inculcado es un espejismo. Te lo revelo por si te interesa enamorarte mi osito de peluche, mi Perdiendo el tiempo con lanitas en cada letra, mi copito de resentimiento, mi orejita disponible, mi silencio de ternuras infinitas. El amor es un sentimiento de cristal. La mujer es de porcelana y el hombre el trapo que le da brillo. Por eso se nos quiebra en las manos cuando no coincide con lo imaginado. Se nos convierte en un cuento de hadas vivido en el infierno.

Y sí existe el amor no es un amor de postales, de llamadas telefónicas, de te quieros aprendidos de memoria, de suspiros imitados de las novelas de RCN, de línea recta, de risa sin dientes. No es un sentimiento puro ni un equilibrio. Es un brinco a los extremos. Está turbio

Miremos el amor como el agua de un estanque. El agua la vemos trasparente, cristalina. Así se nos dijo que debía ser el agua y así deberíamos tomarla. Bueno, pero ¿Que pasa si llueve o cae una roca o una cuerpo extraño al estanque? El agua se enturbia.

El agua turbia también hace parte del estanque. Creo, la parte más sincera. La roca, el tronco que cae al estanque puede ser una mujer o un hombre (según tus inclinaciones). El cuerpo extraño cae y alborota el estanque. Entonces el fondo se alza y sube. Ese fondo son las pasiones, los deseos, las perversiones que nos gobiernan y tememos. Es el odio bajo el amor, el deseo de matar después de haber sido victimas de la más bella ternura, el otro lado del amor, el oculto, el que no se nos ha enseñado, el que no figura en los manuales de conquista. Es la oscuridad hecha luz. Es ahí donde un taburetazo se siente igual que un beso, con la misma perplejidad y desconcierto.

El amor es un sentimiento enfermizo, mi querido Perdiendo el tiempo, personaje de peluche. Por eso, porque no existe el amor es que creo firmemente en Dios y te delego la misión de que me presentes una nena. Recuerda, debe ser tetona para sentir primero la ausencia en los labios. Te quedaría muy agradecido.
Me dijo un amigo que estaba estancado. Que si, mis textos eran ágiles y transparentes, pero sentía que había algo, un no se qué en o se dónde que me frenaba.

Querido amigo, estas en toda la razón. Hay una no se qué en no se dónde que me contiene. Últimamente me da miedo escribir con todo mi desgarramiento. Es tanto que oculto su identidad para no involucrarte.

Hace unas semanas una mujer, involucrada en mi blog, este el que estas leyendo, lector metido y desocupado, se enojó. Me dijo que no tenía derecho a utilizar su nombre para mis textos, que no todo era literatura, que la respetara, que ella no era un personaje público y nadie tenía derecho a saber de sus intimidades.

Eso me generó un problema. Pensé que tal vez ella estaba en lo cierto y que nadie tenía la culpa de mis enfermedades. Mis problemas afectivos, casi patológicos, son míos y de nadie más. A ella le dije que fresca, que se relajara, le estaba dando un poco de inmortalidad. Puro miedo discursivo. Pero en el fondo le concedía todos sus reclamos. Pero es duro aceptar los propios errores. Desde que exista la idea del otro a él se le pueden delegar todos los fracasos.

Pensé que había que perder la vergüenza y escribir sin miedo, arrojarse al vacío. Lo hice y las consecuencias no me gustan. Este blog es enfermizo. Pero aún así me gusta.
Y no sabes como me gustaría decir que te llamas Julio Cadavid, que sos músico y antropólogo, que la nena del reclamo se llama Sandy y todavía la siento, que perdí rastros de Yamile y me hace falta verla, pero no la buscaré porque ya le generé varios problemas. Que trataré ser mesurado y no escribir tanta huevonada. A ver si derrumbo el muro de la vergüenza.



Eras una película en la que yo no era extra. Sabía que sin importar lo que hiciera olvidarías mi nombre. No estoy hecho para hablarte como tampoco soy deportista, orador, bailarín, futurista. No coincidimos en la línea imaginaria del amor.

Tu amor asume el papel de protagonista. El mío de camarógrafo. Registro al mismo tiempo que me entreno para el olvido.

Pasaste. No dije nada. Tu imagen se me quedó en las retinas. Subí la mirada a las nubes. Respiré. El amor era el gallinazo que surcaba el cielo.
Esa fue la pregunta con la que terminó ayer el documental sobre Jaime Garzón en la biblioteca pública Jacinto Benavente del municipio de Girardota.

El país está más corrupto y sin quien pueda debatirlos sin caer en la trampa del discurso meloso del político, me atrevo a contestar.

Es curioso, lo que decías sobre el robo en el congreso, la privatización de la educación pública, la crisis social por los conflictos armados, el cerebro de las reinas que se les fermentó en los glúteos… todavía, 9 años después, son vigentes.

Fuiste el último mártir. El último genio que se atrevió a decirle en la cara a la gente lo que se merecía que le dijeran. La vez que le dijiste a Valencia Cossio ladrón ( hoy ministro del Interior y justicia con un hermano con nexos paramilitares. Quien valiéndose de su cargo llamó al Fiscal General de la Nación para interferir por su hermano) y amarraste tus cajas de betún para evitar el hurto. A él como a muchos le pusiste el dedo en la llaga,y les tocaba, por impotencia, reír y evitar tus preguntas.

Ahora estamos muertos de miedo. Los paramilitares, como las cucarachas, se esparcieron por todo el país. Hay más paraguas, parafernalia, paramédicos, parapolíticos, paramicos, parapocos, paradojas, paranoia, parásitos, parapara…para abrir la boca primero hay que tragar entero, con dientes y todo. Luego, se puede comentar cosas escabrosas como esa noticia de los parapolíticos investigados por la Fiscalía puedan volver a la Corte Suprema. Es un país, el nuestro, un gallinero enjaulado. Afuera del corral se vive mejor pero no nos dejan salir. Encerraditas las gallinas no ven más allá del cerco y no conocen los privilegios de comer tres veces al día.

Te tocó el boom del narcotráfico, el Escobarismo, el Gavirismo, el Samperismo, el Pastranismo... Los sufriste y los ironizaste. Estuviste embolándoles los zapatos, pero eran ellos los que te embolaban. Resultaban menos astutos que un embolador, respondiendo a preguntas nuevas con respuestas repetidas desde hace 50 años. Les decías inocentes, brutos, indeseados, corruptos, huevones, hifueputas… y solo se les ocurría mostrar los dientes porque tú eras mueco. Pero ellos gruñían mientras vos mordías.

Recuerdo cuando le dijiste al hijo de Galán que lo que recordaba de su padre era que por una causa había que dar la vida. Ahora la vida ha perdido sentido. Nos enajenamos por miedo. Culpa de la educación que no es una educación para el individuo sino para la empresa, para el olvido, para la producción en serie del olvido. Si antes los estudiantes no pensaban ahora ni diferencian el verbo pensar del verbo cagar o comer. Lo peor es que los profesores apenas se diferencian de sus estudiantes por la edad. Se piensa en el país así como se come una bandeja paisa, mientras en la calle, los desplazados muerden cartón para no oxidar las mandíbulas.
Jaime, se nos llenó el país de cooperativas y pobreza. La estrategia es empobrecernos más y como ya no hay quien comente sin miedo, nos están dando el beso de Judas. Porque entre más pobre el pueblo más manipulable. Como el perro, cuando el pueblo tiene hambre, menea la cola y no mira más que con el hocico y el estómago. Entre más miserable más masa es el pueblo. Y digo lo de masa por volumen moldeable. Entonces los medios serían enormes manos que moldean la masa como cúmulo de maíz.

No te tocó la reelección de Uribe. Es lo peor que nos ha pasado. Nunca antes se había visto tantos congresistas encarcelados por nexos paramilitares. Siempre han robado, pero es que ahora roban con salvoconducto. No te tocó el desastre que nos ha hecho las novelas y los noticieros de Caracol y RCN, la huerta del palacio de Nariño. No te tocó la profesionalización del periodismo. Ese fenómeno del que tanto dudaste. El periodismo es una carrera universitaria. Los nuevos periodistas salen con bozal de la universidad y se creen mesías, y sí, son mesías dela estupidez y de las entrevistas por teléfono.

Desde ese 9 de agosto de 1999 el país sigue peor. Tus lágrimas que a muchos nos hicieron reír se frenaron en seco. Queda uno encabronado de que un tipo como vos haya sido victima de las pataletas de Castaño. Aún inmune a tan desastroso acto. Se te recuerda con el dolor de un Gaitán o Galán.

Jaime, seguimos tragando entero y celebrando el garrote que nos dan. Estarías con los pelos de punta si nos vieras en este momento.

Los enfermos se buscan. Se encuentran, se violentan, se contagian, se sufren, se ladran, se maltratan y cuando se alivian se marchan.

Estoy enfermo. Lo sé y mis actos son efectos segundarios. Padezco una mutación. Me transformo en perro. Con los días el perro que llevo dentro de mí es más autónomo.

Saberlo no sirve de nada. Igual las cosas llegan sin que pueda evitarlas. Voy perdiendo la batalla.

Últimamente exhibo mi animalidad sin vergüenza. Así como un perro menea la cola y ladra yo hablo y actúo

A veces, camino a casa, me acompañan unos panas. Lucas y los otros de la manada que cuidan en bar donde trabajo los fines de semana. Voy como si fuera parte de ellos. Alzo la pata y orino. Acto seguido ellos orinan conmigo. Sonrío y me asusto. Comparto mi humidad con ellos así como ellos comparten su animalidad conmigo. El puente es el orín. De alguna manera somos fraternos.

Hasta tengo una serie de poemas sobre un perro. Antes de que el perro alce la pata y… se titula. Algo de raro debe de haber en esos poemas. Tal vez es el registro de mi mutación.

Me comporto como un perro callejero. Soy un perro callejero. Me siento un perro callejero con cara de perro doméstico.

El fin de semana pasada, específicamente el domingo, amanecí con un guayabo puntudo. No tengo novia y no sabía que hacer para calmar el deseo. Y llamé a una pelada de Bello. Pactamos que venía a eso de las tres de la tarde.

Me bañé. Me estregué bien las pelotas. Verifiqué cada uno de mis órganos fueran aún míos y no del perro que me crece por dentro. A las tres estaba en la entrada de la iglesia más hombre que perro.

Caminamos hasta la casa. Me tomé un vaso de agua. Entramos a la pieza. Quise estar reposado y que ella hablara un poco. No quería que mi sed de ella me delatara. Me dijo hola y la besé.

Mierda. Me le tiré encima. Un animal. La desvestí y jugué con su cuerpo. Guao.

Quería penetrarla, saciar mi instinto. Cuando estuve dentro ella brincó y dijo que no, que afuera lo que quisiera. Adentro no. Ummm…

Fresca le dije. Tenía que demostrar que podía controlar la situación. En silencio miré el techo. Guao. Me preguntó si me vine y si eso era sexo. Le dijo no a las dos preguntas. Que ella no sabía que era eso y que tenía un trauma. Que algo en ella se activaba como mecanismo de defensa cuando las cosas se le salían de control. Cuando empezaba a sentir cosas que no entendía se alteraba y se alejaba como si eso fuera una herejía.

No me contestó y volví a su cuerpo. Guao. Lo mismo. El brinco y mi condición de iniciado. Guao. Mierda. Guao.

Me dijo que yo no estaba hecho para el amor y que mientras no dejara de idealizar a la mujer no estaría con ninguna. Cierto, dije, pero asumo mi soledad sino empeño mis sentidos en lo que siento. No quiero decirle a una mujer te quiero como deporte para llegar a su sexo. Si quiero follar follo y lo digo sin rodeos ni mentiras. Quiero decir te quiero cuando no me de miedo tirarme de cabeza al abismo sin importar si pierdo la vida. Con usted no se puede, me dijo.

Volví a su cuerpo, esta vez con más furia, con el ego herido y no busqué su sexo. Guao. Me le monté por detrás. Eché saliva en sus nalgas. Lamí su espalda. Me moví. Me fabriqué una penetración fuera de ella, pero en ella. Tenía que ladrar, de alguna manera ladrar, moverme, lamer, ladrar, guao, guao… Ladré sobre su espalda. Moje su espalda y cuando estaba listo para ser domesticado ella se fue. Guao. Adiós. Calle. Guao. Otra perrita. Guao.


Conozco un cuentista fracasado. Pero un episodio de su vida, para mí, es su único cuento digno de ser leído.

El cuentista está casado con una pintora. Desde que convive con ella su producción literaria disminuyó notoriamente.

Él dice que ya no tiene tiempo para sí mismo. En cambio la pintora puede estar con ella así él la acompañe. Esa es la gran diferencia entre ambos.

Cuando el cuentista siente que puede escribir y el cuento lo espera acostado sobre la página en blanco, y solo falta poner el lápiz sobre la hoja para que el cuento se mueva, se insinúe y aparezca por arte de magia, ella lo distrae. Él dice que no puede escribir mientras lo miran. Se siente intimidado. Algo le impide concentrarse con otros ojos.

El cuentista desiste de escribir, algo habitual en él. Se sienta al lado de su esposa y antes de comentarle su situación ella lo envuelve, sin escapatoria. Le habla de los proyectos de sus exposiciones, de sus cuadros, de la calidad de los pinceles, de la importancia de los pintores clásicos en la pintura contemporánea, de la diferencia entre la fotografía y la pintura. Luego le pide que le pose. El cuentista abatido, en silencio, posa y se queda en la misma posición por horas.

El cuentista se siente frustrado, lejos de su anhelo de ser el renovador de la literatura. No protesta. Cada vez siente que tiene menos palabras. Mira el techo y sigue, por inercia, las órdenes de la pintora. Qué el mentón un poco más arriba. No... a la izquierda... así... sí... ¡Perfecto!

Quizás mientras parece un sonámbulo recuerda cuando era soltero y se sentaba en su mesa de noche y escribía horas y horas y perdía la noción del tiempo. Escribía sin medida y sin interferencias. Tenía el mundo a disposición de sus manos. Su condición actual no era de su agrado.

El cuentista baja la mirada del techo y mira a su mujer. Sus ojos la interrogan. Tal vez esté indignado de sentirse observado, marioneta, limitado y cada vez más insatisfecho con su escritura. Ella le sonríe. El cuentista le dice que está cansado de posarle y que ha llegado el momento de escribir. Después de mucho tiempo habla, se hace sentir. Miró a su esposa. Empezaré por mi mismo. Seré un personaje de uno de mis cuentos. Un tipo de piel de cristal. Y para subsistir y continuar escribiendo, debes dejarme solo. Porque sí se me toca mucho, si se me molesta mucho, si no me das mi espacio, me tarjaré y romperé para siempre.