En Fredonia la muerte fue por un amigo y le hizo un guiño de ojo a mi abuelo.

Salí de Fredonia hace seis años para estudiar periodismo en la Universidad de Antioquia. Partí. Porque hay que hacerse hombre fuera de casa. Luego regresar a valorar lo perdido.

Fredonia es frío, cafetero. Cuna del escultor Rodrigo Arenas Betancur, el escritor Don Efe Gómez. También es un municipio arrasado por tres derrumbes. Acontecimientos que son Iconos en la tierra de hombres libres. Hechos turísticos en la historia del municipio.

Mi casa estaba ubicada en la vereda Travesías. Era una vereda tranquila. Nunca pasaba nada. El tiempo se entretenía comiendo naranjas o jugando al escondijo con nosotros. Y le hacíamos trampa al tiempo. No lo buscábamos. Queríamos ser eternos un ratico.

Conocí mucha gente en ese lugar, de allá es mi infancia. Mis recuerdos están llenos de cielos estrellados, de tardes nubladas, de novenas del niño Dios, de gallinas, de carreteras, de arepas con mantequilla de vaca, de sueños que eran posibles porque eran inocentes.

Se creía en la tranquilidad. No había plata pero nada faltaba. Siempre había una risa que ofrecer al vecino. Sabíamos con quien enojarnos porque podíamos hacer las pases. Fuera del campo todos estamos enojados porque no nos detenemos a caminar y todo no es invisible y todo se mide con la prisa.

Ernesto Morales siempre me saludaba con una sonrisa. Iba a la casa a que mi madre le diera chocolate y un par de galletas Saltín. Llegaba a las seis de la mañana. Sonreía y se despedía. Daba una ronda por las casas vecinas. Llegaba a la hora del almuerzo, el desayuno o la comida cuando no tenía trabajo. Cuando trabajaba se quedaba en una sola casa. Trabajaba por la comida y por tener un techo donde dormir algunas noches. No le gustaba su casa porque su familia era muy escandalosa y se insultaban por deporte.

Él era pacifista. No le gustaba pelear. Huía de los problemas. Le tenía fobia a la policía porque pensaba que lo iban a culpar de un delito no cometido. Es legal una equivocación.

Cantaba en las mañanas. Escucha desde mi pieza su voz a las 6:00 am. Era como mi reloj despertador para ir al colegio. Cantaba las mismas canciones: algunas rancheras de Vicente Fernández y otras de despecho de Darío Gómez.

Le decían Colanta porque era lo único que decía de pequeño. Si le preguntaban que quería contestaba Colanta. Colanta con banano, Colanta con agua de panela, Colanta con café, Colanta con mermelada de guayaba.

Tenía una novia 10 años mayor. Salían los domingos, iban a misa, se confesaban. Luego se sentaban felices, enamorados, con las mejillas encendidas después del beso, en unas de las heladerías del atrio a mirar a la gente pasar.

Si estuviera vivo tendría unos 36 años. Lo mataron el sábado 16 de octubre. Le hincharon el rostro a golpes. Le reventaron un zurriago en la frente. El asesino fue un sobrino.

Ese sábado habían dos festivales. Uno en la vereda la Toscana y otro en Travesías. Ernesto estaba con su novia en el festival de la Toscana. Bailaron, se abrazaron y se dieron un beso tímido en la despedida. A la media hora llegó su sobrino, Yeison Acevedo Morales. Al enterarse de que su tío no estaba se dirigió al otro festival. Tampoco. Caminó hasta una cantina, El reposo. Allí lo encontró. Ernesto estaba sentado en la barra con una cerveza Pilsen y un cigarrillo President. Se le acercó y le dijo que caminaran. Ernesto se despidió cantando.

Ese día Yeison tenía la herida de un recuerdo en sus ojos. Un reclamo que hacía al tipo equivocado. La perdida de algo sagrado subía por sus venas.

A su padre lo mataron cuando tenía dos años. Lo mató Pedro Pablo Echeverry en 1991, año de la constitución Política de Colombia. Lo mató a puñaladas por una ruana y porque lo había descubierto amante de la mamá de Yeison. Jugaban dominó y mi abuelo perdió. Pelaron. Luego mi abuelo huyó. Lo encarcelaron a los dos meses . A Yeison lo adoptó su abuelo, Aurelio, y le brindó una casa para dormir y crecer.

El cadáver de Ernesto apareció el domingo a las 10 pm. Le habían dado dos puñaladas en el corazón y echado a rodar por un cafetal. El informe de la necropsia es que fueron dos los asesinos. Uno solo no hubiera proporcionado esas heridas. Del otro todavía es un misterio su identidad.

El la mañana del domingo Yeison se levantó. Desayunó. No miró a nadie a la cara. Se despidió evitando cualquier conversación. Hizo maletas y se fue.

En la tarde del lunes fue hallada en su habitación el arma asesina y una camisa ensangrentada.
Mi abuelo, Pablo Echeverry se despertó asfixiado en la madrugada del martes. Había soñado con el rostro de Yeison. Supo que el pasado había despertado y que sus actuales buenas intenciones no borrarán el mal que ha hecho. Han empezado a rondarlo. El equivoco ya es mayor de edad y como él, ya ha matado a una persona inocente.

2 coment�rios:

Anónimo dijo...

Hay palabras que al juntarse adquieren tal fuerza que centellean, otras que hacen llover, otras enmudecen. Yo no se que decir, sé que quiero decir algo, ¿pero que decir?

Tal vez usted nunca ha abandonado fredonia, tal vez fredonia se le metio entre los ojos.Ademas, si alguien quisiera abandonar a alguien, seria fredonia a usted y no usted a ella.Los entornos nos crian, de alguna forma son madres tambien.

HERMOSO TEXTO, HERMOSO.

CANIS

Anónimo dijo...

fokiu