El fin no es ser irrespetuoso con ninguno de los anónimos que me dejaron sus comentarios. No va al caso enojarme con fantasmas. En mi actitud de escorpión sería enterrarle mis tenazas al aire. Es decir, perder el tiempo.

Lo primero que hice al leer los comentarios fue irme al baño y masturbarme. En ese momento pensé, no sé por qué, en una mujer lejana. Apreté en mis manos esa ilusión para que escupiera a los anónimos. Luego prendí un cigarrillo y me senté en la cama.

Pero antes me sorprendió que hubiera tanto doliente con mis textos. Sé que, defensa o sumisión, es usado en contra. Es de entender. Fenómeno antiguo y predecible de la opinión pública. Si alguien dice que otro es un triste de mierda que patina en lo mismo, los otros empiezan a pensar lo mismo y asumen un pensamiento ajeno como propio. Por lo tanto solo me hicieron un comentario digno de responder porque los otros, todos, hasta los que intentaron defenderme, no fueron más que anécdotas del primero. Ocurre. Nos gusta tanto solucionar los problemas de los otros que nos volvemos expertos en el desconocimiento de nosotros mismos.

En cuanto en que patino en lo mismo, mi querido anónimo que es todos los anónimos y que me aventuro a llamar Henry (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia) porque los otros son solo esquilas, le digo: No sé si patine en lo mismo. Y si lo hago es grato saberlo. Si faltarle el respeto a nadie.

Pero miremos bien eso de patinar, cuando lo decís haces referencia a la creación literaria, al estancamiento de los textos por dedicarme a escribirle a una mujer. Bueno, en ningún momento quise hacer lo contrario como tampoco ha sido mi pretensión salvar a la humanidad con mis textos. Es ingenuo pensar algo parecido. Es un artilugio creerse el mesías por estos tiempos.

Vea, esa búsqueda de la estética por la estética, ese acto sisañoso de querer todos los días imponer una moda es una perdedera de tiempo. La moda es para el olvido. Y lo que se hace es halarse los pelos innecesariamente y se acude al espectáculo del insulto y de la crítica para ser tenido en cuenta en algo a lo que no fue llamado. Recordá que la critica es esa señora que está enamorada de los vestidos nuevos. Se los pone y cuando ya no le gusta los deja tirados en un rincón del cuarto. Entonces es cuando el vestido es importante y puede ser de utilidad.

Pero si hay una búsqueda que me interesa y es la de aceptarse como individuo. Hacerse preguntas porque es más valido vivir intensamente una pregunta que ir por ahí juzgando y dando respuestas. En esa búsqueda se acude a la necesidad. Y es la necesidad la que cuenta ese mundo interior que nos habita y nos hace audible esa voz interna atiborrada de tanto movimiento de moda. Es la necesidad, sin importar el campo de acción, la que da las pautas para contar lo que albergamos bajo la piel.

Le confieso, querido Henry, que no pienso en terceros cuando escribo. Sería distraerme de mi propio exorcismo. Si un texto gusta o no a los lectores es cosa de ellos. Eso ya no me incumbe porque para mí esos juicios significan lo mismo: nada. Escribí para mí. Curiosamente se les hace más daño a las personas que no nos interesan porque no pensamos en ellas. Pero soy obstinado, pecador, contradictorio y escribo este texto que es otro esfuerzo innecesario pero me gusta perder el tiempo de esta forma.

Hay otro asunto querido Henry, porque sos todos los anónimos, que me inquieta. Me nombras poeta chilletas con fórmula incluida para crear metáforas. Bueno, es una ingenuidad llamar a alguien de 26 años poeta. Solo a los 28 años si el individuo es juicioso empieza a vislumbrar la reflexión y a pensar por sí mismo. Antes es solo entrenamiento. Por eso es común ver a jóvenes haciendo de todo para encontrar su camino y pintan y escriben y cantan y hacen teatro y cortejan y trabajan en busca de esa puerta para entrar y canalizar sus energías. Entonces es una ingenuidad decir poeta tanto como hacerse llamar como tal. Podrás decirme que existió un Rimbaud o un conde de Lautréamont. Es cierto, pero fueron sus vidas y no las nuestras y sus vidas ya pasaron y son literatura.

Lo otro, de que tengo una formula para las metáforas es la primera vez que escucho tal cosa. Y si la tengo y la sabes, deberías decirme cuál es porque me habrás ayudado y habrás solucionado un debate que viene desde los griegos sobre si hay métodos para escribir un poema o una metáfora. Serías luz para estos tiempos tan oscuros. Pero si es solo por llenarte la boca que decís eso, hermano, sos todavía más ingenuo.

En fin, en este punto voy al baño. Sufro de cólicos por estos días. Cago. Me limpio. Envuelvo papel higiénico en la mano derecha. Continúo con el texto. Y Trannnn… un descubrimiento. Encuentro dos libros que recomiendo a los anónimos para que se instruyan y estén a la altura. El primero es la Poética de Aristóteles y el otro es Como escribir un poema (aunque El abc de la lectura también sirve) de Erza Poud.

En fin, por lo pronto con sus comentarios me limpio la nariz. Una sonada, dos sonadas…. Ahh-chooo … Ahh-chooo… ufá… Los espero con más comentarios. Mientras voy a tirar a la basura el papel higiénico y a cagar otra vez. Ahh- chooo.



Tengo los pies mojados. Mi cuerpo crecido persigue al niño que fui y no lo encuentra. Mi cuerpo está vacío de caminar los caminos que me fueron y ya no son.

Las calles de Fredonia me hieren. No quiero rasparme las rodillas para comprobar que he crecido y me duele el dolor. No quiero doblarme un tobillo y que se me lagrimeen los ojos. Estoy hecho un fantasma que sonríe más de lo conveniente.

El recuerdo es más frío que el frío. Las cosas que hice y son pasado me taladran los huesos. De escacha se constituyen mis movimientos. Los huesos… los huesos… huesos… el frío… frío… los huesos. Hay una capa muy delgada entre los huesos y el frío. Esta piel que tengo está abierta y todo le pasa, hasta el miedo. En los huesos también tengo miedo.

No soy el mismo. Estoy más cansado. Es agotador colgarse los años del cuerpo. Cada año un ladrillo a la espalda. Pero no estoy triste ni alegre. Tengo frío.

Frío del recuerdo que fui, del niño que mordió una manzana y se creyó pájaro, del adolescente que coleccionó deseos torcidos y los apretó en las manos, del fracaso que miró la mujer y se sexó en palabras reprimidas, del muchacho que un día salió con una maleta de nube como antídoto a la angustia.

Tengo el frío de la edad, del recuerdo, de sentirse extranjero en uno mismo, de caminar sin rumbo del niño que fui, de alzar las manos y tantear con los dedos el abismo. Tengo el frío de la ausencia. Tengo el frío del campesino que ya no es reconocido por el campo. Tengo el frío del abandono. Y lo único para arroparte es esta puta soledad que ya se me ve cuando hablo.

Pero no estoy triste, tampoco alegre. Tengo frío. El frío de revisar la cuenta bancaria (002-2702553-1 en Bancolombia, cuenta de ahorros. Nombre completo Juan Camilo Betancur) y verme con el saldo en cero. El frío de mi piel que es escarcha. Tengo frío Luciana, es todo. Tengo frío. Puto frío. Escarcha. Niebla. Frío.




Estoy triste de nacimiento. Con la tristeza chupé del seno de mi madre y lloré de hambre. Mordí el tetero, aún sin dientes, para que la tristeza no me lo arrebatara. Siempre ha sido así. Siempre muerdo lo que quiero y la tristeza lo arrebata. Por eso rastrillo los dientes dormido, de impotencia y de rabia.


Con la tristeza cambié mis muñecos de yupi, me caí en la bici y me raspé las rodillas, jugué el lobo del aire en un ciruelo, le vi los calzones a la tía mayor y me dio mal de ojo, maté un perrito porque creí que volaba y se estrelló en el suelo, comí mango verde con sal y limón.


Con la tristeza busqué helecho para chambuscar marranos. Cortaba el helecho y lo cargaba sobre la espalda hasta la casa del abuelo. Bebía un jugo de naranja e imaginaba al marrano negro, quemado, humeante, con el helecho que había cortado.
Me paraba frente al espejo con la tristeza, nos mediamos, comprobábamos cual de los dos era más alto. Trataba de empinarme, comer más que el día anterior, alzar las manos, mirar más al cielo si por casualidad se me estiraba el cuello. Siempre era más bajo que la tristeza.


Estoy tan triste tristeza y más que una queja es una ausencia esto que siento. Estoy tan triste tristeza que hay en mí pasos hacía otra parte, pasos que ya me caminan y me llevan, pasos que me salvan. Me atraviesa esa ausencia, me es necesaria.


Estoy tan triste tristeza que esta soledad que soy se hace vieja, se desgasta, se emborracha, se enmarihuana, se enluciana, revisa la cuenta bancaria (002-2702553-1 en Bancolombia, cuenta de ahorros. Nombre completo Juan Camilo Betancur) y ve 100 mil pesos que antes no había. Entonces esta soledad que soy, de cuerpo extraño, sonríe porque hoy está menos triste. Hay caminos, hay labios, hay pasajes.


Tristeza hoy te invito a un cigarrillo. Acompáñame a mirar el cielo para que se te estire el cuello un poquito. Ya no soy egoísta contigo tristeza, ya no me mido con vos, no va al caso. Miremos las nubes. Allá arriba. Nuestras nubes. Y brindémosle un racimo de nubes a aquella persona que me consigno los 100 mil pesos.


Tristeza hoy no estoy tan triste, pero se está tan triste, todo el tiempo, que es bueno fumar, hablar con un amigo, seguir con los preparativos del viaje y agradecer todas las ayudas. Así, tristeza, agradecé también que eres tripulante de este viaje.

Llega un momento en que se debe viajar. No se sabe en que momento. Se siente y cuando se siente es irremediable dar vuelta atrás. Al menos si es una decisión vital.

Hay que atreverse a conocer otras tierras. Ver otras culturas. Porque el asombro se atrofia si lo dejas circulando por las mismas calles, los mismos rostros. El asombro se va acostumbrando a que no hay sur más allá de las montañas.

Siempre me han atraído los viajes. El ignorante no viaja, dicen. Hasta el momento soy uno de los más grandes ignorantes. Cabronamente sedentario.

La sabiduría está en el camino. Vivir es saber. Necesito esa máxima como practica y no como teoría.

Pero estoy lleno de miedos. Culpa de la culpa ancestral de mi familia. Me educaron con el ideal de crecer, procrear, ver tv, comer cerdo en diciembre, casarme, rascarme las pelotas, envejecer, ser ejemplo… en fin. Fin.

A los trece años intuí que si seguía en casa me moriría de solo. Entonces hice maletas. Empaqué dos camisas, algunos muñecos cabezones de yupi que eran personajes del Chavo del Ocho, algunas naranjas, un par de medias Adidas, un pañuelo, una foto de mi madre.

Dije en casa que iba a pasar el fin de semana donde amigo. Pero todavía no era el tiempo.

Vivía en Fredonia y llegué a la ciudad. Una volqueta me llevó. Mierda. No sabía que hacer. Amanecí bajo un edificio. Lloré de solo, de frío, de gris, de oscuro, de niño, de hambre, de noche, de miedo, de cocuyo, de sucio, de mí.

Apenas amaneció volví a casa. No dije nada. Solo en mí quedó ese primer fracaso.
Desde entonces hago paseos cortos, pero con la diferencia que vuelvo, por más lejos que llegué, vuelvo. Es distinto.

Ahora es otra cosa. Conocí una luz que me mueve. Se llama Luciana. Ella es Argentina y vive en Buenos Aires. Me escribo con ella. Hay algo en esas palabras que le escribo y me escribe que me convence de que ella es ese puerto, esa frontera, ese límite al que debo llegar para admitir que ya no hay límites porque ambos seremos frontera.

Ella piensa hacer un viaje hasta Perú. Por lo que me ha dicho es un viaje que quiere hacer desde hace tiempo y ha ahorrado para ello.

Yo, en cambio, apenas empiezo ahorrar. No sé que voy hacer pero algo haré. Hice un presupuesto para el viaje. Necesito unos mil dólares.

Para ese capital redacté algunas cartas a mis amigos para que me ayuden con un trabajo temporal. Necesito dinero. La idea es salir en enero.

Hay dos razones para ese viaje. La primera es viajar y proporcionarle al asombro su estatus de asombro y pueda cantar ese viaje. Y la otra es Luciana. Siento algo muy raro por ella. Si, sin más rodeos, me gusta esa Luciana y quiero luchar por ese encuentro.

Luciana es un país donde las flores bailan tango. Un país donde el suspiro es el himno nacional de los posibles. Tírame ese posible Luciana. Si, indudablemente, estoy enamorado. No hay remedio. Ya sueño con que estoy lejos, buscándote, tocándote, mirándote, hablándote, mordiéndote, enlunado. A ese país me dirijo.

Pero necesito dinero, por eso utilizaré mi blog como medio para financiar ese viaje. Es decir, dejaré la cuenta bancaria para quien quiera patrocinarme, ayudar a esta alma que soy buscar su otra mitad de alma que ahora ve. Quién se haya enamorado me entiende, y está de acuerdo conmigo en que es mejor el amor que la perfección y que por amor la vida cobra sentido. Entonces dejo este numero de cuanta para que me ayuden a encontrar a Luciana.

La cuenta es: 002-2702553-1 en Bancolombia, cuenta de ahorros. Nombre completo Juan Camilo Betancur.

Igual, para quien le interese, redactaré crónicas de viaje para dar fe del viaje y de mi alumbramiento. Hacer los preparativos, querida Luciana, es ya empezar a viajar.



Colombia es un país de asesinos en serie. Los más famosos: Pedro Alfonso López el monstruo de los Andes y el reconocido Garabito. Ambos enfermos sexuales. El primero obsesionado por niñas no mayores de 17 años y las violaba. Después de violarlas las estrangulaba para ver la inocencia en estado puro. Escogía sus victimas a plena luz del día para asegurarle más detalles a su excitación. Fue verdugo en Perú, Colombia y Ecuador. El otro, Garabito, se ensañó con niños. A todos los violaba y torturaba cortándoles los genitales. Garabito ya es cultura general en la violencia de Colombia.

Ambos coincidieron en ocultarse en las montañas. Dejar en lo oculto de la selva, del campo, las pruebas de sus crímenes.

No solo ellos han sido monstruos en serie. Han habido otros sectores, menos visibles, pero igual de devastadores, el estado entre ellos. Entre sus atrocidades se nombra la toma del palacio de justicia y los desaparecidos (...) y ahora la presión que ejerce a la educación pública y a la marcha indígena. O los paramilitares con sus fosas comunes y las decapitaciones con motosierras. O la misma guerrilla con los atentados. Y que decir de la infinita guerra de liberales y conservadores. Y que decir de todos los que usamos la coraza de la indiferencia.

Colombia es un país violento por naturaleza. Una guerra que opaca el paisaje, una guerra que se patrocina desde arriba, una guerra que multiplicó el madre solterismo, una guerra que llevamos en las venas. No es de extrañarse entonces que esos actos ocurran y sigan ocurriendo, sin que surja cambio alguno. El odio escudo nacional de hombres indiferentes. El odio cúspide de sangre derramada por una guerra que nos dio la primera palmada en la nalga. El odio carta magna del instinto.

Son incontables los abusos que suceden a diario. En las noticias solo se cubre la parte más visible de los hechos. Los medios van a los lugares más cercanos, más urbanos, para no perder la chiva. Pero dejan lo otro a oscuras. Las montañas están inexploradas por los medios de comunicación. Hay mucho zancudo, mucho paisaje, mucho silencio en las montañas como atraer al colombiano tan civilizado, que quiere sacar barriga, procrear, tener hijos y morirse. Pero eso sí, que nadie los moleste. Esta historia patria los indigesta.

Pero es en las montañas donde la muerte es más lenta y horrorosa. Con Pablo Escobar se hizo mucha bulla porque era un fenómeno urbano y las muertes eran rápidas y visibles. En cambio con los paramilitares apenas se descubren sus atrocidades, porque sucedió en las montañas, donde no hay una cede de un medio de comunicación, ni una ONG, ni una alcaldía, ni un CAI, ni nada. Donde no hay como verificar ningún hecho.

Es en las profundidades de las montañas del suroeste antioqueño, acaba de nacer otro asesino en serie. Se dice que tiene vínculos con los paramilitares, hoy, las águilas negras. Es un joven de 19 años y ya ha matado a dos. Pero no a niñas ni niños, sino a hombres con algún retardo mental. Específicamente en el municipio de Fredonia, en la vereda de Travesías.

Él se llama Yeison Acevedo Morales y ha matado a dos. El primero fue a un tío, Ernesto Morales, el pasado 16 de octubre. Y el segundo fue Carlos Garrucha, un tío político, a quien asesinó el pasado dos de noviembre.

Yeisón después del primer asesinato, tal vez el más duro, el que le mediría la sangre, se fugó por dos semanas. Luego volvió a su antigua casa como si hubiera salido de vacaciones. Su antigua familia lo acusó a la policía. Por falta de pruebas fue liberado.

Yeison estuvo en la casa, silencioso, planeando la muerte de Carlos Garrucha. Necesitaba hacerse más fuerte para ir por el gran pez, Pedro Pablo Echeverry, el que mató a su padre.

Yeisón desde pequeño siempre, cuando hablaba, miraba a la derecha. Pocas veces seguía una conversación con la mirada fija. De pronto se acordaba de algo y miraba a la derecha. Entonces se quedaba callado y apretaba los puños. Porque el hombre cuando mira a la izquierda es cuando miente y a la derecha cuando recuerda.

Yeisón desde muy pequeño iba a la casa de Pablo a observarlo. Lo miraba fijamente. Luego se quedaba llorando, solo, jurando vengarse. Además Pablo embarazó a su madre, al poco tiempo de haber matado a puñaladas a su papá.

Pedro Pablo en estos instantes está encerrado en su casa. Se muere lentamente. El terror lo ha visitado. Tiene una tienda y desde hace dos semanas no la abre. Esta cagado de miedo. Además sabe que su nombre se susurra con más fuerza al otro lado. Y que su hijo, el único digno de él, el que engendró con un error, cada vez se hace más fuerte. Y sabe que su muerte va a ser lenta y dolorosa, más lenta y dolorosa que las que ha cometido su verdugo.

Yeisón se prepara para Pablo y Pablo lo sabe. Yeisón tortura a Pablo con la imaginación de su propia muerte. Con varías personas dejó el recado de que el viejo maldito será el último y el más sufrido.

Pablo estaba en casa, con su segunda esposa, mirando tv, cuando le contaron del asesinato de Carlos Garrucha.

Carlos Garrucha era la mano de derecha de Aurelio, el abuelo de Yeisón. Carlos era que cortaba los guineos, recolectaba el café, mercaba, realizaba las tareas básicas de la casa. Era casado y tenía dos hijos.

Yeisón, después de que fue detenido, volvió a casa, hizo maletas y se fue. Eso hizo creer.

En casa de Aurelio se fue el agua, Garrucha como siempre acudió a arreglar el daño. Como antes, era posible que un tronco o arena hubieran taponado el tanque o la tubería.

Garrucha apareció el lunes tres de noviembre, picado a machetazos, dentro del tanque. Yeisón le dio 23 machetazos, lo cortó por las articulaciones. Cabeza, brazos, piernas... Luego puso una lata sobre el tanque, a la lata la aseguró con llantas y rocas. Y marchó.

Pablo escuchó la noticia. Se hizo el fuerte. Dijo acostarse a dormir. Pero no durmió. Esa noche escuchó pasos fuera de su casa y una voz que pronunciaba su nombre.




Últimamente ando mesurado en este blog. No he querido contar muchas cosas. Intento ser parcial y escribir sobre generalidades. Según se dice, las generalidades dan cierto aire de decencia y sabiduría.  El que es general es universal. El que sabe de todo es más práctico. Pero no soy decente ni sabio. Además esas cuestiones de vanidad, en verdad, me dan flatulencias.

Sé que debo respetar a los otros. Nadie es culpable de mis desgarramientos. ¡Qué me demanden entonces!  No escribo para que me lean. Aunque su lectura, querido lector, me hace sentir menos solo. Mi fin es descubrirme en mí. Tocar mis debilidades, saber de mis límites, enfocar mis miedos. El resultado final, el texto, si gusta o no, me dará igual porque fue un estudio de mí, un resultado de mí, lo otro es añadidura.

Podrán decirme que ese argumento es valido pero sin que se publique texto alguno. De acuerdo. Pero si lo público y no lo público quedaré igual. Veré con los mismos ojos el mundo. Nada a parte de mí habrá cambiado. No me interesa salvar el mundo, no quiero acumular dinero, no soy un caudillo, apenas puedo hablar. Así que no veo la diferencia si lo que quiero es ser o no ser aceptado por quien me lee. Es cosa del lector los juicios. Además me atrae la idea de que mis errores alteren a los que comenten los mismos errores. Tal vez lo que les duela es que se identifican con algunas de mis cosas y no les gusta sentirse endemoniados, débiles, frágiles, insignificantes, asustados, indefensos, fracasados. Entonces reaccionan y atacan o se van o se quedan y leen sin decir nada, como mirando en mí ego de ellos eso que odian.

Estuve por varias semanas jugando a ser bueno. Quería hacer bien las cosas y encajar en el sistema de las buenas intenciones e individuos incorruptibles.  Bueno, lo hacía motivado por la fiebre del amor. Que le vamos hacer, también soy miope de corazón.

Estaba enamorado. Si Luciana, de mujer mayor. Pero está vez la barrera de la edad pudo más que la entrega. Tengo la manía de mirar donde no debo. Por ella dejé de contarme con todo el desgarramiento. Por ella creí un posible. La esperé más de lo conveniente.

Luciana, cuando uno se enamora ve derecho todo lo que es torcido. El deseo circula por las venas, nubla la vista, atrofia los sentidos. Se tiene la razón envenenada de impulsos. Pero me gusta ese envenenamiento.

En fin, sucede, fui más poesía que hombre. Creo que ya te lo había dicho. Y no me justifico. Admito que no hice bien las cosas. Mi cobardía, mi puta cobardía, no sabes cuánto me fastidia. Llené la esperanza de distancias. Faltaron algunas vueltas a la tierra antes de que yo naciera. Le faltó otro giro al destino para que fuéramos complemento. Contra eso no hay poder humano. Si uno quiere un árbol de mandarina, lo consigue, pero no puede hacer que el mandarino dé frutos antes tiempo. Hay unas leyes por encima de nuestros deseos.

Se puede saber que se quiere esto o aquello y que esto y aquello no coincide con lo que se siente de esto y aquello. Tal vez por buscar lo que no me corresponda me pierda otra cosecha, otro florecer que si es el que me corresponde y se marchita por mi terquedad, por mi ansiedad, por mi prisa, porque soy un torombolo, un morocho como me decís de cariño, tu morocho, un mamarracho, un hombrecillo con los brazos tercos. Hay que mesurarse Camilo para arrojarse al abismo con más determinación. Hay que sincerarse ¿Por qué a quien le mentís cuando mientes?

Luciana, me decías que en algún momento íbamos a coincidir, no sabías cuándo ni en qué tiempo, pero que íbamos a coincidir. Por las cosas, por como están pasando, creo que tenías razón y qué será en este tiempo. Vea, le tiro un pedazo de magia. Hace aproximadamente dos horas escuchaba tu canción Golondrinas y una tórtola se entró a la casa. Dio vueltas por el techo. De golpe aterrizó en la cama de mi hermanita. Yo estaba en el comprador fumando y escuchándote. En la casa hay una perrita que no quiero mucho, pero no me cae mal del todo. La perrita se lanzó al ataque. El ave se introdujo en las cobijas. Vi la perrita encima de la cama y atrapé la tórtola. Me senté con ella en el computador. Puse tu canción y el ave se quedó quieta. Me dio por pensar que me la habías enviado. Me sonreí. Esas ideas son muy tontas. Pero soy tonto, soy ingenuo, soy despistado, soy débil, soy pobre, soy ocioso, soñador, tímido, triste y esas ideas para mí no son tan tontas por lo tonto que soy cuando me sé tonto. Luego salí de casa, abrí la mano y la tórtola se fue.

No quería que se fuera ni la tórtola ni mi idea de vos en la tórtola. Pero eso es lo que quiere todo el mundo. Soy un infante en estas cosas del amor y no quiero crecer. Solo los niños conocen la sabiduría del amor porque no idealizan y no desean más de lo que les es permitido por el asombro.

Ella, de la que me enamoré antes de vos, fue la que tocó la puerta. Ella me dejó una ausencia cálida. Sé que no hay ausencias cálidas. Pero esa fue cálida, que le vamos hacer, así la sentí. Fue una ausencia propulsora, ausencia  aceite, ausencia sacudida de deseo, ausencia puente, ausencia guía, ausencia maestra de ceremonia.

Tal vez otros tipos sean más prácticos y en mi lugar no renuncien y jueguen a hacerse indispensables.  Pero no soy como otros tipos porque ni sé como soy. Además, mi apuesta es la ilusión y no el futuro. Por eso me pierdo, porque por dar no abro los ojos y no veo indicios, señales, pistas. Soy experto envolatándome.

Ahora todos los hombres que soy empezaron a leer otras pistas,  otros signos que los llaman, otras señales que los hacen visibles.

Si, eres tú, Luciana, la argentina, la música, la de las señales, la que canta el olor de la orquídea y el jazmín y vive en la otra orilla del olvido. Miles de kilómetros separan nuestras bocas. Y lo contradictorio es que siento que vives a dos casas de la mía. Que basta con abrir la puerta, caminar un poco, verte la cara, besarte la boca, tomarte la mano y que me moleste la cremallera y entonces reír porque me descubriste soñándote en cada parte de mi cuerpo.

De nuevo, por ti, Luciana, soy el círculo y me repito como todo lo que sueña y tiene manos y se queja y sufre y fuma y se rasca el estómago. De nuevo el amor, el deseo, la cursilería. De nuevo el de nuevo. Pero ¿Cuántas veces se siente lo mismo en la vida? Si muchas. Pero ¿Con cuánta determinación? ¿Cuánta Luciana?¿Por qué no hacer equipaje?

 

Despertarse en la mañana, desayunar y bañarse. Esta camisa sí, ésta otra no. Lavarse los dientes. Estar cara a cara frente al mundo, habitándolo, sufriéndolo. Escuchar las noticias y sentirse triste de que nada cambiará sino se instaura el caos y nos rebelamos todos contra el gobierno de un hombre. Es triste que millones de hombres sean gobernados por un solo hombre. Un solo hombre es un país entero. Un solo hombre nos tiene en guerra sembrando desierto en el campo.

Es muy fácil no complicase la vida y complicársela es tremenda empresa. De ahí que finjamos que nada pasa, que el presidente puede resolverlo todo y adoptemos la indiferencia como coraza.

No conozco al primer individuo con una vida sobria dedicado solo a florecer como los claveles. Tenemos el lenguaje y por eso no somos claveles. Para el ciclo del clavel buen tiempo, rayos de sol, lluvia y tierra bastan. Al hombre siempre le va a faltar algo: una mujer, una vaca, una prenda de vestir, un asesinato por cometer, una Luciana, otra reelección, el azúcar en el chocolate.

No sé del primer hombre conforme. Si existe que me escriba para aprender de él en todo momento y vivir sin quejarme, satisfecho de respirar, ir al baño, mirar las estrellas o soñar sin la agonía de existir.

Un hombre satisfecho es un extraterrestre, sin sentimientos, sin deseos. De las preocupaciones nace una fugacidad espontánea del espíritu llamada felicidad. Entonces el hombre satisfecho no es feliz ni triste, está vacío.

No, no quiero la plenitud. Hombre satisfecho no me escriba. No me gusta la perfección porque no tendría a quien culpar por las consecuencias de mis actos.

Veamos, si un hombre está más allá del bien y del mal no amaría. Estaría enfermo. Me atrevería a decir que la imagen de Dios le sería un espejismo, porque Dios es el argumento para imaginar un pie en la pierna amputada. En Colombia es donde más creemos en Dios por la cantidad de piernas emputadas que ha dejado está guerra. Curiosamente es uno de los países con más arrepentimientos y fiestas.

Supongamos que exista un hombre perfecto sin testimonio de un desamor o una diarrea, sin azares, sin miedos. Un hombre sin azares no necesita de Dios puesto que nada le debe. Se acude al bueno de Dios como se acude a una prendería, se empeña el alma por un perdón.

La perfección no sabe de bostezos, de mujeres lúgubres, de enamorarse de una amando a diez, de quebrarse un tobillo, de comer lechuga e indigestarse, de emborracharse y querer enamorar la luna con poemas mal escritos, de levantarse todos los días sin saber que hacer.

La perfección nos hace insensibles. No hay preguntas, no hay deseos de vivir, no hay lucha. Por eso es importante la infelicidad. Solo siendo infelices se puede pensar en ser felices. Si se está aburrido 7 días a la semana, pero si por casualidad una alegría te embriaga tres horas, hay que sentir esas tres horas como si fueran siete días. Entonces no se habrá sido más feliz. Cuando un pájaro con un ala herida se traslada de un lugar a otro, con todo el dolor y la impotencia, es feliz entre saltico y saltico cuando alza sus patas de la superficie del césped. A esa felicidad me refiero, a la felicidad de los salticos.

Es inútil la plenitud, la perfección, el querer ser mejor el día de mañana, realizar proyectos de vida, ser el centro del universo. La vida es un caos sin remedio. La vida son episodios efímeros y desordenados. De ahí que la depresión sea constante porque no controlamos los azares, porque nada sale como queremos. Vivamos ese desorden sin pretender ordenarlo.

En caso de que se puede arreglar el caos y el presidente de la república nos venda la idea de que todo está bien, que los paros de los cañeros y los indígenas son un problema en miniatura, que la crisis de la bolsa de valores en Estados Unidos no afecta nuestra economía, que los paramilitares se desmovilizan cuando nunca se han desarmado, que todo es una tonta idea de control, de salvación. Pero tras esa idea está el caos que oculta el discurso. Y ni el presidente de la república ni nadie pueden arreglar este caos. La vaina se sale de las manos, siempre ha estado fuera del alcance. El caos está desde siempre, y vivirlo es aceptarnos. Si se arregla el caos deja de ser caos y si el caos deja de regirnos dejamos de ser nosotros porque la vida no es solo el lenguaje y si el caos deja de ser vida ¿Qué sería de la vida? ¿Qué sentido tendría procrear por accidente? ¿Me preocuparía a caso del polen en la flor? ¿Seguiría declarándole mi amor a una mujer imposible a la que le escribo cartas y le confieso que la quiero? ¿Iría por la calle robándole a los senos altura? ¿Estaría escribiendo estas cosas?

Hay que complicarse un poco la vida. Los problemas ofrecen diversión. Los problemas nos hacen más individuos. Los problemas nos brindan soluciones y si no hay soluciones no hay problemas y si las hay, como decía un amigo, tampoco hay problema. No hay que controlarlo todo. De vez en cuando es recomendable intentar desayunar con un bolígrafo o saludar un sapo para preguntarle sobre Vivildi.

El hombre sería menos triste de lo que es ahora si se atreve a ser imperfecto y pensar por si mismo y dudar de todo aquel que se crea el salvador. Pues no hay nada más vital que los reos, los hijos pródigos, como el hijo que se va de casa y vive y sufre y malgasta la herencia y es infeliz y vuelve a casa y le matan el mejor cerdo. Mientras el hijo que siempre estuvo fiel, trabajador, perfecto, nunca tuvo una atención significante de su padre. Porque las ovejas descarriadas aprenden a ser sus propios pastores. Se atrevieron a ser infelices, renunciar a las seguridades, aceptar las imperfecciones, el caos interior para encontrarse así mismos