El eremita contemporáneo



La luz de la aurora se filtra por las rendijas de la ventana. Los rayos de luz hieren los ojos de Felipe. Estira las manos, se despereza, mira el techo, busca las pantuflas debajo de la cama, se las pone y se dirige al baño. En el espejo ve la espalda arañada. Sonríe. Vuelve al cuarto. En la cama la ve a ella, dormida, como si nada le importara.

Son las siete de la mañana, hora de levantarse, bañarse, ponerse el pantalón azul oscuro y la camisa blanca. Hora de medio peinarse, medio desayunar, med
io caminar en la punta de los pies para no despertar a la mujer que duerme en la cama.

Felipe sale de casa. En la calle la gente va y viene. Los carros se abalanzan sobre el peatón. Camina con la mirada al frente, como un buen ciudadano moderno, con los ojos rectos para prever cualquier movimiento sospechoso e inmediato. Siempre alerta, alterado, a prisa, pendiente del peatón y los automóviles. Siempre ciego al paisaje, a la niebla que empaña los cristales de los edificios, al sol que lo saluda entre las ramas de los árboles. Siempre distante de los transeúntes. Siempre mirando el reloj que lleva en su mano izquierda.

En la avenida camina y mira la calle, los postes, los transeúntes, las casas, pero sin mirarlas, sin pensar en lo visto... Imágenes sin resolución y pixeladas. Camina sin mirar, sin ir, sin pensar. Solo importa llegar a su trabajo. Mira el reloj, todavía tiene algunos minutos. Cruza la avenida. Camina media cuadra. Llega al edificio donde trabaja. Sin decir palabra, con un movimiento de cabeza, saluda al guardia. Entra al edificio, se dirige al ascensor. Presiona el botón que lo lleva al piso décimo. Se baja del ascensor. Camina hacía la oficina, saluda al jefe y se sienta en el sillón giratorio.

Felipe es el encargado de corregir los textos que se publican en la revista El rasguño. Es el editor. Es quien elige que publicar, el filtro que deben pasar muchos escritores jóvenes.

El día avanza. Felipe está leyendo un cuento sobre la tristeza del hombre. Un texto de un cuentista de no más de veinte años. Lo sabe por el tono del texto, por el afán de contarlo todo, sin medida y gracia. La historia del cuento no salva al cuento. Es lastimera y no dice nada. Habla de un hombre que su tristeza lo vuelve trasparente con el transcurrir de los días. Aunque la idea es interesante no atrapa al lector. No es una fotografía de un instante, un knockout al lector como lo plantea Cortazar. Es un relato disperso y confuso, plagado de adjetivos. Cada que nombra al protagonista le precede el adjetivo triste. Y el protagonista se llama El hombre. Pone el triste como si fuera el apellido, pero esa no es la intención porque el triste es un adjetivo. No hay intención del autor en repetir El Hombre triste más de quince veces en un texto de tres páginas. Además, adjetivo “triste” no es el indicado para representar un estado de ánimo. En vez de ir hombre triste puede ahorrase el adjetivo y dejar al sujeto: hombre, que de por sí es triste. Todo hombre es triste y desde que nace debe arreglárselas con la tristeza como hizo el poeta peruano Cesar Vallejo. El sufrimiento es el legado de las culturas antiguas. Escribir hombre triste es redundante si el contexto del cuento no lo deja claro. Es un texto experimental, anecdótico. Dos elementos muy frecuentes en los escritores jóvenes. Más que decir mostrar, representar. El adjetivo triste se suprime. El cuento es triste de publicar.

La hora del almuerzo. Felipe se dirige al restaurante, pide una sopa de fideos. Cucharea la sopa. Se centra en la sopa. No mira más que los fideos en la cuchara, como disminuyen después de cada cucharada. El plato limpio. Deja la cuchara sobre el plato y bebe cocacola. Eructa. Prende un Piel Roja sin filtro y vuelve a la oficina.

La multitud le aburre, pero, sabe que sin ella estaría inmensamente aburrido. Sin que nadie se de cuenta, como decía Baudelaire, hay que darse un baño de multitud. Necesita de otros cuerpos y de otros rostros que lo ignoren y le permita estar en la invisibilidad que brinda la ciudad. No puede vivir sin el bullicio, así en su apartamento sea un acto religioso el silencio y solo escuche el eco de sus pasos. Hasta la mujer que vive con él es un voto de silencio.

Felipe no habla de mujer alguna, ni de proyectos y sueños. Sus conversaciones se basan en lo urgente, en lo inmediato, en la bolsa de leche que falta, en el pago del arriendo, en la sección que sustituirá la sección Cuento para este número, en la sonrisa que debe pensar dos minutos antes de abrir la puerta de su apartamento.

Felipe exhala la última bocanada de su cigarrillo y tira la colilla al suelo. La colilla da contra una roca y cae sobre un charco de agua, al apagarse suena a un estornudo retenido en la boca. Medio saluda al portero, entra al edificio, se dirige a la oficina y se agazapa en el escritorio.

Afuera, en el edificio del frente, justo a veinte metros de la oficina de la revista El rasguño hay un apartamento. En el apartamento, frente a la ventana, hay una mujer leyendo. Ella no corre las cortinas y empieza a desvestirse. La camisa primero, luego la falda. En interiores continua la lectura. La mano izquierda recorre el borde del brasier. Lento se lo quita mientras con la mano derecha sostiene el libro. Se ensaliva los pezones.

Felipe toma uno de los textos que habla sobre la poesía contemporánea. Se indigna al leer calificativo en la poesía. La poesía para él no tiene tiempo, no es contemporánea. La poesía debe trascender los filtros del tiempo, debe ir más allá que los meros acontecimientos actuales, debe tocar lo profundo del lenguaje y eternizarlo, y no, como se cree, exaltarlo por determinada época. La poesía no tiene fecha sino música, o de lo contrario no se conocería a Homero, a Villón, a Safo, a Sheskespeare, a kavafis... Si ellos hubieran escrito poesía contemporánea hoy estarían cautivos en su tiempo, en lo contemporáneo de ese entonces y hoy pasado, caduco. De modo que este texto es impreciso y no se publica. Felipe toma otro texto a la vez que sorbe un trago café.

La mujer sigue leyendo con la mano izquierda entre sus piernas.

Felipe, sin mirar al frente, sin sentir curiosidad en lo que hay al frente, sin dejar de pensar en los textos, se dirige a la ventana y baja la persiana porque ventea y siente frío. Vuelve al escritorio y a su sillón giratorio. Organiza algunos papeles. Limpia el escritorio y el sillón. Se queda unos minutos mirando los papeles. Los organiza de nuevo. Verifica que todo esté en Orden. Mira el reloj. Es hora de volver a casa. Ve un libro de Stefan Zweig “Veinticuatro horas en la vida de una mujer” y lo guarda en el bolsillo del pantalón. Cierra la puerta. Ya todos se han ido. Baja el ascensor. Se despide del guardia. Baja a la calle y camina.

Felipe vuelve a enceguecer, vuelve a fijar los ojos en el vacío de la tarde que ha empezado a tornarse oscura. Medio ve las sombras de las personas que se encuentra. No saluda a nadie porque en la ciudad es un acto medieval saludar y mirar a los ojos a los transeúntes. Llega a casa, sube las escaleras. Acto seguido y memorizado, al introducir las llaves en la cerradura de la puerta, ensaya una sonrisa. Abre la puerta.

Una mujer lo espera, trigueña, pelo lacio, ojos saltones, en una silla mecedora. Él apenas se inmuta. Felipe enciende un cigarrillo. Se sienta en el sofá de la sala. El jazz lo relaja. Prende el equipo. There to get ready, Summer song de Dave Bruveck le brinda sosiego.
Ella sentada al frente de la ventana, en la mecedora, lo mira por encima del libro “Sexus” de Henry Miller y siente un cosquilleo en el estómago. Ella quiere hombre, pues, desde la tarde, desde que empezó a leer ha querido... Ya saben...

Felipe siente una mano en el cuello, se deja tocar. Ella le desabrocha la camisa, el pantalón. Ella se quita los calzones que es lo único que cubre su cuerpo y se abalanza sobre él. Él apenas mueve los labios. Ella gime. Él mira el vacío suspendido en el techo de la sala. Apenas se mueve, no deja de pensar en la poesía contemporánea. Imagina que diría Ezra Pound de la poesía contemporánea o que sería de un Arthaud, un Lautréamont, un Rimbaud si fueran contemporáneos y no clásicos. Ella lo araña. Las sombras en el techo, las telarañas, la poesía contemporánea. Ella se baja, le da un beso, se pone la camisa blanca de Felipe y se dirige a la cocina. Se sirve un vaso de agua. En silencio entra al dormitorio. Felipe entra luego. Alza las cobijas y se acuesta a un lado. Se duerme con la inquietud de si el autor del texto sobre la literatura contemporánea ha leído a Walt Whitman o a Fernando Pessoa. Los más seguro es que no.

14 coment�rios:

X. dijo...

Jajaja, está muy chimba! Este post hizo mi día, y tengo en espera la noticia de marihuana encontrada en una momia, ya veremos...
Saludos.

Anónimo dijo...

la vida monotonamente ordinaria de un hombre de letras.

jack casablanca dijo...

a vos te hace falta camilo dormir en un cementerio de trenes en una noche lluviosa para enfriarte un poco

Anónimo dijo...

Tus textos están adquiriendo un ritmo de balada. Muy bien. Escenarios casi reales, casi podía ver los árboles.
Esa nena consigue lo que quiere y se larga. es que ya conoce a felipe, la pobrecita. se satisface y se va a dormir. buena chica.

demasiadas citas para mi gusto. ¿por que esa manía? ¿o es el estilo del relato? no se, pero se te está llendo la mano en eso.

la de dave brubeck estuvo genial. que bien dave brubeck.

Anónimo dijo...

mal signo, es literatura de pacotilla. pertenece a una generación bukovski bastante tardía, pero bukovski no pecaba por pedanterìa y hasta era gracioso. gracia? no la encuentro en este cuento. el ritmo es muy pausado y uno va por el cuento como dando saltitos de conejo, hasta que por fin llega a un final bastante esperado. no podìa ser un gran final. ni siquiera sirve como uno de esos cuentos din principio ni final donde no pasa nada. es demasiado aburrido. quièn a estas alturas se gana la vida editando cualquier cosa. no hay drama. hay paja de escritor adolescente. autocomplacencia. virtud en el manejo de la frase, pero el personaje es un chiflado. si fuera si quiera un chiflado genial, como tantos... pero ni eso. no hace nada. es un de esos perdedores que dan làstima. seguro escribe poesìa en las noches. y mucho, pero mucho sobre sì mismo. que fuera un profundo anàlisis hasta se salvaba un poco, por la buena prosa, pero no lo es. navega por la superficie del personaje como una pelìcula mùscular. a veces tanto mùsculo movièndose no deja ver el cuerpo en fuga.
si tus amigos ponen en tí el futuro de la literatura... concluyo con las palabras de un buen amigo:
Por tal exuberancia, por esa afectación verbosa de hojarasca, a los cuentistas de premio se les olvida el mundo real que los rodea. El país sigue huérfano de escritores, sus grandes problemas siguen a la deriva. También sigue huérfana la literatura.


atentamente,
anonimo1 (con un abrazo debajo de su capucha)

Juan Camilo dijo...

Todo es un mal signo. No hay nada definido. Mi querido anónimo, escribí ese texto para lecctores como usted. En los que está el futuro del país. Si hasta pienso irme a otra nación. Para los que deben estudiar, crear, mantener el suspenso en un cuento y jugar a que el tiempo allí sigua siendo un truco de magia. Para esos mi más sincera admiración. No escribo de profesión y ese es mi pecado. Es un desastre ese cuento. No tiene estilo, es aburridamente predecible. Uno se aburre por encontrar un mismo episodio repitiendose por todo el cuento. Además es muy largo para no decir mayor cosa. De ante mano sabía eso antes de empezar. Pero hay una intensión de fondo. La idea de jugar a ser invisible. Tan metido en su propio mundo que no hay mundo. Ese hecho, la invisibilidad, siempre me ha gustado. La idea de que exista un nadie manifestandose siempre me ha interesado. Ponerle capucha a una idea me identifica. En eso se parece el anonimo al personaje. Un hombre inconforme con todo, no importa su lectura, su discurso, su criterio, porque a fin de cuentas será un fracasado enamorado del fracaso, de las empresas perdidas y se aburre. Un hombre a fin de cuentas algo gris. Uno de esos cliches de la literatura, que tanto leemos y repetimos. Pero sabe que en el fondo, tras el silencio, hay algo, así parezca aburrido. En esa medida me parece interesante el cuento. Por el hecho de aburrir un personaje aburrido. Era otro rasgo de la personalidad del personaje. No me preocupa mucho escribir la gran obra. Es como un laboratorio mi escritura. Si no escribo de mí ¿de quién escribo? ¿Como me abismo con el abismo ajeno? Toda idea politica del asunto siempre nos parecerá aburridicima. por eso, después de cualquier rebeldia, sueño, actualdad, teminamos es escribiendo literatura. Nos fugamos. En fin, nada de esto tiene sentido, ni que usted me hubiera escrito, porque eso le obliga escribir un amarillo de lunes a viernes. Ni para mi que me desgasto contestandole a lago que comparto, con la salvedad de tampoco sirve de nada. El mundo está afuera. Vos anónimo, es hora de que movas los pies y sintas los libros lejos de las seguridades. Ese abrazo tuyo con un cigarrillo, me son suficientes para esta madrugada del sabado

Juan Camilo dijo...

Ah!! se me olvidaba anónimo, estoy haciendo una rifa. Rifo una estafa. Cada boleta es a 2000 mil pesos. Juega por la loteria de Medellin. El 19 de diciembre. Es de dos cifras. Eso es para costiarme un viaje. Aún tengo boletas disponibles. También, si conoces a alguien que me haga un prestamo, sería fantástico. Esto es lo importante.
Le secuestro su abrazo. Debes venir con dinero.
Pero, igual, el mando un acbrazo mío. No es tan reconfortante, pero es de buena calidad.

Anónimo dijo...

¿por que se ocultan tras anónimo todos los que no hacen comentarios alagantes?

yo pienso que el cuento tiene sus cosas buenas (si es que a esto se le puede llamar cuento), trucos de escritor con experiencia, pero es sobre todo, aburrido. demasiadas citas, insisto, cami. ¿es que querés mostrar tu vagaje literario?
pues te informo que todos, o la mayoría de los que visitamos estos blogs, tenemos nuestro cierto vagaje literario, y que andar por ahí citando y citando es de muy mal gusto.

lo que dice anónimo de buk es falso. no se parece a bukowski.

otra cosa: por que carajos explicás tu cuento, lo justificás? eso no tiene sentido.

te debo una boleta. pero es que no la encuentro. en todo caso, esta semana paso por el bar y cuadramos. estoy enfermo por estos dias.

Anónimo dijo...

muchas, gracias, césar, por apoyar mi tesis de que el cuento de camilo es malísimo. al mismo tiempo, estoy de acuerdo contigo en eso de que camilo no debe procurar justificar su cuento. ya está bastante mal el cuento.
pero, en vista de que seguro camilo le ha dedicado un largo párrafo a mi mala crítica sobre su cuento, me permitirè yo gastarle tambièn unas lìneas.
supone (porque es apenas una suposiciòn) que el personaje de su cuento y el anònimo1 se parecen porque son aburridos. el anònimo 1, en cambio, tiene todo el derecho a ser un crìtico feliz, que encuentra a cada rato más motivos para ser feliz. a veces se aburre, sí, pero el aburrimiento es para él también muy entretenido. lo obliga, por ejemplo, a usar adjetivos más picantes. a interrogar con acritud lo que se le pase por delante. es un feliz, yo creo, ese anónimo 1.

att, anónimo 2(el anónimo abogado del anónimo 1, y que al mismo tiempo es un sòlo anònimo con èl)

Anónimo dijo...

además, la justificación del cuento que hce el autor es del todo torpe. la escribió casi con una mano, segurmanete. sí. según el texto que sigue se la dañó en una pelea. (porqué pienso nuevamente en bukowski?)

anónimo 3

Juan Camilo dijo...

Mi querido anónimo (1,2,3)me gusta como dividís un mismo comentario en tres partes. Con el primero hubiera sido suficiente. Ya dejaste claro la tesis. Pero me inquieta algo respecto a los tres comentarios. En los tres comentarios aparece bukowski como un reclamo angustiarte. Cosa extraña. Pues el reclamo deja de dirigirse al autor del texto, osea yo, y se direcciona al autor de la crítica. Lease bien los tres comentarios. Hay un reclamo entre líneas, inconsciente, así mismo. Al parecer es el anónimo el que no ha podido romper el cordón umbilical con el escritor norteamericano y aprovecha para hacer en textos ajenos su propio exorcismo. Si es así, creo en su crítica porque surge de una preocupación seria. Creo que sus palabras son fraternas porque es a usted quien se dirigen. De lo contrario, si sus palabras son un boceto discursivo, son pataletas de ahogado o de señora cuarentona que busca marido. Si es lo segundo, querido anónimo 1,2,3, le advierto que no me gustan las señoras ni los ahogados, me indigestan.
Bueno,anónimo 1,2,3 los adjetivos picantes, por ser adjetivos no dejan de ser engorrosos. Además si se le pone un adjetivo a la palabra adjetivo divertido. "adjetivos picantes". ehhhh... empanadas con ají, comida picante. No amamos con adjetivos. En los adjetivos no hay acción sino decorado. Se vive en verbo. A veces, en verbos escritos mal. El verbo es el movimiento y la vida instante, y el instante es movimiento. Si hasta cuando se está quieto hay movimiento. Incluso más movimiento. la lentitud es una acumulación de asombro.
¡Critico feliz! Gran hallazgo. Pero si un crítico se autonomina feliz sería algo sospechoso escucharle un comentario, el que sea, sobre poe, por ejemplo. No cito más autores por respeto a mi amigo Cesar que no le gustan las citas.
Bueno anónimo, es grato, aquí, con otra justificación torpe a una critica torpe, expresarle que es una curiosidad para mí contar entre mis lectores con un critico feliz.
A su felicidad todo mi abismo. Abismo que es una locomotora al vacío.

Anónimo dijo...

por supuesto que me gusta la obra de bukowski, pero la madurez nos enseña a cobijarnos también de otras sombras. comer del festín de otros muertos.
luego, gastó usted demasiados palabras en su comentario. creo que el público que aburrirá un poco de seguir nuestra discusión, que será eterna, pero de todos modos sé que usted me lee con gusto. tiene su blog por algo importante. le ha permitido, como hemos visto en otras entradas, acceder a otras cosas. es usted todo un hombre de acción y puede estar seguro que todos los que no somos hombres de acción admiramos a los que lo son. no los emulamos, acaso porque en el fondo sintamos que no hay que moverse. que son otras aguas las que se deben movilizar. por supuesto que no moverse implica también cierto movimiento.
ahora. ahora, algo de lo anterior hay también en tu respuesta. hablas de el verbo como representación del movimiento. luego dices que el adjetivo es puro decorado. por mi parte creo que hay que usar adjetivos como se usan, por ejemplo, artículos y frases a veces muy largas. no tengo ningún interés en cuestiones gramaticales y mis críticas se centran sobre todo en otras cosas. cosas que sospecho más importantes. sin embargo estoy de acuerdo en qeu los adjetivos son decorado. yo leo en el decorado algo como una simple apariencia.
el problema inicia aquí, cuando la apariencia es todo lo que podemos ver a veces, sino es que lo es todo. se nota que la escritura para vos si bien no es simple apasriencia, por lo menos tiende hacia la apariencia. sus reflexiones a veces son profundas pero se ahogan a la próximo frase. no puede usted sostener el hilo de su discurso durante más de dos párrafos, porque se va por otros lares...
en cuanto a lo que usted refiere sobre los críticos felices, tiene usted razón, si hablamos desde una concepción más bien pobre del crítico feliz.
el crítico feliz que yo concibo tiene de crítico lo que le es propio al crítico, y de feliz lo que le es propio al feliz. le es propio al crítico dárse cuenta de que las cosas no son como parecen, así lo sean al final. y le es propio reirse de ello al hombre feliz. si las cosas no están al acomodo del crítico no es porque el crítico tenga algo que ver con ello. no planeta resolver nada, porque simplemente hace lo que sabe hacer. gran favor le hacen los críticos a sus autores, en caso de que estos estén vivos, porque los van catapultando.
la felicidad y la crítica son dos propiedades el buen cínico. pero no me considere usted cínico así no más. soy también otras cosas. menos un crítico feliz al que no valdría leerle una crítica de Poe, demoniaco escritor bostoniano cuyos miasmas todavía siento moverse en mi interior. la felicidad nada tiene que ver con una ausencia de padecimiento. la felicidad es también una suerte de padecimiento. qué estúpido es ser feliz! qué feliz es el mundo y que azco a veces, muchas veces, casi siempre.

abogado 2 del anónimo 1 o 2 o el que guste el lector.

Anónimo dijo...

Bueno, voy a tomar parte a favor de los anonimos, porque a mi parecer, el cuento también es malísimo. Curioso que alguién se haya adelantado a emitir el juicio que yo no supe enredar con propiedad. Luego, sin mezclar los sentimentalismos cursis, como los de camilo, aportaré lo propio, sin pataletas, pues.

Anónimo dijo...

El cuento es el cueto, como otro anonimo que, le prometo a los anónimos escribir un cuento más malo que el de CAmilo. Pero con la condición de que los anónimos, como yo, cobardes y lastimeros, hagan lo mismo. Lo bueno del ser anónimo es que no se es nadie y ningún comentario vale. Es pura mierda lo que se dice.