Salà de Colombia sin ilusión alguna. No querÃa imaginar el viaje sin viajarlo antes. DebÃa renunciar a lo que consideraba mÃo y seguro. Era mi primer aprendizaje. Renunciar a lo aprendido y establecido.
HabÃa quedado con Bibiana y Mauricio en encontrarnos para ir hasta el aeropuerto. No llegaron. Bueno, si llegaron pero tarde. Igual, es nuestra costumbre llegar tarde a todo. Somos lentos, en Antioquia somos lentos y la lentitud nos gobierna. Hablamos lento, caminamos lento, comemos lento, hacemos el amor lento, estamos llenos de rodeos, nos gusta todo desmenuzado y de a poquito.
A la media hora, con dos bolsos, cansado de esperarlos, partÃ. TenÃa miedo. Dos tipejos me observaban. QuerÃan atracarme. Tanto que uno de ellos se llevó una mano al cuello y deslizó el dedo Ãndice como si se cortara a sà mismo la garganta. Soy cobarde. Elegà el miedo e irme a quedarme a esperar a Bibiana y a Mauricio y correr el riesgo de perder los bolsos y ser apuñalado.
Tomé el avión rumbo a Lima. En Lima esperé hasta la madrugada para hacer trasbordo y seguir hasta Argentina.
En el aeropuerto de Lima me senté en una sala de espera. En frente habÃa una americana. La miré y la miré. Era linda. QuerÃa hablarle, decirle hola, estoy de paso, porque no nos damos un beso y esperamos juntos. Pero me entretuve con el libro El castillo de Kafka. Además me esperaba Lu y no querÃa contratiempos conmigo mismo.
El viaje hasta Buenos Aires duró 4 horas. Desde el avión la llanura era para no creer. Las montañas habÃan sido erradicadas.
Lu me esperaba a la salida del aeropuerto. Nos dimos un abrazo y un beso. Volvimos a abrazarnos. Aunque estaba un poco cansado la alegrÃa de verla me erotizó. Claro, no fui muy expresivo.
Llegamos a Suipacha, un pueblo que está a tres horas de Buenos Aires. Un pueblo de 10 mil habitantes. Un pueblo tranquilo. Las casas son de un piso y parecen fincas de campo. Tiene tren que hace dos viajes al dÃa. Hay minimercados y calles aún no pavimentadas. Hay bicicletas y automóviles viejos por todas partes. Es otra cosa a los ojos. No hay balcones con flores y mecedoras. Pero hay calles amplias y tren y perros inmensos y empanadas de pollo enrazadas en pastel de arequipe y ancianas en bici y niños en bici y mujeres con sus bebes en bici y una llanura que se escapa a la retina y un pueblo en bici a principios del otoño.
De entrada a la casa de Lu me atrapó el miedo. Yo era el centro de las preguntas y las miradas. TodavÃa lo soy. Permanecà callado. Me encerré en el cuarto. Dormà hasta tarde. TemÃa hablar con los papás de Lu. Pero fue más la paranoia. Son un encanto sus viejos y sus hermanos. Después de unas horas fumé con ellos, tomé mate, toqué a Lu, la besé de cuerpo entero. Volvà a fumar, caminé por las calles de Suipacha, miré la llanura, extrañé las montañas, comà empanada y estofado de carne y fideos y arroz con carne. Volvà a fumar. Una bocanada, dos bocanadas, tres bocanadas y el horizonte sin interferencias y ante los ojos la tranquilidad en bici tarareando un tango.
HabÃa quedado con Bibiana y Mauricio en encontrarnos para ir hasta el aeropuerto. No llegaron. Bueno, si llegaron pero tarde. Igual, es nuestra costumbre llegar tarde a todo. Somos lentos, en Antioquia somos lentos y la lentitud nos gobierna. Hablamos lento, caminamos lento, comemos lento, hacemos el amor lento, estamos llenos de rodeos, nos gusta todo desmenuzado y de a poquito.
A la media hora, con dos bolsos, cansado de esperarlos, partÃ. TenÃa miedo. Dos tipejos me observaban. QuerÃan atracarme. Tanto que uno de ellos se llevó una mano al cuello y deslizó el dedo Ãndice como si se cortara a sà mismo la garganta. Soy cobarde. Elegà el miedo e irme a quedarme a esperar a Bibiana y a Mauricio y correr el riesgo de perder los bolsos y ser apuñalado.
Tomé el avión rumbo a Lima. En Lima esperé hasta la madrugada para hacer trasbordo y seguir hasta Argentina.
En el aeropuerto de Lima me senté en una sala de espera. En frente habÃa una americana. La miré y la miré. Era linda. QuerÃa hablarle, decirle hola, estoy de paso, porque no nos damos un beso y esperamos juntos. Pero me entretuve con el libro El castillo de Kafka. Además me esperaba Lu y no querÃa contratiempos conmigo mismo.
El viaje hasta Buenos Aires duró 4 horas. Desde el avión la llanura era para no creer. Las montañas habÃan sido erradicadas.
Lu me esperaba a la salida del aeropuerto. Nos dimos un abrazo y un beso. Volvimos a abrazarnos. Aunque estaba un poco cansado la alegrÃa de verla me erotizó. Claro, no fui muy expresivo.
Llegamos a Suipacha, un pueblo que está a tres horas de Buenos Aires. Un pueblo de 10 mil habitantes. Un pueblo tranquilo. Las casas son de un piso y parecen fincas de campo. Tiene tren que hace dos viajes al dÃa. Hay minimercados y calles aún no pavimentadas. Hay bicicletas y automóviles viejos por todas partes. Es otra cosa a los ojos. No hay balcones con flores y mecedoras. Pero hay calles amplias y tren y perros inmensos y empanadas de pollo enrazadas en pastel de arequipe y ancianas en bici y niños en bici y mujeres con sus bebes en bici y una llanura que se escapa a la retina y un pueblo en bici a principios del otoño.
De entrada a la casa de Lu me atrapó el miedo. Yo era el centro de las preguntas y las miradas. TodavÃa lo soy. Permanecà callado. Me encerré en el cuarto. Dormà hasta tarde. TemÃa hablar con los papás de Lu. Pero fue más la paranoia. Son un encanto sus viejos y sus hermanos. Después de unas horas fumé con ellos, tomé mate, toqué a Lu, la besé de cuerpo entero. Volvà a fumar, caminé por las calles de Suipacha, miré la llanura, extrañé las montañas, comà empanada y estofado de carne y fideos y arroz con carne. Volvà a fumar. Una bocanada, dos bocanadas, tres bocanadas y el horizonte sin interferencias y ante los ojos la tranquilidad en bici tarareando un tango.
6 coment�rios:
Parce, que alegria que este bien. No soy muy buenos para despedirme de la gente,tal vez no hay porque despedirse. Espero, de todo corazón, que este camino nuevo le lleve a buen y placentero destino.
Voy a leerlo con la misma admiracion de siempre...
Un abrazo , Juan Sebastian Acosta.
fotos marica, fotos.
Huevón, cámara primero. ¡Cámara! Enviame una por correo postal.
la excusa para ir a Rionegro, era tu viaje, pero más que tu viaje, era el viaje que nosotros querÃamos hacer al oriente. ese lugar es bello y está cerca, era más envidia. y no fuimos, nos devolvimos con las ganas de salir. no fuimos, porque vos eras la excusa.
cami, ese pueblo según tu descripción parece ser muy ameno. El cambio de calles estrechas y empinadas a calles planas y con horizonte cambian un poco la mente, despejandola con el horizonte o nublandola por la falta de verde vida montañera.
Ayer estuve conversando con las montañas y te mandan muchas saludes, en este momento estan escribiendo un mensaje de neblina para ser transportado por los andes y tomar un desvÃo hacia Suipacha. Ese mensaje llegará pronto y tendra sabor a recuerdo, noches de delirio enmarihuanado y amigos acordes a la ocación.
Suerte.
Tu vida es un horizonte sin interferencias. Ahora que estás lejos, como el profeta que no fuiste en Colombia, te derás cuenta.
Un abrazo.
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