Bien. Te vi. Estabas con él. Me alegré porque ya no importas. Además, él tiene tu edad y es un buen lector. Ajusta perfectamente a tu ideal de hombre alto e inteligente. Espero funcione tu idea de amor mal fundamentada. Pero ten presente esto: El amor apesta de amor en los libros. Pagué caro esa máxima.
La luz paulatinamente mengua en los ojos. La sombra como chocolate espeso se desplaza por las baldosas de la habitación. El silencio se quiebra en el aire. La sombra asciende como si emanara burbujas hacía el techo que gotea negro. Las paredes movimientos oscuros. La sensación ausente de color. El frio hace obsoleto el movimiento. Párpados afuera lo mismo que párpados adentro. El desierto de las formas no preconcebidas.

Soy un ensayo de escritor. Lo sé porque no tengo fundamento. Mido 1,80 metros. Soy la línea perdida de un dibujo a carboncillo. Nací impedido para el deporte, el baile y el trabajo. Sobrevivo por obra y gracia del espíritu santo, pero sobrevivo. No tengo para ofrecer más que las palabras “hola” y “chao”.

No planifico, no me gusta el mañana porque es el mañana y el mañana siempre es distinto del hoy y pertenezco a una estirpe que vive el mañana. Por eso me gusta el hoy.

Mis amigos afirman que soy encantador y alegre, pero también autista y solo. No tengo padre y profeso un amor sin apegos a mi madre y hermana.

En mis tiempos laborales trabajé de surtidor en supermercados, pero me despidieron por pensar. Luego fui co-fundador y editor del periódico El balcón en el municipio de Girardota. Periódico que quebró por exceso de magia. Ahora escribo textos de opinión que rechazan los periódicos.

He vivido sin penas mortales ni infecciones intestinales. Estoy propenso a ser panzón, a quedarme calvo y adquirir un cáncer de pulmón.

Soy un mamífero sexuado que ha salido bien librado de los exámenes del VIH. No tengo hijos y aprendo a evitarlos.

No le deseo el mal sino a quienes se lo merecen como a los paramilitares, a todo intento de dictadura y mi abuelo.

No defiendo ningún partido político o credo religioso. Soy gnóstico, aunque creo en Dios, es decir, en mí mismo y en toda posibilidad de vida sin sed evangelista.
Reparto notitas a nenas en las bibliotecas buscando un poco de acción para mi corazón oxidado.

Me gusta el café Juan Valdés, el vino tinto, el cigarrillo piel roja sin filtro, las nubes, Dios, Rimbaud, Baudelaire, el tamarindo, Barba Jacob, Jattin, Soda Estereo, Cesar Vallejo, la malteada de chocolate, Jaime Sabines, The Doors, Led Zepellin, Beethoven, Luis Tejada, García Márquez , la vecina que tiene senos de antología poética, Gonzalo Rojas, Tim Burton, Cortázar, Sábato, Saramago, Borges, Julio Cesar Cadavid, el jugo de naranja con zanahoria, Héctor Lavoe, Alejandro Ochoa, el Che, Alfonsina Storni, Bolívar, la arepa de chócolo con quesito que vende don Miguel los fines de semana en el parque de Girardota, Seneca, Pessoa, Fabio Andrés Hurtado, Max, Radiohead, Bajo Tierra, Lucho, los abrazos de los amigos, Pipe, Cantinflas, la luna llena que es como tus ojos de felina prevenida, el arroz Chaufa, el color gris y los escotes prolongados.

No he terminado la universidad. Cancelé el último semestre de periodismo por irme a dar una vuelta a mí mismo por varios países de Latinoamérica.

Me asombran las tonterías y todo acto espontaneo como tu sonrisa. No he leído el Quijote, la Divina Comedia, Crimen y Castigo, el segundo tomo de las Mil y una Noches y la Biblia.

Se me olvidan las fechas especiales como los cumpleaños. Fumo marihuana y no voy a misa los domingos.

En definitiva, no soy malo del todo y mi mala versión de hombre ejemplar es inofensiva.
El hombre miró a través de las uñas de los pies los rayos de luz de la bombilla. La sombra de los dedos le recordó la edad y los viajes no resueltos. Hace años estaba allí, comiendo, durmiendo y rascándose el estómago. Tenía lo necesario para vivir bien: salud, mujer y dinero. Iba a misa los domingos para justificar la mordida de teta a su mujer. Él fue, como todos, un buen ciudadano hasta que cambió sus principios por una cobija, un par de calzoncillos de lana y un chofer. No soñaba, por algo era político. Apenas diferenciaba la luna de una lámpara encendida o un semáforo averiado, las nubes del humo de una chimenea, el viento de un bostezo de caballo. Gobernar, lo aplicaba, exigía ser insensible para no sufrir de culpa, bajeza política. Si una mujer moría por falta de aspirinas, si un campesino era desterrado por sembrar y defender la tierra, si un niño entregaba la infancia a un fusil, si el alza de impuestos reducía los víveres hasta pegar la agonía a las tripas… era cosa de Dios porque la vida no era fácil. Afortunadamente él no había sentido hambre, pero la vida no era fácil. Eso pensó en el día en que se le nublaron los ojos y nadie lo acompañó.

En la calle una sombra avanza entre las sombras. Ronda la misma calle. Todas las noches se escuchan pasos y los perros ladran.

Algunos escritores de antaño llevaban en el bolsillo de la camisa un bolígrafo y una libreta de apuntes. Esa costumbre se perdió. El escritor de ahora, el de moda, anda lleno de aparatos electrónicos y cuando camina suena a Renault destartalado.

Con las computadoras portátiles, las agendas electrónicas, los celulares… es innecesario el bolígrafo. Se escribe menos a mano. Hasta las cartas están en vía de extinción.

Cuando escribir una carta con un kilométrico o un Allegro Paper Mate implica empuñar el bolígrafo, sostenerlo entre los dedos índice y pulgar y apoyarlo en el dedo corazón. Luego maniobrar toda la mano para deletrear una palabra, formar una frase y concebir una idea.

Hace unos años el bolígrafo era una herramienta fundamental para el éxito afectivo. La caligrafía decía mucho y el escritor lo sabía. Si inclinaba la letra hacía la derecha quería expresar que era una persona tímida y se bañaba todos los días y quería matrimonio, si la inclinada a la izquierda manifestaba que era una persona decidida y quería una relación corta. Pero si el palito de la t estaba más arriba de lo habitual, como una t mayúscula, se definía como una persona atrevida, ambiciosa y sexual.

El escritor de bolígrafo va a otro ritmo, más reposado. Pero eso no implica que su obra sea de corto alcance y poco voluminosa. Algunos escritores clásicos lo confirman: Tolstoy, Dostoievski, Balzac, Proust… quienes deben su calidad de clásicos a la lentitud de la pluma que les permitió reflejar su época.

Antes, porque el libro era manufacturado, había tiempo para leer. Ahora, gracias a las computadoras y a las litografías la literatura es masiva; los medios para publicar están al alcance del afán de publicar. Ahora, la cantidad de libros que se publican no alcanzan a leerse en una vida. Antes, por el proceso de escritura y de edición, el lector podía abarcar los clásicos y sus contemporáneos.

El uso de la computadora ha afectado de muerte al poema. El poema escrito a bolígrafo permite volver a tocar la musa, a deletrear su nombre como si se tocara su cuerpo. Mientras que el poema en computadora es frío y distante, brinda esa peligrosa sensación de que todo texto digital está listo.

El poema escrito a computadora es árido porque no tiene música. El poema escrito a bolígrafo suena a rumor de quebrada y el de máquina de escribir a tren en marcha. La computadora no tiene música en la literatura porque corrige en marcha y señala con una línea roja las palabras mal escritas, distrae e induce a escribir más rápido de lo que se piensa. Pensar sin reflexionar, propagar la plaga de los textos en serie.

El escritor de computadora va a prisa, como si la vida fuera 20 palabras por minuto. Está acostumbrado a escribir y no a escuchar. Por ello le duele todo juicio y aún así, quiere publicar todo.

El bolígrafo remite a la literatura de provincia y la computadora a la literatura de ciudad. Y la ciudad es acelerada, ruidosa, habitada por desconocidos, empapelada de publicidad, con mendigos y ladronzuelos y despertares de pito de busetas.

La provincia es cauta, de saludos improvisados, de balcones, de conversadores que sienten las calles como el patio de sus casas, de amaneceres de canto de pájaros.

El escritor de computadora es eyaculador precoz y su aventura es la superficie. Por algo se autodenomina poeta, ensayista, novelista, cuentista, documentalista, periodista y crítico de arte.

El escritor de bolígrafo come lento, es buen amante, consiente de su respiración y si debe definirse, se autodenomina escribano. Le gusta caminar tanto como escribir.

El escritor de computadora viaja en automóvil y su literatura es el tiquete de viaje y no el viaje. Se llena de impresiones. Lleva tanta prisa que la vida es olvido de paisaje y de amor. Cuando para el escritor de bolígrafo la vida es una caminata reposada en la tarde con nubes renovadas en el cielo.
Ya puedes morirte amor mío. No temo a tus amenazas. Para que veas que te tomo en serio, compré una camisa de mangas largas a cuadros naranjas y blancos, un sombrero de ala corta y un pantalón granate a cuadros negros para festejar tu ausencia. Sin rencores acudiré a tu funeral, le daré el sentido pésame a tu madre y aprovecharé para echarle el ojo a alguna de tus primitas. La idea es reemplazarte con una de tu misma sangre. Las de tu estirpe son pasionales y predecibles. Me gustan.
Me doy algunos golpecitos en el pecho para escuchar el eco, el vacío hacía adentro, la angustia de repetir los mismos errores. Me autoanalizo ahora que me siento propio y lavo mi ropa los martes en la mañana.

Como Colombia, con los golpecitos en el pecho, espero a que el caos explote. Confío en el orden supremo de las cosas y surja el tan esperado cambio climático que le agrave la porcina a Uribe. De esa forma Uribe aprende a sentirse humano y no Dios. Le falta a Uribe emborracharse, fumarse un porrito, ser pueblo y dejar que otro gobierne.

Curiosamente, por esta época, hace 70 años, Hitler invadió Polonia. Hao Uribe, jao… que se te agrave la porcina y se te llene de arrepentimiento el estómago. Los gases serán el grito de los colombianos sensatos que dicen no a la reelección.