Entramos al turco. Ella iba con un vestido de baño insinuante. Yo con una pantaloneta de baño narigona. El vapor me hinchaba las mejillas. Pero el deseo ardÃa más bajo la piel. Asà que ni sentÃa el vapor.
- Creo que serÃamos buenos amantes, dije.
- ¿Por qué lo dices?
- Bueno, hemos sido sinceros. Hacemos lo que queremos. No serÃamos mojigatos. Nos permitirÃamos la perversión sin torturas.
- Puede ser. Pero como que está caliente el turco.
- No me parece, pero si quiere salimos a la otra sala, la de menos vapor.
- Si, es mejor.
Nos sentamos. Haberme atrevido me excitó. No querÃa esconder lo que sentÃa. Estaba erecto. Incomodaba estar asà frente a ella. Era peor que estar desnudo. En el turco habÃa poca gente. Me senté con los pies abiertos con todo el pecado eréctil. Ella miró de reojo.
- Está como tarde, dijo ella.
- Si, pero tarde ¿para qué?
- No sé.
- Lo que pasa es que estas asustada. Te gusta el riesgo y no te gusta admitirlo. Odias a los hombres que se pasan de atentos. Te aburre una relación sin tención. Aunque buscas compromiso quieres asegurarte vértigo. Si te casas conseguirás un amante porque el marido te es suficiente. Eres insaciable. Lo sabes.
- Para. No es justo que me digas esas cosas. Además estoy enamorada. Sabes como soy enamorada. Él tiene automóvil. Me lleva al trabajo. Es cordial. Me llama y salimos juntos. Pero aún no se atreve a nada. Pero quiero con él.
- Ehhh… bueno… me alegra… pero…
- ¡Hasta ahÃ!
- Fresca, era solo un beso. Eso me calma la erección.
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