Yo era, en cambio, el hombre que ella querÃa de compañÃa. Conmigo ella podÃa SER sin necesidad de fingir. Pero habÃa estado tan esquivo, tan intocable que ella no podÃa decirme: “mira nene, es que me gustas en serio y te quiero a mi lado por muchos dÃas”.
Ella estaba interesada en mà y eso era un acontecimiento en mi historia de desencuentros amorosos. Por eso empecé a responder a un juego que no me interesaba jugar. Lo que me atraÃa era la idea de que yo le gustara.
Tal vez, aquella noche, en la que nos encontramos en aquel bar de mala muerte, querÃa que las cosas llegaran hasta dónde llegaron. Recuerdo que mientras evité hablar, ella me dijo, sin anestesia, sin tiempo de pensar una contra respuesta:
- No entiendo el por qué te niegas a estar juntos si la pasamos tan bien, además ambos nos gustamos.
SabÃa que ella, en su naturaleza, no era la mujer que podÃa clavarme sus miradas y sus uñas en el corazón. Le faltaba delgadez, oler a ella sin intermediarios quÃmicos, acudir al médico para que la ayudara con la rinitis, tonificar su trasero y afeitarse el mentón antes de dar un beso. Faltaba que ella me gustara.
Noches atrás nos habÃamos encontrado en una fiesta de una amiga. No me imaginé que ella estarÃa allà esperándome. Ella me saludó y me invitó a fumar. Salimos al balcón y hablamos, mejor dicho, la escuché. Por cada tres palabras de ella un sorbo de ron. Preferà atontarme con licor a decirle que no estaba interesado en su historia y sus sueños. El licor hizo su efecto y la besé, pero sentà que besaba a un adolescente recién afeitado. No pude volverla a besar.
Después de esa noche estaba decido a decirle: No, no más, chao. La llamé. Nos sentamos en el bar de mala muerte y al final de la noche, contra todo pronóstico, resulté en la casa de ella, en la cama de ella, al rincón de ella. Me excitaba hacer mal las cosas para tener el placer de pensar cómo salir bien librado. Sentà su mano en mi espalda. Nos tocamos. Le pedà un preservativo. Justo cuando me lo estaba poniendo: pissssss… se acabó la función. Le dije que el preservativo estaba malo y asà yo no le iba. Cómo puede me lo quité y lo metà dentro del zapato para que ella no sospechara de mi precocidad.
- ¿Te gusto? –dijo ella.
- Ehhh… bueno…
- Y si te gusto y me gustas ¿Por qué no lo intentamos? Lo que creo es que tienes miedo y por eso te previenes.
- Puede ser. También puede no ser. Lo que creo es que nos buscamos por miedo a estar solos. Llevamos tanto tiempo sin pareja que podemos aferrarnos ciegos a una mentira.
- Florentino, porque no te dejas de rodeos y dices lo que piensas.
- Ehhh… bueno… no… nada… pienso… eh… que hoy es la última vez que te busco. Quiero dejar las cosas asÃ, inconclusas, para que nos recordemos sin daños. Haré lo posible, por el bien de los dos, en evitarte.
- Porque no te dejas de teorÃas y admites que tienes miedo.
- No tengo miedo. Creo. De verdad creo… que deberÃamos dormirnos porque tengo que madrugar.
Trataba de cerrar los ojos, pero el olor a desinfectante mezclado con crema de manos para bebé y el sudor de su cuerpo me incomodaba. QuerÃa no estar con ella. Llegué a sentir repulsión. Imaginé que la ahogaba con la almohada y entre más nÃtida era la imagen del homicidio más deseo sentÃa por ella. La vi bella, deseable y la busqué. Nos besamos y nos tocamos sin quitarnos la ropa.
En la mañana, al despedirnos, ella sonrió. Su sonrisa era de triunfo. Sonreà porque ante ella, ante mÃ, de nuevo era un ser fragmentado, un ser que habÃa hecho lo contrario de lo que habÃa pensado y dicho. Un ser vacÃo, con los ojos vidriosos bajo el cielo azul de las ocho de la mañana.