Más allá del ropaje

Hice el ejercicio de imaginar cómo ibas vestida y te vestí con atuendos algo livianos, insinuantes, como me gustaría verte. Imaginé que ibas con ligueros negros, tacones rojos y un corpiño trasparente. En mi imaginación me mirabas y te tocabas porque sabías que eso generaba mucho efecto en mí. Aunque sabía con certeza que irías al encuentro con un atuendo discreto y serio, como suelen vestirse las mujeres comprometidas que trabajan y han luchado por su independencia económica. Llegarías con la imagen de aquellas mujeres que a pesar de su ropaje poseen una mirada incendiaria que delata la urgencia del deseo que altera el curso de sus días. Solo así, renovar energías, gemir y suspirar. Pero, es precisamente por eso, por lo que hay en sus miradas, que se visten cómo si quisieran ser miradas sólo por la sospecha de la imaginación que busca el cuerpo insinuado en sus vestidos. Parecen que visten para que el hombre que las mira sólo pueda obtener de ellas una cita a tomarse un café en un lugar público. Necesitan mostrase a ellas mismas que son mujeres inabordables porque ya sus actos están subordinados según la imagen que proyectan: El pliegue del pantalón, el doblez de la camisa, los zapatos bien lustrados, el peinado intacto, el maquillaje milimétrico y abundante, la dieta programada, los hijos, las responsabilidades, las obligaciones maritales y domésticas. Pero si se les ve detenidamente a los ojos es evidente el deseo ardiendo. Lo que pasa es que estas mujeres ven de lejos los lazos que pueden desestabilizarlas (los que anhelan) y prefieren que esos lazos las sorprendan; incluso, las violente. Necesitan del beso robado, el comentario atrevido, porque solo dan lo que desean dar si se los arrebatan.

Cuando llegaste sonreí. Pedí dos cafés y con una mano en tu mano escuché tu larga anécdota del trabajo y el cansancio que manifestaba tu marido.

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