Ella estaba frente a mà hablando, con el envase de la cerveza en la mano. Sus gestos me eran deseables, sus senos deseables, sus piernas deseables, sus muñecas deseables… Era un regalo de la estética, parecÃa una reproducción del cuadro La Rochelle del pintor William Adolphe Bouguereau (Francia, 1825-1905). Claro, la modelo que yo veÃa estaba con ropa y no tenÃa el mar de fondo. De tanto verla en tanto en tanto la necesité cerquita, calientita para besarla toda la noche y decirle mÃa hasta el amanecer. Pero de tanto verla, de tanto pensarla, de tanto tanto tantotanto imaginarla en mi lecho se me hizo necesaria.
- ¡Qué haces!, dijo ella
- Sospechaba que ibas a huir del beso.
- Entonces no lo hubieras intentado y nos hubiéramos evitado el mal rato.
SonreÃ. Con más determinación me conduje de nuevo a sus labios. Esta vez me dejó sentir la humedad de sus besos. Pero algo habÃa sucedido. Ya no la veÃa tan maravillosa. De su rostro destilaba una gota de piel como si le faltara todavÃa un último detalle, una pincelada final. Y de súbito llevó la mano a la mejilla. Se incorporó. Caminó hasta el extremo del parque. Cruzó la calle y abordó el Circular ruta 301. Frente a mà quedó una mancha grisácea que olÃa a sexo húmedo, a cruasán, a bostezo de bebé y a empanada de mil con guacamole.
2 coment�rios:
uau, venÃa a agradecerte tu comentario; tan ingenioso.
pero visto lo visto he de elogiarte por tu entrada, me ha encantado :)
felicidades
Muchas gracias por la visita a mi blog, muy agudo tu análisis del texto, da gusto leer comentarios inteligentes, asà como da gusto leer textos tan buenos como los que aquà tienes.
Humberto.
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