Aposté con un amigo quien de los dos conseguÃa primero novia. Visualizamos las dos niñas más lindas del curso: Él a... ya no recuerdo a quién y yo a Sandra, una niña de pequitas, ojos café miel, delgada y con un coeficiente intelectual que podrÃa… Dios mÃo… solventar mi vagancia en la adultez. La elegà por sus pecas, sus puntos revueltos en el cuerpo. Pero el problema era encontrar las palabras indicadas. No ser muy directo pero tampoco muy aburrido.
Ay Sandrita, tú con tus pequitas en las mejillas me dijiste “no” sin siquiera preguntarte el cómo conseguà dinero para comprarte los caramelos y los chicles ArcoÃris. Ay Sandrita, tú con tus pequitas no te enteraste de que perdà una apuesta y tuve que invitar durante un mes a mi amigo a pan con gaseosa.
Recuerdo que en mi habitación apoyaba la cabeza en las manos y fabricaba discursos: “Soy un chico educado. Me gusta jugar a la gallina ciega y al escondidijo. Además, ya tengo mis primeros cuatro pelos en las axilas y ha empezado a cambiarme la voz. Lo más importante es que no digo groserÃas, me baño todos los dÃas y llevo la camisa del uniforme dentro del pantalón. Ahhh… esto si te derretirá: obedezco a mamá sin discutirle”. Es poco convincente. De seguro pensará que soy bobo. Mejor le dijo la verdad: “Sandra aposté con un amigo a que serÃa tu novio. Pero, como ves, voy perdiendo. Te preguntaras el por qué. Pues lo que comenzó como una apuesta trascendió y me enamoré.” Si. ¡Eso es! Mañana será el dÃa.
En el descanso compré una chocolatina en la tienda del colegio. Vi a Sandra sentada con dos amigas desayunando. Le obsequié la chocolatina y le dije que necesitaba hablarle. Ella me dijo que al finalizar las clases.
Matemáticas con el profesor Mondri. Le decÃamos Mondri por su aliento a pescado, a herida infectada, a no me hables cerca, a masacre en la autopista… Trabajamos las ecuaciones de despeje. Lo más interesante era como un número cambiaba de signo al pasar al otro lado del igual. Entonces pensé en Sandra y en nuestra relación de despeje. Ella, claro, estaba al otro lado del igual. Pero ¿Cómo pasarla? ¿Cómo restarla de mÃ? Dios ¿Dónde estabas cuando Sandra con sus pequitas me dijo no?
Los gritos se escucharon cuando sonó el timbre que anunciaba el fin de las clases. Fui el último en salir porque ya no querÃa confesarle mis sentimientos. Me asusté cuando la vi frente al portón metálico.
—Florentino, ¿qué eso tan urgente que tienes que decirme?
—Eehhh... heee... eeh... lo... que... que... yo... yo... te-te-tengo que-que de-de-cirle es...
—Florentino no decÃs nada. Mi mamá piensa que estas enamorado de mÃ. Y no quiero que te enamores de mà porque yo no estoy enamorada de ti. Si quiere, seamos amigos.
No tuve el valor de tomarle una mano, mirarla a los ojos y darle un beso. Ella se despidió y me quedé inmóvil. Desde ese episodio no volvà a dirigirle la palabra.
No volvà a hablar. Me sentÃa mal conmigo mismo. Odiaba a todas las mujeres y los hombres. Odiaba cualquier defensa sobre la humanidad. Odiaba sin remedio, sin medida, sin razón, sin mÃ, sin Sandra, sin pequitas, sin compañÃa. Odiaba porque era un puñetero cobarde incapaz de abrir la boca y morder. Odiaba el aire, la tierra, los pájaros. Odiaba los profes y por eso exploté en clase de Ética cuando la profesora arremetió en contra del machismo. Ella habló sobre el sometimiento cultural de la mujer en occidente. Criticaba que fuera valorada por sus tareas domésticas. La profesora me parecÃa una mujer muy extraña. Su juventud y su discurso eran extraños. Ella aseguraba que el machismo era un invento del hombre para ocultar su inferioridad. Porque la mujer es una fuerza oscura e indomable, una energÃa abismal que lo descontrola todo. El machismo, entonces, es un mecanismo de control regido por el miedo. El machismo sirve para que el hombre niegue públicamente las virtudes de la mujer que podrÃan direccionar por mejor el destino de los hombres. El machismo es la doctrina del miedo por el miedo. De ahà que el hombre necesite más de la mujer que la mujer del hombre. Pero el hombre no lo admite ante otro hombre porque parece menos hombre. Cuando es sabido que el hombre mero-macho-de-pelotas-de-toro es vencido por una gripe. Se queja porque si, porque no, porque si y no, porque no sabe que hacer consigo mismo sin una mujer a su lado.
Sentà en el estómago un ardor y olvidé que era un joven con dificultades de comunicación y alcé la mano. Era la primera vez que hablaba en clase.
—Comparto su idea pro-pro-fe. Pe-pe-ro, no creo que el machismo sea sólo por parte del hombre. La mujer también es machista. Ella es más más-más débil. Como sufre más lento sufre menos. Nunca se tarjará en segundos co-co-mo le sucede al hombre. Ella no sabrá del vacÃo de olvidar en pocos dÃas una mujer de pe-pe-cas mági-gicas. La mujer se que-queda viviendo en el pa-pasado. Por eso huye de las preguntas fundamentales. Si a ella se le pregunta el por qué está tan tan sola ella pre-prefiere organizar la ropa o hacer el almuerzo. El hombre no la conoce, es va-valido, pero ella tampoco se-se conoce. Na-nadie se conoce. Pero lo pe-peor es que la mujer hace dependiente al hombre de su se-sexo y por eso él…
—¡Florentino! ¡Se calla! Acompáñame a coordinación.