Admito que no he sido un santo. El que ahora esté tranquilo y alegre no implica que siempre fue así. Soy también el pasado que purgo, las mujeres con las que me enredé. Mujeres que no escuché por tocarlas. Mujeres que irrespeté para no suplicarles afecto. Mujeres que tuve que vomitar para asumirme propio y acudir a la mesura. Pero los recuerdos son insepultos mientras sean dos los que se eviten. Me explico, conocí a Sandra en un bar a puertas cerradas. Ella tenía una aureola de deseo y me dejé envolver. Esa noche nos tocamos como marsupiales porque lo nuestro era fuga, tristeza acumulada, herida abierta, un encuentro imposible. En fin, eso fue hace mucho. Pues, por estos días ando en la tarea de pensar específicamente en lo suficiente para tener tiempo de sonreír. Además, celebro que conocí la mujer con la que quiero estar muchos días porque no me hace preguntas. Nada más, la semana pasada, estaba en la casa de Lucrecia, la cómplice, y le ayudé a recolectar naranjas.

- ¡Florentino! Las mejores naranjas son las del copo. Son las que más jugo tienen, dijo Lucrecia.

- Lu, recuerdo que de pequeño me trepaba a los naranjos a mirar las nubes. Me quedaba en ellos mirando como pasaban sin prisa por el firmamento, mientras me chupaba un casco de naranja...

- ¡Florentino! espérame un instante voy por un recipiente.

- No hay problema, concluí.

- ¡Florentino! ¡Si..! ¡Florentino… qué sorpresa! ¡El mundo sí qué es un pañuelo!

- ¡Ho-ho-la!, respondí al ver a Sandra en el balcón del segundo piso de la casa que rentaba Lucrecia.

- ¡Qué haces ahí!, continuó.

- Ah, eh, recolectar naranjas porque soy un experto… eh… de pequeño me pagaban por esto…

- No bromees, es muy extraño que te vuelva a ver, ahí, trepado en el naranjo de la casa de la vecina.

- Si, pero es que… ¡espera..! ¡Luuuuuuuuu..!

- ¿Parece que ya se conocen?, dijo Lucrecia.

- Si, la conocí en un bar que frecuentaba, respondí.

- Es cierto, íbamos al mismo bar y una que otra vez cruzamos palabras, repuso Sandra.

- Chao Sandra, un gusto verla, ya sé donde vives, dije mientras me bajaba del naranjo.

- Chao, repuso Sandra, pero su mirada era fuego, dos minutos más y me hubiera rostizado las pestañas.

- Florentino, ¿Dónde conociste a Sandra?

- Ah… si… en un bar. Hace mucho tiempo no la veía. ¡Qué sorpresa encontrármela así, tan de frente! Uf… Es un bumerán la vida… ¡Todo vuelve!, por eso, negrita, te tiro un beso y un abrazo.
Ella miraba por la ventanilla y nada parecía distraerla. Aproveché que su atención estaba en otra parte para dirigir mi mirada a sus pechos. Sus pezones se insinuaban sobre su camisa blanca. Quería dirigir mis ojos a otra parte porque no me parecía muy honesto mirarla así, pero, más miraba. Algo me decía que esas dos protuberancias eran del tamaño de mis ambiciones. Por ello, me fue inevitable ocultar mi exaltación. De un momento a otro, cuando el bus nos dejó en la estación del Metro la vi alejarse e intenté, sin éxito, volver a caminar rítmicamente.
Un brote de ti surge en mi pecho y busca la luz del sol y vibraciones violetas de un amor más antiguo que lo imaginado. Retumban piel adentro canciones ancestrales que ayudan a que tus ramas lleguen a mi intestino, brazos, boca, cabeza… y florezcas y todo yo sea tú que floreces. Dentro, te esparces en los latidos, en los pensamientos, en los sueños emanando un perfume que huele a reconciliación conmigo mismo, a domingo a las nueve de la mañana, a quiero estar a tu lado el tiempo que me toque, a hierba buena, a que eres la mujer que buscaba, a que contigo terminan todas las búsquedas, a torta de chocolate, a besos explosivos, a felina de luz, a permiso para amar, a erección controlada, a tabaco bien intencionado, a Diana con estremecimientos de abrazos multicolores, a palo santo y sonrisas contagiosas.
Te vi en otra
Eran los suyos tus ojos
y sus labios carnosos los tuyos
No podía dejar de mirarla
Eras tú que habías vuelto
a hacer el amor hasta levitar
a bebernos gota a gota el desespero
a huir de los horarios restringidos
a quererte y a no quererte
a remover el pasado como brazas
a besarnos por amor y culpa
a masturbarme de solo
de ti
a reventar estrellas con mi ira
a no desearte mientras suplico compañía…

Tus labios ya no son
ni tus ojos
éstos que veo.