Una de amor para estos días invernales

cuando la conocí ella daba una conferencia sobre la primera infancia. En el recinto habíamos dos ó tres hombres, mientras había unas sesenta mujeres. Me sentía como un consolador en una vitrina. Ella dirigía la charla con mucho carácter y agilidad. La veía tan aire, tan suspiro, tan trasparente que mejor me dije que era mejor no verla más para no seguir con más ganas de verla. Salí con la certeza de que no la volvería a ver porque me moría por ganas de verla. Como quería conocerla por eso no la busqué. A los días ella fue al colegio en el que yo trabajaba a mirar la metodología de la institución. Su olor a durazno en leche, a café con galletitas de soda a las tres de la tarde, a suspiro con miel invadía todo el colegio. La sentí tan cerca que le escribí una carta. Pues, lo confieso, soy un hombre cursi. Me gusta escribir carticas, dedicar besos y canciones y esas cosas que tanto nos gusta hacer para que nadie nos vea. Ese día me enfermé. Creo que fueron las ganas de ella las que me hicieron temblar y sudar y estornudar… pedí permiso para irme temprano. Cuando iba a tomar el bus me la encontré en el paradero. Nos saludamos. Hablamos como si ya nos conociéramos. Mis ganas de ella dolían en los huesos. En un momento, en que ya la carta no era lo fundamental, la saqué de mi mochila y se la entregué. Desde ese instante todo fue un hechizo. Cada cosa sucedida fue un encuentro de luces que se hicieron carne. Recuerdo que hablamos de todo porque todo nos interesaba. Al día siguiente fuimos a un bar y pedimos tequila y el tequila nos llevó al primer beso, al primer temblor de luna, al primer capitulo de una historia de asombro sin remedio. Luego, la noche y los sueños de eucalipto con almidón tatuados en las sábanas. Casi al instante, apenas hubo amanecido, viajamos a Guatapé a construir en un fin de semana una historia tranquila para que apaciguara los torbellinos y abismos que habíamos coleccionado en nuestros corazones.

Ella fue un conjuro, una barca con mariposa en la represa, un beso con margarita, un abrazo bajo la lluvia, un guaro calienta estómago, un temblor de piel, una mirada amarilla bajo el cielo azul, un cuerpo desnudo al tacto, un calorcito húmedo, un gracias en papel de regalo. Yo fui un mago con sombrero que hizo aparecer chocolatinas del bolsillo de la chaqueta, un chico con mirada de tierra y musgo, un mercader de abrazos y besos prófugos, un Romeo que se robó a Julieta del balcón por unas horas, un Ulises de un sueño de Penélope, un Paris que besa a Elena hasta el atardecer… fui un hombre feliz porque en el fondo, ambos lo sabíamos, lo nuestro era finito y solo teníamos ese instante para creer que el encuentro era posible… Luego, ella se despidió y se fue a continuar con sus ocupaciones. Yo me guardé un pedazo de su recuerdo en el bolsillo del jean. Sabía que no la vería más, así que di media vuelta y volví a mi casa a mirar la lluvia empañar los cristales. A veces, cuando me acuerdo de ella, llevo la mano al bolsillo del jean y un temblor me recorre todo el cuerpo.

 

4 coment�rios:

Juan Marías dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Juan Marías dijo...

Las partes mas hermosas del texto son las descripciones que haces de ella. Eso es lo mas bello, lo que tal vez no querías decir y se te escapa y nos llega a nosotros - los de afuera- como un hálito inoportuno con olor a "café con galletitas de soda a las tres de la tarde". Un abrazo.

matrioska_verde dijo...

Me encanta como escribes… leyendo tu texto recordé el poema de Oliverio Girondo “No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo…”
Biquiños,

Juan Camilo dijo...

Juan Marias
Gracias por sus palabras. por estos lados siempre son bienvenidas y oportunas.

Aldabra
También me gusta mucho ese poema de Girondo. Esa parte donde dice que le da igual que su nariz pueda ganar el primer puesto en un concurso de zanahorias porque lo único que le interesa es que ella sepa volar. Un abrazo