Don juan 2


Trabajo repartiendo periódicos en las madrugadas. Lo que más me gusta de lo que hago es que puedo ver a Lucia, la hija del notario, salir recién bañada en su automóvil. Confieso que estoy perdidamente enamorado de ella, pero sé que es un amor imposible, de esos que se sufren en silencio. De esos que enferman porque no se encuentra sosiego y se empieza vivir a merced de un fantasma. Hasta que ese fantasma es el sur, lo único que importa. Entonces se pierde el apetito, se duerme mal, se está alterable, cansado y triste la mayor parte del día. Es decir, se está hecho un lío. Estoy hecho un lío, sobre todo hoy casi enloquezco al no verla salir de su casa. En una desolación suprema, al entregar el último periódico, toqué el timbre de la casa de Juan. Había escuchado que él tenía fama con las mujeres y pensé que  podría ayudarme de alguna manera. Él es alto, de tez blanca, barba de tres días, ojos café claros, delgado y muy bien vestido. Al abrir la puerta, como si me conociera, me invita a sentarme en la sala muy desordenada debido al arrume de libros sobre los muebles: 

- A qué se debe tan inesperada visita. –Dijo mientras remueve varios libros. 
- La verdad es que necesito ayuda. 
- ¿De mí? –Responde con una sonrisa maliciosa, de esas que lo hacen sospechar a uno que está en el lugar equivocado. 
- Es que estoy enamorado y no sé cómo sacarme esa mujer del corazón. 
- ¿En verdad eso es lo que deseas? ¿Estás seguro? 
- Si, completamente seguro. Es que verla me está matando poco a poco. 

En ese instante, de algún lugar de la casa, como un  espejismo, aparece Lucia en pijama y se sienta en las piernas de Juan. El intestino quiere salírseme por los ojos por lo que el sudor encalambra en la frente. Acontecimiento que él nota y mientras mira a Lucia le dice –como si me estuviera hablando a mí– el secreto para estar con una mujer es hacerle saber que se puede vivir sin ella. Cuando sabe que uno se puede ir en cualquier momento le da la clave de la caja fuerte. Lucia lo abraza y le da un beso en la frente. Él sonríe y me dice que sabe cómo ayudarme. Lo más extraño, como si hubiera descubierto que ella era mi herida, le pide muy amablemente que se siente frente mío con los ojos cerrados. A mí me sugiere que la mire fijo al rostro, sin parpadear, hasta que su rostro se desfigure: Los ojos se agrandan, la nariz se alarga, los labios se tuercen… quedando su rostro amorfo e irreconocible. Después cierro los ojos y al abrirlos Lucia es otra. Miro de nuevo y sus deformidades me asustaron un poco por lo que me levanto como un resorte. Lo misterioso es que a partir de aquella casa me siento ligero, alegre y silbo porque el recuerdo de Lucia no me martilla el pecho.

4 coment�rios:

Anónimo dijo...

Como enganchan tus relatos Juan, un amor que te quitaba la vida pasó a ser un susto sin importancia.
Un placer leerte, te dejo un fuerte abrazo, bonito día!

Juan Camilo dijo...

gracias Cristina. Un abrazo y que la luz te abrace siempre.

Cristian dijo...

Los fantasmas de la vida son bellos con toda su forma, pero cuando dejan de ser fantasmas, cuando pasan de lo intangible a lo tangible, desgarran toda la fantasía que les contenía, borran todo el aire de misterio y tan solo queda un breve hálito de sueño roto y costumbre acomodada. Buen texto compadre.

Belén Rodríguez dijo...

Tánto idealizamos a la persona de la que nos enamoramos que dejamos de verla cómo realmente es.
Es bueno mirar fíjamente el rostro de la otra persona porque, sus gestos y sus ojos, nos dirán más sobre ella que una colección de citas.
Perfecto relato que te tiene pendiente del final siempre inesperado.
Un abrazo.