Llevo muchos años intentando comprenderla. Siento que cada que sale de la casa se va para siempre y llega otra a quien desconozco. Aunque hay ciertas cosas que no cambian como la manía de parlotear por los mismos asuntos. 

Hay días, cuando vamos de paseo, en los que no soporto que guarde en mi bolso un montón de frasquitos. Dice que cada cosa sirve para algo: pestañas, párpados, labios… En ese momento imagino que aparece un ratón y ella salta y grita y se olvida de tanta indumentaria. 

Cada que ve un niño en la calle quiere llevarlo a casa. Lo mismo con los gatos y los perros. Si no fuera porque el apartamento es pequeño viviríamos en un zoológico. 

En las noches se ducha y antes de dormirse le gusta que la abracen y le acaricien el cabello. Luego me pide que le lea un poema o un cuento. Va cerrando los ojos hasta quedarse dormida. Antes de apagar las luces me desnudo y me meto entre las cobijas. Un aroma a jabón de baño y jazmín me produce escalofrío. Voy cerrando los ojos e imagino que entro a un lago calientito que me reconforta y satisface.
A pesar de que me digan 
que la felicidad es una cortina de humo 
en un país de catástrofes políticas. 

A pesar del desencanto general 
de un pueblo golpeado por su historia 

A pesar del frío y los huérfanos de la guerra 
creo en la luna en los amigos 
en el amor, en la libertad 
en el cambio, en las flores 
y en aire todos los días. 

Entre la mierda una mariposa abre las alas.

En Colombia, lamentablemente, existen asesinos en serie más letales que los que exhiben los programas policiales y las películas gringas. Hombres como Garavito o Pedro Alfonso López, entre otros, le han hecho mucho  daño a la comunidad del Sagrado Corazón calcinado por la injusticia del sistema judicial colombiano. 

Pero algo más aberrante que los asesinos en serie son los medios de comunicación y los grandes poderes industriales. Estos poderes utilizan las fechorías inhumanas de los asesinos como publicidad de venta. Por ello, los extras o las chivas son las declaraciones descarnadas de algunos de estos individuos. 

No está de más que así como hicieron con Pablo Escobar y todos esos personajes de la narco política, los paramilitares… aparezca una serie en alguno de los canales nacionales recreando la historia de alguno de estos asesinos. Como si el asesinato fuera un pasaporte al estrellato en la sociedad de nuestro país. 

Se debería exiliar a estos personajes, no darles protagonismo, llevarlos a una muerte mediática, porque no son ejemplos a seguir. Pues una muerte es un hecho para lamentarse. Por ello, se debería esforzarse un poco, si lo que se quiere es un cambio verdadero en nuestra sociedad, en exaltar aquellos personajes que han dedicado una vida a una causa noble: el agricultor, la profesora de una escuela rural, el músico de pueblo, el poeta de publicaciones piratas… pero no, como no se ven porque no son escandalosos, extravagantes y vulgares, no son dignos de nuestros afectos. Este desconocimiento de los grandes hombres y mujeres se debe a que no se ajustan al márquetin de venta de los medios de comunicación. 

Considero que los medios masivos, al menos esa es mi perspectiva, están creando un modelo de vida retorcido, facilista, amoral en Colombia… Aprovechan que la juventud colombiana dedica la mayor parte del día a la televisión y las redes sociales y los sumergen a la moda mediática para atraparlos como una mosca en una tela de araña. Así garantizan fieles espectadores, fieles televidentes, constantes infelices que han trasladado sus sueños a las pantallas. 

 Los grandes medios, los grandes poderes, nos están alejando de la posibilidad de respirar y de encontrarnos en nosotros mismos. Parece que entre más nos perviertan, entre más nos retuerzan y confundan, más les conviene para seguir lucrándose a costa de la sangre derramada de miles de colombianos en el transcurso de la historia patria.

Tuve dos hijos y los abandoné por miedo a que descubrieran quién era. Durante años evité pensar en ellos. Incluso le hice la vida imposible a su madre para asegurarme de que no me buscarían. Con el transcurso del tiempo me fui olvidando de ellos. Tal vez sea por ello o por mis otros errores, que no logré aceptar mi inclinación sexual. Las veces que fui feliz con otro cuerpo fue cuando lo imaginé. Así me hice viejo y me quedé solo, sin hogar, sin familia, sin amigos. Tal vez eso se deba a que a todos nos llega el momento en que no podemos ocultarnos de nuestros actos. No importa si las decisiones fueron tomadas en antaño. Pues, los hechos nos persiguen como pesadillas. 

 Ayer, después de veinte años los encontré en la casa de mis difuntos padres. No podía creer lo que veía. Ella era el mismo retrato de mi madre y él era idéntico a como era yo cuando era joven. Me saludaron y preguntaron por mi vida. Lo único que pude contestar fueron generalidades. Me asusté y partí de nuevo. Caminé rápido, sin importar mi enfermedad en la columna. Quería huir, pero era imposible. Ellos me mortificaban. ¡Santo Dios, qué hice!

Pero prefiero el dolor a que se hubieran enterado de que no estuve con ellos por miedo a hacerles más daño del que ya les hice.

Ella se recuesta en una silla. Lo primero que hace es echarse un aceite de esencias florales en la piel. Luego se pone un sombrero y unas gafas oscuras. Se queda, casi desnuda, recibiendo el sol por más de dos horas. Sus senos tienen un tono rosado con bordes verduscos; sus piernas largas, con algunas tunas, se abren un poco. En ese momento se escucha el silbido que produce las hojas de la caña de azúcar al tocarme. Ella empieza a suspirar. Comprimo todos los músculos y me dejo ir en una corriente de aire hacía su cuerpo. Siento su calor y su respiración agitada se parece al silbido las hojas de la caña de azúcar. Me deslizo por sus labios, mejillas, cuello... Ella abre la boca y pasa la lengua por sus labios dejando caer un pétalo húmedo. Hago un giro de 90 grados y recojo el pétalo. Con su olor a rosa voy feliz a recorrer otros jardines.

El fuego necesita una base fuerte para que la llama arda y no se apague al instante. Esa base debe ser de buena madera. De ello depende la consistencia y la fuerza. Así también con uno. La base que uno necesita es el alimento del espíritu y el cuerpo. Pues el verdadero fuego es el auto cuidado. Eso dijo el hombre fuego a su hijo antes de que el hijo se incinerara intentando encender la chispa divina de su corazón y renaciera de nuevo de las cenizas.