Las 99 lenguas olvidadas



Recuerdo que en el bachillerato admiré a un profesor de español porque a veces, en sus clases, nos contaba algún cuento. Pero, por lo regular, era un profesor de escritorio y tablero. A los años ingresé a la Universidad y estudié periodismo. Tiempo después me encontré al profe en una de las jardineras del Alma Mater. Nos sentamos a conversar, bueno, más que a conversar me tomé la palabra. Le hablé de los surrealistas, del Boom Latinoamericano, de la poesía de Cesar Vallejo, de la prosa argentina, de Séneca, de Carrasquilla, de Montaigne… cuando quise preguntarle algo me sorprendí al verlo con la boca abierta. Él no había entendido que mi gran deseo era compartirle mis lecturas así como un niño le comparte un juguete a otro.  

En ese momento me dije que era necesaria una reforma que partiera desde la pasión y la responsabilidad por enseñar. Porque el docente, que en este texto nombro “el niño líder” es el primer camino para que el individuo se acepte individuo. Es el que aterriza los conceptos de los libros para demostrar que la vida es digna de respirar.

Por ello, es necesario cambiar los paradigmas de nuestra educación si queremos cambiar las bases de nuestra sociedad. Estos cambios son urgentes porque los avances del milenio exigen generaciones más creativas y capaces de entender el entorno. Por algo los niños y las niñas ahora son más veloces y despiertos. Nacen con un montón de conceptos aprendidos y asimilan con habilidad asombrosa los avances tecnológicos. De ahí que un bebé pueda asimilar la primera palabra a los diez meses, a los dos años dominar trescientas y  a los tres años dominar un promedio de mil palabras.[1] Desconocer esto es estancar las habilidades creativas y significativas en el futuro de los niños.

Esa primera palabra que se asimila a los diez meses se gesta desde el vientre.  Por ello Evelio Cabrero Parra en su texto La Lectura anterior al texto escrito nombra la existencia de un “libro psíquico” que se lee y escribe desde el momento de la gestación con la voz de la madre.

Es, entonces, el sonido de las palabras que luego se complementa con los gestos de los padres el que potencia esa primera palabra que luego será cien, después mil y finalmente la representación de un mundo con múltiples significados.

Esa “primera letra” que se concibe a los diez meses luego será otras letras,  otras maneras de ver el mundo. Al menos así lo planteaba al pedagogo Loris Malaguzzi al decir que el niño está hecho de cien lenguas pero les robamos noventa y nueve y luego la escuela y la cultura le separan la cabeza del cuerpo. Eso, y duele decirlo,  es crecer, es irse quedando quieto y sumergido en un letargo sin asombro.

Quizás si el profe de español que encontré en la universidad hubiera seguido asombrándose y motivando las diversas maneras de nombrar el mundo, muchos de los que estudiaron conmigo hubieran tenido otras oportunidades. Pero, como mi profe muchos otros se quedaron en la educación impersonal. Y esto los llevó a brindar una educación sin asombro, una educación de clausuras, del juego controlado, de la imaginación sembrada en surcos y de la imposibilidad de concebir las múltiples posibilidades de la lengua.

3 coment�rios:

Juan Marías dijo...

Muy pertinente el texto Cami. Si el tema te interesa tal vez esta propuesta nutra la visión que ahora tienes: http://www.youtube.com/watch?v=nPB-41q97zg

Saludos.

Juan Camilo dijo...

Juan Marias

Muchas gracias por el link. Está muy bueno el video. Me tocó fibras importantes.

X. dijo...

Se cree que la educación da respuestas, pero debería dar preguntas.

Se cree que la educación es un proceso de doce años, pero debería ser un largo camino que termina con enseñanza última: la muerte.

Muy bueno. Hace mucho no pasaba por aquí. Lo haré más seguido. Saludos.