Después del almuerzo procuro hacer una siesta de una hora. Pongo una sábana bajo un árbol, me cubro con el sombrero los ojos y duermo como un niño. Este hábito me lo enseñó mi padre. Ese es uno de sus legados. Pero el que más recuerdo fue el que me dejó en su lecho de muerte. Afirmó que llega un momento, en todo sembrador, que se conecta tanto con la tierra que le suceden cosas maravillosas. Indagué sobre qué cosas. Se limitó a decirme que ya lo descubriría. Pasaron los años y todo continuó igual. Mi madre no volvió a conseguir marido y envejeció a mi lado. Mis hermanos se marcharon y de vez en vez vienen a quedarse unos días. 

Uno de mis hermanos, el mayor, nos dijo que pensaba vender la casa y que nos fuéramos con él. Mi madre dijo que sí, pero en el fondo deseaba morir en la casa en la que había vivido 40 años. Yo no respondí. Me gustaba la idea de cambiar de vida. Sin embargo quería pensarlo mejor. Ese día sembré en la mañana frijoles y maíz. Luego almorcé e hice la siesta. En esa hora soñé que mi corazón era una plántula que brotaba de la tierra con un surco de girasoles. La imagen fue tan nítida que todavía la recuerdo, pero lo más sorprendente fue ver, al despertar, una parejita de colibríes a pocos milímetros de mi pecho. Entonces supe lo que debía hacer.
"Es un personaje netamente Colombiano, andariego y proletario, con arterias de alambre y corazón de madera; hijo de padre desconocido, que nació en algún lugar de nuestra geografía Andina..."
David Puerta Zuluaga





El tiple es un instrumento misterioso, de pueblo, que en el siglo XIX se convierte en un fenómeno cultural. Tanto que de cuatro órdenes dobles con una de las dos cuerdas más delgada que la otra, pero afinada al unísono; pasa a cuatro órdenes triples, con dos requintillas a los extremos y una más gruesa en el centro.   

Muchos lo amaron y recorrieron las montañas y los llanos  llevando sus sonidos. De entre esos músicos surge un hombre que estaba destinado a convertirse en uno de los exponentes más prolíficos quién recibe La Orden de la Democracia,  Grado Caballero (Congreso de la República)  como mejor tiplista del mundo.   Esta distinción también la recibió el Binomio de Oro y Joe  Arroyo.  

Este músico se llama Guillermo Puerta y nace en 1957 en Medellín. Luego se traslada con su familia a la vereda Platanito-Gorardota, romería de músicos. Desde párvulo su vida es una hazaña. A los tres años, sin que nadie le dijera cómo, tocaba el tiple. A los 8 años estuvo con maestros como Elkin Pérez y se dedicó a la guitarra dejando a un lado el tiple.  A los 10 años integró una orquesta de niños, poco después de comprarse su primera guitarra que le costó  450 pesos: “Todos los domingos no faltaba gente en la casa y me daban plata, la echaban en la caja de resonancia del tiple”.

Nació con gracia divina y por ello las instituciones educativas  querían tenerlo como carta de presentación. Pero, este joven virtuoso perdió algunos años, le iba mal con la disciplina y obtuvo uno en música. Sin embargo, al terminar el bachillerato le ofrecieron becas universitarias. Una vez fue a clases a Bellas Artes. Se enteró de que mientras montaba un tema con partituras montaba 4 a oído.  Fue cuando tomó la decisión de convertirse en autodidacta.

El tiple llega de nuevo con el amor
Conformó un grupo mixto llamado Los Cisnes e invitó a Silvia a que tocara. Durante los ensayos ella lo veía al escondido. Él supo que ese era el inicio de la relación. Luego se retiran del grupo y forman el dueto Silvia y Guillermo  donde el tiple más que acompañar era el que punteaba. Se ganaron 12 festivales nacionales seguidos, entre ellos el Mono Núñez.  Después, a los 25 años se separan y de la unión quedan cuatro hijos. Guillermo se dedica a ser solista y gana  El Festival Nacional del Tiple Pedro Nel Martínez.  Descubre que al  tiple con la pajuela puede  extraerle más de 60 sonidos. Entonces  decide incursionar en la música clásica. Esto lo lleva a dar un concierto a Alemania, a principio de la década de los noventa, cuando interpreta la sinfonía de Mozart.

El reino de la luz   
Guillermo no ensaya las canciones sino que las medita. Este método lo encontró con los Gnósticos a los 18 años.  Por ello, sostiene que no necesita buscar en google información sobre la música de sus ancestros. Él puede visitarlos: “Uno tiene un estado alfa, un estado betha y un estado theta al dormir.  En el estado alfa escucho todo y compongo. En ese estado me comuniqué con mi padre en el cielo. Yo he pasado el túnel de la luz.”

Esta anécdota la recuerda porque quedó inconclusa. Cuenta que le llevó una partitura con 4 obras a su padre que estaba vestido con la misma ropa que fue sepultado. Al verlo, Guillermo le expresó que quería unos arreglos. Su papá recibió las partituras y desapareció. Guillermo no quiso mirarlo porque en el cielo no se puede mirar para atrás, se pierde el aprendizaje.  Tampoco se puede preguntar cosas  extraterrestres. Al rato llegó su padre asegurándole que solo había arreglado dos obras. Ambos se sentaron bajo un árbol hasta que Guillermo preguntó quién iba a tocarlas. Al instante, entre las nubes, a lo lejos, aparecieron cuatro ángeles con cítaras. Parecían dos mil artistas o 15 sinfónicas juntas. Ambos lloraron. Al final Guillermo hizo el viaje de regreso a casa.  Cuando estaba a unos metros de su lecho lo despertó Diana, su actual compañera. Él abrió los ojos sobresaltado. Ella habló sin saber que a él en ese estado no se le puede hablar. Pues siempre que compone mientras duerme lo escribe en silencio al despertar. Pero ese día no fue así y todavía no las recuerda.  

El malabarismo instrumental
Cuando va a subir a un escenario le dice a Dios que interpreté por él las canciones. Asegura que en algunos conciertos no es él el que toca. Hay alguien más. Solo pasa  cuando el concierto es impecable. Pues, cuando algún músico se equivoca inmediatamente sale del trance.   Claro, de eso no se entera el público. La gente se queda en el plano terrenal y se asombra al verlo jugar con sus instrumentos porque juega a hacer cosas muy serias. Por ejemplo: puede desafinar la guitarra mientras toca una canción y vuelve afinarla, también busca sonidos con botellas y se mueve con tal sincronía que un gesto es igual a un cambio de nota.  

Como un niño sigue jugando y por eso se ha convertido en un maestro que sabe que no hay otra forma de ser feliz. De ahí que siga vigente en la música. Pues aquel que conoce la historia conserva las raíces, sabe a dónde va y  aprende a vibrar, como una cuerda afinada, con el universo.





Su cuerpo debajo del mío se ajusta a mi necesidad de perder el control. Cierro los ojos y mi boca en su boca busca el cansancio que electriza a los animales en celo. En ese momento su vientre se extrémese mientras trituro con los dientes la ternura a la que teníamos derecho. Entonces nos detenemos para mirarnos unos segundos. Luego sonreímos y volvemos a besarnos. Esta vez permitiéndonos empezar de nuevo después de habernos desnudado de todo concepto.