Efraín la tomó entre sus brazos casi con los ojos cerrados y sin mirar muy bien a dónde la llevaba arrojó todo a su paso hasta llegar al cuarto de su infancia. María sentía la fuerza de aquel hombre y se asustaba al tiempo que disfrutaba sentirse frágil y amada. Ella pensó que de pronto esa noche sería diferente y él entendería lo que ella le estaba enseñando. Efraín la desvistió como si estuviera desyerbando maleza y sin tregua la invistió hasta el último suspiro.El hombre se desmadejó y se quedó dormido. Ella, sonrío desconsolada y decidió quedarse en la tierra de los sueños hasta encontrar a alguien que soñara despierto.



Llega a casa y se sienta a mirar desde la montaña el valle que cada vez tiene más parches de concreto. Busca un motivo para no sentir que la civilización es una cabra que cada vez pierde el sentido de la vida. Para no reunir razones para el desencanto recuerda cuando era chico y su madre lo vestía para ir a las celebraciones navideñas. Él guardaba en una bolsita un cascabel hecho con tapas de gaseosa y salía con sus amigos a las casas vecinas en espera de los dulces al final de las novenas. Para ese entonces no había tiempo para el amor porque el apetito por los dulces y la sinfonía de las voces de los campesinos, el ruido de las maracas y los cascabeles de tapa de gaseosa ocupaba el corazón. Para ese entonces el corazón era un pesebre con carros a gasolina en miniatura, con aviones de plástico, con vacas gigantes que podrían comerse a los reyes magos de un bocado. El corazón era una laguna de papel de aluminio donde los patos y una tortuga del tamaño de una iglesia hacían parte de ese ecosistema  extraño y a la vez mágico. Mi corazón era el paisaje de las extravagancias de los niños que no entendían el orden lógico de la medida y la distribución en los pesebres. Mi corazón era el dinosaurio que se enfrentaba con el Chapulín Colorado frente a un mago que los miraba desde un árbol. El mago esperaba el alboroto para capturar a los revoltosos y llevarlos al taller de carpintería de José y así, con trabajo, enseñarles el silencio que hace falta en la fiesta, la del corazón. 

al recordar esos episodios del pasado recuerda que a pesar de la pólvora, de la bulla de los adultos, de la necesidad de felicidad etiquetada, esa que se cree comprar en las promociones del Éxito o de los grandes almacenes de cadena; a parte de la mal sana costumbre de celebrar la navidad desde la publicidad y los sueños ajenos, en el recuerdo, en la mirada del niño que fue, existe un tiempo donde el amor era suficiente y amorfo. Entonces sonríe y escucha unas maracas y las voces de una familia que iluminan la noche con sus cantos disonantes.

-   De verdad que no te entiendo Antonio. Te has pasado los últimos años esperándola. A todas las mujeres que se te cruzaban, decías que estabas comprometido porque habías soñado con la mujer que ibas a construir familia. Afirmabas que era un acto de fe. Ahora, le acabas de decir a Isabel que la habías esperado y que ella era la mujer con la que tendrías un hijo llamado Salomón. Luego, como si eso fuera algo trivial, como decir, te pica la rodilla, dejas que ella se marche, asustada, sin dar más explicaciones. Creo que no entiendes nada del amor. 

- Querido Marcos, no hay que entender lo que está más allá de nuestra imaginación. No le des respuestas a lo que no las tiene. Te llenaras la cabeza de cucarachas. Respecto a Isabel, va rumbo al lugar donde los astros han confabulado debemos iniciar nuestro proyecto de vida.
Cuento adaptado de un relato oral que me contó Kike, el maestro del tabaco



Tomás desde muy joven se fue a estudiar a la cuidad, pero cuando su padre murió se hizo cargo de la hacienda. Quedó con la casa, dos hectáreas, algunas mulas y un trabajador: Libardo, un joven que había llegado a la finca meses atrás a pedir empleo, venía de tierras lejanas, al ver a Tomás decidió continuar con el nuevo patrón. Ambos trabajaron duro y la tierra poco a poco empezó a prosperar. A los cinco años Tomás contrató otro empleado y dos años más tarde otro. 

Tomás logró una buena posición económica. Compró más tierra. Invirtió en el negocio de la caña, en los cultivos de café y plátano. Treinta años después había conseguido tres veces más de lo que había heredado. Por tanto, en agradecimiento a sus tres empleados más antiguos que llevaban con él 30, 25 y 23 años de servicio, les dijo que les iba a otorgar la posibilidad de independizarse. Tenía para ellos dos regalos. El primero era una mula con un saco en monedas de oro y el segundo tres consejos.

Ramiro, el más joven de todos, el que llevaba 23 años de servicio, pensó que con ese dinero podría comprarse unos billares y establecer su propia empresa. También, una moto, una casa y vivir sin preocuparse el resto de la vida. Por tal motivo eligió la mula con el saco de monedas. Ramiro se despidió y se fue con el botín. Carlos, un hombre alto y voluntarioso, al ver las monedas de oro, sin pensarlo tomó la decisión. Quería volver a su pueblo natal y demostrarles a todos que había triunfado, además, se casaría con la mujer más hermosa. Carlos partió. Libardo miró al patrón y le dijo:

- Don Tomás desde que trabajo con usted nada me ha faltado. Usted me ha tratado con respeto. También me dio la oportunidad de construir mi casa a la que no voy hace 18 años. Pero cada mes puedo enviar el dinero que necesita mi mujer y mis padres para sobrevivir. Por ello le estoy muy agradecido. Además, me ha enseñado, con su trato, el respeto y el amor a los otros. Creo que yo elijo los tres consejos.
- Libardo, no sé, pero intuí que de los tres eras el único que ibas a elegir los consejos. A Ramiro y Carlos les deseo un buen viaje y que puedan hacer un buen uso del dinero. Bueno querido, para no demorarte más los tres consejos son los siguientes: Primero: Hay que elegir algo a lo que uno le invierta la mayor cantidad de horas, un oficio en el que vibres y te sientas feliz. Cuando lo identifiques jamás te apartes de él. Cuando lo tienes claro la vida es más agradable. Ese oficio o lo que elijas es como la casa que habitas. No importa lo que suceda en el camino si tienes claro a dónde llegar. Segundo: No opines en lo que no te incumbe así te sientas tentado. No contraríes al otro si lo que quiere es provocarte. Solo habla cuando tu vida a la de tus seres amados esté en peligro y sientas que es inevitable la palabra. Tercero: Piensa antes de actuar para que no te traicione los instintos. Ahora que Dios te acompañe.

Libardo se despidió de Tomás con los ojos encharcados. Emprendió el camino. Estaba contento porque iba a ver a su mujer después de tantos años. Aunque también lamentaba no llevar dinero para no tener que empezar de nuevo. Sin embargo, adentro, sentía que había hecho lo correcto. Imaginaba la cara de su esposa. Sus besos, su cuerpo, su piel trigueña. Quizás los años la hubieran cambiado mucho y tal vez no la reconocería. Pensaba en la llegada a casa cuando se enteró de que estaba anocheciendo. A lo lejos observó una luz. Era de una hacienda. Se dirigió para pedir posada. Le abrió un señor de unos sesenta años, con sombrero, bozo espeso y muy serio. Libardo le preguntó si era posible que le diera posada. El hombre señaló una mesa para que se sentara. Libardo observó las cabezas de animales que colgaban y decoraban las paredes de la sala y se estremeció. 

- ¿Cómo te llamas y qué haces por aquí? –dijo el hombre.
- Señor, me llamo Libardo. Voy rumbo a mi casa. Trabajé en una finca mucho tiempo y ahora quiero estar con mi esposa el resto de mi vida.
- Ya veo. Imagino que tienes hambre. Espera un momento.

El hombre gritó y de una de las habitaciones que estaban en un pasillo que comunicaba con otra sala salió una mujer joven, hermosa, de cabello castaño. Libardo que llevaba años sin estar con una mujer no pudo evitar mirarla. Ella fue a la cocina y le trajo pan, queso y chocolate en abundancia. Libardo comió hasta saciarse. 

- ¿Te pareció atractiva la Juana? 
- Señor, es una mujer muy bonita.
- Espera te presento al resto de mi familia –repuso el hombre y al instante las llamó con un tono de voz que parecía el rugido de un trueno.

En la sala aparecieron, con la Juana, otras cuatro mujeres igual o más hermosas. Ellas sonreían. Libardo respiró profundo porque todas eran muy bellas, muy jóvenes y cualquiera de ellas podría… bueno, mejor respiró.

- ¿Qué piensas de ellas?
- Bueno señor, en verdad sus hijas son hermosas e imagino que su belleza se debe a que usted alberga sentimientos de igual magnitud en su corazón.
- Gracias, y no te gustaría, ya que veo que eres un hombre respetuoso, conversar con alguna de ellas.
- No señor, yo estoy casado y quiero volver a mi casa.
- Está bien, lo comprendo. Pocas veces encuentra uno hombres íntegros. Si me permite quiero invitarlo a unos vinos. Pero le pido que me acompañe hasta la otra sala. 
- Como usted diga –respondió Libardo y acompañó al anfitrión hasta el lugar que estaba después del pasillo donde había visto las habitaciones de las mujeres. Se sentó en un mueble rústico en espera del vino.
- Hace tiempo no tengo un hombre honorable en esta casa. 
- Gracias señor –agregó Libardo que en ese momento había visto por la ventana algo aterrador. Sobre una viga colgaban los cadáveres de dos hombres.
- Ah… los vistes. ¿Qué piensas de esos dos hombres?
- Nada señor.
- ¿Los conocías?
- No señor.
- ¿Y si los maté qué?
- Señor no soy quien para juzgarlo. Si me permite quisiera descansar porque todavía me falta camino para llegar a casa. Espero no se incomode si me retiro.
- No, tranquilo, ese cuarto que ves es el de los visitantes. Espero descanses.

Libardo medio durmió porque la imagen de los hombres lo había trastornado. Pensaba que de pronto en la noche el asesino podría tomar represarías. Por ello, al primer rayo de luz se dispuso a partir. Cuando llegó a la sala, en la que cenó, el hombre ya estaba despierto y una de sus hijas movía ollas en la cocina.

- ¿Ya te vas?
- Sí señor, pero prometo que apenas llegue a casa conseguiré algo de dinero para recompensar su hospitalidad. Pues usted ha sido muy generoso conmigo. 
- Tranquilo, le creo. Pero antes de irse, vea, guarde este pan para el camino. Además, puede llevarse esas dos mulas que están en el establo con dos sacos de monedas de oro. Pues, las necesita más usted y creo que harás buen uso de ellas. Por último, le regalo este rifle para que se defienda si se le aparece un ladrón. Buen viaje.

Libardo se subió en una de las mulas, la otra la llevó a cabresto. Al llegar a la casa ya anochecía. Se detuvo en un barranco para contemplar su hogar. Notó que no había cambiado mucho, había más vegetación pero la casa se veía igual, claro, con el deterioro del tiempo. En esas vio que su mujer salía a la puerta acompañada de un hombre más joven. Ambos se abrazaban y se consentían. Libardo invadido por los celos alzó el rifle y le apuntó al hombre. Estaba a punto de disparar cuando recordó la imagen de los dos hombres muertos y bajó el arma mientras observaba al amante de su esposa marcharse. Libardo descargó la mula y tocó la puerta. Su esposa lo abrazó, lo besó y le dijo que ella sabía que él volvería. Libardo no pudo ser natural. Se sentía traicionado. Así que sin rodeos le preguntó qué quién era ese hombre que acaba de partir. Ella se sentó y empezó a reírse. Libardo estuvo tentado a golpearla porque aparte de traicionarlo se le burlaba en la cara. La mujer, con un tono de voz cada vez más suave y dulce le dijo que hace 18 años, la última vez se vieron, había quedado embarazada y ese hombre era su hijo. 





Llegué a la vida
con un sol dentro de un jarrón de agua.
Luz líquida y contenida.
Al crecer el agua se fue evaporando.
Sentí el ardor del deseo.
Fue el miedo a la soledad
el pan de cada día.
El amor un astro a años luz
de mi corazón.
El instante del instante
el castillo de naipes
para morar hasta viejo.
Dios el inverso de las cosas.
Se apagó el sol
y quedó un olor
de agua estancada en el aire.
Y el sol, adentro, 
palpitó por primera vez.