Contigo, a veces, te engaño.



Estaba sobresaltado. Me soné las fosas nasales. Me esperaba un hombre trigueño, delgado, nariz finamente delineada, ojos saltones, de pelo largo. Mientras llenaba los pulmones recordé que se llamaba Cilmoa Turbanec. Al verlo lo saludé y después de sentarme sin que él me lo pidiera empecé a hablar de la magia del bolígrafo. La verdad quería incomodarlo. Bueno, yo estaba incómodo, alterado, contradictorio. Empezaba a delirar. Cuando no callaba por horas hablaba lo primero que se me ocurriera. Padecía una locura ordenada, un desorden lógico. Era, en definitiva, un impaciente poco civilizado. Así que hablé sobre el escritor de bolígrafo y el escritor de computadora. Dije que no me gustan los nuevos escritores de computadora que se han desbocado hacia la tecnología desconociendo una tradición de años. Expuse que la facilidad para escribir provee a la literatura de banalidad. Y esto se debe a que los escritores han dejado de escribir a mano. Cuando escribir una carta implica empuñar el bolígrafo, sostenerlo entre los dedos índice, pulgar y corazón. Deletrear una palabra, formar una frase, un párrafo. Además, al escribir a mano se descubre que la caligrafía permite hacer otra lectura. Por ejemplo, la letra inclinada a la derecha expresa que la persona es tímida, se baña todos los días y cree en el matrimonio. La letra inclinada a la izquierda dice que la persona es decidida y busca relaciones efímeras. Pero, lo revelador es el palito de la “t”. Si está más arriba de lo habitual, “T”, es porque la persona es atrevida, ambiciosa y sexual. Le dije a mi anfitrión que estaba casi seguro de que él era un escritor de computadora. Le manifesté que ahora los medios para publicar están al alcance del afán de publicar y esto le ha hecho un daño terrible a la poesía porque el poema escrito en computadora es frío, distante y brinda esa peligrosa sensación de que está listo. Cuando el poema no es una anécdota reproducida en serie. El poema no permite escribir más rápido de lo que se siente. Por eso el poema electrónico no tiene música. En cambio, el poema escrito con bolígrafo suena a rumor de quebrada y el de máquina de escribir a tren en marcha. De ahí, que el bolígrafo remita a la provincia y la computadora a la ciudad. Y la ciudad es acelerada, ruidosa, de desconocidos, empapelada de publicidad, con ladronzuelos, mendigos y despertares de pito de busetas. En contraposición de la provincia que es cauta, de saludos improvisados, de balcones, de conversadores y de amaneceres indescriptibles. Y si se hace un análisis de ambos escritores no es muy descabellado afirmar que el escritor de computadora sea un eyaculador precoz porque su aventura es la superficie. Se autodenomina poeta, ensayista, novelista, cuentista, documentalista, periodista y crítico de arte. Mientras que el escritor de bolígrafo vuelve a respirar y mantiene el bajo perfil que le permite estar en todos los espacios. Para este último la vida es una caminata reposada con nubes en el cielo. 

-Muy interesante su discurso, pero no entiendo por qué me lo dice. Su monólogo está descontextualizado. Hay que saber en qué lugar decir las cosas. Es sabio un poco de mesura. No sé. Me divierte escucharlo. Aunque evidencio que en el fondo su perorata busca intimidarme así como se hace con un aprendiz. Creo que me subestimas estimado caballero. 

-Pensé que serviría para iniciar una conversación. Sin embargo, ya que lo menciona, me gustaría saber la razón por la que me hizo llamar –expresé algo apenado y acepté que cuando estoy alterado soy como un timbre, me tocan y sueno. Incluso, un timbre averiado que suena cada tanto sin que nadie lo toque. 

-Bueno, quería discutir con usted sobre su exmujer. Como sabe, el Patrón espera que ella descubra al asesino de Franco para que puedas salir. La verdad, perdona si soy muy directo, no creo que ella lo logré. Es evidente que ninguna mujer es tan inteligente como para resolver tal misterio. 

-Es cierto. Será una eternidad. –Repuse y ya quería estar en silencio. Deseaba quedarme quieto. Pasaba de una sensación a otra con velocidad. Respiré profundo para no perder el control y si era posible, averiguar un poco más sobre la misión de Lucrecia.

-Es extraño, ahora que le planteo un tema de conversación es usted lacónico. Llegó dando catedra y ahora apenas abre la boca. Eres algo contradictorio. Sí, eso eres, una contradicción. Empezaste como narrando un cuento, con decisión. Luego, te perdiste. Yo no empezaría un cuento sino sé cómo acaba porque se va uno para cualquier lugar, como un cucarrón en la oscuridad. Los buenos finales están escritos en las primeras líneas. Pensé que tu discurso tendría un final ejemplar, pero quedó en la nebulosa. Creo que eso mismo le sucederá a tu excompañera. En esa investigación empezó sin imaginar el final. Cada razonamiento puede tener la profundidad de un pentagrama. Depende del talento del intérprete. Para mí, disculpa si reitero en lo mismo, no sé cómo su exmujer desenmarañe este asunto si empezó empapelando la ciudad con retratos tuyos. En vez de encontrar el asesino de Franco busca a su excompañero. Es muy incoherente todo esto. Por eso deseaba hablar con usted para entender un poco este asunto –manifestó Cilmoa quien percibió mi desequilibrio emocional. Deseé levantarme y volver a la celda. Pero vi en el rostro de mi interlocutor una sonrisa apenas perceptible, como la de un niño al ver la trampa e imaginarse la caída de su víctima. Estuve en silencio unos segundos. Al final decidí, hasta donde lo soportara, seguir conversando:

-Ahora que menciona la literatura debería saber que la primera versión de un texto es un mal necesario. Suele estar muy lejos de lo imaginado. Pero por algún lado se debe empezar. Luego, la reescritura. Ese es otro tema. En cada escritor sucede de manera particular porque no hay reglas universales para este oficio. Lo mismo para la vida. A veces los lugares comunes son muy interesantes y profundos. Tal vez por ello no soy tan pesimista respecto a Lucrecia. Aprendí de las mujeres una cosa: Su amor es la primera y la última línea de la historia de todo hombre. Lo que hay en el medio es un misterio. Por ello, no me aventuraría a dar tales afirmaciones sobre el desenlace de algo que ni sospecho. Ella sabrá cómo hacer sus cosas. Por lo tanto soy el tipo menos indicado para hablar sobre sus métodos de trabajo. Pero, lo intuyo, ella no te importa. Si la nombras es para desestabilizarme emocionalmente y luego sacar a superficie lo que en verdad te interesa. Te recomendaría ser más directo e incisivo –afirmé y vi a Cilmoa acomodarse en la silla.

-Es sorprendente la manera cómo descubrió la segunda intención en mi argumento. También, es evidente que ese amor que define la historia de un hombre ya puso punto final en su historia. Pero veo que ese tema te incomoda. Podemos hablar de otra cosa. Te concederé ese honor ya que insistes en que vaya al grano. Te diré la verdad. Cuando no puedes conversar fluidamente con un pesado mejor decirle la verdad o dale un laxante. Contigo usaré la verdad porque no traje laxante. Hay algo que me inquieta y es sobre tu literatura. De verdad que no la entiendo. Es más bien leve. Está llena de lugares comunes. En muchas líneas no pasa nada. Sin embargo, es lo curioso, se lee y gusta –Cilmoa sonrió porque tropecé en su trampa. Respiré profundo. Tal vez era el momento de irme. Era lo más prudente. Pero deseaba dar la batalla. Al menos, permitirme la satisfacción de incomodarlo un poco. Moverlo de su trono y embarrarlo. Para conseguirlo debía calmarme, conservar la cordura y fingir el dominio de las emociones. Entre más cortés más desagradable. Era indispensable insinuar algunas veces y otras tocar directo la llaga. Jugar con las palabras como dardos.

-Ah… entiendo su enfado. Espero que después se disipe la discordia. Ahora que pregunta por algo específico procederé a responderle. No me centro en lo profundo, en lo que la literatura ha tratado desde el inicio de los tiempos. Me limito a contar lo que imagino y llevarlo al papel así como un director de cine lleva a la pantalla una idea. Luego, en el fondo, esos temas trascendentales aparecen sin importar lo que haga. Entonces descubro que utilizo los mismos conceptos que muchos han utilizado. Escribo sobre lo que ya muchos han escrito. Considero que los conceptos son de todos. Sin embargo, no sucede lo mismo con el estilo. El estilo es otra cosa, es una manifestación interior –agregué y Cilmoa estaba más atento. Buscaba mi punto débil para derrumbarme. Sabía que horas antes estuve gritando incoherencias en la celda. De pronto soltó una declaración mordaz:

-Creo que perteneces a la “Generación de la Superficie”, así la llamo. Son aquellos escritores que se entregaron al desgaste de las palabras, al abuso de la repetición, los lugares comunes, a la trivialidad del momento y por eso, para generar un poco de misterio donde no hay hablan del estilo, la inspiración y esas babosadas del interior –repuso con tono solemne. Lo miré un rato. En vez de meditar una respuesta, como se hace en los debates serios, acudí a la improvisación. Es decir, abrí la boca y permití que las palabras agolpadas en la garganta se atropellaran unas a otras en aire con el riesgo de producir una distorsión o, era mi anhelo, lograran una armonía celestial. No tenía otra alternativa. Era una medida desesperada. Afortunadamente las palabras fluyeron:

-Lamento que piense en esa forma. Pues, esas babosadas me han hecho lo que soy. Para mí el estilo es vital porque nace de adentro y te da una manera singular de narrar lo que sientes. En cada ser es diferente. Es como el aire al caminar. Cada persona tiene sus propios movimientos, los naturales, así como cada escritor tiene su estilo. Por ello, se puede copiar las ideas y los conceptos, pero el estilo no. Intentarlo no está mal. Se puede escribir bajo el influjo del estilo de un escritor que se admire. El caso es que al cabo del tiempo el propio estilo se anula. Se convierte uno en la sombra de un muerto y me interesa la vida. Para aterrizar más el concepto, el estilo es una particularidad individual e irrepetible que te permite fluir en el mundo interior, el de cada escritor. Ese fluir otorga espontaneidad a sus palabras. Esa espontaneidad permite que la prosa fluya –dije sorprendido. Cilmoa tampoco esperaba un diálogo tan elevado. Se rascó el mentón. Sonrió, esta vez con la risa del impotente, el que ríe para sí y busca la ofensa como última alternativa. Claro, la ofensa civilizada, en la que se adiestran los letrados: 

-Eso es puro sentimentalismo. He leído mucho y sé que entre más lea más elementos adquiero para escribir. Uno es consecuencia de lo que lee. Dime qué lees y sabré quién eres. Creo que la tarea del escritor es escribir lo que no se ha escrito. Superar a todos los fantasmas. Para eso debe competir con sus autores favoritos y sobrepasarlos. De esa manera supera los lugares comunes y gastados que tanto te gustan. Eso es lo que busco. Eso es lo que me impulsa. El sentimentalismo es un agujero negro en la obra de arte. Eres un sentimentalista, un digno representante de la “Generación de la Superficie” –aseveró satisfecho de envolver lo fétido de sus palabras en un vestido elegante. Entendí que para enlodarlo, como deseaba, debía llevar la conversación a lo más personal. Recordé que la vanidad es el talón de Aquiles de la mayoría de los escritores. La vanidad de habitar un anaquel de la biblioteca de la historia. Entonces redireccioné mis palabras:

-Lo que buscas es otra cosa. Lo que persigues es el éxito. Aunque no me desagrada, trato de evitarlo. El éxito te debilita un poco porque te roba soledad. Para escribir se requiere mucha soledad, más de la imaginada. Y si no puedes estar solo la literatura es un camino tortuoso si te acostumbras a las mieles del éxito. Digo tortuoso porque cuando llega un fracaso te derrumbas. Si persistes al fracaso entonces el éxito es inevitable. Aún en el éxito seguirás escribiendo porque no puedes hacer otra cosa. Si puedes hacer otra cosa, entonces hazla para evitar decepcionarte. Si no puedes vivir con el fracaso y la decepción es mejor buscar otro oficio –Cilmoa no respondió de inmediato, sino que miraba el techo de la choza. Tal vez di en el blanco. Él, más serio, como si tratara de defender una postura personal, tomó un sorbo de vodka. 

-Creo que vemos el mundo de manera muy distinta. Para mí ser escritor es un arte que se ejercita todos los días. Se lucha contra el lenguaje. Se vive el lenguaje. Nada de sentimentalismo. El que escribe desde la emoción es patético. Contamina la belleza del arte. El arte de escribir consiste en eliminar la emoción –afirmó. Me di cuenta de que él estaba enlodado. Así que acudí táctica de la pregunta. Como daba explicaciones de sí mismo, se podía atontar con preguntas directas, sobre todo si iban dirigidas a su espiritualidad. Claro, sin que ninguna palabra descalificadora se filtrara para que hablara hasta enredarse. La idea era llevarlo al callejón sin salida que él era. Bueno, que somos todos.

-¿Qué pasa con los sentimientos de los lectores? Ellos si tienen sentimientos, al menos, eso es lo que creo.

-Me importa un pito los lectores. No escribo para ellos. Es vanidad. Cada texto imagina a su lector. Llega por añadidura. Además, no lo conozco ni me interesa. Eso de darle al lector todo mascado es creer de antemano que el lector es un ignorante. Bueno, muchos si lo son. 

-¿Qué sucede con ese otro, el implacable, el que se lleva dentro y no se puede engañar?, ¿piensas en él cuando escribes?

-Eh… bueno… pienso… bueno… creo, mira, es que ese punto es complicado –Cilmoa llamó a un guardia. Estaba enlodado hasta la coronilla. Para la puntada final formulé una conclusión trascendental y sencilla que hablaba de la persona, su oficio y que enfatizaba su carencia. Era importante enfatizar en la carencia para que Ciloma creyera que me importaba. Y así, llevarlo a su propia trampa.

-Intenta discernir porque es clave. Creo que más que la literatura está la vida, la propia. Si algo no funciona en la conexión con ese otro, el implacable, es difícil concebir una idea clara de lo que se quiere. Trata al menos de apropiarte de tus palabras y definir quién eres y qué necesitas. ¿A qué le inyectas tú energía vital? De ti no puedes huir –concluí. Cilmoa se rascó la cabeza. La sonrisa había desaparecido de su rostro. Un guardia me acompañó a la celda. Antes de irme hice una venia porque comprobé una vez más que la ignorancia de sí mismo era la mayor vanidad del escritor de computadora. 


Efraín sabía que ella era fugaz, como esas actrices que saludan de paso y dejan esa mirada relámpago que vale oro en el recuerdo. Efraín de todas formas, hiciera lo que hiciera, no podría impedir que ella se fuera como las actrices que saludan de paso. Así que cuando ella lo miró, él sonrió y se acercó entre la gente, sigiloso. Antes de que ella sonriera a otro y le dejara su gesto como una herida dulce, Efraín la tomó del brazo y la besó. Cuando ella reaccionó Efraín había partido como un hombre que ya no tiene nada que perder al dejar todo el amor en un beso relámpago. 

Me hago verde con los naranjos florecidos
y gris con el terciopelo de la tarde
                        antes de que la luz
       gota a gota ablande el cuerpo.


No soy feliz
pero me siento  como el bebé que mira
                                el cauce del arroyo.