Te quiero porque el amor tiene fecha de vencimiento. Vence cuando admites que dura para siempre y te niegas el momento, el instante, el presente que siempre pasa, se va, se esfuma y deja de ser tuyo cuando me recuerdas. Y te recuerdo y sé que me quieres cuando admito en mí la necesidad de ti, de cuerpo de ti, de compañía de ti y creo que el amor es espontaneo, sin arreglos musicales ni cartografías diseñadas. Y las fechas son para todo menos para el amor porque a veces me aferro a un capricho que difumina el fondo, los detalles del paisaje, y visualizo tu rostro que de tanto verlo se me hace amorfo y me asusto porque me eres cotidiana y te asustas porque ya no soy tan simpático… y nos sucede el silencio, las cosas no dichas que no sabemos expresar y que apenas sabemos que sentimos… y nos suceden los fluidos, las palabras descuidadas y mal intencionadas… Y nos aferramos a las tablas de la cama cuando hacemos el amor en un intento desesperado de que suceda lo inevitable. 

Pensándolo mejor, a veces creo que no te quiero porque no sé si te quiera de una manera definida como se quiere un amigo o un libro. Por ello, no sé si cuando te digo te quiero quiera algo de ti que me haga falta y me ayude a estar tranquilo. Es decir, como comer cuando tengo hambre o descansar cuando estoy agotado. Es un querer distinto, una alegría difuminada o una sonrisa fugaz, pero que es alegría y sonrisa. Lo que ocurre es que de tanto quererte me dan unas ganas incontrolables de verte menos. Es que tu cercanía me hace extrañarme para volver a ti renovado. ¡Si supieras cuánto te quiero cuando admito que hay días en que celebro no verte! ¡Si supieras cuánto te quiero cuando miro el vacío y pienso que las nubes se retrasan y con ellas la lluvia, que hace calor y quisiera un poco de viento, que a veces me eres tan ajena como la mujer del prójimo o extraña como si te viera por primera vez y me alegrara de verte y me extrañara de verte! ¡Si supieras cuánto te quiero cuando te quiero con la lentitud del olvido!

En definitiva te quiero los lunes cuando inicia la semana y abrimos los ojos con el letargo de tener que movernos y separarnos. Te quiero los martes cuando no estas y las palabras son palomas mensajeras que llegan a medias. Te quiero los miércoles como si no te quisiera y entonces miro por la ventana como buscando una señal en el cielo mientras tú te arreglas las uñas o charlas con alguien por el celular. Te quiero los jueves cuando me haces un reclamo y no estoy para atenderlo y te duele y te enojas y me quieres menos y arrugas las cejas para fingir una dureza que se desquebraja con una sonrisa. Te quiero los viernes porque los viernes son días verdes para ir tomados de la mano, espontáneos y seguros porque el beso y el abrazo son un alimento sutil y sonriente. Te quiero los sábados cuando me alejo de ti para extrañarte porque quiero escribir, estar sin ti; en cambio, tú quieres estar contigo pero conmigo cerca y te alejas con la tristeza de no entender que yo pueda estar solo sin ti como si impidieras mi intimidad. Te quiero los domingos cuando eres otra que finge no conocerme porque me ve contradictorio e indescifrable, como un solitario innegociable que vuelve a ti con los brazos abiertos, con las ganas renovadas y la determinación de cerrar los ojos antes de que me seas un recuerdo y te sea una imagen lejana. 


A veces soy muy religiosa para evitar mis pensamientos libertinos. Eso me ha funcionado. La idea de un castigo supremo impide que le dé rienda suelta a mis fantasías. Es una medida de control mis rosarios. Sin embargo, desde que encontré a Ricardo me es difícil contenerme. Lo intento, de verdad que lo intento. Incluso me he mordido la lengua hasta el punto de sacarme sangre con tal de no develar mi naturaleza de ninfa, de mujer salvaje y apasionada. Lo he intentado, he hecho mi mejor esfuerzo... Y cedo al encanto de ese hombre que es un toro con astucia de zorro. Incluso, cuando él no está y en el baño veo las marcas de sus uñas sobre mis senos me toco pensado en sus manos, en sus uñas gruesas y duras. Sus uñas que se clavan en mí y no puedo ya pensar en otra cosa. Solo la cama es mi soporte y me agarro a ella como si fuera a caer a un vacío delicioso, esperado. Me agarro de lo que pueda y la cama no es suficiente y se me olvidan las Ave Marías, las oraciones. Ni si quiera puedo rezar cuando él abre mis piernas como Moisés abrió el Mar Rojo y el camino queda para él y su pueblo elegido de suspiros y preceptos lisiados de buenas costumbres. Él me atraviesa y toda yo, hecha sedimento, lo siento subir por mis entrañas hasta la orilla de mi vientre. Entonces el agua vuelve al agua e inundo al pueblo de preceptos lisiados de buenas costumbres que me contienen y grito como una loba y Ricardo grita como un lobo y ambos parecemos flotar en la cama. Ni siquiera la madera nos contiene. En ese momento, lo confieso, ya no quiero rezar. No me hacen falta las oraciones. Me siento mejor que nunca. No sé, pero desde que conocí a Ricardo ya no soy tan religiosa, en cambio, si soy más libre, más yo, más ninfa. Tal vez esto me delate, pero desde que estuve con él por primera vez quiero que me visite siempre. Todos los días. Sin embargo, Ricardo no puede salir de mis sueños.  Viene en la noche inesperada. No avisa, habla poco. A veces, cuando creo que lo olvido me sobresalta en el mundo onírico. Asimismo, padre, no sé como confesar lo que me sucede con este hombre que sueño que ni sé si en verdad se llama Ricardo y que me deja sin fuerza para continuar con mis rosarios y mis oraciones matutinas. 


Las redes sociales están ocasionando una ruptura en el diálogo donde cada vez es más difícil confrontarse, entenderse, manifestarse en intimidad. Pues en la conversación no solo cuenta el mensaje escrito, lo que se dice; sino los gestos, los silencios, la sonoridad de la voz, el lenguaje no verbal… Pues, lo que se dice por un chat representa el 10% del sentido del mensaje que se trasmite. 

Pensaba en esto y encontré en el País, en su portal de internet, una entrevista que le hacen a Zygmunt Bauman, uno de los grandes pensadores más representativos que reflexiona sobre la revolución digital y su impacto. Este polaco se ha ganado con su obra el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades de 2010, junto a su colega Alain Touraine. 

A Bauman lo entrevista el filósofo español Javier Gomá, en el marco del Foro de la Cultura, y responde de manera clara y contundente a la última pregunta de la entrevista, sobre las redes sociales. 

Javier Gomá: Usted es escéptico sobre ese “activismo de sofá” y subraya que Internet también nos adormece con entretenimiento barato. En vez de un instrumento revolucionario como las ven algunos, ¿las redes son el nuevo opio del pueblo?

Bauman: La cuestión de la identidad ha sido transformada de algo que viene dado a una tarea: tú tienes que crear tu propia comunidad. Pero no se crea una comunidad, la tienes o no; lo que las redes sociales pueden crear es un sustituto. La diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad pero la red te pertenece a ti. Puedes añadir amigos y puedes borrarlos, controlas a la gente con la que te relacionadas. La gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización. Pero en las redes es tan fácil añadir amigos o borrarlos que no necesitas habilidades sociales. Estas las desarrollas cuando estás en la calle, o vas a tu centro de trabajo, y te encuentras con gente con la que tienes que tener una interacción razonable. Ahí tienes que enfrentarte a las dificultades, involucrarte en un diálogo. El papa Francisco, que es un gran hombre, al ser elegido dio su primera entrevista a Eugenio Scalfari, un periodista italiano que es un autoproclamado ateísta. Fue una señal: el diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú. Las redes sociales no enseñan a dialogar porque es tan fácil evitar la controversia… Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa.

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El libro A otra Cleotrapa con ese trapo de Nebur Zelev, publicado por Silaba Editores, podría no ser para niños, sin embargo, posee elementos importantes de la literatura infantil. Por ejemplo, corresponde a un sector específico de una población. En este caso, a la diferencia social de una familia pobre, con hijos, los “Santamaría” en Marinilla y una familia adinerada, sin herederos, los “Santa-María” en Medellín que los une la navidad. De esta manera, este libro aborda características étnicas y así inscribe su historia ─aunque no sea la pretensión del autor─ como un aporte a la literatura infantil regional.

La particularidad de este libro es que no se limita al convencionalismo de lo dramático, sino que abre sus posibilidades a las preguntas que invitan al lector a reflexionar: “¿El silencio queda en la torre de al lado o en un sótano de la Edad Media?” “¿Cuál es la diferencia entre un rincón y la palabra silencio?” “¿En qué se parecen un cuervo y una máquina de escribir?” 

Un punto a favor es el humor. Sobre todo porque es difícil de manejar ya que se requiere ingenio, sorpresa, contraste y gracia cuando la gracia es una manifestación interna. No se sabe muy bien de dónde nace, a qué se debe, pero está ahí y define el estilo de Nebur Zelev: “El Hada Madrina no está autorizada para mejorar la suerte de las criaturas de carne y hueso. Eso es cosa de los políticos.”

Además, la brevedad permite la expresión máxima de la condensación literaria y contiene la esencia misma de la narrativa. Lo otro, es que aparecen como accidente decorativo de un sótano referencias de cuentos y personajes de la literatura infantil tradicional: Cenicienta, La bella durmiente, Gulliver, Alicia en el país de las maravillas… entre otros.

Quizá, sean estos factores los que permiten dibujar un aspecto sicológico y sociológico de un personaje ficticio que a veces puede incomodar con sus elucubraciones porque requiere que el lector relea de nuevo algunas líneas. Cuando en este tiempo, el de la lectura rápida, el tiempo es efímero porque se vive a una velocidad, a veces, aterradora.