Se levanta temprano.
No se persigna,
olvidó como es eso.
Va a la cocina.
En una olla
hierve agua
con dos cucharadas de azúcar
y una de café.
Sirve.
Afuera, en la ventana,
ve una hoja de plátano.
Los verdes de la hoja varían con la luz.
Alguien parpadea.
Pone la taza de café en algún lugar.
Vuelve al cuarto.
Busca el cuaderno de apuntes.
Está por concebir
el verso que lo inmortalice.
Escribe:
la hoja de plátano es verde.




La habitación
es quien habita en Alguien.
Le quita las telarañas de los labios
y los ojos.
Se asegura de que Alguien, su ente móvil,
el que la trasporta fuera de casa,
esté bien aseado.
A veces es justa
y deja que Alguien crea que ella es la habitación.
Alguien la desordena un poco
tira un zapato, un bolso o un libro.
Pero esa ilusión se le permite a Alguien
minutos antes de dormir
cuando el desánimo es lo mismo que el ánimo.


Alguien es el ratón que se disfrazó de gato
para cazarse a sí mismo.
Alguien es un principio,
un retorno a lo invisible,
un automóvil en reversa.

Alguien es un hombre con el pecho 
                          inflado de sombras,
un punto que es todos los pánicos,
un cocuyo que anhela ser estrella.




Alguien va al psicólogo.
Sale del consultorio con hojitas de lechuga en la mano.
La calle está llena de conejos.
Un saltito
dos saltitos
tres saltitos.

Malos consejos de consultorio.