Por ventiscas llega el deseo y te deleitas con las mujeres que te debilitan. Te gustan las que saben cómo robarte una mirada. Las que huelen a camino cercado por flores y alzas las fosas nasales. Respiras profundo hasta que aparezca un brote de ilusión en el instinto. Hueles y deseas. Deseas. De pronto, aparece una chica y con movimientos sutiles deja claro que no acortará la distancia, así te mire. Otra se escuda entre sus amigas y se inquieta contigo, sobre todo, por tu manera de sostenerle la mirada. Una tercera juega a hacerte creer que no existes para ella. Se esfuerza por dejarte en el gris civilizado del “¡no me importas!, aunque a veces se avergüenza al admitir que te observa con discreción. 

Con ninguna concretas. Tal vez no quieres. Quizá te aburres. Prefieres estar quieto. Respiras un poco. Con calma coincides en que todas son la misma mujer. El mismo espejismo maravilloso, el mismo filo de la navaja. Al final, lo aceptas, ellas son ninguna. Son la respuesta a tus impulsos primitivos. Los originales. Pura biología aplicada, puro reflejo y una gran posibilidad antes de echarse a perder.


Palabrería pus.
Pus pus pus.
Siempre está de más hablar.
Alguien es culpable de tener una boca
llena de palabrería pus.
Pus para una incertidumbre miope
pus para espantar la noche y sus adeptos
pus para que el amor no sea idilio
pus para asustar a las mujeres que quieren poesía y no hombre.

Pus pus pus.
La lengua
madre de signos pus
de palabrería pus
tristeza pus
despedida pus
alegría pus.
Un circo pus de gira por la vida pus
lleno de espectáculos pus
leones dormidos
y palabrería pus

¡Bienvenidos!
Podrán presenciar una boca sin dientes
que lustra zapatos
y escupe elefantes.
¡Señoras y señores!
¡Lo que esperaban!
Palabrería pus
para público pus.





Alguien guarda las frutas de ciruelas en los bolsillos,
son balas para rescatar la voz de su madre
                                 atrapada en un charco.
Alguien rodea el charco con sus muñecos de yupi.
Ve su rostro en el agua.
Dispara.
No hay señal de la voz de su madre.
Vuelve a disparar.
El agua le mancha los pantalones.
Alguien brinca y se arroja al suelo.
Los muñecos flotan.
Antes de que pueda rescatarlos el grito de su madre:

- ¡Alguien hora de bañarse!

Alguien abre los ojos, infla el pecho, mira el cielo y sonríe.
Misión cumplida.


Como el hombre que mira de frente los rayos del sol y le quedan manchas en los ojos que se reflejan en lo que observa, Alguien escribe lo que siente.