Carlos llegó muy tarde y puso sobre la mesa una caja blanca. Esa noche, como muchas otras, yo lo esperaba sentada en la silla mecedora. Pensaba servirle la comida, los frijoles que tanto le gustaban. Éramos un buen matrimonio y habíamos basado nuestra relación en el respeto. Ambos creímos que una relación funciona cuando el otro le despierta a uno lo mejor y no lo peor. Conozco muchos matrimonios infelices porque perdieron el respeto y se tratan mal. Lo de nosotros fue diferente porque era un amor verdadero. Así al menos lo creía hasta aquella noche en que Carlos después de dejar la caja sobre la mesa empezó a llorar por algo que yo desconocía y todavía no entiendo. Recuerdo que era la primera vez que lo veía llorar. Ante una dificultad decía que no había que preocuparse porque todo problema tenía solución y si no tenía solución entonces no era problema. Por eso, cuando lo vi llorando, por solidaridad lloré con él. Él miraba la caja y pensé que si la tiraba a la basura todo iba a ser como antes. Al contrario, cuando vio mis intenciones me alzó la voz, hecho que me asustó. Al cabo de unos minutos me atreví a preguntarle por lo que había en el interior de la caja. Carlos se limpió las lágrimas con un pañuelo y mirándome sonrió sin explicarme el misterio que me devanaba los sesos. No insistí en la pregunta y me quedé con él. Estuvimos en silencio hasta que él con su mano derecha limpió mis lágrimas deslizando la punta de sus dedos por las mejillas hasta el mentón. Me miró a los ojos como si algo terrible le fuera a pasar. En sus ojos la luz era opaca, como si habitara en ellos una tristeza sin precedente. Sonrió y me dijo que se iba a un lugar donde yo no podía acompañarlo. Intenté abrazarlo y pedirle que me llevara. Pero él insistía en que volvería y para que creyera en su palabra me dejaba la caja blanca. Miré la caja con odio porque era la culpable de todo lo que estaba ocurriendo. Como si intuyera que iba a echarla a la basura, me hizo jurar que la conservaría hasta su regreso. Después dio media vuelta y salió de la casa. Inmediatamente me dirigí a la caja y despegué una cinta gruesa para alzar las dos alas de cartón. Cuál fue la sorpresa al ver que en el interior había mariposas blancas que al ser liberadas dieron vueltas por la sala y se posaron en el techo, las cortinas y las paredes. Eso fue hace veinte años y Carlos no ha cumplido su promesa. Llevo todo este tiempo como una idiota conservando una caja vacía. Ya perdí la esperanza. Tal vez todo lo que me dijo fue un invento para abandonarme con mis dos hijas. Son veinte años, querido nieto, imaginando el regreso de un hombre que amé con toda mi alma. Ya estoy vieja y cansada. De no ser por ti, mi bello Rogelio, mi niñito, hace años hubiera enloquecido.



Esa noche, hace ya varios años, la abuela lloraba sin consuelo porque se le acababan las fuerzas y decía que se iba a morir sin ver de nuevo a su esposo. Me abrazó y lloré porque me dolía verla así. Pensaba que era injusto que un ser tan bueno tuviera que sufrir de esa manera. Lo único que se me ocurrió fue llevar mi mano derecha a su rostro. Justo en ese instante vi una mariposa blanca aleteando en círculos sobre nosotros. La abuela se limpió las lágrimas y me mostró las mariposas que volaban sobre las cortinas y toda la habitación. El corazón palpitaba muy rápido por lo que cerré los ojos con la ilusión de que al abrirlos las mariposas se multiplicaran. Pero ocurrió lo contario. Al abrir los ojos tanto las mariposas como la abuela habían desaparecido. Busqué por todos los rincones y lo único que encontré fue la caja blanca sellada con una cinta gruesa. Escuché que adentro algo se movía. Sin pensarlo la abrí y del interior volaron mariposas blancas. Dieron varios círculos sobre mí. Incluso, puedo jurar que escuché un susurro de voces de una anciana y un anciano antes de que salieran por la ventana. 


La soledad lo inmoviliza.
Por dentro, temblores y derrumbes.
Invierno crónico.
Ni los ojos, las fosas nasales,
las orejas, la boca,
el ombligo y el culo
sirven para evacuar el llanto.
Se inunda de abismos.







La chica camaleón-calzado visitó a F. Ella se sentó en la cama y puso cara de “chica quiere fuego”, “derrite suelas”, “camíname con zapatos nuevos”, “calzado cómodo de amar”. F empezaba a aburrirse. La chica acarició sus cabellos cordones negros abundantes e hizo con los dedos un peine improvisado.

Ella se despojó del vestido. Dos senos señalaron la boca de F, pero F le dijo que no quería. La chica puso cara de 43 Reebok nuevos, cara de botas Brahma indiana future boots y le pidió a F que la acompañara hasta su casa. F dijo que no porque estaba muy cansado, pero, en su condición de caballero le pedía al espíritu de él que la acompañara. “Espíritu acompaña a care-botas-Brahma indiana future boots hasta la puerta.” La chica hizo un gesto de All Star 5 ½ y se fue sin despedirse cerrando la puerta con furia. F verificó que la chica no la hubiese averiado. Luego se sirvió una copa de vino y asombrado miraba en las baldosas huellas de zapato derretidas, humeantes. Se tomó un trago y celebró que una vez más había hecho mejor el olvido que el amor.

Alguien tiene una alergia en la piel llamada sexo.
Brota y pica.
Hace tiempo quiere curarse.
Lee libros de poesía amorosa,
ensayos sobre el control del deseo
y cree mejorar.
Pero ve una mujer
y la piel hierve.
Es una alergia,
una roncha gigante.
Se rasca,
infecta la herida,
desespera,
tritura la palabra paciencia
y sobre sus residuos
se lanza al contagio.