Cuando era joven creà que ese hombre encorvado, cual garabato, era un ser de otro planeta al pretender que los muchachos nos interesáramos por la escritura. Algunas veces nos intentó atrapar con algunos talleres de escritura argumentando que el escritor es pura fragilidad y es su debilidad la que se robustece en su literatura. También dijo otro montón de tonterÃas.
Veinte años después me lo encuentro y parece el mismo. Excepto por el cabello canoso. Estaba sentado escribiendo en una libreta. ParecÃa sumergido en un embrujo que le permitÃa estar en el espacio como si fuera el espacio mismo. Lo miré con curiosidad. Quise hacerle una broma porque, yo, que me consideraba escritor y tenÃa cierto prestigio, no habÃa llegado a disfrutar tanto el acto de escribir. Más bien con burla me acerqué y le hice esta pregunta: ¿Maestro qué es escribir? Él, sin mirarme, respondió lo siguiente:
-El acto de escribir revela el agua turbia del corazón. En esa medida es un impulso eléctrico sin dirección que corre el velo de la noche unos milÃmetros para redimir el origen, el propio, entre las cenizas de las tradiciones. Es curioso, te dije esto mismo hace años y apenas lo escuchas.
El hombre cierra su libreta y sin despedirse, como si yo fuese una aparición, un personaje suyo, se marcha sumergido en sus elucubraciones.
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