Kilómetros atrás


Recordé por última vez la rutina del despertar del pueblo. En algunas horas el ruido de los automóviles y la maquinaria de las empresas se tragarían el canto de los pájaros. El pueblo entraría en la dinámica comercial de la subsistencia, la que hace rugir las tripas y cosecha bostezos y tristezas. Suspiré. Todo transcurría como siempre. En ese momento los latidos de mi corazón se aceleraron. Estaba intranquilo por abandonar mi pueblo, mi vida, mi cotidianidad. Escuché la bocina del bus. Me acomodé en el asien­to. Cerré los ojos y traté de llevar la respiración a un ritmo lento. Sentí que la vida, como el bus, era un teatro en el que uno representa a muchos hombres en el transcurso del viaje hasta que se queda con el menos pretensioso, el más anónimo. Y me fundí en la invisibilidad.

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