El lunes es para sentirlo sin palabras, sin deseos, estancado, hueco por dentro. El lunes es un día de salto de renglón. Un día para no recordar. Un día para andar con las manos en los bolsillos del pantalón. Un día para no mirar el cielo porque los ojos están nublados. Un día para llorar sin que se note. Un día para morirse de impotencia.

No me gusta el lunes. Un lunes es como encontrarse la luz del día después de una noche de fiesta. El lunes huele a muerte porque es el día en que más gente muere. Es el día de los infartos y los paros cardíacos. Es el día en que más caras tristes cruzan las calles, toman los autobuses, luchan con las ojeras. Es el día es que nadie se toca las orejas porque no hay tiempo para estar por el aburrimiento de estar. La gente detesta trabajar el lunes porque es el inicio de otra semana.

Lunes aburrimiento. Martes resignación. Miércoles vacío. Jueves alucinación. Viernes marihuana. Sábado mujer. Domingo dolor de estómago. Lunes aburrimiento y temblor en el alma.Fumarse un cigarrillo un lunes es fumarse un cansancio. Enamorarse de una mujer el lunes es asegurarse un olvido. Hacer planes un lunes es hacer castillos en el aire. Escribir poemas un lunes es insultar al buen gusto y la prudencia. Hacer el amor un lunes es apuñalar el corazón a indiferencias.

No hago nada los lunes. Duermo hasta las diez de la mañana. Estiro las manos. Bostezo. Miro a través de la ventana la montaña que me saluda y me saco un moco, lo envuelvo en los dedos índice y pulgar y tiro la bolita verde al piso. Voy a la cocina. Prendo la grabadora. Escucho a Julio Sánchez Cristo hablando bien del presidente Uribe y de su resistencia ante los consejos comunitarios. Apago la grabadora. No me interesa el país un lunes. Que se decrete el día de la indiferencia el día lunes.

Prendo el fogón de gas. Veo la arepa dorarse en la parrilla. La arepa huele distinto el lunes. Huele a cable quemado, a caucho viejo. Igual, le echó mantequilla y la muerdo. Me como la arepa sin sentir que me como una arepa, de la misma manera en que se saluda a cualquier persona en la calle, por reflejo, por necesidad de movimiento, por incapacidad de hacer una sola cosa a la vez, por pensar mientras el cuerpo hace otra cosa, por detestar el lunes.

Vuelvo a la cama. Quiero leer pero estoy cansado. Quiero escribir pero no sé qué. Quiero ser un hombre responsable pero es lunes para imaginar un futuro. Quiero hacer algo pero no hay deseo. Puto lunes.Miro el techo y me siento triste, aburrido, enamorado, solo, impotente, quejumbroso, lunes, amarillo, malparido, fracasado, inseguro, otra vez solo, otra vez lunes, otra vez fracasado, otra vez enamorado, otra vez solo, otra vez malparido, otra vez inseguro.

Lunes care nalga. Lunes de putas sin maquillaje. Lunes lunar de la semana. Lunes de espanto. Lunes de cigarrillos. Lunes en que te echan de la vida. Lunes para aburrirse con todo y con todos. Lunes sin respuesta. Lunes sin lectores. No me lean. Huevones.
Salí de Fredonia hace seis años para estudiar periodismo en la Universidad de Antioquia. Partí. Porque hay que hacerse hombre fuera de casa. Luego regresar a valorar lo perdido.

Fredonia es frío, cafetero. Cuna del escultor Rodrigo Arenas Betancur, el escritor Don Efe Gómez. También es un municipio arrasado por tres derrumbes. Acontecimientos que son Iconos en la tierra de hombres libres. Hechos turísticos en la historia del municipio.

Mi casa estaba ubicada en la vereda Travesías. Era una vereda tranquila. Nunca pasaba nada. El tiempo se entretenía comiendo naranjas o jugando al escondijo con nosotros. Y le hacíamos trampa al tiempo. No lo buscábamos. Queríamos ser eternos un ratico.

Conocí mucha gente en ese lugar, de allá es mi infancia. Mis recuerdos están llenos de cielos estrellados, de tardes nubladas, de novenas del niño Dios, de gallinas, de carreteras, de arepas con mantequilla de vaca, de sueños que eran posibles porque eran inocentes.

Se creía en la tranquilidad. No había plata pero nada faltaba. Siempre había una risa que ofrecer al vecino. Sabíamos con quien enojarnos porque podíamos hacer las pases. Fuera del campo todos estamos enojados porque no nos detenemos a caminar y todo no es invisible y todo se mide con la prisa.

Ernesto Morales siempre me saludaba con una sonrisa. Iba a la casa a que mi madre le diera chocolate y un par de galletas Saltín. Llegaba a las seis de la mañana. Sonreía y se despedía. Daba una ronda por las casas vecinas. Llegaba a la hora del almuerzo, el desayuno o la comida cuando no tenía trabajo. Cuando trabajaba se quedaba en una sola casa. Trabajaba por la comida y por tener un techo donde dormir algunas noches. No le gustaba su casa porque su familia era muy escandalosa y se insultaban por deporte.

Él era pacifista. No le gustaba pelear. Huía de los problemas. Le tenía fobia a la policía porque pensaba que lo iban a culpar de un delito no cometido. Es legal una equivocación.

Cantaba en las mañanas. Escucha desde mi pieza su voz a las 6:00 am. Era como mi reloj despertador para ir al colegio. Cantaba las mismas canciones: algunas rancheras de Vicente Fernández y otras de despecho de Darío Gómez.

Le decían Colanta porque era lo único que decía de pequeño. Si le preguntaban que quería contestaba Colanta. Colanta con banano, Colanta con agua de panela, Colanta con café, Colanta con mermelada de guayaba.

Tenía una novia 10 años mayor. Salían los domingos, iban a misa, se confesaban. Luego se sentaban felices, enamorados, con las mejillas encendidas después del beso, en unas de las heladerías del atrio a mirar a la gente pasar.

Si estuviera vivo tendría unos 36 años. Lo mataron el sábado 16 de octubre. Le hincharon el rostro a golpes. Le reventaron un zurriago en la frente. El asesino fue un sobrino.

Ese sábado habían dos festivales. Uno en la vereda la Toscana y otro en Travesías. Ernesto estaba con su novia en el festival de la Toscana. Bailaron, se abrazaron y se dieron un beso tímido en la despedida. A la media hora llegó su sobrino, Yeison Acevedo Morales. Al enterarse de que su tío no estaba se dirigió al otro festival. Tampoco. Caminó hasta una cantina, El reposo. Allí lo encontró. Ernesto estaba sentado en la barra con una cerveza Pilsen y un cigarrillo President. Se le acercó y le dijo que caminaran. Ernesto se despidió cantando.

Ese día Yeison tenía la herida de un recuerdo en sus ojos. Un reclamo que hacía al tipo equivocado. La perdida de algo sagrado subía por sus venas.

A su padre lo mataron cuando tenía dos años. Lo mató Pedro Pablo Echeverry en 1991, año de la constitución Política de Colombia. Lo mató a puñaladas por una ruana y porque lo había descubierto amante de la mamá de Yeison. Jugaban dominó y mi abuelo perdió. Pelaron. Luego mi abuelo huyó. Lo encarcelaron a los dos meses . A Yeison lo adoptó su abuelo, Aurelio, y le brindó una casa para dormir y crecer.

El cadáver de Ernesto apareció el domingo a las 10 pm. Le habían dado dos puñaladas en el corazón y echado a rodar por un cafetal. El informe de la necropsia es que fueron dos los asesinos. Uno solo no hubiera proporcionado esas heridas. Del otro todavía es un misterio su identidad.

El la mañana del domingo Yeison se levantó. Desayunó. No miró a nadie a la cara. Se despidió evitando cualquier conversación. Hizo maletas y se fue.

En la tarde del lunes fue hallada en su habitación el arma asesina y una camisa ensangrentada.
Mi abuelo, Pablo Echeverry se despertó asfixiado en la madrugada del martes. Había soñado con el rostro de Yeison. Supo que el pasado había despertado y que sus actuales buenas intenciones no borrarán el mal que ha hecho. Han empezado a rondarlo. El equivoco ya es mayor de edad y como él, ya ha matado a una persona inocente.
Tierra
Mi Sergio, no hay método científico a la hora de concebir un verso ni barcos de papel ni sombrillas abiertas para mirar el cielo. El verso como luz a los ojos, como frío a la piel, como sangre a las venas es al poeta tierra movediza. Porque hay rascacielos al abismo tras cada verso que atraviesa los sentidos. Y todo es absorbido, hasta el letargo que padezco. Y todo es música manifestada en dolor y alegría, en odio y amor, en tierra y respuesta.

Aire
Mi Sergio, El poema es un canto a un imposible entendimiento, al la constante mi-seria, por algo se escribe, por algo escribes, por algo escribo. Por eso el poema es multidireccional como el viento. El poeta es un embudo a la página, un intermediario, un médium, un árbol en que el poema anida cuando le da la gana.

Agua
Mi Sergio, tienes razón, navego en espejismos. Y creo no soy poeta porque el poeta no elige ser poeta. No se educa para escribir versos de la misma manera que un abogado o ingeniero. No edifica ladrillo a ladrillo un poema. El poema es un susurro en un país sin territorio, un movimiento, un aleteo, un océano contenido en un vaso de cristal.

Fuego
Mi Sergio, no sé si despierte, pero si acudiré a la mesa de mortandad a ver el chocolate servido. No sé si beba, estaré ahí. No se si hable, estaré allí. No sé si escriba porque el poema no es un acta de El Colombiano o El espacio, no es una noticia porque la noticia no tiene alma. El poema es un trozo de alma en estado gelatinoso que tiembla con la temperatura en la palma de la mano. Es sustancia incolora, incolora, inanimada para espíritus afanados. Vos sabes eso más que nadie. Porque el poema es divinidad hecha lenguaje, inexplícale y maravillosa como una flor al alba, un relámpago en la tormenta, una antorcha encendida.
Cada cosa hace parte de otra cosa que a la vez en la misma cosa que la nombra. Es decir, cada elemento hace parte del equilibrio de otro elemento que justifica su existencia. Todo es paisaje necesario, elemento necesario: unidad.

Lo que está fuera del alcance de la creación del hombre como la vida misma, el hombre termina humanizándola. El hombre mitifica para entender lo que su imaginación no comprende. Porque solo recordamos lo que nuestra imaginación nos permite recordar.

Por ejemplo a los animales domésticos los dotamos de facultades que no les corresponden y creemos que se enamoran, se sienten tristes ante el fin del mundo, toman cerveza y cortejan en estado de embriaguez, les gusta las telenovelas de RCN, los perfumamos, los vestimos, les ponemos nombres humanos, los hacemos dependientes de nuestra incapacidad de estar solos. Y peor aún, creemos que son los únicos que nos entienden.

Lo mismo con las cosas que fabricamos como los vestidos, los escaparates, los muebles y creemos que adquieren cierta energía que los diferencian de otros vestidos, escaparates y muebles. Les damos vida y creemos que con otra persona se revelarían porque nos pertenecen y les hacemos falta.

Pero los hombres no solo son los que humanizan su entorno. El entorno también trasforma el hombre, lo salvajiza. Hay días en que amanecemos árboles y nuestros sueños son pájaros que anidan y se van a otros árboles. También amanecemos cielo y en los ojos se nos ve algunas nubes diminutas. Pero, debido a nuestra inconstancia, a estar siempre corriendo hacía la muerte, a desbordarnos sin control, amanecemos casi siempre cañadas.

Como cañadas nos tornamos, antes de la tormenta, transparentes. En la noche la cañada se hace escuchar. En la noche es cuando somos más conversadores. Caso concreto me sucedió con Julio Cadavid, mi buen amigo Julio. Una vez me lo encontré a medio día y no supe que decirle. Pero en la noche hablamos hasta la madrugada sin interrupciones.

Pero llueve y la cañada crece, se desborda. Nosotros también crecemos y nos desbordamos. Todo en nosotros es turbulencia y como una cañada en creciente arrastramos todo lo que nos encontremos. Furiosos chocamos contra lo conocido y desconocido sin pedir perdón. Nuestras pasiones se nos salen de la piel y huelen a pantano. La cañada cruje y nosotros gritamos, damos alaridos, nos en remolinamos y tragamos angustias así como la cañada traga viento. Somos nocivos en creciente, lo inundamos todo.

Luego escampa. Somos de nuevo trasparentes, en apariencia inofensivos, sonrientes, igual que la cañada, igual que el agua transparente que intenta reflejar el canto de los pájaros en su superficie.
De joven, antes de que me graduara de la universidad, trabajaba en un bar. Me gustaba esa vida. Era poco lo que ganaba, pero me servía para los pasajes. Era el tiempo de las buenas intenciones.

Los bares son necesarios para la catarsis de los hombres. Son en esos lugares donde el hombre se enamora con más frecuencia. El amor está en las mesas, en la barra, en el licor, en el cigarrillo, en las paredes. El hombre puede enamorarse hasta tres veces en una noche. Llegan. Piden una cerveza. Se sientan en la barra como animales feroces. Las victimas de su instinto son aquellas damiselas solitarias. Los hombres las miran, les mandan una cerveza. Claro, yo les llevaba la cerveza. Luego las miran y se sientan al lado. El resto depende de la mujer.

Las mujeres también beben. El licor les altera los sentidos y el instinto de conservación. Entonces ven el amor, en las mesas, en las paredes, en la nariz respingada de algún tipo y si querer, si que lo hayan pensado ese día, piensan en tener un hijo en tipos tan inconstantes como yo.

En el fondo, en lo que se esconde tras las palabras, lo que la cultura determina en el inconciente, la mujer dice quiero tener un hijo y el hombre dice puedo huir de la mujer que quiere tener un hijo.

Cosa seria esa la del juego del amor. Más de una vez resulte enredado en situaciones embarazosas. Pero no me arrepiento. Tenía mis buenas intenciones. Por ese entonces había decido hacer bien las cosas y empezar, por fin, una relación seria, fiel y aburrida, pero seria.

Aquel día, domingo, había dos mujeres en el bar. Llovía horrible. Me emputaba la lluvia. Quería que escampara. Era una noche de los mil demonios de la lluvia. Lluvia caza buena intenciones. Quería que escampara para que la más fea de las dos mujeres se fuera. Porque se había hecho un peinado y la lluvia lo estropeaba. Deseaba que escampara. Rezaba.

En verdad, era una chica muy fea, pero, no hay que negarlo, estaba hecha una reina de belleza para mi apetito trasatlántico de vulvitas espumosas y oceánicas.

La otra era lesbiana y era una amiga. Se tomaba una cerveza. Con ella no había problema. Como sabía que no tenía chance no la miraba con el pipi, con los ojos del instinto. No había deseo. Pero con la otra era diferente. Solo verla, su fealdad, me daba ganas de metérsela toda hasta el estómago. Su fealdad me excitaba.

Por esos días había arreglado las cosas con Lucrecia y no quería traicionarla. La quería y por eso iba a hacer bien las cosas. Me había ducho a mi mismo: Florentino, esa es la mujer con la que te vas a quedar. Como te gustan las relaciones turbulentas, y Lucrecia es turbulenta, es la indicada. Sabes que Lucrecia te saca a flote las pasiones más macabras. Y cuando le haces el amor también la matas. Porque el amor es una muerte gemida en el otro.

Pero no escampaba y mis buenas intenciones se derretían con la lluvia. Puta lluvia daña buenas intenciones.

Cerré el bar. Nos quedamos los tres adentro. Mientras arreglaba las cuentas ellas dos conversaban. Luego me senté al lado de ellas. Hablamos. Quedé a unos centímetros de la fea. La otra fue el baño. Miré a la fea, le dije que ese día iba a pecar, le iba a ser infiel a su novio. Se río. Creyó que bromeaba. Y bromeaba pero en serio. Porque las cosas serias hay que decirlas charlando para que surtan efecto. Mientras reía lleve una mano a su sexo y por encima del pantalón froté los dedos. No impidió ninguno de mis movimientos. La otra se sentó al frente de nosotros. Seguimos conversando, seguí acariciando el sexo de la fea, seguimos haciendo de cuenta que no pasaba nada, seguí acariciando la entrepierna de la fea.

A ratos me cansaba de la muñeca de la mano y me hacía el huevón y prendía un cigarrillo y volvía con la mano a su entrepierna.

Estaba a punto de reventar la cremallera. Tenía una erección tumba muros. De pronto, porque me dolía la mano, la espalda y el miembro que atacaba enfurecido la cremallera, me acordé de Lucrecia, de sus ojos de bruja, de su sonrisa, de sus movimientos de bailarina en la cama, de sus gritos de felina en celo y propuse que bailáramos. Era la única manera de sacarle la mano a la fea de la entrepierna y no serle infiel a Lucrecia y ser consecuente con mis buenas intenciones.

Las cosas se enredaron más. La lesbiana propuso un juego. Consistía en que ella iba a ser profesora de baile y nosotros sus alumnos. Me puso contra la pared. Me dijo que no me moviera. A la fea le dijo moviera sus nalgas, me rastrillara las nalgas, me hiriera mortalmente las buenas intenciones con sus nalgas. La fea puso las manos en el piso. Hizo fuerza y empujó hacía atrás. Mierda. Cerré los ojos y traté de pensar en algo feo. Pensé en la fea y no pude resistir. La embestí. La fea me dijo: ¡Calmado Florentino! Es solo un baile.

Me senté en la barra. Saqué una cerveza, prendí un cigarrillo. Quería parar el juego. La lesbiana dijo que no habíamos terminado. Faltaba el sanduche. La miré y solté la carcajada.

La lesbiana se hizo tras de mí y la fea al frente. La fea me daba la espalda y yo le daba la espalda a la lesbiana. El caso era que yo debía seguir los movimientos de la lesbiana y la fea los míos. Nos movimos en círculos. Hacíamos una buena coreografía. De pronto la lesbiana me embistió. Me dio con su vientre en la nalga. No me aguanté y solté la carcajada. ¡Florentino, es en serio!Volvimos al sanduche, igual que antes. La lesbiana volvió a embestirme. Me aguanté la risa y embestí a la fea. Me gustó la embestida. Me embestían y embestía. Me tallaban el trasero con la hebilla de una correa y tallaba la nalga de la fea con mi aparato reproductor. Mis manos volvieron al sexo de la fea. La fea dijo listo. No le gustó que la apretara. Paramos. Se fue. Se sentó en la barra. La lesbiana seguía embistiéndome. La vi y tenía los ojos cerrados y la boca abierta. Me volteé. La embestí de frente. Ella abrió los ojos. Nos sentamos en la barra, en silencio. Decidí irme para la casa. En la puerta nos despedimos. Había escampado. Maldije a la lluvia y me fui con la lesbiana. Había encontrado mis buenas intenciones en el bolsillo del saco.


Desde hace unos meses en el municipio de Girardota vienen sucediendo una serie de atracos, la mayoría con armas blancas. Los atracos se han realizado altas horas de la noche, a eso de la una o las dos de la mañana. Los ladrones esperan a las victimas a las afueras del pueblo o en las calles solitarias.

En el comando de policía las denuncias son pocas. La gente no está denunciando, ya sea por miedo a represarías o por incredulidad de la ley.

No se sabe exactamente cuantos atracos se han realizado en el municipio en estos últimos meses. Pero, gracias a los testimonios de algunos habitantes se puede contabilizar unos siete.

Al dueño del bar, Burdeos (Ubicado en la calle La Santana), conocido como Gustavo Baco, en la cancha del Aurelio, le dieron escopolamina y le robaron el celular y el efectivo.

En Gato Negro, un café Internet y alquiler de películas, se llevaron una pantalla de computador, a plena luz del día. Los ladrones llegaron al negocio y rociaron espray con escopolamina a la muchacha que atendía.

Después a un trabajador de Enka de Colombia, a unas dos cuadras de su casa, por EPM, le robaron 250 mil pesos. El atracador llegó en una motocicleta y sacó un revolver.

A un mesero de un bar, Debluss, en el barrio Naranjal, a eso de las dos de la mañana, le robraron. El mesero iba con una amiga. Dos individuos enmascarados salieron con navajas. Los amenazaron. Se llevaron cincuenta mil pesos y los papeles. Además apuñalaron al mesero en la planta de la mano.

A una empleada de una pizzería, que vive por el Barrio Aurelio, a unas dos cuadras de su lugar de trabajo, le salieron dos hombres en una motocicleta y le robaron veinte mil pesos y el celular.

Al frente a Inverlagos a una mujer le robaron la moto. Dos hombres en otra moto le obstruyeron el camino. La amenazaron con un revolver y se fueron con la moto.

A un mesero de Rancho Alegre (negocio que queda en la autopista Girardota-Medellín, al frente de Friko), en el parque de Girardota le robaron el celular. Una mujer le pidió unos minutos. Cuando tuvo el celular en la mano, otro individuo salió con una navaja y le dijo al mesero que suerte, había perdido el celular.

El motociclista negro

Últimamente, a altas horas de la noche se ha visto en tres ocasiones a un motociclista, vestido de negro, patrullando las calles del municipio.

La primera vez apreció como un enviado de Dios, por detrás del cementerio.

“Iba con mi perro Pastor cuando un hombre vestido de negro, en una moto negra, con casco negro paró. Pensé que me iba a atracar. Me dijo que tenía una misión. Me habló de Dios y me bendijo. Luego como si nada, salió en su moto y se fue”, afirma Sergio Alejandro Henao, funcionario de la biblioteca municipal Jacinto Benavente.

Luego lo vieron, ya no bendiciendo a los transeúntes sino defendiéndolos de los ladrones que últimamente abundan en el municipio de Girardota.

“Recuerdo que estaba en un bar con mi novia. Cosa que hacemos todos los fines de semana. La llevé a su casa. De vuelta a la mía me salieron dos individuos. Estaban enmascarados. Sacaron navajas. Me amenazaron. Eran como las dos de la mañana. Estaba cerca del barrio Guayacanes. Cuando apareció un motociclista vestido de negro. Paró en frente de nosotros. Creí que venía con los atracadores. Pero, sorprendentemente, se bajó de la moto, sacó un revolver. Le apuntó a uno de los enmascarados, les dijo que era la última oportunidad que les daba. Que si los volvía a ver en esas, no tendría piedad. Uno de los enmascarados intentó apuñalarlo. El motociclista brincó. Esquivó el golpe, pero contraatacó con un cachazo del revolver. Golpeó al enmascarado en la cabeza. Ambos huyeron. Luego volvió a la moto y se fue”, declara Luciano Restrepo. (Su nombre fue cambiado)

Nadie sabe de la existencia del motociclista. Sus apariciones son un misterio. Parece un superhéroe, un personaje de ciencia ficción que se ha tomado la justicia por sus manos.

“No sé que pensar. Esto parece una película. Vea, estaba en la casa de una tía, en Girardota la Nueva. Me quedé hasta la una de la mañana. Me despedí. Vivo por el barrio Caballo Blanco. Más abajo de Comfama, en la curva, me salió un muchacho con una navaja. Me quitó el celular y cuarenta mil pesos. El muchacho salió corriendo de Comfama para arriba. Me quedé quieta, con ganas de llorar, inmóvil. A los cinco minutos apareció un motociclista todo de negro. Frenó junto a mí. Me dijo que si el celular y la plata me pertenecían. Dije sí. Me entregó las pertenencias. Luego se marchó en su moto”, recuerda Maruja. (Su nombre fue cambiado).

Esas han sido las tres apariciones del motociclista negro. Algunos dicen haberlo visto, pero sin certeza. Nada se sabe de su procedencia. Solo aparece a altas horas de la noche, en su moto, buscando atracadores, realizando misiones divinas, como un justiciero, un Quijote en motocicleta, un centella contemporáneo, sin revelar su identidad, en completo misterio.

Hay días en que uno amanece vacío. Como si fuera una sucursal de imágenes rotas. Como si fuera una alegoría a ese poema de Porfirio “hay días es que somos tan sórdidos, tan sórdidos…”

Hay días en que no te aguantas a ti mismo. Te miras al espejo. Te decís. Carajo, ¿qué pasa? Sin respuesta. No pasa nada. No hay nada. Amaneciste en blanco, con palabras blancas, con recuerdos blancos, con ideas blancas.

Hay días en que vivir es una estafa a cualquier ilusión o deseo de vida. Respiras, fumas, vas al baño, te miras al espejo, te sientas en la cama, muerdes un vacío y lo pasas con jugo de mora, lees y no lees, escribís y no escribís, caminas y no caminas, sueñas y no sueñas. No estas ni triste ni aburrido.

Hay días es que no tienes piel sino vacío. Un vacío azul que te pones con un vacío blanco, un vacío con resorte que te aprieta las pelotas, un vacío con suela que te protege de las rocas y vidrios, un vacío interestelar que chupas y cuchareas y fumas y muerdes y no lloras.

Hay días en que el vacío se baña, se peina, recibe a su madre que viene del Retiro una vez a la semana, la acompaña a misa, la ayuda a mercar, la lleva a casa, se cansa de ella, se va de la casa, no sabe si es su madre o la del vacío que la acompaña, camina y no camina, respira y no respira, ve y no ve, grita y no grita.

Días en que vacío camina por un vacío de concreto, con catedral, bancos, heladerías, calles, transeúntes, ancianos, niños. Un vacío que tiene la imagen del señor caído en su centro. Un vacío en que vacío naufraga y se olvida.

Hay días en que el vacío te habita y hablas desde otra frecuencia. Palabras no sentidas, peligrosas y sórdidas, sórdidas.

Hay días que existen para pasar en blanco. Ni una emoción, ni una tristeza, ni un amigo, ni una mujer. Días de salto de renglón, de brinco al mañana, de llorar y no llorar, reír y no reír, soñar y no soñar, cagar y no cagar.