Este año creí en un amor que no funcionó y me llevó a lugares fríos donde mi nombre fue solo fonema. Pero conocí una mujer eléctrica para el corazón. Mujer que no quiere saber nada de mí porque asumió la parte monetaria de la aventura y yo el agradecimiento. Con agradecimiento no se pude cubrir las deudas en los bancos.

Este año volví a la infancia. Lo sé porque se me ve la salud desde que encontré las ranas que siempre estuvieron camino a casa. Las ranas y los grillos. Las ranas y Dios.
Este año estuve exilado por voluntad propia, escribí poesía con hambre, abracé a mi madre y a mi hermana, entendí que el amigo es el que está con uno como uno con uno mismo.

Este año encontré a Dios sin religiones prestadas: Yo era el templo. Dios siempre me había sucedido pero no me había dado cuenta. Dios es respirar de nuevo para atreverse a ser propio. Dios es el verso garabateado en un cuaderno El Cid de 100 hojas. Dios y las ranas. Dios y los amigos.

Dios es el cigarrillo Piel Roja sin filtro acompañado con un trago de cerveza Club Colombia. Dios es el batallón de pájaros que celebran el día al otro lado de la ventana.

Dios es la erección dolorosa, es decir, Bibiana, Sandy, Juliana, Diana, Luciana, Jimena, María Teresa. Dios también son las mujeres que me rechazaron porque las asustó el amor. Pero a veces recuerdan mis locuras y se estremecen sin sospechar que sus nombres están incluidos en un índice onomástico de besos quebrados en los labios.

Dios es la luz de las lámparas camino a casa, el arroyo que me enseña a no pensar, el gallo que arrastra el día y le sirve de escorzo al alba.

Dios es un beso con perfume, un suspiro 365 veces al día, un apretón de mano, un dulce de naranja, un domingo en bermudas a las tres de la tarde.

Dios es morir día a día la vida intensamente. Dios es otro año que empieza, que no es otro, porque Dios es siempre hoy y nosotros un recuerdo de paso. Dios es la eternidad un miércoles a las 2:30 am. Dios es la barba que crece. Dios es el sombrero que luzco. Dios es mi cumpleaños número 27. Dios es vivir, vivir, vivirvivirvivirvivir…


Me gradué del colegio Liceo Departamental Efe Gómez del municipio de Fredonia hace diez años. Colegio que lleva el nombre del escritor más universal de todos los fredoñitas. Gracias a Dios, desde que es colegio, ya nadie recuerda a Don Efe Gómez. Lo mismo sucede con Rodrigo Arenas Betancur desde que es un acueducto interveredal. El homenaje es un insulto después de muerto.

Atrás del colegio hay una cancha de fútbol con mangas y vacas pastando. En la cancha se patea el balón. En las mangas se asusta a las vacas, se hace el amor en las noches, se ve las estrellas y se fuma marihuana. En la cancha rondan los gritos de alumnos olvidados. Ya nadie recuerda la promoción del 99.

El olvido consume el paisaje, despoetiza el día. Notable el afán de crecer, de reproducirnos sin perdón de Dios.

Las calles serpientes empinadas que se estiran bajo el hechizo de un flautista. La neblina se desparrama desde la cima del Cerro Combia como un helado de vainilla.

Miro el colegio donde aprendí a fracasar. Sonrío: Soy el colegio y las montañas que lo rodean. Huelo a Fredonia cuando estoy contento. La neblina se me aparece en los sueños y me cubre. Soy tierra de hombres libres. Por eso me fui de Fredonia.

Las calles son las mismas con otros habitantes. Las mismas historias con otros rostros. El mismo pueblo medieval, como animal invernando, en la mitad de la montaña.

El fredoñita es el amo de las vueltas. Se siente atrapado. Va de un extremo a otro del atrio. Horas de lo mismo. Huye del olvido. Recorre una y otra vez sus pasos para exhibirse y buscar pareja. Le tiene pánico a estar solo.

Hago parte de los que se fueron. Tal vez vuelva. Tal vez no. Soy otra ficha que encaja en la gratitud del olvido.

Fredonia el primer rostro de Dios, mi primera infancia, mi primera adolescencia, mi primera erección, mi primer colegio, mi primer amor, mi primer hartazgo, mi primera fatiga, mi primer colegio, mi primer olvido.

La chica camaleón-calzado visitó a F. La chica se sentó en la cama. Puso cara de “chica quiere fuego” “chica care-zapato” “chica derrite zuelas” “camíname con zapatos nuevos” “chica calzado más cómodo de amar”. F empezaba a aburrirse. La chica acarició sus cabellos. Sus cabellos cordones negros abundantes. Hizo con los dedos un peine improvisado.

La care-botin se despojó del vestido. Dos senos señalaron la boca de F. F mordió los labios y abrazó la desnudez del calzado. F se detuvo, se puso los calzoncillos. La chica puso cara de 43 Reebok nuevos, cara de enojo. F se quedó callado. La chica puso cara de botas Brama “indiana future boots”, cara de decepción, y le pidió a F que la acompañara hasta su casa. F dijo que no, estaba muy cansado, pero que a su espíritu le gustaban las nenas con cara de botas Brama “indiana future boots”. “Espíritu acompaña a care-botas-Brama hasta la puerta de su casa para que no se desarme en el camino.” La chica hizo un gesto de All Star 5 y medio y se fue sin despedirse. F escuchó el eco de los pasos. Cerró la puerta con furia. F caminó en calzoncillos hasta la sala. Fue a verificar que la chica no hubiera averiado la puerta. Sirvió una copa de vino. Vio en las baldosas huellas de zapatos derretidas, humeantes. Celebró que una vez más hizo mejor el olvido que el amor.
- ¿Cómo te gustan las niñas? ¿Flacas o gorditas?

- La verdad, ehhh… las dos y ninguna. Me explico, hay flacas con actitud muy obesa y gorditas con actitud muy liviana. ¿Me entiendes?

- No.

- Bueno… ehhh… es ser claro. No va al caso pensarse por otro. Mejor sentir sin hacer promesas.

- No contestaste. Ya veo. Pero dejas claro que te importa nada. Los más relajados hacen igual daño que los más celosos. Fresco. Sé que esto no tiene después. No llamaras. Además soy una nena grande. Disfruto y olvido. Aprendo el olvido de los hombres. Nosotras recordamos y ustedes olvidan. Ustedes empiezan una relación sin pasado.

- Es cierto. Hago nada todo el tiempo. Me definiste. No busco. Apenas te conozco y es una ventaja porque no hay explicaciones. Ya que me conoces ¿puedo hacer una pregunta?

- Claro.

- Bueno, sabes que después de la lujuria el hombre calla. Yo aprendo a no callar cuando no hay intenciones. A lo que voy, es que me interesa una mujer. Lanzo señales y no responde. Le dije que me interesaba. Ella sonrío. Hace poco la invité almorzar. Quedé en llamarla y no estaba. Salí de casa. Me tomé un café negro. Jugué billar. Le di la espalda a su cuerpo de melón maduro con la canción “Nos sobran los motivos” de Joaquín Sabina. Pero ella se disculpó y me confundí. La pregunta es ¿fue la culpa?

- Si, la culpa. Las mujeres tememos memoria tardía. Vivimos en pasado. Queremos y no queremos. Nos contenemos. Hay muchos prejuicios que aceptamos. Ella no quiere hacerte sentir mal pero tampoco quiere contigo. Quiere y no quiere. Porque cuando se quiere se quiere y se busca. Es mejor que no la busqué. Le debes parecer un tipo divertido pero no lo suficiente interesante.

- Me pasas la cerveza. Gracias. ¿Quieres?

- Está rica. ¡Caramba!… ¡Las cinco de la mañana!

- Es tarde. Bueno, temprano...

- Si, pero no te alejes. ¡Tienes miedo! Fresco. Le voy hacer lo que te gustó hace rato.

- Suave que no es de caucho. Así está mejor.

- Perdona. Pero… ven más cerca. Así es. Acá. Tócame. Así… en el centro. Uhyyyyyyyyyyyyyyy… Asiiiiiiiii…

- No se puede, dije.

- Bueno, no se puede. Te odio pero no te odio.

- Creo que es hora de irnos. Ya amaneció.

- Si. Duele la luz. Me voy a derretir.

- Jajaja. Fresca. Después de unos minutos la luz no duele. Chao.

- Claro, lo dices porque para ti ya me derretí. No ves así me veas. Chao.


No estaba entre las posibilidades que ella me encontrara en pijama en la calle. Me asusté, pero en pijama el susto es más volátil, así que me repuse de inmediato.

Le confesé que no era un descuido ir al parque de Girardota en pijama. Porque me despierto temprano, me ducho y me pongo de nuevo la pijama. Leo tres horas diarias para la tesis de grado. Esas tres horas son un método de trabajo. Escuché por ahí que si un individuo trabaja tres horas diarias, sin interrupción, dispuesto, le rinde la lectura. Porque el que trabaja 8 horas no trabaja sino que conversa, toma café, hace pereza y espera con ansiedad la hora de salida. En cambio, el que trabaja tres horas, que no es mucho, no se siente mal al hacer nada las otras 21 horas del día.

Le expliqué que era un experimento salir en pijama. Descubrí, le dije, que en pijama me miro menos al espejo. Cualquier lugar es casa y hablo natural y libre de prendas pesadas, las de salir a la calle.

Hay división de prendas. Están las prendas para salir a la calle y las prendas para estar en casa. Las prendas para salir a la calle se utilizan con la intención de verse limpio y aceptable ante el otro. Las prendas para estar en la casa no tienen intención y por ello son harapientas, para la posibilidad del descanso.

Me gustó que ella me hubiera encontrado en la calle en pijama. Le dije que así, como me veía, era como le escribía los mail que le escribo. En pijama, le di a entender, estoy liviano, sin pensar en cómo me veo que es cuando más veo, sin posturas.

Se concibe que para ver a un individuo en pijama, le dije, al menos uno que se quiera ver en pijama, se debe conversar mucho. Pero ella me vio en pijama y no conversamos tanto. Me vio sin citas o predisposiciones, como es mejor ver. Me vio con la ropa con que sueño y miro el cielo. Y ella parpadeó, como si se hubiera quedado conmigo hasta el alba.
Acabo de entregar los papeles de reingreso de la Universidad. Me asustó llevar los papeles en regla. Sentado en una de las jardineras celebro con un tinto y un piel roja sin filtro. El movimiento de mi propio cuerpo sin mi voluntad siempre me deprime. Para recuperar fuerzas veo mujeres como pájaros en la mañana sin interferir en el paisaje. Las miro porque tengo ojos y soy hombre y alabo lo que veo y veo lo que alabo: Procesión de rostros y posibles imposibles con sonrisitas de reojo. Soy papá 40 veces por hora. 40 rostros y 80 pares de tetas, 40 traseros y 80 pares de piernas. No saben que miro, que estoy solo, que ya puedo gemir, chupar y conversar.
- ... y si resucito ¿Qué dirías?
- Te arranco de nuevo el corazón.
“Dentro y fuera de la casa me pongo el sombrero como me da la gana”
Walt Whitman

Canto a mí mismo de Walt Whitman apresuró mis ganas de comprarme un sombrero. Además, pertenezco a la tierra de los sombreros. El sombrero es para el sol y en Antioquia hace sol todos los días.

Era domingo. Estaba en Girardota-Antioquia. Aproveché porque en los pueblos el domingo es el día en que más sombreros salen a misa o buscar novia. Encontré un sombrero en un almacén de antigüedades. Dije que era un regalo para mi abuelo y me hicieron descuento.

Celebré la adquisición en el Kiosco familiar. Le pedí a don Rubiel, el mesero, un café con un vaso de agua. En la mesa contigua había un hombre con un portafolio. Me saludó.

El hombre de 1,73 de estatura, piel blanca, cabello castaño claro, afeitado de hace dos días, con una curita en el cuello, dientes amarillosos y torcidos, ojos claros, dijo que era brujo y si le permitía sentarse en mi mesa.

- Claro caballero, no hay problema. Dije.
- Tengo ojo clínico y siento energías que están más allá de nosotros.
- ¿Maneja la magia negra?
- La negra y la blanca.

El hombre me mostró su portafolio. Dentro había purgantes y cremas para dolores musculares.

- Puedo vender lo que sea. He recorrido latino América y Colombia. No me mire así, es la pura verdad.
- ¿Qué sabe de los espíritus? ¿Es verdad que hay que hablarles fuerte para que no molesten?
- Claro, yo me les paro en la raya. Los madreo. Es necesario que sepan con quién están tratando. No les tengo miedo. Han querido matarme pero no han podido. A uno le pueden meter 20 tiros pero si no es el día para morir nadie lo caza. Pero si es el día hasta una maquina de afeitar es fatal. Además estoy rezado. Se pregunta el por qué tengo esto en el cuello. Es un nacido. Me dan nacidos en todo el cuerpo. Son los malos espíritus. Pero estoy rezado. En Medellín he esquivado balas a los malandros. Estoy protegido. ¡No cree! Vea. Esto me lo hizo un taxista.

Se levantó la camisa y en el hombro izquierdo tenía un quemón de más de 20 centímetros de largo por unos 7 de ancho. Volvió a sentarse. Alzó las manos y pidió otra cerveza y un café.

- ¿Cree en Dios?
- Creo en Dios y no tengo que ir a misa para demostrarlo. Dios es presencia. Es energía. Él lo es todo. Hay que creer para ver. Porque sino esto sería una mierda.
- Usted es un sabio de la vida, dije.
- Gracias. Es que mi ciencia la aprendí hace 15 años y con ella he conseguido lo mío con respeto. El respeto es lo único que puede reformar esta sociedad. Pero eso sí, me faltan al respeto y ¡saben quien es Jesús Manuel Sierra!
- Mucho gusto.
- El gusto es mío. Ya estoy medio borracho. Bebo desde los 9 años y tengo 48. Usted me da confianza. Sé que le va a ir bien en el periodismo.

Jesús Manuel me sorprendió. Sonreí. Porque mucha gente acude a los brujos para que les digan lo que ya saben. Aún así, le iba a preguntar cómo sabía que había estudiado periodismo. Pero continúo hablando sin importarle mi inquietud.

- Mi padre me quería porque me le paré en la raya. Maltrataba la cucha. Era el putas cuando bebía. Así que me llené de mocos y le dije que si volvía tocar a la cucha se las veía conmigo. Me fui de la casa. Pero supe que el cucho era un grande. Lo valoré cuando bebí con él. Porque él solo estrujaba a la cucha. Porque donde le hubiera pegado la hubiera matado. ¡Con la fuerza que tenía! Luis Ángel Sierra se llamaba, que en paz descanse. Entendí que los problemas entre los padres son entre los padres. Uno nada tiene que hacer ahí.
- ¿Su madre vive?
- Si. Mi vieja hermosa y cantaletosa. Por eso la empujaba mi padre. Llega un momento en que las mujeres se pasan de hablar lo mismo. Desesperan. Lo que toca es irse porque uno siempre pierde.

Sonreí. Me llevé la mano derecha a la boca. El brujo tomó un sorbo de cerveza y me dijo:

- Vea, no se apresure. Las cosas llevan su ritmo. Cuando se nace con un don no hay nada que lo impida salir. Pero eso si, mantenga el bajo perfil. Cuando se está entre todos se puede ir a todos partes. Pero hay que ser humilde. El orgulloso no sirve. No desespere si otro es más rápido. Haga sus cosas. Usted irá más lejos. Pero no se la crea del todo. Es decir, métale la ficha, haga lo suyo, pero siga sin creérsela. ¡Me entiende!
- Si y no ¡Me entiende! Dije.
- Vea, me dicen loco. Pero eso no importa. No soy ni más ni menos por lo que diga la gente. Uno es quién debe mirarse sin esperar la opinión de otro. Todos los días estoy aprendiendo. Tenga esto presente, así esté borracho: No importa saber sino estar aprendiendo. No lo olvide, estar aprendiendo.

Llamé a Don Rubiel y le pedí otro tinto y otra cerveza. Jesús me dijo que quería abrazarme. Lo abracé. Jesús se sentó de nuevo. Se quedó en silencio después de haber hablado sin interrupción por más de dos horas. De pronto me señaló con el dedo índice.

- Pero sabe qué pelao. Me disculpa si lo ofendo. No me gusta lo que piensa del sexo. Si fuera su papá lo cogería a fuete. Pero eso es asunto suyo.
- No entiendo.
- Si entiende. Todo lo que le he dicho ya se lo ha dicho usted mismo. Pero no se ponga así. Ya estoy muy borracho. Es que bebo mucho.
- Le creo.
- Hombre, le voy a pedir algo.
- Dígame.
- Acuérdese de mí. Me llamo Jesús Manuel Sierra. No se olvide. Jesús María Sierra. Con eso es suficiente.

Jesús con su portafolio en la mano, ladeado por las cervezas, se dirigió al parque de Girardota. Acomodé el sombrero. Escuché que silbaba algo. Tal vez un conjuro para hipnotizar clientes y sapos.





Estaba en ropa interior sobre la cama. La sábana la arropaba hasta las rodillas. Parecía más delgada. Se tocaba la entrepierna sin dejar de mirarme. Bordeaba los labios con la lengua. La besé. Nuestras pelvis se rozaron, se reconocieron, se extrañaban. Entré a ella sin cruzar fronteras, sin preservativos, sin lugar de origen. Desnudo de conceptos.

- No te preocupes. Puedes abrazarme. La fragilidad no es una enfermedad venérea, dijo ella.

La abracé y no sentí los latidos de su corazón.

- No me cuidé. Me preocupa la posibilidad de ser papá.
- Tranquilo. No hacía falta los preservativos. Tu cuerpo nunca tocó el mío. Mi cuerpo nunca sintió el tuyo. Necesitabas mi imagen para la fuga del instinto. Me despertaré a miles de kilómetros de tu lecho. No hubo contacto. No te recordaré. Así que puedes abrazarme sin miedos ni compromisos.
- Espera ¡Pero te veo! Espera. Esto es complicado. Ehhh… es decir… ehhh… tú… ehhh…
- Si.
- Espera. ¡Adonde vas!

Intenté tomarla de la mano y mi manó atravesó su mano como un espejismo. Su cuerpo se desvaneció como un copo de nube. Su reflejo dejó un eco de burbujita reventada en el aire. Cerré los ojos. La oscuridad se hizo lamento con el croar de las ranas.
El campo se deteriora. Hectáreas de tierra abandonadas por la sin razón de la guerra. Y cuando no es el desplazamiento es la esperanza de una vida mejor que obliga al campesino emigrar a la ciudad.

Además, el dinero que se destina para el agro no llega porque el ministerio de agricultura lo reparte entre sus amigos citadinos.

Peor aún, el campesino se ha vuelto perezoso. Quiere dinero y estar encerrado en una oficina palideciéndose, desnaturalizándose.

Cuando la solución es comprar una casa con huerta. Pensarse con el funcionamiento de las manos. Volver a la tierra es volver al cuerpo, a la sabiduría absoluta: la naturaleza.

El hombre inteligente sabe que la realización del individuo es el contacto con la tierra. Los mamíferos somos de la tierra. El hombre sabio se instalará en una casa rudimentaria con una campesina.

Entre menos entienda la mujer de hermenéutica y de liberación femenina, mejor. No insinúo que la mujer sea bruta. Al contrario. La mujer que no se viste de conceptos cree en el amor natural, sin escepticismos, sin lucha de saberes y de cuerpos, sin imposibles, sin protagonismos. Sucede.

La convivencia no es problema cuando uno no tiene idea de lo que dice el otro. Por ejemplo, un académico humanista puede hablarle a una campesina sobre el fracaso del hombre como dirigente político. El hombre se mató en las guerras y debilitó genéticamente. Por ello, según la ciencia, desaparecerá en algunos años. Por algo nacen más mujeres que hombres. La campesina entenderá al académico más que él mismo y hará el almuerzo. Calmará la angustia del académico al sosegarle el estómago.

Volver al campo es volver al estado natural de los deseos. Es brindarle pasto al instinto. Sembrar begonias, margaritas, claveles, zanahoria, cebolla, yuca. Comprar gallinas ponedoras y un perro. Conseguirse un caballo como medio de transporte. Amarrar una hamaca en el patio y sentarse con una campesina a mirar ocasos. Aprender de ella a asombrase, a callar, a ser campesino, a vivir y habitar la montaña.

Renovar el acto del amor y entregarse a la campesina poseído de silencio y del olor de la tierra. Sudar y entender que el sudor es más fino que todos los perfumes franceses. Sembrar en el vientre de la campesina un girasol y regarlo todos los días. Echarle un grillo y un guiño de ojo. Atrapar rayos de luz en la retina y mirar el girasol. Dejarse arar y que la campesina se inspire y haga surcos en el cuerpo.

Volver al cuerpo sin discursos. Volver al sexo sin ansiedad de otros cuerpos. Volver a mirar el cielo sin anteojos. Volver a caminar sin prisas. Volver a la lluvia sin paraguas.
Volver al campo y reconstruir la historia desde donde no se ha pensado. Todos los procesos de paz han fallado porque fueron concebidos entre asfalto y edificios.
Te voy a escribir un poema que te quite la blusa,
el sostén
y me de tu imagen al reflejo de la vela.
Entonces sonreís y te digo:
Eres hermosa.
Un poema que aporte para que no sea tan difícil convivir.
Por ejemplo, que te sorprenda una llamada fantasma
y mis labios digan tu nombre
y tú digas mi nombre
y juntos nos tomemos un café,
veamos una película,
esperamos un amanecer bajo la misma cobija,
almorcemos lentejas con salchichas
y hagamos el amor sin dejar de mirarnos.
Un poema que susurre tu nombre
así como el viento le susurra magia a las hojas.
Un poema para que cuide tu sueño de poema,
de suspiro,
de aire que respiro.

Mamá fue la vara con que medí a las mujeres. Rompí la vara y me siento más frágil que un feto.
Soy el que siempre fui sin importar las insinuaciones y la posibilidad de la entrega:
La foto del desconocido que apenas miraste.
Se entumen las rodillas del frío. Pero me gusta el Frío. Escucho el trabajo Drean Theater de Pink Floyd. Te imagino de 7 años en las piernas de tu padre escuchando The Great Git in The Sky. El cuadro me parece hermoso. Tu con tus ojitos verdes mirando a tu padre extasiado de sonidos, mirando sin mirar la ventana empañada por el vapor del invierno. Me imagino tu padre y te beso la frente.
Recuerdo que en la universidad vi sobre un mueble un libraco que trataba la teoría de la relatividad de Einstein y comprendí nada. Acepté que no hacía parte de las 10 mil personas con cerebros calificados para entender las teorías de Einstein.

A los meses, un amigo que estudia física me explicó que en 1915 Einstein desarrolló la teoría de la relatividad general para exponer las contradicciones entre las leyes de la relatividad y la ley de la gravitación.

Mi amigo al verme la cara intentó explicarme como a un niño que Einstein le atribuye las fuerzas, las gravitacionales como las asociadas, a los efectos de la aceleración.

Como seguí sin entender me aventuré a dar mi propia teoría sobre la gravedad. Bueno, no sobre la gravedad sino sobre lo contrario, la ingravidad. Cuando no se entiende una cosa se puede acceder a ella por el contrario.

Sin asimilar lo que quería decir Einstein y lo que había dicho antes Newton de “que todo objeto atrae a los demás objetos de forma directamente proporcional a su masa”… me dio por pensar en la fuerza que nos desprende de la gravedad.

Aclaro, no soy físico, pero en el trópico la gravedad es otra cosa. Bien puede declararlo quién haya sentido la humedad de la selva y de lo pesado que se hace el cuerpo. Por ello se dice que hay más gravedad y por ende más ingravidad.

La tierra, en términos que pueda entender, según la fuerza de la gravedad, es como un imán. Esa fuerza, ese imán, ese fenómeno ocurrido en la velocidad de los cuerpos, también podría denominarse vida. Entonces la vida sería el peso del cuerpo, la fuerza milagrosa que sostiene el cuerpo del globo. Los años serían la velocidad en el cuerpo. La ingravidad sería la muerte.

La muerte (la ingravidad) sería dejarse ir, perder el peso y el movimiento, desprenderse del milagro, del centro. La ingravidad sería aceptarse boca abajo, y no boca arriba como hemos creído, ante el sol.

Los techos no servirían. Simplemente porque no tendrían uso. No atajarían los cuerpos que se desprenderían por la ingravidad hacía el vacío. Los techos funcionan mientras el hombre pueda ser movimiento para evitar precipitarse al abismo mientras duerme.

De ahí la mal sana costumbre de enterrar a los muertos. Retener sus cuerpos inertes sin aceptar que son polvo, ceniza consumada, humos. Nos dirigimos al polvo, al aire, al espacio vacío. La ingravidad es el cuerpo sin gravedad, es decir, sin vida.

Pero mientras sucede la caída de este cuerpo que soy, me gusta saltar y sentir que los pies vuelven a la tierra como un metal al imán. Me gusta sentirme grave y vivo. Me gusta imaginar que estoy sujeto a cuerdas invisibles que me sostienen y se estiran cuando salto. Entonces, en mi ingenuidad, creo que esas cuerdas invisibles son Dios y sonrío. Conozco la idea de Dios gracias a la ley de la ingravidad.

“Después del coito el hombre es animal triste” Fernando González

El hombre es una estrella fugaz que alumbra cuando las cosas no van a su ritmo. Me explico. Cuando una mujer es inabordable, el hombre siempre está disponible. Incluso, en el pre-coito, la mujer puede pedir la escritura de la casa y el hombre la firma. Por su objetivo no piensa, es carcasa, como un televisor de moda.

El televisor es de plasma, de imagen nítida y sonido casi real. El hombre es pasión, se peina con gomina y utiliza una voz pausada y atenta, casi real. Lo que delata a un hombre atento es la erección.

El televisor por si solo no sirve. Necesita de una antena para captar la señal satelital. Así llega la imagen al televisor y éste demuestra su calidad y su poder para domesticar amas de casa. El hombre sin pasión es como un televisor sin antena. No funciona. Pero cuando alza su falo, que funciona como antena, el hombre capta las imágenes nítidas del satélite interepiernaje o interescote. La penetración es un trofeo viril. El afán de hacer nítido el deseo obliga al hombre a demostrar su habilidad para mentir y envolver mujeres atolondradas.

El hombre como la televisión convence a través de la imagen. Vende el sueño de estabilidad. Las mujeres que se entregan al televisor dan rating, el sueldo de los actores y todo lo que se mueve al otro lado de la pantalla. Las mujeres que se entregan al hombre dan cuerpo, la entrepierna codiciada, el sueldo de meseros y todos los beneficiados por el impulso del cortejo.

Cuando es saciado el instinto el hombre necesita otro satélite para que la antena funcione. Cuando no funciona la antena no llega la señal satelital y sin señal el televisor no funciona. La imagen se torna ruido, borrosa, como llovizna. Es cuando el hombre es un animal triste que mira por la ventana sin ver.

En cinco años, si esto no se acaba en el 2.012 como lo predice los Mayas, de seguro, si estoy, habrá rastros del que soy ahora. Tendré más entradas y estaré más barbado. Holgado al fin y al cabo. O quizás esté solo por obstinado. Solo pero libre. De cualquier forma, para ese entonces, tendré la misma energía para seguir asombrándome con las nubes. Es de la única manera que no me siento miope.

C llega a la casa de M a las once de la mañana. M diseña una revista. M sabe que a todos les gusta lo que hace. Se da el lujo de planear proyectos de corto aliento. Esta vez le dice a C planear un pasquín. C acepta.

M y C se dirigen al encuentro con JF. M salta un alambrado. C cae al césped.

JF se había motilado. En cambio M y C tan desarreglados y tan flacos dejaban mucho que pensar. Se les notaba la ausencia de padre.

Las potencias literarias, lo mejorcito de lo inédito, como lo sospecha todo el mundo, se saludan. Por algo JF se negó a publicar los cuentos con los que ganó varios millones de pesos. Haber ganado es ya una hazaña.

M canceló semestre en la universidad para viajar con su novia por Colombia. No viajó mucho. Pero se antojó de paisaje. Sin hacer mucha bulla, escribe y rompe algunas hojas. Mientras piensa que escribir lee, dibuja, diagrama, hace bocetos de novela, concibe tres cuentos a la vez, mira el techo, el cenicero vacío, sus dibujos y se olvida de escribir. Se sumerge en un ensueño de lucubraciones. Su habitación una nave espacial en la que viaja cuando no está en la terraza mirando las nubes.

C permanece la mayor parte del tiempo encerrado en su casa cuidándose. Se volvió mañoso. No ha publicado. No se preocupa. Escribe y camina con sus amigos escritores y es vanidoso con otras vanidades bien instruidas.

Los escritores se dirigen a una cascada en lo alto de la montaña. Las casas de campo con vacas, perros, gallinas, señoras que huelen a café con galletas, naranjas inabordables porque son propiedad privada (¿Cómo si los naranjas fueran más naranjas por qué están entre cercos?) señores con bozo y machete y un cielo azul para clavarse de miradas.

Llegan. Se desvisten. JF saca un bocadillo. C mira a JF y sonríe porque es el que más se parece al sabor del bocadillo. M sin ropa es una armazón de huesos robusta en virtud.

Los escritores escalan la cascada. El agua entume los pies. Sienten frío, pero el frío en la cascada es otra cosa, es un frío dulce, alegre. Como anfibios trepan, hacen piruetas para hacer interesante la expedición. Hablan porque tienen boca. Claro, que a veces, se les va la voz de haber hablado tanto y haber dicho nada. Eso pasa cuando se creen geniales.

M toma la delantera. Salta de una roca a otra y en esta última se recuesta a recibir el sol. C sigue a JF. Ambos le sonríen a la quebrada porque escucharon que los indígenas del Putumayo le pedían permiso a los ríos para entrar a sus aguas.

Los escritores hablan del sol del trópico, del paraíso climático que les permite tener la sensibilidad afilada. El frio los hace retroceder al lugar donde se desvistieron. JF, el hombre de las sorpresas, saca de su bolso un bareto pequeño. C y M lo esperaban. Como buenos marihuaneros escritores se permiten aún, a esta altura de la desnaturalización humana, tiempo para entrar en la intimidad de la montaña, donde el medio día es un suspiro de Dios.

El agua canta y el sol hace los coros. M ve una libélula y se la muestra a JF y a C. C dice, por decir algo, que esos insectos no pueden vivir lejos del agua ¡cómo si él pudiera! C mira una araña y se pregunta por qué en los dibujos animados son personalizadas por señoras cuarentonas, con gafas, profesionales del croché.

JF le lee un cuento ruso a M. M con una navaja hace figuras precolombinas en un tronco. C se dirige, ya vestido, a un lado de la quebrada y lee a su mujer de agua dulce.

Luego, los escritores intuyen que es hora de partir. Deben hacer algo. JF debe ir a clase en la universidad, un curso en filosofía. M debe pensar unas ilustraciones para algunos poemas de José Manuel Arango. C debe dormir porque está cansado y la marihuana lo agotó más de la cuenta. Guardan la bolsa del bocadillo en el bolso de C y retornan al pueblo.

A medida que descienden hay pavimento y el sol es agresivo. Los espera la costra gris que se expande en el valle y devora árboles. En silencio se despiden. Vuelven a su individualismo, a su rincón de costra gris donde se exige el uso de anteojos.
Todavía la palabra arrastra la acción. Todavía el instinto aúlla. Todavía me desgasto en proyectos perecederos. Todavía busco donde soy tantos y otros. Todavía me encojo cuando llueve.
Bien. Te vi. Estabas con él. Me alegré porque ya no importas. Además, él tiene tu edad y es un buen lector. Ajusta perfectamente a tu ideal de hombre alto e inteligente. Espero funcione tu idea de amor mal fundamentada. Pero ten presente esto: El amor apesta de amor en los libros. Pagué caro esa máxima.
La luz paulatinamente mengua en los ojos. La sombra como chocolate espeso se desplaza por las baldosas de la habitación. El silencio se quiebra en el aire. La sombra asciende como si emanara burbujas hacía el techo que gotea negro. Las paredes movimientos oscuros. La sensación ausente de color. El frio hace obsoleto el movimiento. Párpados afuera lo mismo que párpados adentro. El desierto de las formas no preconcebidas.

Soy un ensayo de escritor. Lo sé porque no tengo fundamento. Mido 1,80 metros. Soy la línea perdida de un dibujo a carboncillo. Nací impedido para el deporte, el baile y el trabajo. Sobrevivo por obra y gracia del espíritu santo, pero sobrevivo. No tengo para ofrecer más que las palabras “hola” y “chao”.

No planifico, no me gusta el mañana porque es el mañana y el mañana siempre es distinto del hoy y pertenezco a una estirpe que vive el mañana. Por eso me gusta el hoy.

Mis amigos afirman que soy encantador y alegre, pero también autista y solo. No tengo padre y profeso un amor sin apegos a mi madre y hermana.

En mis tiempos laborales trabajé de surtidor en supermercados, pero me despidieron por pensar. Luego fui co-fundador y editor del periódico El balcón en el municipio de Girardota. Periódico que quebró por exceso de magia. Ahora escribo textos de opinión que rechazan los periódicos.

He vivido sin penas mortales ni infecciones intestinales. Estoy propenso a ser panzón, a quedarme calvo y adquirir un cáncer de pulmón.

Soy un mamífero sexuado que ha salido bien librado de los exámenes del VIH. No tengo hijos y aprendo a evitarlos.

No le deseo el mal sino a quienes se lo merecen como a los paramilitares, a todo intento de dictadura y mi abuelo.

No defiendo ningún partido político o credo religioso. Soy gnóstico, aunque creo en Dios, es decir, en mí mismo y en toda posibilidad de vida sin sed evangelista.
Reparto notitas a nenas en las bibliotecas buscando un poco de acción para mi corazón oxidado.

Me gusta el café Juan Valdés, el vino tinto, el cigarrillo piel roja sin filtro, las nubes, Dios, Rimbaud, Baudelaire, el tamarindo, Barba Jacob, Jattin, Soda Estereo, Cesar Vallejo, la malteada de chocolate, Jaime Sabines, The Doors, Led Zepellin, Beethoven, Luis Tejada, García Márquez , la vecina que tiene senos de antología poética, Gonzalo Rojas, Tim Burton, Cortázar, Sábato, Saramago, Borges, Julio Cesar Cadavid, el jugo de naranja con zanahoria, Héctor Lavoe, Alejandro Ochoa, el Che, Alfonsina Storni, Bolívar, la arepa de chócolo con quesito que vende don Miguel los fines de semana en el parque de Girardota, Seneca, Pessoa, Fabio Andrés Hurtado, Max, Radiohead, Bajo Tierra, Lucho, los abrazos de los amigos, Pipe, Cantinflas, la luna llena que es como tus ojos de felina prevenida, el arroz Chaufa, el color gris y los escotes prolongados.

No he terminado la universidad. Cancelé el último semestre de periodismo por irme a dar una vuelta a mí mismo por varios países de Latinoamérica.

Me asombran las tonterías y todo acto espontaneo como tu sonrisa. No he leído el Quijote, la Divina Comedia, Crimen y Castigo, el segundo tomo de las Mil y una Noches y la Biblia.

Se me olvidan las fechas especiales como los cumpleaños. Fumo marihuana y no voy a misa los domingos.

En definitiva, no soy malo del todo y mi mala versión de hombre ejemplar es inofensiva.
El hombre miró a través de las uñas de los pies los rayos de luz de la bombilla. La sombra de los dedos le recordó la edad y los viajes no resueltos. Hace años estaba allí, comiendo, durmiendo y rascándose el estómago. Tenía lo necesario para vivir bien: salud, mujer y dinero. Iba a misa los domingos para justificar la mordida de teta a su mujer. Él fue, como todos, un buen ciudadano hasta que cambió sus principios por una cobija, un par de calzoncillos de lana y un chofer. No soñaba, por algo era político. Apenas diferenciaba la luna de una lámpara encendida o un semáforo averiado, las nubes del humo de una chimenea, el viento de un bostezo de caballo. Gobernar, lo aplicaba, exigía ser insensible para no sufrir de culpa, bajeza política. Si una mujer moría por falta de aspirinas, si un campesino era desterrado por sembrar y defender la tierra, si un niño entregaba la infancia a un fusil, si el alza de impuestos reducía los víveres hasta pegar la agonía a las tripas… era cosa de Dios porque la vida no era fácil. Afortunadamente él no había sentido hambre, pero la vida no era fácil. Eso pensó en el día en que se le nublaron los ojos y nadie lo acompañó.

En la calle una sombra avanza entre las sombras. Ronda la misma calle. Todas las noches se escuchan pasos y los perros ladran.

Algunos escritores de antaño llevaban en el bolsillo de la camisa un bolígrafo y una libreta de apuntes. Esa costumbre se perdió. El escritor de ahora, el de moda, anda lleno de aparatos electrónicos y cuando camina suena a Renault destartalado.

Con las computadoras portátiles, las agendas electrónicas, los celulares… es innecesario el bolígrafo. Se escribe menos a mano. Hasta las cartas están en vía de extinción.

Cuando escribir una carta con un kilométrico o un Allegro Paper Mate implica empuñar el bolígrafo, sostenerlo entre los dedos índice y pulgar y apoyarlo en el dedo corazón. Luego maniobrar toda la mano para deletrear una palabra, formar una frase y concebir una idea.

Hace unos años el bolígrafo era una herramienta fundamental para el éxito afectivo. La caligrafía decía mucho y el escritor lo sabía. Si inclinaba la letra hacía la derecha quería expresar que era una persona tímida y se bañaba todos los días y quería matrimonio, si la inclinada a la izquierda manifestaba que era una persona decidida y quería una relación corta. Pero si el palito de la t estaba más arriba de lo habitual, como una t mayúscula, se definía como una persona atrevida, ambiciosa y sexual.

El escritor de bolígrafo va a otro ritmo, más reposado. Pero eso no implica que su obra sea de corto alcance y poco voluminosa. Algunos escritores clásicos lo confirman: Tolstoy, Dostoievski, Balzac, Proust… quienes deben su calidad de clásicos a la lentitud de la pluma que les permitió reflejar su época.

Antes, porque el libro era manufacturado, había tiempo para leer. Ahora, gracias a las computadoras y a las litografías la literatura es masiva; los medios para publicar están al alcance del afán de publicar. Ahora, la cantidad de libros que se publican no alcanzan a leerse en una vida. Antes, por el proceso de escritura y de edición, el lector podía abarcar los clásicos y sus contemporáneos.

El uso de la computadora ha afectado de muerte al poema. El poema escrito a bolígrafo permite volver a tocar la musa, a deletrear su nombre como si se tocara su cuerpo. Mientras que el poema en computadora es frío y distante, brinda esa peligrosa sensación de que todo texto digital está listo.

El poema escrito a computadora es árido porque no tiene música. El poema escrito a bolígrafo suena a rumor de quebrada y el de máquina de escribir a tren en marcha. La computadora no tiene música en la literatura porque corrige en marcha y señala con una línea roja las palabras mal escritas, distrae e induce a escribir más rápido de lo que se piensa. Pensar sin reflexionar, propagar la plaga de los textos en serie.

El escritor de computadora va a prisa, como si la vida fuera 20 palabras por minuto. Está acostumbrado a escribir y no a escuchar. Por ello le duele todo juicio y aún así, quiere publicar todo.

El bolígrafo remite a la literatura de provincia y la computadora a la literatura de ciudad. Y la ciudad es acelerada, ruidosa, habitada por desconocidos, empapelada de publicidad, con mendigos y ladronzuelos y despertares de pito de busetas.

La provincia es cauta, de saludos improvisados, de balcones, de conversadores que sienten las calles como el patio de sus casas, de amaneceres de canto de pájaros.

El escritor de computadora es eyaculador precoz y su aventura es la superficie. Por algo se autodenomina poeta, ensayista, novelista, cuentista, documentalista, periodista y crítico de arte.

El escritor de bolígrafo come lento, es buen amante, consiente de su respiración y si debe definirse, se autodenomina escribano. Le gusta caminar tanto como escribir.

El escritor de computadora viaja en automóvil y su literatura es el tiquete de viaje y no el viaje. Se llena de impresiones. Lleva tanta prisa que la vida es olvido de paisaje y de amor. Cuando para el escritor de bolígrafo la vida es una caminata reposada en la tarde con nubes renovadas en el cielo.
Ya puedes morirte amor mío. No temo a tus amenazas. Para que veas que te tomo en serio, compré una camisa de mangas largas a cuadros naranjas y blancos, un sombrero de ala corta y un pantalón granate a cuadros negros para festejar tu ausencia. Sin rencores acudiré a tu funeral, le daré el sentido pésame a tu madre y aprovecharé para echarle el ojo a alguna de tus primitas. La idea es reemplazarte con una de tu misma sangre. Las de tu estirpe son pasionales y predecibles. Me gustan.
Me doy algunos golpecitos en el pecho para escuchar el eco, el vacío hacía adentro, la angustia de repetir los mismos errores. Me autoanalizo ahora que me siento propio y lavo mi ropa los martes en la mañana.

Como Colombia, con los golpecitos en el pecho, espero a que el caos explote. Confío en el orden supremo de las cosas y surja el tan esperado cambio climático que le agrave la porcina a Uribe. De esa forma Uribe aprende a sentirse humano y no Dios. Le falta a Uribe emborracharse, fumarse un porrito, ser pueblo y dejar que otro gobierne.

Curiosamente, por esta época, hace 70 años, Hitler invadió Polonia. Hao Uribe, jao… que se te agrave la porcina y se te llene de arrepentimiento el estómago. Los gases serán el grito de los colombianos sensatos que dicen no a la reelección.

Estaba sentada en la mesa del fondo. Llevaba más de una hora, sola, con una cerveza a medio tomar y con el vaso manchado de labial rojo. Tenía un vestido blanco que le cubría la mitad de la rodilla. Ella miraba el ventilador de una forma eroticamente autista. Parecía que esperaba a alguien o que interrogaba al ventilador o soñaba ser bailarina. Pensé que necesitaba compañía. La palabra indicada con un poco de ingenio proporcionaría una posible aventura. Miré sus rodillas y me senté al frente y le dije que era electricista y reparaba ventiladores. Ella sonrió y me miró a los ojos. Un escalosfrío, desde la columna vertebral hasta la coronilla me produjo su mirada. Sus ojos café oscuros paralizaron los labios. No supe que decir. Ella esperaba alguna palabra, el inicio de una conversacion, como era de esperarse, como siempre había hecho y era infalible. Las palabras se quebraron en la garganta, se trituraron. El silencio se hizo pesado y ajeno. Ella volvió a mirar el ventilador. Por un impulso electro-idiota de autista me quedé mirando sus rodillas saliendo y entrando en el vestido blanco, efecto producido por el aire del ventilador. Había cicatrices en sus rodillas, en especial una que tenía forma de media luna.

Lo mejor de todo viaje es el retorno, la llegada al mismo inicio pero con más herramientas. Es decir, volver a mirar con otros ojos por la ventana el paisaje que ya conocías.

Has atravesado Latinoamérica, algo te dice que eres más propio y más alto piel adentro.

No eres mejor que antes, ni más bueno ni más malo, solo más tú. Tal vez no des muchos detalles del viaje, porque el viaje fue un encuentro con Dios y con tu propio ritmo. Porque ese agujero que eras, que caminaba en blanco y negro, ahora acepta que puede morir de infarto e irse feliz porque ya no está solo.

Ahora tienes una patria de muchos países, pero con cedula colombiana. Eres una nota musical sin fronteras que quiere ser cielo en una tarde con amigos entre copas de vino.

Eres, y lo sabes, el protagonista de una historia por ocho días. Luego, la novedad de tu llegada dejará de importar. Por eso, porque es volátil la magia, es que disfrutas ahora. Después, cuando pase de moda, podrás presenciar la procesión de deseos y tirarles maíz.

Piensas en el viaje y sabes que fueron seis meses y que te van a preguntar y preguntar y preguntar y te vas a cansar y cansar y cansar de decir lo mismo, entonces distorsionas la historia, así haces otro viaje con tu viaje. Estás en todo el derecho. No hay nadie que te contradiga y testifique en tu contra.

Pero sabes, así no lo admitas, que de Argentina trajiste dos bolsas de hierba mate, un deseo reprimido en el cuerpo de Luciana porque es amor de hermano el que sientes por Luciana, un cds con varios tangos, fotos del otoño, el pito de los trenes… De Chile, nada, bueno, si, la tarjeta andina y el pasaporte con el sello. Ahh… y el saludo que no te respondieron al comprar la botella de agua que no te vendieron en Santiago. De Perú varios clientes del negocio de las cartas de amor, caminatas por el centro de Lima, el recuerdo de Jimena con sueño y con ganas de besarte, el arroz chaufa en todas sus posibilidades. De Ecuador la estafa por un denuncio en una comisaria, el ardor en las orejas de ser colombiano y saberse afectado por el gobierno de Uribe en un país ajeno. De Colombia los ríos del Putumayo, el sabor del caldo de gallina, la mirada de un indígena que es la mirada más antigua de nuestra historia atropellada…

En fin, te reservas la historia del viaje, al menos por ahora. En tu condición de recién llegado quieres darte el lujo de ser egoísta. Es que eres como una buena canción, que por estos días está en el top de las más sonadas.

Es la última vez que veo este cuarto. Las hendiduras del colchón dejarán de tallar en la espalda. No volveré a escuchar los torrenciales de agua en la madrugada que ahogan el ladrido de los perros. Suspenderé las abdominales con traquidito de cama. La mañana huele a pantano, a pan con mermelada de piña, a autopista sin automóviles, a chocolate servido hace dos días, a recuerdo triturado en la libreta de apuntes, a no te quiero pero me faltas. Tal vez no te llame. Tal vez te llame. Tal vez cuando escampe no te necesite.
Prendí la tv y daban porno. Intenté no excitarme. Dominarme. Pero la desnudez y los gemidos de la puta de la tv. me hizo pensar en vos y en mil formas de penetrarte. Apreté el miembro porque la de la tv era más alta, más tetona, más blanca, más ajena, más irreal, más fingida… No era justo compararte con ella. Cambié de canal. Daban los Picapiedras. Vilma conversaba con Betty y quise subirle el vestido blanco a Vilma y hurgar con mi apetito su delgadez de panterita prehistórica. Sonreí.



Estoy alegre, como el que amanece con color y se peina y se hace el tuerto ante la vecina y le saca la lengua a las colegialas… Bin bon bau…

Qué florezca el abrazo. Empiezo a extrañar un recuerdo en presente, una salida sin entrada a un juego donde siempre se pierde… Dun din dau…

Qué de mis labios tu nombre temple el aire y llegue al oído sostenido y dulce… Pin pon pao…

Qué se repita el verte, qué se haga necesario el verte, qué se avive la soledad de verte, qué a la cuenta de tres pueda verte, qué me sonroje para disimular la erección de verte… Ali ali li li…

Yo a ti. Tú a mí. En mí tu tú con faltas de mí. En tú mi mí con todas mis perversiones y sueños de astronauta sin orbita… La lau la la…

Qué empiece la compañía solitaria, el juego de azar, la noche que faltas y maldigo tu nombre porque te llamo y no escuchas y con los odios no puedo de escuchar besar tu nombre porque tu nombre sin cuerpo es aire, solo aire… Tun tun tú…

Corazón razón son tun tun tú… Ali bin dun pao estoy alegre y estoy solo. Estoy celebrando con una cucharada de leche en polvo una ausencia que no duele y si duele mejor… más alegre… Bin bon bau…



Como otros municipios del Putumayo y Nariño, Mocoa es un pueblo con historias sin futuro. Historias de familias que lo perdieron todo en las pirámides (DMG y DRF) y que viven con 150 mil pesos mensuales. El sueldo está embargado por los bancos. El requisito para acceder a un préstamo bancario era una copia del contrato laboral y de la cedula. A los dos días estaba el dinero en la mano.

Pero, mirando el meollo del asunto, este golpe financiero restableció las relaciones familiares. Solo así, perdiéndolo todo, la gente vuelve lentamente a la tierra, a la base familiar.

La gente se pellizcó y se bajó de la utopía de que el cielo está en las nubes y las pirámides son San Gabrieles que inflan la barriga de dinero por obra y gracia del Espíritu Santo. Si el cielo está en las nubes es algo sin comprobarse. Ese discurso del cielo posible es para charlatanes de acento brasileño que venden el cielo como una boleta a un partido de Fútbol.

Todo por vivir el hoy en el mañana. Si invierto en una pirámide me compró una casa, invito a Julia, la vieja de mejores tetas, a mi nueva finca y le muestro mi hombría con un fajo de billetes. Si hago un préstamo en el BBVA por 50 millones de pesos, 40 millones para las pirámides y 10 millones para la lipo, me quito las arrugas, soy un deseo con pechos grandes, me consigo un amante, dejo de trabajar y compro una tiketera de hotel para fines de semana.

El futuro es incierto. Del mañana son los supuestos. El mañana es una fotografía de cocodrilo con la boca abierta pegada con alfileres en la ventana para que el asombro no se fugue.

Lo que pasó en el Putumayo es porque la gente de este departamento vive en el mañana, en un idilio empapelado en billetes de 50 mil. Y no solo en el Putumayo, el país en general.

No celebro la pena ajena. Es una tragedia. Pero como las deudas son tan grandes, cosa que no se puede resolver en un día, la gente, sin más alternativa, ha vuelto a hablar, a comunicar sus problemas, a mirarse a sí misma, a ir los fines de semana a bañarse al río, a sembrar yuca, a criar cerdos y gallinas, a lanzar escupitajos al aire. Se han detenido un rato porque su idea de vida fácil y dinero fácil ahora es difícil.

En cada esquina un rumor en banca rota. Escucho como si mirara de reojo. Recuerdo que hace pocos días un amigo muy querido, Julio Cesar Cadavid, estuvo de concierto. Silbo un tango que él canta de maravilla, “Naranjo en Flor”. “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir, y al fin, andar sin pensamientos…” Silbo y tiro la moneda de cien pesos al aire.


- Manuela, ese Jairo si era muy malo.
- Es cierto Josefa ¿Sabes la última?
- No querida, contame

- Vos sabías, claro que sabías, todos sabíamos, que ese muchacho era muy malo. Buen trabajador si, pero ¡Maldadoso! Como él solo. Si cuando estaba chiquito perseguía gallinas con un tenedor porque quería comerselas vivas. Era un muchacho muy inquieto. A la comadre Amparo le robó unos zapatos y después de amarrar ambos de los cordones los engarzó en los alambres de electricidad.

- A mí, Manuela, en esa época, ese culicagado y sus amigos me explotaron el televisor con una papeleta en diciembre. Estaba con mi marido en la habitación y de pronto, trannnnnn… Luego del sonido la casa se llenó de humo. Dios quiera que no, pero ojala se mueran toditicos por malos.

- Pues mija, el Jairo ya está muerto.
- ¡Cómo! ¿Cuándo?

- Pues ayer, pero espera que me hiciste acordar de algo, ya te cuento el chisme. No se acelere Josefa, ya le cuento. Hay tiempo pa todo. Lo único seguro es la muerte. No se desespere. El caso que yo no lo odiaba del todo. Si, a veces deseaba que se fuera y que no volviera, pero ¡era tan buen trabajador ese Jairo! ninguno como él. Tenía unas manos mágicas. Nadie lo superaba desyerbando, deshojando o raspando coca. No era vicioso, no bebía, no fumaba pero… mija, tenía el diablo por dentro.

- Si mija, en la época de la coca Jairo era famoso. Mi marido lo vio y me dijo que en un día raspaba como 10 arrobas mientras mi marido, el pobre, si mucho, raspaba tres. Hasta que se fue como tres años con unos mafiosos para Puerto Asís. Cuando volvió compró la casa, la que está al lado del Pio XII, y se quedó quieto dos meses.

- Si Josefa, si hasta fue a la casa para que le hiciera de comer porque la Magola no lo quería ver por mal hijo y su hermano lo iba a picar a machetazos porque haber embarazado a su mujer. A los dos meses llegó una patrulla de policías y lo sacaron de la casa y lo balearon. Ahhh… y ese Jairo se hizo el muerto 15 minutos, como las lagartijas. Los policías habían llevado el cadáver a la casa de la comadre Magola convencidos de su muerte y de que ya había pagado lo que había hecho. Pues mija, ese Jairo en Puerto Asís había estafado a un teniente de la policía, y peor aún, se había volado con la mujer del teniente, y para ajustar, abandonó la mujer.

- Claro que me acuerdo de eso, si yo misma lo vi cuando lo trajeron los policías. El pobre tenía la camisa roja y no se movía. Magola empezó a llorar cuando los tombos se fueron. Pero el Jairo se puso de pie y se entró para la casa. Me quedé helada del susto. ¡Ese bergajo! Magola le curó las heridas. A la semana se perdió otra vez.

- No sé Josefa, ese muchacho era hasta lo más de pispo, pero estaba muy feo por dentro. Claro que yo le creí que se había convertido cuando regresó. ¿Te acuerdas? venía bien vestido, con una Biblia bajo el brazo, dizque evangélico. Abrió su casa para la oración. Y los vecinos nos regalaba bocadillos y nos hablaba de lo arrepentido que estaba de su vida pasada.

- Si mija, era otro. Decía que había encontrado a Dios en Antioquia. Pero que va, todo era mentiras. Se perdió una tarde, la tarde del miércoles de la semana pasada. De una me imaginé que había vuelto a lo de antes, por eso no me asusté cuando ayer vino a buscarlo la policía. Perro viejo no mea distinto. Después de eso, ummmm… no sé.

- Bueno Josefa, le voy a contar el chismecito completo, es para no creerlo. ¡Ese Jairo si era! La policía vino a buscarlo porque había vuelto a la casa del teniente y se había robado unas joyas de la mujer. Entonces el teniente armó un grupo para buscarlo. Por eso estuvieron patrullando todo el pueblo. Y lo encontraron en un bus que iba para Pasto, casi llegando al Mirador. Lo bajaron del bus y le abrieron la barriga a metralla. Luego de muerto lo esposaron y se lo llevaron para el calabozo. Y hoy, en la mañana, cuando vieron el cuerpo tieso, se lo entregaron a la comadre Magola. La pobre estaba desde ayer en el comando rogando para que le entregaran a Jairo.

- Uff… ¡Qué cosas! Pobre Magola, ¿ya hablaste con ella?
- Nada… con qué tiempo. Ella ni quiso velar a su hijo. Le compró el cajón, le pagó la misa… ahhhh… ¡Mira Josefa! Ahí vienen con el difunto. Qué descanse en paz ¡Persígnate que te cae una maldición!
- ¿Viene Magola?

- Si. Debe estar sufriendo mucho. Pero… la pura verdad, para mí es mejor que se haya muerto. Qué mi diosito me perdone, pero es mejor, o no Josefa, ¿Tengo razón?
- Si… jummm… pero… ¿mira el vestido de Magola? Ni lo aplanchó.

Los pulgares son la contra parte de la mano. Con ellos se puede sujetar y manipular objetos. Estos dedos nos permitieron culturizarnos. Montaigne, el papá de los ensayos, en su texto “De los pulgares”, afirma que son los dedos maestro de la mano. Por algo lo dijo.

Pero, es la mano en su conjunto la que nos distanció del simio. Fue la mano la que le permitió a nuestro antepasado, antes de tener conciencia del lenguaje y caminar erguido, experimentar las nociones más antiguas del amor.

Tesis indebatible en el libro “La importancia de vivir” del filosofo Chino Lin Yutang. Donde se expone que el simio evolucionó debido a su ociosidad de manipularlo todo, de mirar las orejas por lado y lado en busca de piojos. Así, por tocar, el simio descubrió la utilidad de las rocas. Pero el gran descubrimiento fue sentir otras texturas y reconocer el cuerpo del otro, experimentar el tacto y los primeros indicios de ternura y seducción.

Son las manos el gran testimonio de la evolución, pero también son ellas las que delatan y recuerdan nuestro origen. Son ellas las que dieron las pautas del amor y las que afloran los instintos. Por algo el amor es el equilibrio entre la carne y el espíritu.

A lo que voy, es que desde siempre hemos recordado al padre simio. Qué nos de vergüenza admitirlo es otra cosa.
La pregunta es ¿Cómo evocamos el origen? La respuesta es aún más sencilla, a través del amor.

Utilizamos como pretexto el amor para volver a ser simios. Y para volver a ser simios basta con tomarnos de las manos. Entonces, es el amor la unificación de todas las búsquedas.

No importa los estudios, los viajes, los adelantos tecnológicos, las maquinas de afeitar, los implantes, las cirugías, los retiros espirituales, el arte, el avión, el televisor de plasma, el malestar estomacal de saber el significado de la palabra paramilitar, el computador de cartera... cuando nos tomamos de la mano somos un recuerdo reconocido que nos conmueve, dociliza y satisface.

Tomarse de las manos, fue, es y será la primera señal que nos enternece y nos hace sentir enamorados. Por ello, en el cortejo, cuando por primera vez se toma la mano del otro, se siente un escalofrío en la parte baja de la columna vertebral, lo que atestigua que antes teníamos cola.

En la calle, en el idilio del amor, caminamos tomados de la mano sumidos en cierta alegría sospechosa. Admitimos el origen cuando andábamos en cuatro patas. Porque al tomarnos de la mano volvemos a tener cuatro extremidades para desplazarnos con la sensación de haber recuperado un objeto de valor que se había perdido hace tiempo.

A veces, ni se habla por sentir las otras dos piernas que acompañan a las nuestras a un mismo ritmo.

No es de extrañar, cuando se acaba el impulso del cortejo, que las parejas sigan tomadas de la mano. No les molesta. Saben que es un reclamo del cuerpo no concertado en palabras: La evocación del cuadrúpedo, antecesor del cromañón, de una manera disimulada, sin atentar a la estética bípeda.


La presa de gallina es más dura y más gustosa que la del pollo porque es carne adulta. La cáscara del huevo de la gallina del Putumayo es más dura que la cáscara del huevo de la gallina de Antioquia. Quizás por eso es más rica la gallina del Putumayo. Pero la presa del pollo de Antioquia es más dura que la del pollo del Putumayo porque camina más. Gallina o pollo sigue siendo carne y la carne activa las pasiones, altera el juicio y enferma de prisa. Carne es carne. Blanca o roja, carne. Mejor no comer carne.

Lo ideal es consumir garbanzos, frijoles, alverjas, naranjas, mandarinas, papayas, yogur, leche, queso, plátano, yuca, lechuga, agua de apio en ayunas para limpiar la sangre, papa sancochada para el dolor muscular, habas para el buen funcionamiento del cerebro, pera para limpiar la próstata, tomate para la ensalada, carne de pollo para el turista, carne de gallina para el solo que busca sola, carne de res para el político y el abogado y el terrateniente que es ganadero y mentiroso y ladrón.

Carne roja para patrocinar la infidelidad y blanca para atraer malos pensamientos.

No coma carne y verá a Dios más cerca, más acá del catolicismo, porque Dios es vegetariano.




Ahora entiendo que el movimiento de los cuerpos es otra conversación, con otras pautas. Qué es más efectista un bailarín que un conversador a la hora de encontrar una pareja saludable y que cocine bien. El primero se demora menos porque es conducido por sus ritmos naturales.

En cuanto a la música y al baile, lo único claro es que no tengo ritmo en las venas. Ante eso no hay remedio. Por ello, desde siempre he evitado los bailes. Al principio porque creí que no me interesaban. Entonces me justificaba diciendo que creía que el amor se daba era hablando y no sacudiéndose y prefería conversar que sudar. Aún prefiero conversar. Pero descubrí que evitaba los bailes por vergüenza. No quería admitir que no sabía bailar, o peor aún, tener que mover mi armazón de huesos y sufrir cada segundo en la pista. La veces que bailé fue horrible porque no disfruté. Por estar pendiente de no pisar al otro no disfruté en dejarme llevar por la música. Lo rescatable de esos días era mirarle los hombros a la pareja. Había escuchado que los hombros daban las pautas del paso a seguir. A mi ese detalle no me dio ninguna pauta. Pero me gustaba mirar los hombros y los senos moverse bajo la camisa.

Me supe a-motriz y todo lo que había perdido por ello. No puedo llegar como cualquier tipo y decirle a una nena: ¡Hey te invito a bailar! porque no sé bailar.

Intenté bailar solo en casa, en mi cuarto. Prendí la grabadora pero me enredaba con mis mismos pasos. Parecía un caballo con patines. Así que terminaba brincando sin coordinación.

Aún bailo solo en el cuarto o cuando me emborracho. Si bien no puedo repetir un paso dos veces, sé que afirmo un estilo y entre más me equivoque mejor. Hago el baile del solo y algunos amigos han sido testigos de ello y me han acompañado. Claro, las mujeres que me han visto se ríen en vez de acompañarme porque les bailo desnudo entregado a mis desparpajos musculares.

Sabía que cada individuo tenía su ritmo, y así el mío no se notara en público, en algo debía sobresalir. Y descubrí el milagro. Encontré que soy un buen bailarín escribiendo cartas. Entendí que disfruto escribiendo una carta así como un negro disfruta bailando una cumbia. Igual, con las cartas también puedo conseguir una mujer sana que cocine rico.

Al saber que escribiendo cartas tenía un ritmo juguetón y erótico, empecé a escribir cartas a los amigos, a la pareja de turno, a las mujeres que me gustaban, pero sobre todo a los amigos. Y mientras escribía una carta movía el cuerpo como si bailara del ombligo para arriba una canción que solo yo sabía.

Al principio, como el que aprende a bailar, los pasos eran torpes. Las cartas eran demasiado dulces y fatalistas o pecaban de ingenuidad. Eran cartas fingidas que no me tenían a mí como material de exposición. Pero luego, con practica, me fui sintiendo cómodo y me dejaba llevar por el ritmo de las cosas que quería decir. Escribía como un salsero bailando en Cuba una canción de la Sonora Matancera. Hasta que me olvidé de decirme que escribía cartas por escribir entregado al ritmo de las palabras. Pues en las cartas, en las verdaderas, en la de los amigos, no hay protagonismos literarios, ni giros engorrosos, ni estilos adoptados de literato serio y castrado. En las cartas de amigos se escribe de la vida en su estado puro, desde la intimidad del abrazo, es decir, de los dolores de pecho porque una mujer no nos determina, del poema en curso, de los proyectos de teatro y esas cosas en las que nos ocupamos a diario y solo a nosotros nos interesan.

Además, en la carta como en el baile se necesita de dos. Si el baile es una coreografía de muchos, entonces se escribe una circular. Pero con dos basta: El remitente y el destinatario.

Personalmente, me gusta más escribir una carta a un amigo que ir un sábado a una discoteca. El baile de la discoteca es de una noche, de dos personas que se tocan y se sienten y se sudan y se quieren mientras dura el calambre del movimiento y aturdimiento. En cambio el baile de una carta es a dos tiempos y no requiere de contacto. Una canción no se puede bailar a tiempos dispares y sin tocar al otro. Una carta se puede leer a tiempos dispares y sentir como si fuera al mismo tiempo. Al escribir la carta la pareja no existe. El remitente la invoca, la contornea, le propone un movimiento y la escribe como si el destinatario estuviera presente. El destinatario al leer la carta sabe que está escrita desde antes. No le importa. La lee y siente que ese es el momento y que está listo para el baile.

La carta es un baile en tiempo distinto que se baila como si fuera al mismo tiempo. Por lo tanto soy un experto bailarín de cartas. De eso no hay dudas. No importa mis movimientos asimétricos a la hora de escribir. Entre más me equivoque más gracia tiene el baile. He bailado muchas cartas. Perdí la cuenta. Algunas las bailo varias veces. Una que ya bailé la repito y luego otra que repetí la retomo. Como una buena canción se baila una carta sin agotamiento.

En esta ocasión invoco la canción Lián-ju, una canción que he bailado de tiempo atrás. Con ese nombre se suele creer que la letra o la música son de china o de algún país de oriente. Pero no, es un bambuco antioqueño, de cabello largo, que estudia filosofía .

Una canción movida por el viento y que encanta damiselas con pestañeos o silabas picarescas. Una canción que gusta de abrazos y que por la tardes hurga las nubes. Imagina que trepa un ave para destilarse por el aire en cantos y danzas improvisadas. Una canción que fuma marihuana y que no le importa vestirse elegante para salir un domingo a la calle, por algo nació sin ropa. Una canción que escucha a Joaquín Sabinas, Silvio Rodríguez, Serrat, Radiohed... Lee a Nietzsche, Pesooa, Barba Jacob, Rimbaud... y se ve en los vitrales de los kioskos mientras se toma un café.

Para bailar la canción Lián-ju no hay que saber bailar, mucho menos cantar, la cuestión es estar dispuesto a ver atardeceres sin preguntas, sin existencialismos baratos de político de fabrica. El único requisito es escuchar más allá del ruido como la tarde se hunde en la noche y los pájaros acompañan tal acontecimiento. Luego mover los pies, reír, y al abrir los ojos, enterarse que estabas sumido en un baile natural, no buscado, de un recuerdo juguetón y querido.









- Hey, ¡sos paisa!
- Si, de Medellín y voy para Colombia.
- Yo también, parce, que chimba, me llamo Jair Cartagena.
- Mucho gusto, Camilo solo

Seguí sentado con la carta del denuncio de la perdida del pasaporte y que me había costado 30 dólares sobre las piernas. Remojaba en la boca un pedazo de pan. Miraba la bolsa con los panes, las galletitas de soda y los atunes que Jimena me había dado para el viaje. Mientras mordía el pan y pensaba en ella.

Me decía que no era posible que en tan poco tiempo sintiera tanto por una mujer. En dos semanas se fermentó la ausencia que siento. En dos semanas una mujer despeinaba los suspiros. En dos semanas me sabía minusválido del corazón. Recordaba el cuerpo de Jimena mientras se ablandaba y remojaba el pan con saliva. Pensaba en sus ojos verdes y cabello castaño claro, en su tesis de grado para recibirse de abogada, en su gata araña dedos, en sus labios, en su manera de decir que era una mentira lo nuestro pero que era más real de lo necesario y en lo lejos que estaba de ella.

- Camilo, ya sellaste el pasaporte
- ¿El pasaporte?
- Sisas parce, porque sino te cobran una multa por entrar de ilegal al país, incluso te pueden llevar preso.

Jair llevaba un día más en Huaquillas Ecuador. Subía desde Brasil. Vendía estiker de cristo y con eso se costeaba el viaje. Tenía un tic nervioso en el lado izquierdo de la cara y parecía una ramita de cilantro de lo flaco que estaba. De Brasil pasó a Argentina donde lo robaron y tuvo que pedir dinero y comida en las calles. En la embajada unos colombianos le ayudaron para salir. Atravesó Bolivia, entró a Perú y estaba en Ecuador esperando el bus de Panamericana que lo llevara a Tulcán, cerca de la frontera de Ecuador con Colombia.
Invité a Jair a un atún con pan. Me regaló un estiker.

- Hermano, no tengo pasaporte. Bueno, si tengo pero lo tengo escondido. Porque si muestro el pasaporte me cobran una multa abismal. Cuento con una carta de la comisaría de Huaquillas para atravesar el país y no la he sellado en migraciones. Creí que el bus pasaba por Migraciones.
- Hombre, no sé, esperemos.

Jair me ayudó a esconder el pasaporte en la mochila. Pero en ningún lugar me sentía seguro. Así que por decisión compartida Jair llevó el pasaporte con él. Nos subimos al bus dispuestos a soportar 18 horas de viaje.

- Caballero, ¿pasa por migraciones?
- No, no paso, contesta el chofer
- Ah!!! Caramba, entonces como hago para sellar el pasaporte
- Pues hermano le tocó irse así y rezar para que no se lo lleven preso.
- No hay una posibilidad remota de que me espere.
- No señor, eso es descuido suyo y no mío. Pero si quiere lo dejo cerca de migraciones. Sella el pasaporte. Luego toma una combi llamada Cifa y por un dólar cincuenta lo lleva hasta la Y de Machala y allá me espera.
- ¿Y de Machala?
- Si, o si prefiere póngase a rezar para que pase a salvo el país.

Miré el chofer y me dieron ganas de darle un puño. Pero como ahora soy un alma de Dios me contuve y me quedé pensando que hacer. Jair decidió acompañarme.

Nos bajamos del bus con los bolsos de mano. Habíamos dejado la comida y las mochilas grandes, además habíamos pagado por el pasaje. En migración me miraron. Me pidieron la cédula. Me reclamaron el pasado judicial. Les dije que también lo había perdido. Me dieron 5 días para atravesar el país. En migraciones hablé con el conductor de un bus que iba hasta Guayaquil. Le pregunté si conocía la Y de Machala. Negocié el pasaje de Jair y el mío en 2 dólares.

En Machala a Jair el tic nervioso del rostro empezó a delatarle los nervios. El ojo izquierdo le brincaba como una bola de pimpón. Y parecía que el mentón se le fuera a pegar del hombro. Hablaba de las maletas y de que íbamos a hacer si el bus no aparecía, de cómo íbamos a seguir el camino. No le decía nada. No tenía miedo. No me importaba ir preso. Sabía que las cosas podían empeorar. Así que fumé, miré el cielo, sentí el bochorno y la humedad del trópico.

En Machala me enteré de que en Ecuador Juan Manuel Santos tenía orden de captura. Me sonreí. Era la primera buena noticia que recibía en Ecuador. Hablé mal de Juan Manuel Santos y le dije a un vendedor de piñas que fuéramos a capturarlo a Bogotá, le amarráramos las manos y a rejo lo hacíamos cruzar la frontera porque era un asesino. El vendedor de piñas sonrío y me dijo que ya venía el Bus de Panamericana.

El conductor me saludó. Busqué mi asiento. Le di una galletita a Jair. Me quedé mirando las estrellas hasta que me dormí.

- Por favor, todos bajen del bus para control, dijo un policía de carretera.
- Pasaporte.
- No tengo, pero tengo esta carta.
- Esto no sirve. ¿Para donde va?
- Para Colombia a reunirme con mi madre y mi hermana y enderezar mis días torcidos.
- Bueno, porque hoy estoy de buen humor lo dejo seguir, pero estarías de perla en el comando. Siga, pero si lo vuelvo a ver me lo llevo preso.

Volvimos a subirnos al bus. En media hora hicieron otros dos controles y en todos tenía que explicar la carta y exponer como había sido la perdida de mi pasaporte y algunos utensilios más. Luego me recosté en el asiento y los ojos se me fueron cerrando poco a poco.

- Hey, ese es mi asiento, me dijo una mujer medio desesperada y delgada, de gafas y boca torcida.
- ¡Cómo!, hola… qué! Le contesté sin dejar de mirarle la boca
- Si, ese es mi asiento, y sentía mi mirada en sus labios.
- - Ehhhh… ahhhh… bueno entonces ¿cuál es el mío?
- No sé, es problema suyo, yo pagué aquí en Quito por este asiento. Dijo mientras se llevaba la mano a la boca. Ocultaba algo.

Me había sentado, desde el inicio, en un asiento equivocado. Busqué el mío y estaba ubicado al lado de otro colombiano, Jairo, de Popayán.

Jairo era esmeraldero. Había viajado a Perú para buscar negocios. Había conseguido algunos contactos. Pero no le había gustado la distancia de lo peruanos hacía él porque era colombiano. Y el colombiano, conocido como “colocho” prefieren ignorarlo en los negocios porque termina ganando. Con lo que podía comerciar sin concertaciones era con mujeres y con coca. Pero Jairo prefirió seguir con lo de las esmeraldas. Regresaba a Colombia para llevarse algunas otras piedras preciosas y venderlas. Hablamos un poco de todo. Y a ambos nos indignó recordar las atrocidades de los paramilitares. De cómo habían acabado con la juventud de Frontino, adueñado del narcotráfico, la política. En ese momento quise tener un rifle e irme a cazar paramilitares.

Llegamos a Tulcán. Jair, Jairo y yo tomamos un taxi hasta Rumichaca, frontera de Ecuador con Colombia. Jair y Jairo sellaron los pasaportes. Yo les dejé mis mochilas y pasé como se fuera de la zona. Nadie me detuvo. Pero dejaba atrás una deuda en Migraciones Perú que crece con lo días y una estafa en Ecuador. Sabía que estaba en Colombia y que por un buen tiempo no podría salir de ella. Después llegaron Jairo y Jair.

Jairo me preguntó si era cierto lo que le había dicho sobre las cartas de amor. Le dije si pero le valía dos almuerzos, uno para Jair y otro para mí. Le escribí una carta para su esposa Dora.

Partimos en taxi hasta la Terminal de Ipiales por 1.500 pesos. Hacía meses no veía un billete de 20 mil pesos. En la Terminal de Ipiales Jairo tomó un bus para Popayán, Jair iba a buscar como solucionaba la estadía y el pasaje hasta Calí y yo negocié por 5 mil pesos un pasaje hasta Pasto.

Las montañas de Nariño me hacían sentir en casa. Los pastusos y las montañas y los cultivos de cebolla.

En Pasto por 20 pesos conseguí un pasaje hasta Mocoa. Me subí al bus, 5 horas de viaje. Me senté. Recordé que iba para una zona violentada por la coca y la guerrilla. Miré por la ventanilla a una niña lamiendo un helado. Recordé que llevaba dos días sin bañarme y me sentía pegajoso. Volví a pensar Jimena. Cerré los ojos y seguí viendo las montañas que entraban y salían del Putumayo sin distintivos fronterizos, sin sellos migratorios, sin conflictos políticos. Luego los abismos y los deslizamientos en la vía hacía Mocoa. Lo peor aún era que el conductor por la montaña, en curvas, iba a alta velocidad y las chantas del bus tocaban el abismo. Entendí que estaba en Colombia. Me llevé un pedazo de pan a la boca, el último pedazo real y palpable de regalo de Jimena para distraerme y no mirar por la ventana un fin poco generoso a mis ambiciones.

- Les escribo una carta de amor para sus mujeres. Las cartas son efectistas. Vea, si es para reconquistar a una esposa es mejor una carta medio dulzona y cotidiana. Nunca fallan. Soy experto en eso.

- ¿Y cuánto sale eso?, dice uno Daniel, uno de los eciatorianos

- Es sencillo, la pago yo, contesto

- ¿Cómo?, responde Matín, el otro ecuatoriano

- Si, vea, por la denuncia de la perdida del pasaporte, de la tarjeta andina y la cámara digital que no tengo, ustedes me cobraron 30 dólares. Yo necesito 15 para llegar a la frontera de Ecuador Colombia. Así que con 15 dólares, que antes no tenían, para esta noche tendrán una mujer contenta. Porque si ven bien mi sutación, no tengo los 60 dólares que me cobra migarciones para costear el sello que no aparece en el pasaporte, dije.

- No sé, contesta Martin, uno de los ecuatorianos que sabe que sé que todo es una farsa.

- Bueno, es cosa que se debe decidir. Además, por una carta tendrán más que un beso. Dije

- Pero puedes trabajar en el parque, prosigue Daniel, el otro ecuatoriano, como si ignorara que en un parque ecuatoriano no se puede hacer actos públicos

- Es cierto, pero para conseguir el almuerzo, pero no para el pasaje. Pero muchachos, sus corazones me lo agradecerán así me hayan cobrado una fortuna por una denuncia que se hace gratis.

Los dos ecuatorianos se vieron. Me dieron los nombres de sus mujeres, Dolores y Milagros. Le escribí las cartas. Pagaron mi pasaje. Sonreí y salí a ver como solucionaba lo del almuerzo. Todavía me falta llegar a Tulcán. Salí a caminar Huaquillas, municipio de Ecuador y a pensar en Jimena, la peruana que me enseñó a abrazar de nuevo. Ay Jimena tus besos aleteo de suspiro me calman el hambre hoy que hace un calor insoportable.