Había sido infalible, impecable en el robo de libros. Además robar libros no le hace daño a nadie, sobre todo en un país donde los lectores son bichos raros. Hay robos terribles y permitidos como el de los bancos y el de los gobernantes. Pero ellos gozan de inmunidad porque no roban libros.

Mi primer robo fue en Fredonia. Cursaba en once en el colegio Liceo Efe Gómez. En la biblioteca vi un Libro, Ficciones de Borges. Había escuchado que Borges era un genio y un laberinto. Así que eché el libro en la mochila en frente de la bibliotecaria y partí. Aproveché mi cara de nerdo y criatura inofensiva.

Luego, el segundo libro, fue más pensado. Estudiaba Contabilidad y Finanzas en el SENA. En realidad era un simulacro. Pocas veces asistía a clase porque me aburrían los números. Pero debía hacer algo para que mi familia no ocupara mi ocio en labores del campo. Así que decía que estudiaba y lo que hacía era que me internaba en la biblioteca pública.

Admito, hice trampa. Pero, ¿Quién no ha hecho trampa? Y desde que hablemos, por el mero hecho de hablar, ya somos unos mentirosos, porque el lenguaje es metafísico y por ello impreciso, tramposo.

El mejor promedio del curso, el número humano, estaba enamorado de una mujer que yo conocía y era un petardo escribiendo. Hicimos un trato. Él me pasaba los pasteles de cada examen y yo escribía cartas de amor a la susodicha. Así mantuve la farsa por dos años.

Cierta vez a la biblioteca llegó una donación de libros. La bibliotecaria, como la mayoría de las bibliotecarias, ocupaba el cargo por favor político. No sabía nada de libros. Era una vergüenza que estuviera allí. Yo hubiera hecho maravillas en su lugar.

La masa gris que prestaba libros me mostró la donación. Vi una edición ilustrada de la Isla del Tesoro de Stevenson. Sentí la tentación de darle un puño y salir corriendo. Pero me contuve. Debía demostrarle mi superioridad, era más inteligente, de vez en cuando es grato saberlo.

Le dije que iba a prestar el primer tomo de las Mil y una noches. Miró el libro y me dijo que si alcanzaba a leer ese mamotreto. Sonreí. Los libros donados estaban sobre el escritorio. Los mejores robos son los más evidentes, los que se hacen de frente. Cuando ella registraba el libro y como era grande debía maniobrarlo con las dos manos, detalle previsto, aproveché y tomé el libro de Stevenson y lo guardé en la mochila. No se dio cuenta. Me entregó el tomo de las Mil y una noches. Salí de la biblioteca feliz.

En el tercer robo fui cómplice intelectual. Estaba con Mauricio Hoyos en la biblioteca pública de Girardota. Ambos hablamos de la ineptitud de la bibliotecaria de ese entonces. Tanto que él se había robado un tomo de la obra completa de Shakespeare. Él me digo que era muy fácil. La cuestión era hundir el estómago, abrirle espacio al libro, sacar pecho y nalga.

Mauricio guardó dos libros de tamaño representativo y los apoyó en la pretina del pantalón. Yo guardé los cuentos completos de Chejov y un libro de poesía de Juan Ramón Jiménez. Me temblaban las piernas y me tallaban los libros en la pelvis. Pero salimos ilesos con nuestro improvisado paso de reina. Hasta hablamos con la bibliotecaria y le dijimos que hacía muy bien su trabajo.

El cuarto fue en Confama. Eran eso de las tres de la tarde. Leía las enseñanzas de Don Juan de Castaneda. Hacían una bulla horrible. No podía concentrarme. Tampoco podía prestar el libro porque no era afiliado. Así que debía pensar rápido si quería leer ese libro.Fui al baño a pensar. Nada se me ocurría. Además tenía miedo de que la biblioteca tuviera alarma y me sorprendieran. Cuando salí del baño había una niñita de unos 6 años con un libro de cuentos en la mano. Le hice ojitos y la llamé. La niña salió con el libro y no se activó la alarma.

Entré. Del casillero saqué un cuaderno y algunas hojas de blog. Lo que hice fue meter el libro entre las hojas y sobre las hojas puse el cuaderno. Me dirigí al casillero y guardé las hojas con cuaderno y libro. Volví a sentarme. Leí otra media hora. Luego partí.

Pero el último robo fue un fiasco. Estaba en la Universidad de Antioquia. Hacía trámites para cancelar el semestre. Entregué los formularios y las cartas al jefe de departamento de la Facultad de Comunicaciones. Ah, también estregué el carnet. Gran vacío entregar el carnet.

Triste, me dirigí a la biblioteca y encontré la continuación de las enseñanzas de don Juan.

Pensé: “entregué los formularios hace una hora. De manera que no han deportado la cancelación de semestre. Todavía figuro como estudiante activo. Así que puedo prestar el libro y partir. Si, buena idea. Además para que deporten la cancelación de semestre el Comité de Departamento debe reunirse y eso se demora de dos a tres días. Así que no hay sospecha”

Me dirigí al primer piso de la biblioteca. Tomé un ficho. En la taquilla registré la huella digital.

- ¿Juan Camilo Betancur?
- Si, soy yo
- ¿va a prestar libros?
- Si, uno
- ¿está seguro?

Empecé a sudar. Algo andaba mal. Pero ya no podía huir.

- Si.
- Muy raro, muy raro, porque usted, señor, aparece en el sistema que canceló semestre.
- Ehhh… ¿eso es posible? ¿no hay un error? Y ¿eso puede pasar sin que uno se de cuenta?
- El sistema no miente Juan Camilo.
- Pero… pero… no sé… bueno… voy a ver que pasa porque no entiendo nada
- Si, averigüe y después viene por el libro
- Gracias
- ¡Señor! ¡Juan Camilo! ¡Espere!
- Si, dígame
- Es tan amable y me devuelve el bolígrafo
- ¡Claro, cómo no! Disculpe

Salí de la biblioteca y sonó la alarma. Me requisaron, pero no encontraron sino mi vergüenza y como no le servía a nadie me dejaron ir.

- Te amo
- No digas eso
- ¿Por qué?
- Es demasiado grande. Además, el te amo, es la atadura al otro, la aceptación de que el otro sea el amo. Y no hay amos en las relaciones sino cómplices.
- No me digas eso. Usted no siente lo que yo siento. Y si me da la gana de decirte que te amo es porque así lo siento. Y usted, egoísta, no puede entender lo que siento porque soy yo quien lo siente. Así que no le invente teorías al amor para justificar tus miedos y tus carencias afectivas.
- Ehhh… si… no… ¡Mira!.. Venden helados. ¿Quieres helado? Comamos helado. Si, comamos helado. Y olvidemos el asunto.
- Me besas
- Claro nena, con lengua y todo

En primera instancia escribís porque eres escritor. Bueno o malo, flaco y solo, lo que sea, pero escritor.

Te escribís. Tienes palabras que barajas en los dedos, que a veces, se te salen de control.

¿Qué escribís entonces? La verdad: tu historia. Instantes revueltos por la testarudez de contarlos.

Porque te gusta caminar rumiando alguna imagen, alguna frase sin temporalidad. Tus pies se hacen cargo del cuerpo mientras te abismas en cualquier cosa. Y te gusta verte así: individual y tuyo.

Te lees, relees y te ves. Sonreís. Te gusta como escribís y cuentas tus cosas porque no mientes cuando hablas de ti. Así, después odies lo que escribes. Pero te gusta verte y te relees como si te vieras.

Claro que no lees a tus amigos todo el tiempo. También tienes vergüenza. Pero cuando estas con tus amigos y ellos hablan, leen, caminan, te acuerdas de algo tuyo y sonreís.

Ocurre que tus textos son como espejos, vitrinas, retrovisores, vitrales y ves tu reflejo undívago y lo buscas con ansiedad y contemplación. De esa misma forma te relees. Claro, lo haces sin que nadie se dé cuenta. Con cinismo callas y hablas de otras cosas. Y continuas feliz de que no te hayan descubierto.

Por la posibilidad de jugar, vivir la inocencia no permitida y atreverse a decir lo indebido. Por asombrarse por tan poco. Por sentir a veces que el silencio te hace extensión de dominio del cuerpo porque traficas con palabras. Porque así te duela la mano de escribir persistes en el hechizo, en la comulgación con lo inacabado.

Porque te resistes a dejar de soñar es que escribes. Y no importa lo que escribas. Tu yo asustará igual a los perros, mirará los senos de la mujeres con peculiar atención en el movimiento de la carne, jugará a mascar paisaje. Porque, en definitiva, eres escritor y eres más apuesto escribiendo que hablando.


Entonces éramos el aire que sobrevolaba el asombro. Entonces no creiamos que la distancia fuera real. Entonces más que pensar nos amabamos.











Llegó la ausencia con sus racacielos.
Inferior a una mosca repito tu nombre, Sin respuesta


Solo mis sombras me contestan y se me hacen visibles. A veces soy la sombra de lo que reflejo. Es más compacta mi imagen cuando estoy triste.



Ahhh... Los amigos...
Siempre saben encarar las ausencias.
Siempre saben lo que hay que hacer cuando uno se ahoga en sus propios orines. Siempre te hacen caras para que olvides la tuya.
















Pero no hay escapatoria. Llega la noche y el desespero y el desvario. No me sienta bien la soledad porque me desfiguro.
















Este grito me reprime. Ven pronto. Ven luna adorada. ven no tardes tanto. ven, ven.... ven





Es harto llegar y explicarle a todo el mundo lo que es realizar un viaje. Pues la osadía de un viaje es seguir viajando y no volver. Cometí el error de volver. Por eso voy a narrar algunos episodios de ese viaje. Y quiero escribir antes de quedarme como un loro repitiendo lo mismo. Ya no quiero abrir la boca para decir lo mismo.
Mi viaje empezó cuando me separé del grupo. Así estuviera en Perú me sentía en Girardota porque andaba con un selecto decorado de las calles girardotanas. No estuve en ningún momento solo porque tenía con quien hablar. Así viéramos otras cosas estuve protegido todo el tiempo. Agradecí con un poco de tristeza cuando me quedé solo.

Luego continúe mi viaje con Luciana, para mí, el verdadero viaje. Salí con ella de Cusco hacía Arequipa, la ciudad blanca, la que no tiene edificios, la ciudad colonial del Perú, la que tiene un volcán activo, la segunda ciudad más importante de Perú. Allí nos hospedamos en un hostel de poca monta. Caminamos sin afanes, sin la sed del paisaje que envuelve y ciega al turista.

Debido al paro del los agricultores que le reclamaban al gobierno de Alan García sobre la privatización del agua de los cultivos. Los agricultores amenazaban con cerrar todas las vías alternas de Arequipa y dejar al pueblo incomunicado. Al paro se unían los transportadores. Así que compramos, de inmediato, un pasaje para las playas de Camaná.

Llegamos a un hostel que se llamaba Copacabana. Allí dormimos y casi morimos deshidratados por una diarrea. Cagué lo que no había cagado en toda mi vida.

Al principio, en las playas de Camaná, estaba la maravilla de ver el mar todo el día hasta el anochecer, quedarse como autista mirando las olas formar escaleras para acceder al horizonte, ver las gaviotas cazar cangrejos en la playa, meterse al mar y temerle a las olas, impresionarse con la idea de que las gaviotas son a la playa lo que la paloma al pavimento...

Las playas de Camaná son un bañero. Es decir funcionan solo tres meses al año. Desde diciembre a febrero. En 2003 este sitio fue arrasado por la furia del mar. Y sobre las ruinas se reconstruye de nuevo. El resto del año, en invierno, la gente que allí vive se desplaza a la zona urbana.

La idea era seguir el viaje hasta Nasca, luego Ica y finalizar en Lima. Pero, gracias a un Ceviche que nos comimos tuvimos que estar en cama tres días, sin poder distanciarnos del baño por más de 5 minutos. Ambos, Lu y yo, teníamos infección intestinal.

Parecíamos una herida de cuerpo entero que supuraba pus por el ano. Una herida que tenía la pesadilla de no volver a ver el mar. Una herida consciente de su debilidad que se ahogaba de impotencia.

Medicamento, sueño, diarrea, dolor de estómago, papel higiénico, el sonido de las olas, dolor de ojo, silencio, fiebre, dolor de culo, olor de muerte, olor de sal, olor de olor, olor de tristeza, olor a Caganá. Olor a peruano con ínfulas de brujo Inca.

Recuerdo que un peruano me rezó porque tenía mal de ojo. Me dejé rezar. Con pedazos de papel periódico me rozó todo el cuerpo. Me tocó el ombligo. Balbuceo un padrenuestro. Luego quemó el pedazo de papel periódico y el periódico ahumó todo el hostel y me dijo que listo. La diarrea continúo. Era un delirio la cordura.

Volvimos al mar y partimos para Lima. Luego nos separamos. Luciana para Argentina y yo para Colombia. Pero ese no es el fin de la historia, porque esto ya no es un anecdotario de un escritorzuelo de futilidades. Esto ya es vida y es impredecible. El sueño apenas comienza