Coordinar la fuerza. Defecar, orinar y escribir al mismo tiempo, sin interrupción, en armonía. Solo para sentir y atestiguar la fetidez de estar despierto.
Últimamente he estado con ciertos temores que no logro entender. Temores sin razón alguna y que me han limitado. Pero al diablo los temores que son como moscas en la mierda o anónimos en los comentarios.

Para quién le interese, que lea, y para quién no, que se acueste y vea un telenovela o se coma una galleta saltín con mermelada y trate de no pensar a ver si se lo llevan las hormigas de una vez.

En fin, estoy enojado con todo. Así que acepto los desafíos. Me importa un rábano desgastarme y aparentar que todo anda bien. No, nada marcha bien, estoy en un país que desconozco y es difícil conseguir trabajo.

Vivo una vida que no sé si me corresponde, lo tengo todo pero todo me falta y no entiendo lo que en esencia me falta.

Camino para buscar respuestas. Ninguna me llega. El viernes hice una excursión a la nada. Salí a caminar sin rumbo. Llegué a un pueblo a 16 kilómetros de Suipacha. Eran eso de las ocho de la noche cuando llegué. Estaba perdido y no me importó, lo que menos quería era llegar a algún lado.

Caminé 5 horas. Allá, en Goriteaga o como se llame ese pueblo, me recibió un policía, me pidió el pasaporte y le pedí un cigarrillo. Me dijo que no me podía quedar así que mirara como iba a hacer para devolverme.

Llegué a un club, hablé con la dueña, Coca, así se llamaba y le cambié un libro de Fernando González por un chorizan con Cocacola. A las tres de la mañana realice el camino de vuelta. Había niebla, el frío me inmovilizaba, quería tirarme al un lado de la calle y quedarme allí hasta el final.

Continúe y pensé y miré las estrellas y las maldije porque me dio la gana y estaba furioso, con todo. Me emputé conmigo y quería morir caminando. No me importaron las ampollas de los pies. Quería desmayarme. A las 7 de la mañana llegué al apartamento y el cansancio me doblegó todo el día. A la mierda yo, mis faltas de ortografía y todo el que me lea. fin
Supongamos que perdí. Estoy con ella pero sin ella. Muerto el deseo los cuerpos son estatuas que conviven.
Supongamos que el silencio cristaliza y las manos desconocen el lenguaje de las caricias.
Supongamos que hay cactus en la habitación y el aire asfixia de tantos acertijos en las paredes.
Supongamos que descubrimos cierres en la boca y tenemos la risa como rehén.
Pero el juego continúa. Sí. Perdimos, es todo. Entonces al diablo las suposiciones y tiremos de nuevo, por separado, los dados y ¡a las apuestas!
Hacía frío cuando me desperté y miré a la calle. El amarillo salía de todas las esquinas y me señalaba. Era el amarillo o yo.

Miré el primer otoño de mi vida. Todavía lo miro. Hay guayacanes por todas partes, hasta en los sueños. Pero el amarillo se despertó con sed de mí.

Crucé la esquina, la que va al departamento en que vivo desde hace una semana. Miré la flecha, obedecí la señal. El mundo está hecho de señales y crímenes de color amarillo. Puto amarillo. Mi crimen será escribirlo con h hamarillo y fotografiarlo.

Crimen a medio cometer. Así que saqué la cámara de la mochila, miré la entrada de la estación del tren. Apunté y tracate. Perdón, la cámara no hace ruido de pistola.

De nuevo, otro disparo a un árbol seco. Porque en otoño las hojas se amarillean, luego se secan y caen de los árboles. Después llega el invierno.

Como todo turista, porque todavía soy turista, si me ven como turista, el turista que habla distinto. Bueno, como turista le disparé a estación del tren. Heregía permitida por mi asombro anóstico, por mi duelo con el amarillo.

No quedé conforme con el atentado a la estación del tren. Apunté a otra esquina para verificar el pulso y la furia del amarillo. Mejoran las cosas. Más amarillo. Amarillo y yo amari.

La heregía mayor, la iglesia, la nueva iglesia, la que fue reformada en los 90. El lugar donde un cura Irlandez no quiso dejarse entrevistar porque no le dio la gana, porque yo tenía cara de indio civilizado y mugroso. Cura que escucha rock pesado y llama a Dios todos los domingos a la 7 de la tarde.

Luego le disparé al sol porque no me gusta el sol, ni la iglesia, ni el calor, ni el frío, ni este blog, ni las fotos, ni los lectores, ni Dios, ni la llegada, ni la salida, ni la quietud sin acción.

Aviso parroquial: "Necesito mujer que hable poco y no le moleste que yo hable poco y sea un ocioso y esté erecto todo el día. Las interesadas pueden dejar los mail en los comentarios de este blog y yo me contacto. Ah deben pagar la cerveza y los cigarrillos".
Hoy quise gritar, llorar, enloquecer
Quise no aparentar,
arrancarme la cara,
dejarme llevar por mis impulsos,
ser insano
y poco confiable
Quise llorar,
ahogarme con las lágrimas
Quise tirarme por la ventana,
ser otro,
reposar en una tumba sin nombre
Quise llorar
Quise salir y abrazar a alguien
Quise amar y ser amado
Quise llorar
Quise llorar y entender la pena
Tuve miedo
Temblaba desde adentro
Quise con humo
llenar el agujero que aparece en el espejo
Quise no se débil y contradictorio
Quise mirar el techo y entender,
encontrar un motivo
Y miré
y miré
el techo.
Nunca me han gustado los finales felices. Son desesperantes si se anhela terminar la búsqueda individual con alguien. Me gusta la existencia de un rostro brumoso en el corazón haciéndome maromas para que lo vea, para que lo haga palpable. Porque cuando acudo al llamado la magia desaparece y el rostro se hace indivisible, con común denominador: el aburrimiento.

Tal vez no aprenda a estar con nadie. Tal vez no quiera. Tal vez si quiera. Tal vez no pueda. Tal vez llore. Pero lo bueno de los finales es la bruma que se levanta cuando quedas solo así la soledad te doble las piernas.

Si, me hiciste un favor examor, me tiraste a los cocodrilos de la bruma. Debo aprender a defenderme con el cortaúñas que usurpé de mi madre y guiarme con la brújula del instinto. De cremallera abierta al horizonte hasta que el sol aparezca en las entrepiernas de otra. Chao amor, nos vemos en otro cuerpo, en otros pechos, en otras circunstancias.
No porque me esté quedando calvo, tenga tres pelos en el mentón, fume como loco, quiera fornicar noche y día me acople al calificativo de poeta.

No porque haga versitos, escriba en este blog mas de lo necesario, juegue a ser trascendental, plagie algún ritmo de Leon de Greiff y trague saliva sin vergüenza acepte que llevo alta la pipa.
No porque esté ensoñado de tiempo completo, enrede misterios (o eso creo), coleccione instantes que garabateo en un cuadernito con vacas en la carátula, me insulte cuando me veo en el espejo porque me desconozco y arrugue el ceño de tanta pregunta signifique que soy poeta.

No porque me duela el cuello de mirar el cielo, me abisme con las nubes a riesgo de parecer autista, celebre cada movimiento, vea por minutos la fila de hormigas que cargan palitos y hojas secas, me encandile con lo bello y lo quiera para mí con el egoísmo del viento indique que soy poeta.

Nada de eso. No soy tal cosa y he tenido que soportar con impotencia que algunos amigos míos me lo digan. Por el aprecio que les profeso, se han salvado de un puñetazo.

Tejedor, campesino, maicero, montañero, frijolero soy. Un hombre bioceánico, encorderillado, empacillado, embambucado, encafeinado, emparrandado, enguascado soy.

No es gratuito que lleve una guerra de 50 años contenida en la piel y me ronden actos violentos, de asesino. Soy producto histórico, uno más de los hijos de los ochenta en Colombia. Los que hayan nacido en esa década saben lo que siento. Somos violentos por inercia.

Aún así creo en las flores, en los mangos, en los aguacates. Soy creyente del trópico. Soy Antioquia, montaña, Cuaca, Urabá, Choco y me gusta la arepa y el chocolate y el huevo revuelto al desayuno.

No porque evoque mi tierra después de haber atravesado las fronteras tras un sueño soy poeta. No se confundan. Nada de eso. Es solo un rumor falso. Porque a donde vaya, a donde llegue seré un campesino, un hombre con el espíritu en hojarasca, un antioqueño de cepa, un mazamorrero con nubes y montañas incrustadas en la retina.
Anteayer no quería verte ni tocarte. Ayer te odié porque tenía frío y dormí solo. Hoy miro el lado de la cama en que faltas y no se hunde. Miro. Susurro, despacito, silaba por silaba, tu nombre.
En los últimos dos meses he aprendido más de la mano izquierda de lo que hubiera imaginado.

Debido a un accidente, a una pelea necesaria, me quedó inhabilitada la mano derecha. Así que por necesidad debí aprender a manejar la izquierda.

Con la izquierda uno hace la señal del anticristo y los cuernos y representa sus deseos impuros. Nos avergonzamos de un acto de izquierda porque es la mano que escondemos cuando tiramos la piedra, aunque la piedra haya sido tirada con la derecha.

Con la derecha nos bendecimos, nos sentimos seguros, saludamos con dignidad, damos la primer caricia porque es la mano de los movimientos exactos y de buen olor.

Con la izquierda no se puede saludar a nadie. El que saluda con la izquierda es juzgado de loco o que esta perdiendo el uso de sus facultadas motrices.

La mano izquierda representa los actos femeninos y la derecha los masculinos. Claro, actos mirados con la lupa de occidente, cultura de hombres.

La izquierda es la mano de la guerrilla y la derecha del gobierno. La izquierda es del subversivo y la derecha del aristócrata. La izquierda de la mujer culta y la derecha del hombre promedio.

En fin, con la izquierda se evoca la inconciencia, la parte femenina que en mi conciencia masculina encuentra un equilibrio entre estas dualidades, tan preocupantes desde los orígenes.

Hoy es un día de izquierda, de caminar y de asombrarse por las cosas nimias e interesantes que por visibles no son tomadas en cuenta. Un día para tomarse un vino y recordar un amor perdido.