La habitación está entre la llave. Pues es la llave la que me permite el ingreso y saber que lo que veo está diseñado a mi gusto. En el cuarto hay una cama portátil, de hierro, negra, de una plaza. Para que fuera cómoda la cama, Hernán, el hermano de Neville (el peruano que me hospeda) me ayudó a buscar algunos cartones. Doblamos los cartones después de limpiarlos. El polvo se extendÃa, estiraba los brazos y tocaba todo. Sobré los cartones acomodamos el colchón que forramos con una sábana de Aladino.
Barrà el piso. El polvo salÃa por la habitación y se pegaba a todo, hasta a los sueños. SalÃa por la puerta e iba directo a la terraza, en busca de ropa limpia.
La habitación está en un tercer piso, es la única que hay en el tercer piso, es la única que abre mi llave. Porque una llave tiene su chapa asà como uno tiene su mitad por ahà que no se deja encontrar. Soy llave sin chapa pero si tengo una llave con chapa. Espero que esa chapa a la que debo incrustarme también busque a la lleve con antejos que soy.
Para subir al cuarto hay que utilizar una escalera de madera. La escalera se debe apoyar en la pared cada que se baja de la habitación. En caso de que otro inquino mueva la escalera, debo gritar para que alguien la acomode y asà poder descender.
En el segundo piso hay siete habitaciones, en su mayorÃa habitadas por peruanas. Hay dos baños y un lavadero compartidos.
La habitación de Neville está al final del pasillo del segundo piso. Ahora es una habitación limpia. Hablo de esta habitación porque también tengo las llaves de ella, por eso la siento cercana. La limpiamos, le sacamos el polvo. Para pintar es lógico mover las cosas y llegar con trapos a ángulos insospechados, a las oficinas de operación de la gripe porcina. Claro que mientras pintábamos y limpiábamos hablábamos de otros polvos en otros cuartos triangulares, más húmedos, más coquetos, más precisos, más rosados, más gritones, más Ãntimos, más paisas, más dispuestos a dejarse mover de sitio, a dejarse aspirar la mugre con besos y palabritas torcidas.
El resultado es que como pintores nos va mejor conversando. Pues fue un fracaso el cuarto. Quedó como para mirar de reojo y evitarse el comentario por respeto al buen Neville.
Ya en mi cuarto, en mi primera noche en mi cuarto, miré la llave. Me sentà raro, con ganas de llorar, pero de alegrÃa. SabÃa de la importancia de las llaves y sus propiedades curativas.
La llave es manifestación visible de la intimidad, es el conjuro al lugar que espera sin horarios. Las llaves son un camino a la libertad y la despreocupación. Con la llave se posee la tranquilidad de ser y estar en un lugar donde es posible tirarse sus pedos, hablar dormido, levantarme a media noche y fumarme un cigarrillo, conducir alguna vecina a jugar un poco a las caricias, hacer flexiones de pecho y abdominales diaras para estar en forma cuando venga la muerte. Las llaves dan estatura, calma. La llave permite sentirme parte de algo acondicionado a las propias especificaciones. Las llaves remiten a un espacio propio e intimo.
Porque las llaves de hotel están provistas de llaveros de 20 centÃmetros de largo para que al huésped le de vergüenza llevarlas. Además son llaves provisionales, con hora determinada. En cambio la llave de tu propio cuarto la llevas a todas partes, incluso cuando viajas lejos y no las necesitas. Hacen parte de tus objetos preciados.
Con una llave se puede abrir un cuarto, un pan, agujerear una pelota, escribir puto en la pared de un baño, señalar el lugar donde vives. Con una llave se lleva un lugar a todas partes.
Una llave guarda muchos otros objetos asà la llave por si misma apenas ocupe el lugar de una menta: Las escaleras, la ropa extendida a un metro de la puerta, los gatos que pasan por el techo y maúllan reclamándome por la interrupción de mi estadÃa a sus aventuras gatunas, los zapatos de nuevo en desorden, la ropa, la mesa de planchar en la que planeo escribir un libro de poemas, el taburete con algunos libros, la canasta donde guardo las medias sucias, la ventana que da al cielo gris, los cigarrillos que se apilan, las voces de las vecinas que quieren conocerme, el jabón de baño que me dio Luciana, la toalla húmeda, el amor debatiéndose a muerte con el polvo, el folklore peruano, la promesa de Consuelo (una de las vecinas) a enseñarme a bailar… Todo eso resumido en la llave del cuarto, en la llave que llevo con cuidado.